lunes, 15 de diciembre de 2003

Borges ha hablado y escrito casi en proporciones iguales.
Era un hombre con talento, un hombre más que otra cosa estético, que diría Kierkegaard.

De todo, muchas cosas dichas y escritas por él son agradables de oír y leer, formulaciones felices, como que era un familiar cercano de las palabras.
Algunas de todas esas cosas son incluso verdaderas.

Por ejemplo, esta definición de la metáfora: "...la metáfora, esa curva verbal que traza casi siempre entre dos puntos -espirituales- el camino más breve."


Pero, claro, a un hombre que, entre cosas, no le gustan las fronteras y los países le pasa que se vuelve iconoclasta, casi necesariamente (salvo que sea naturalmente iconoclasta y que por eso no le gusten las fronteras y los países: no por percepción de la universalidad, sino por escepticismo metafísico. O levedad. O ceguera.)


Este recuerdo gracioso y hasta simpático, bien puede ser un ejemplo de fineza estética e iconoclasia:

"Algunas veces, en Hispanoamérica, la tradición española se torna un peligro. Fíjese que cuando estuve en Colombia, un señor que era poeta, para elogiarme, me dijo: 'Qué bien se lo ve, señor Borges, redondo y colorado como un queso'. Terrible pasión por la metáfora, ¿no? Y una influencia de la métrica de Garcilaso: 'Corrientes aguas puras cristalinas'./Redondo y colorado como un queso..."