viernes, 12 de diciembre de 2003

Me parece que Nietzsche era un optimista inclaudicable, al fin de cuentas:

"No hay cosa que me parezca más rara hoy por hoy que la verdadera hipocresía. Tengo la sospecha de que esta planta no resiste el tibio ambiente de nuestra civilización. La hipocresía pertenece a la edad de las sólidas creencias en que hasta el mismo que se veía forzado a aparentar una fe que no es la suya no abandonaba su fe. Hoy se abandona, o se adquiere una segunda fe, que es lo más frecuente, y se continúa siendo honrado. Es indudable que en nuestros días es posible tener mayor número de convicciones que en otros tiempos, y al decir posible digo lícito, que equivale a inofensivo. Esto da origen a la tolerancia.
Esta tolerancia permite muchas convicciones que viven en buena armonía unas con otras y se libran muy bien (como hace todo el mundo) de comprometerse. ¿Qué es lo que hoy compromete? El espíritu de consecuencia, el seguir la línea recta, el no prestarse a un doble sentido o a un quíntuple sentido, el ser verídico. Temo que el hombre moderno sea demasiado cómodo para ciertos vicios. Todo el mal que depende de la fortaleza de voluntad -y acaso no hay mal sin fortaleza de voluntad- degenera en virtud en nuestra atmósfera reblandecedora..."


(El crepúsculo de los ídolos, Pasatiempos intelectuales, XVIII)



Tiene algo de razón, ciertamente. Así como algunas de estas palabras suyas no quieren decir lo que cualquiera entendería.

Pero, no, señor Friedrich, ni aún entendiéndolo literalmente. Su optimismo es ingenioso, pero candoroso.

No es necesario que la hipocresía devenga tolerancia para que muera.

Esa tolerancia de la que usted habla, es efectivamente hija natural de la hipocresía. Pero son millones las madres que sobreviven rozagantes, una vez que han dado a luz a sus hijos.

De modo que esa hipocresía no solamente es la madre de esa tolerancia: es su perpetua dama de compañía.