viernes, 31 de diciembre de 2004


















No luce flor el roble, solo es alto.
Sin nave que la ocupe y la gobierne,
la soledad del roble -grave, erguida-
es nostalgia de mar, arboladura
sin vela, solo viento. (Sobre el tronco
yo suspiré una vez, grabé mi abrazo,
se estremeció la cálida corteza
mientras el aire se pobló de truenos.)
No tiene aroma el roble, solo es fuerte.
Lo miras desde abajo y reverbera
el cielo entre las ramas. (Cuando late
la majestad del roble, me detengo
pues creo que conoce mis preguntas.
Y se oye su silencio memorioso.)

jueves, 30 de diciembre de 2004

Fin de año me pone generoso. Entonces, les voy a regalar una profecía. Barata, no crean. Nada espléndido. Lo que se puede ver desde aquí. Lo que puede ver uno que no es profeta.

Alguna vez se promulgará de modo indubitable, aunque no precise decretos, una religión laica. No será como las que ya hay, todavía barbechándose, en almácigo, confusas, mixtas, sincréticas. Habrá una verdadera religión laica que, por definición, tendrá las mismas exigencias de una verdadera religión. Será tan omnipresente, impregnará de tal modo todo que sin ella no será posible entender el cielo y la tierra. O lo que para una religión laica resultaren el cielo y la tierra.

Pero esa no es la profecía. Sino ésta: Cuando quede promulgada oficialmente una religión laica, una verdadera religión laica, mucho tendrá de esta mirada.

No importa que los empeños de escribidor del autor le hayan permitido, con barroquismo rampante y narcisista, aceitar y lubricar las afirmaciones más sosas, más remanidas. Algo de ingenio hay en los abalorios verbales, siempre.

Tampoco importa que trate de ser ecuánime. Todo lo ecuánime que pueda ser quien no es ecuánime. Ni importa que se aproveche de un episodio ya anquilosado en el centón de los lugares comunes políticos y culturales del siglo XX, o que se aproveche del juicio políticamente correcto que hay que tener tanto de los vencedores como de los vencidos. No habrá lugar para distinciones respecto de las razones y sinrazones de unos y de otros, como que ya no hay...

Tampoco importan muchas otras cosas que hay en esta primicia de la mirada que viene.

Importa la mirada. Porque el núcleo de esta módica profecía dice que así, en muy buena medida, será la mirada de la religión laica que venga, cuando viniere.

Así de bondadoso y comprensivo, de benévolo y balsámico, de justo a la vez que misericordioso, será el corazón de los ministros y de los fieles y, por el corazón, la mirada de los ministros y los fieles de la religión laica.

Y porque tendrá mucho de esto, será tan difícil para muchos creer, pensar, sentir y ver de otro modo. Creo que los que puedan ver, sentir, pensar y creer otra cosa y de otro modo serán mártires, o poco menos.

miércoles, 29 de diciembre de 2004

Para celebrar el martirio de Tomás Beckett, cuya fiesta se conmemora hoy, no estaría nada mal leer o releer el Asesinato en la Catedral de T. S. Elliot.

Con bastante menos alegría, para el caso, se podría leer esta notita de opinión, porque también el santoral conmemora hoy al santo rey David.

Me gustaría poder copiar aquí la respuesta de David a León Rozitchner pero lamentablemente el rey no me deja. Y me dice que ya se va a encargar él mismo del asunto cuando sea el momento. Así que obedezco y me callo la boca.

martes, 28 de diciembre de 2004

En la revista Jauja, Castellani publicó este poema de Giovanni Pascoli.
Gesù

E Gesù rivedeva oltre il Giordano
campagne sotto il mietitor risorte:
il suo giorno non molto era lontano.

E stéttero le donne in sulle porte
delle case, dicendo: "Ave, Profeta!".
Egli pensaba al giorno di sua morte.

Egli s'assise all'ombra d'una meta
di grano, e disse: "Se no è chi celi
soterra il seme, non sarà chi mieta".

Egli parlava di granai ne'Cieli
e voi, fanciulli, intorno lui corresti
con nelle teste brune áridi steli.

Egli stringeva al seno quelle teste
brune; e Cefa parló: "Se costì siedi,

Egli abbracciaba i suoi píccoli eredi
"Il figlio", Giuda bisbiglió veloce,
"d'un ladro, o Rabbi, t'é costì tra' piedi.

"Barabba ha nome il padre suo, che in croce
morirà"... Ma il Profeta, alzando gli occhi:
"NO", mormoró con l'ombra nella voce;

e prese il bimbo sopra i suoi ginocchi.

En realidad, lo transcribo tal como está allí, pero hay algunas erratas en el texto; aquí está mejor.

También trae la revista una traducción libre, que Castellani firma con su pseudónimo de Jerónimo del Rey, y que, aunque vale por otras razones, no me parece del todo feliz porque es demasiado libre.

Y el texto vale lo suficiente por sí. Es un poco difícil traducir este poema. No me atrevo a hacer el trabajo que hizo él, apenas cuento aquí de qué trata, y que me perdone Castellani si lo corrijo.

Anda Jesús por el Jordán, próximo a su Pasión. Las mujeres, a su paso, desde las puertas de sus casas lo saludan: '¡Salve, Profeta!', mientras Él, al oírlas, piensa en el día dolororso que se avecina.

Sentado cerca de un granero, alude a la necesaria muerte del grano para que dé fruto, pero está hablando de otra cosecha que no es la terrena.

Niños (que siempre hay), entretanto, corren alrededor y meten bulla, descalzos, medio sucios, despeinados, ruidosos. Los discípulos, algo celosos y formales, quieren que los chicos no molesten ni manoseen al Maestro, no lo manchen.

Jesús, en cambio, los abraza y en nada se preocupa por el manoseo y la impertinencia de los chiquitos.

"Ése que tienes ahí, molestándote, es el hijo de un ladrón: Barrabás, que seguro va a morir en la cruz...", dice celoso Judas.

"No", murmuró Jesús con sombras en su voz.

Y sentó al pequeño inocente sobre sus rodillas.

lunes, 27 de diciembre de 2004

Hoy es la fiesta de San Juan, el discípulo.

De su Evangelio dijo Orígenes algo así: "nadie se arriesgue a querer entender este Evangelio si no ha sentido los latidos del corazón de Jesús recostado sobre su pecho y si no ha recibido a María por madre..."

Enormes palabras.
Ezra Pound escribió estos versos (o parecidos, porque son una traducción):

Con usura nadie tiene una casa de sólida piedra.
Con usura nadie tiene un paraíso pintado en la pared de su iglesia.
Con usura, pecado contra natura,
tu pan es sólo un mendrugo rancio,
seco como el papel.
Con usura la línea se hace tosca.
Con usura con hay límites claros
y nadie encuentra sitio para su morada.
Con usura la lana no llega al mercado:
las ovejas no dan ganancia con la usura.
La usura herrumbra el cincel,
herrumbra al artesano y su artesanía,
carcome el hilado en el telar.
La usura mata al niño en el útero,
la usura yace entre los esposos que se aman.
Yace, contra natura.
Los cadáveres están listos para el banquete
por orden de la usura.

(Canto XLV)

viernes, 24 de diciembre de 2004

Pienso ahora lo difícil que es entender una cosa tan sencilla como la Navidad.

Viene Dios. Se encarna. Saluda modestamente. Se sienta en un rincón. Silencioso.

Ensordina todo lo posible el estrépito de Dios entre los hombres.

Semejante cosa. Tamaña cuestión. Tan simple, y silenciosa.

Así fue la primera vez.

Así ahora, igual que entonces. Para mí como para tantos. Ahora y entonces.

Qué difícil es entender una cosa tan sencilla.

Feliz. Tan feliz. Tan sencilla y feliz.

Qué difícil nos es 'esa' felicidad. Tan sencilla, silenciosa.

Si es la cosa más sencilla del mundo: Dios se encarna, se hace hombre y nace. Esta Noche.

Simple, de lo más simple.

Y yo que ni me entero. Y vos. Y nosotros. Y ellos.

Tan sencillo que es y tan difícil se nos hace.

Dios cuenta con eso, seguramente. Cuenta con lo complicado que se nos hace la felicidad. Y la sencillez. Y el silencio. 'Ese' silencio.

Creo que pide, apenas, un poco de silencio. Igual al suyo.

Lo más difícil, parece. Y sin embargo, es la cosa más sencilla del mundo.

Pero, de otro modo, complicándolo de más, en medio de tanta bulla y ruido y gritos, 'Feliz Navidad' no significa nada.

Feliz Navidad.

jueves, 23 de diciembre de 2004

Cómo sabemos qué será de nuestro día. Sencillo: no sabemos. De allí una de las secuelas más fascinantes que tiene el modo humano de vivir en el tiempo.

No me gusta cambiar de tren. En el pueblo hay dos. El trencito, y el tren.

El trencito es impecable, ordenadito, limpito, aséptico, inodoro, incoloro. Insípido.

El tren, no, para nada, todo lo contrario. Pero el tren es "el tren".

Tomé el trencito por dos razones, azares de la vida. En primer lugar, era temprano, andaba con tiempo sobrado, iba a un brindis. Vino, además, un viejo amigo recién mudado al pueblo a pedirme un electricista del automotor. Se ofreció a llevarme a la estación del trencito (hay que ver que es recién llegado al pueblo, claro, y pensaba que prefería el Insípido). Y para poder conversar un rato más con él, acepté.

Además, me habían regalado una tarjeta de subterráneo, que ni miré, y como nunca viajo en subte, decidí terminar con ella. Y resultó que estaba usada y no servía, pero ya estaba en viaje.

Allí nomás estalló la música. En cuarenta y cinco minutos pasó de todo.

Empezaron dos rockeros a los gritos, y a dos voces, atacando Andrés Calamaro y "Engancháte conmigo". Se hizo lo que se pudo, no del todo mal, pero hacían una cosa de poca calidad, de modo que hacerlo bien daba igual. Aunque el entusiasmo merecía algún premio. Y les sobraba entusiasmo.

Pasó de tal suerte Calamaro por la faz de este mundo y un silencio tembloroso quedó en el aire del vagón.

Me dormí a la segunda página de El realismo metódico de Gilson (en realidad, el prólogo de Leopoldo Palacios, que era lo que me interesaba...) Hasta casi media hora después en que volví a esta vida escalando notas otra vez.

Concentración de concertista, unos 30 años, remera colorada, tatuaje, pelo corto, bermudas negras, sandalias. Tenía un amplificador portátil y una guitarra criolla. Estaba punteando el tango Volver con absoluta eficacia. Llegábamos rápidamente a la última estación, Lacroze. Y pasó con disciplina de estudiante al tango Fuimos, con acordes cercanos a la sublimidad.

El amplificador empastaba en metal la luz que pulsaban los dedos. Era una fiesta verle la cara.

Me angustiaba pensar que no había tiempo para que "pasara la gorra", porque la gente ya estaba preparándose para bajar. Saqué mis monedas, como para pagar una factura vencida, pero él ni me miraba, ni me dejaba darles las monedas. Él estaba tocando la guitarra. Así que, nada.

Anunció la Bourrée de Bach. Y cumplió, nerviosamente ejecutada pero con solvencia. Y todavía, mientras el tren entraba al andén, se decidió por Blackbird de Los Beatles.

La gente bajó como en tropel, tal como suele. Y el concertista se perdió entre las filas humanas, apenas cosechando.

En la estación me esperaba Silvio Rodríguez, llenando todo el aire. Pensé en una casa de música. Pero era en vivo. Estaba en un rincón, peritamente elegido, casi a la salida, donde la acústica era perfecta. Vendía temas propios y sus cover, grabados en dos compactos. Gran calidad el ejecutante, buena voz. Me quedé fumando y oyendo un rato.

Al fin bajé la eterna escalera mecánica de Lacroze. Me había olvidado: al final del descenso, allí abajo, como un Aqueronte entrerriano o correntino, esperando a los viajantes de las honduras, está "el viejo".

Con un acordeón mínimo, Nico, así se llama, ejecuta desde hace años entrecortados e indescifrables aires litoraleños, sin la más mínima gracia, como no sea la figura misma del tipo con su sombrerito negro ala corta, en su banquito de ordeñe, con su media botella para las propinas sobre el acordeón, en raro equilibro. De música, nada salvo, como diría el poeta, los "aires asmáticos" del fuelle saliendo de allí adentro como al azar, o como escapando de las manos del verdugo...

En el subterráneo, temí por mi suerte. Dos jovencitas repasaban, bastones en mano, su acto de teatro callejero en los pasillos de los vagones, como viene pasando (ya me las vi con otros dos graciosos); un acto trunco que no sé por qué no alcanzaron a jugar.

Así, con apenas una hora de vida trashumante, entré a Babilonia.

El final del día no sería tan melodioso. Otra vez en las afueras, me esperaban amenazantes unos exámenes semióticos y una abrupta mesa de Teología. Me enteré entonces de cosas que suponía, pero que hubiera preferido seguir ignorando. Cómo se estudia en la facultad de Teología de la UCA, cómo se eligen los temas de tesis, qué temas eligen, qué autoridad le asignan los escrituristas oficiales argentinos a la metodología tipológica de los Padres de la iglesia, qué autores latinoamericanos están de moda en la teología...

Nico, el improbable músico litoraleño de Lacroze, sonaba infinitamente mejor que el reporte teológico.

miércoles, 22 de diciembre de 2004

Entonces, mientras se prepara el mate o huele el cafecito, uno se hace cargo del ternero humanado, y, antes de llegar a la ducha o a las tostadas, ya está listo para pasar a los pinos marcianos.

Por las dudas, antes de salir de casa, darse una vueltecita por las implicaciones capitalistas de la genética, que no deja de ser una perspectiva inusual, y le da un aire de los más serio y preocupado al toqueteo del software vital.

Guay con los desvíos, eso sí.

Si se tienta pensando en cosas exóticas como el Padre y el Hijo, serénese y no cambie de tema. Siempre está a punto de fundamentalismo (horresco referens) el que mire para arriba cuando está mirando para abajo.

Si quiere, ya con la mochila al hombro y mientras traquetea cansinamente hacia el pan nuestro de cada día, puede oír las trompetas asépticas, inocentes, los aplicados destellos desinteresados de la mirada técnica de un técnico que silabea la vida, como si un niño estuviera aprendiendo gozosamente a hablar para poder, en breve, escribir la novela que más le guste.

Después de todo, ¿no dice ya el primer capítulo del Génesis que los hombres debemos hacer eso o algo muy parecido?

martes, 21 de diciembre de 2004

Hay cosas que uno puede mirar con toda la perplejidad que quiera. Porque seguramente hay más buen humor en el mundo que el que es capaz de imaginar nuestra presunción.

Entonces, por favor, no se pierdan este artículo de la sección Ciencia y Tecnología del diario La Hora de Quito, en el Ecuador.

Sí, dije Ciencia y Tecnología.

Hasta con sus gazapillos y traspiés (algunos de bulto), es de una novedad absoluta, para mí al menos.

Sí, repito: Ciencia y Tecnología. Y presten atención a la parte final, que es casi el 75% de la nota.

No, son unos mal pensados. Ni por un momento dije nada en contra.

lunes, 20 de diciembre de 2004

Es difícil saber cómo se deciden ciertas publicaciones.

Si uno se guiara por lo que dicen las contratapas y solapas, parecería que no han leído lo que publican. O que se escamotean los motivos para publicarlo, escamoteando aquello de lo que tratan realmente. Tal vez el nombre del autor les basta. Si uno se pone conspirativo, tal vez se trata de un astuto ejercicio de penetración cultural. Quién sabe.

En la solapa de la edición Noguer de El Interrogatorio de Vladimir Volkoff dice:
El interrogatorio es, sin duda, una gran novela. La relación que Volkoff establece entre el interrogador y el interrogado alcanza en esta obra sus cotas más altas: a través de ella los personajes llegarán a conocer sus propios límites e incluso a sobrepasarlos. Las diversas situaciones que crea Volkoff en El interrogatorio adquieren un notable interés y hacen que la trama supere la estructura tradicional narrativa.
Que es lo mismo que no decir nada y aun peor no decir lo más importante. Sería como poner en la solapa del evangelio de San Lucas: "El relato de la relación entre un notable maestro y sus discípulos". O en el de San Juan: "La mirada retrospectiva y lírica de un anciano que recuerda su admiración juvenil por quien era su arquetipo".

Me parece que, en todo caso, a su modo y desde su perspectiva, Volkoff juzga a los antagonistas de la Segunda Guerra, y en ella a la entera historia del siglo XX.

Así como, a través del emblema de un caso particular, juzga a Europa, a Estados Unidos y su estilo de vida y su modo de ver el mundo, a Alemania, a Nüremberg, a Rusia, a la modernidad, al modo mismo de hacer la guerra, a la democracia, a los estilos culturales modernos y tradicionales, a los motivos para derrotar a los nazis, a los nazis, y hasta al catolicismo y al protestantismo, si nos ponemos precisos.

En una inversión de la mirada (al estilo de las páginas de C. S. Lewis en las Cartas de un diablo a su sobrino, sin la demoledora eficacia del irlandés), en una impostación, en un ejercicio bien difícil, Volkoff impersona al juez militar estadounidense que debe juzgar a un solo prisionero alemán acusado de una masacre en Rusia. Para obligar al lector a seguirle los pasos hasta zonas más misteriosas y complejas, Volkoff hace que el prisionero alemán y su esposa sean católicos no sólo de nombre.

El texto tiene como excusa relatar lo que el narrador en primera persona considera "su mejor caso", tras una vida de éxitos profesionales. El relato llega imprudentemente a manos de su adorada nieta.

La breve novela (150 páginas) termina así con una larga carta (20 páginas) del juez norteamericano que, ya viejo, debe justificarse frente a ella, escandalizada -según su visión de la vida y del mundo, de los atropellos y de la guerra- por el desempeño del interrogador, su abuelo.

No siempre estoy cómodo con las tesis de Volkoff respecto de la historia, pero es un autor que merece, por su inusual calidad y profundidad, mejores comentarios que recomendarnos su habilidad para los ejercicios técnicos o reducir el tema a la mera descripción psicológica de los efectos personales del interrogatorio en el interrogado y el interrogador.

domingo, 19 de diciembre de 2004

Macedonia


















Una vuelta por allí, vagando.

Esto está en una selección de fotos de Reuters.

Dicen allí que se trata de un hombre tomando brandy y cerveza artesanal en un lago helado en Macedonia, el 31 de enero de 2006.

Qué puedo decir.

Mejor para él.

Que el lago esté helado, que tenga un parasol, unas sillas, tabaco de fumar, unos pocos camaradas, una mesa (¡con mantel...!) y que tenga brandy y cerveza artesanal...

Qué puedo decir.

¡De cuántas cosas es prueba esta foto!
Estoy seguro de que algunos van a decir que tengo una mente, para muchas cosas, bastante infantil y mítica.

Y no lo niego en absoluto.

Así que, cuando me dicen que vamos a empezar a los cohetazos con los cometas del cielo, me parece casi un sacrilegio.

Pienso, por ejemplo, en los Magos de Oriente, miren lo que son las cosas, atesorando los signos de los cielos con reverencia de científicos y de "hombres de buena voluntad". Y mirando al Cielo para irse al Cielo.

Pero también pienso en el "gran físico" Weston y su discípulo y secuaz Harry Devine, los de Out of the Silent Planet, de C. S. Lewis, o en el director del N.I.C.E. de That Hideous Strenght.

Y me imagino también a las Inteligencias que gobiernan las Esferas mirando -entrecerrados los ojos- los artefactos que salen de por debajo de la esfera sublunar; cascaritas de nuez que, tripuladas o no, vienen de allá, del petulante Planeta Azul, del reino provisorio del Príncipe de ese Mundo. Me los imagino mirando a los Hijos de Maleldil asomar la cabeza al espacio estelar, a las esferas del Universo, y me los veo meneando la cabeza, mientras ven como los pequeños manosean las cosas, toda cosa.

Me imagino los Coros de Dionisio y los Círculos del Dante.

Y todo -más que profecías, signos y vaticinios- visto así me parece más bien libreto, guión, script. Por esa especie de insistencia y por esa especie de concienzuda "fidelidad" con la que jugamos nuestro papel.

sábado, 18 de diciembre de 2004

Tarea para el hogar.

Tome las Escrituras. Llámelas sagradas si le viene bien. O como le plazca. No lea demasiado, ni demasiado bien. Ni se le ocurra cruzar los originales con las exégesis. Ni siquiera se tome demasiado trabajo en saber qué son, de dónde vienen, quién es el autor y qué dicen exactamente: todo texto es abierto, absolutamente.

Como método libre, podría usar la estadística. Como si le dijera: cuente y recuente las veces que se mencionan determinadas palabras o realidades. Y vaya elaborando así historia y cultura, dogmas y mandatos, hasta quedar conforme con el resultado.

El Libro, total, es más o menos de plastilina.

Ya que lo tenemos a mano, puede tomar ejemplo de aquí, si le viene bien. Pero esto es sólo una sugerencia.

Si prefiere sostener la democracia, también puede. Si le chifla el Gulag, métale nomás. Déle pa'lante con la esclavitud, la sodomía o el machismo. Pruebe incluso con el vegetarianismo, la abolición de todo lo que sea a vapor o eléctrico ni qué decir de lo nuclear, el largo del pelo y la barba, la forma de ganar batallas decisivas con los brazos levantados, el modo de evitar puentes sobre el Mar Rojo, hacer canciones sobre Cristo al modo Ricardo Arjona.

Hay buena chance también para el egoísmo, la poligamia, la magia, la telekinesis, la antropofagia, tener hijos legítimos con la mucama sin casarse con ella y que la legítima esposa no diga ni pío, la destrucción de las leyes físicas, matemáticas y biológicas, los fundamentos para crear una compañía de transporte aéreo de tracción a sangre, cómo evitar la sonrisa toda la vida, la negación de los parientes, el homicidio, el incesto...

En fin, sea creativo.

Mire que las palabras las define el que gana. Y que gana el que las define. Por eso mismo, no se deje embaucar ni deje que le roben la iniciativa.

Mire que de lo que su mollera pueda pergeñar se beneficia el entero género humano. De tal modo, cuando tenga más o menos lista la modalidad que mejor le venga a usted y que estime más útil para el crecimiento espiritual de la humanidad, y sin la cual no hay salvación, avise.

Importante: no se sienta ni disminuido ni permita que lo discriminen. Cualquiera puede hacer este ejercicio (y este aporte substancial). No interesa si es banquero, cantante de baladas, vedette, obispo, plástico, jugador de fútbol, simple mortal, malandrín o estafador. Y otra cosa más. Si alguien le dice que está equivocado, desconfíe, porque, si de Dios se trata y si acaso Dios existe, al fin de cuentas si Dios es algo es todo en todas las cosas, así que...

viernes, 17 de diciembre de 2004

Es cosa de andarse con tiento, y más cuidado...

La quinta crece.

El maíz está pasando el metro noventa y el zapallo cubre ya metro y medio cuadrado.

Es verdad: de tomate sólo dos plantas, una escuálida y otra pujante. ¿Y qué? Si ya cosechamos unas lechugas criollas y dos o tres rabanitos. Aunque las acelgas hayan fallado, los porotos linderos del maíz son tan sólidos como un Hobbit de la Comarca.

Sí que suena a sinfonía. Y pensar que todo ello se vuelve en un momento apenas símbolo, además de cosa real, verde, fresca, turgente, como adorno del surco.

Símbolo de la enormidad seminal. Símbolo de la enormidad escondida en una pequeñez potente.

Un pensamiento de hombre vale más que todo el universo. Cosa que los griegos decían a media voz, los Salmos y los Libros Sapienciales celebran con entusiasmo humilde, Santo Tomás proclama como un trompetazo en una catedral y San Juan de la Cruz sentencia sin inmutarse.

También Descartes o Kant o Hegel o Russell y así, más o menos, todos los racionalismos e idealismos quieren servir a esa noción, más como grito de libertad y hasta de rebelión. Como redención del mundo, no redimir al mundo, sino redimirse de él. Como complacencia, como alquimia complacida.

Sin embargo, y con todo, mirando la quinta crecer me hago una idea 'carnal' de lo que significa esto.

De cómo cada 'logos' le pone a la existencia una nota nueva, diversa y en sinfonía.

Y de cómo, haciendo eso, de pronto el mundo cambia por completo. Y el viejo mundo, asentado a mis pies, se vuelve nuevo.

No puedo dejar de ver esa cosa dada, antigua, milenaria: el mundo. Nutriendo todo él la pequeña semilla hasta darle altura que parecría que va a ser infinita.

Pienso también en ese gesto de Máximo en "Gladiador": tomar un puñado de tierra, de polvo de la tierra y saborearlo con la mano, con los dedos. El hombre saboreando la antigüedad del mundo al que va a asociarse siquiera con la sangre, con su sangre derramada, un mundo hecho y antiguo sobre el que él va a poner una cosa nueva y no hecha, aunque esa cosa nueva sea una batalla, un lance, una estocada.

O maíz.

Una idea nueva, una nueva concepción, un pensamiento de hombre. Mayor que todo el universo junto. Es vertiginoso y reduce a tierra, aterra.

jueves, 16 de diciembre de 2004

No es solamente cuestión de simple matiz, de contar todos los pelos que hay en una cabeza.

Pero hay que reconocer que solemos ser peligrosamente binarios en nuestros dictámenes, con grave peligro para la realidad y deterioro para nuestra cabeza y nuestro corazón. Así se hace difícil hacerle justicia a la realidad de las cosas. Y ni qué decir de las personas.

Leo algunas notas sobre León Ferrari. Y dos notas de León Ferrari, todo en medio del clima de provocación y reacción que se dispara con su muestra en el Centro Recoleta, incluso en medio de otros varios episodios que no son la muestra.

Lo primero que me salta a la vista es algo que repetía un viejo y perspicaz amigo: uno suele dividir el mundo en izquierda y derecha. Pero las personas son habitualmente más que eso. Por ejemplo, están las personas torpes y las personas más inteligentes. Y más todavía: están las personas bien intencionadas y las perversas. Como están las ponderadas y las cínicas, ingenuas y las más perspicaces, las honestas y las mentirosas, como están las suspicaces y las menos conspirativas. Incluso están los más sanos psicológicamente y los más débiles o enfermos. No nos detengamos allí: las pasiones inciden en el modo de pensar, como en el modo de ser. Hay gente virtuosa y gente viciosa. Hay prudentes e imprudentes. Hay personas justas y otras resentidas. Hay cobardes y corajudos. Como hay audaces y fuertes. Hasta las características físicas y fisiológicas importan y no deben ser desdeñadas de ninguna manera.

Podría seguir, pero creo que ya está clara la idea de que un juicio que trate de hacerle justicia a las cosas, y mucho más específicamente a las personas, justicia a la que no hay por qué no acompañarla de amor, debe ver cómo se las arregla para que la realidad quede lo mejor representada posible.

Por lo pronto, un problema parece estar en poder combinar los pares (con sus matices) de modo tal que resulte la verdad más próxima posible a lo real.

Por ejemplo, puede ser que alguien sea de derecha y sea torpe para ilar dos ideas, y no sea conspirativo, y sea psicológicamente débil, y no sea resentido. Y así siguiendo.

Por supuesto que, en una arquitectura más fina, no hay que olvidar que las notas características de una persona suelen ser parte de una constelación, es decir, no se dan aisladas, se relacionan de algún modo unas con otras. Y hay que considerar también que esa constelación suele ser habitualmente más bien homogénea. Y que esa constelación se mueve con cierta lógica interna, se mueve al compás de una melodía, digamos así, con cierto orden causal interno más o menos visible que hace que algunas caracaterísticas dependan de otras.

De modo tal que se es de un modo por tal razón y esto resulta así por tal otra razón sumada a tal otra.

A ello hay que agregar la historia. No sólo lo que hemos hecho sino lo que ha pasado a nuestro alrededor, y lo que nos ha pasado, y las circunstancias en que todo esto ha ocurrido. Y aun eso debe ser considerado, pero teniendo en cuenta incluso que se recibe al modo del recipiente. De suerte tal que, dos personas frente a un mismo episodio, no reciben exactamente lo mismo, ni lo hacen del mismo modo. Ni hacen lo mismo con lo que reciben.

Todavía queda por decir que suele haber un tono dominante en nuestra personalidad. Suele haber una nota que gobierna a las otras o por lo menos se destaca respecto de las demás y las tiñe. Y que, todavía más importante, el libre albedrío tiene su parte fundamental en estos asuntos.

Estoy convencido de que, además, no es distinto el trámite para juzgar un estado de sociedad, las características de una sociedad, de una cultura, que lo que digo para el juicio que nos merezca una persona.

Al que en este punto ya hubiese llegado a la impaciencia, le digo, por un lado, que no es culpa mía que la realidad sea compleja y delicada y que, para tratar de estar a su altura, hay que obrar en consecuencia.

Pero, por otra parte, también hay que decir que no es lo mismo un juicio injusto que un juicio certero, por sintético que resulte. Podría creerse que todo juicio breve es injusto. Y no necesariamente esto tiene que ser así.

Si acaso por acuidad, por agudeza, por visión penetrante y ordenada de la realidad, y buena educación de su inteligencia y de su voluntad y cierta salud psiquica y afectiva, y estando en posesión de ciertas virtudes necesarias, alguno pudiera ver esa sinfonía de voces que cantan detrás de los actos y dichos de una persona, y pudiera ver al mismo tiempo cómo suena el resultado y qué aporta cada voz al conjunto de las voces que suenan en esa sinfonía de causas que son nuestros actos y nuestros dichos, rodeados de sus circunstancias, ese alguien, insisto, podrá ser todo lo breve que quisiere si es finalmente certero y si lo que juzga da en el blanco y él sabe por qué.

Admito que esto es difícil. Admito que es difícil encontrarse con este tipo de juicios. Y con este tipo de persona juzgando la realidad.

Pero hay que reconocer también que, en la medida en que nos alejamos de esta posibilidad, nos alejamos de la verdad. Y que lejos de la verdad la injusticia crece.

Ni por un mom,ento se ha ocurrido pensar que no nos formemos juicio de las cosas. Y menos aun que no debamos formarnos juicio de las cosas y de las personas.

Tal vez el paciente lector, a esta altura esté calculando si esto que digo es a favor o en contra de Ferrari, a favor o en contra de Bergoglio, o a favor o en contra de Caponetto, a favor o en contra de los que protestan por las protestas o de los que protestan por la muestra.

El caso es que aquí estoy diciendo lo que estoy diciendo.

Creo que cada cual haría bien en hacer su propio juicio de todo aquello.

Por ejemplo, allí tienen las dos notas de Ferrari en Página 12. No estaría mal, para empezar, tomarse el pequeño trabajo de ver si lo dicho por Ferrari coincide con la realidad (desde sus juicios genéricos, pasando por su formulación e interpretación de los dogmas y doctrinas cristianos, hasta sus citas de los textos y la interpretación de los mismos), para pasar después a completar la información en torno al propio plástico y de su obra. Y así con lo que se alcance a ver en todo ello.

Y otro tanto con el cardenal Bergoglio, y con la Iglesia argentina y con las voces que suenan desde la revista TXT hasta Cabildo. Y llegar así hasta donde cada cual pudiera llegar.

No es que no tenga yo mismo un juicio sobre la cuestión. Pero, sinceramente, no puedo dejar de ver, a la vez, lo que está pasando y el modo en que se juzga lo que está pasando. Y mi preocupación y lo que me parece más importante se inclina por esto segundo.

Incluso -y esto es más arriesgado- porque creo que no poder o no querer entender lo que pasa y la defectuosa o torcida formación de un juicio sobre qué pasa y por qué (con todas las consecuencias de ese fracaso o tergiversación), son en muy buena pedida una de las causas decisivas de lo que pasa.

miércoles, 15 de diciembre de 2004

Aquí ha habido, en los últimos tiempos, dos o tres tormentas de ésas que llaman 'de verano'.

Abruptas, terribles, copiosas, intimidantes y excitantes, ventosas, tronantes, luminosas, enceguecedoras.

Como las emociones y pasiones, pienso. Y me corrijo: como la propia vida misma.

Y vuelvo a corregirme: como la historia.

Parece que esta tormenta será la última, que no podría haber otra después; que no podría haber nada después: aquí habrá de finir el mundo. Y si todo terminará aquí, con esta tormenta, ¿a qué esperar?; ¿qué más habrá que esperar? ¿Por qué no hacer que todo termine con esta tormenta, sin esperar nada más?

¿Por qué no tomar una piedra y arrojarla contra el vidrio tormentoso que nos separa de lo que está del otro lado? ¿Por qué hay que soportar esta separación de lo que está del otro lado y esperar de este lado? La tormenta podría quebrar todos los vidrios y a nosotros mismos y todas las cosas. ¿Por qué incluso no ignorar las tormentas?

'Se viene el cielo abajo', decimos mirando el espectáculo tormentoso, 'se viene el mundo abajo'.

Y resulta que la tormenta pasa y nada se viene tan abajo. Que todo queda más o menos en su lugar; tal vez arruinado un poco, sí, goteante, tremante todavía, exhausto. Pero allí está todavía.

Como nosotros en medio de las pasiones, la vida, la historia.

Esa sucesión de desastre y renacimiento, esa sucesión con pretensiones de perpetua rueda es lo que nos deja el regusto cíclico en el alma. Y con lo cíclico la sensación de cierta omnipotencia; a la vez que, con lo cíclico, cierta desesperación. Volverá a morir el tiempo, el día, la vida, la historia y volverá a renacer. Y si la tormenta no terminó con el día, seguramente lo habrá fortalecido. Y la historia y la vida, se habrán hecho más fuertes, pensamos nietzscheanamente. O nada es tan destructible y perecedero, al fin de cuentas, que una tormenta pueda acabar con ello. ¿A qué preocuparse? ¿A qué esperar lo que haya del otro lado de la tormenta?

Mientras la pasión se abate sobre nosotros (más justo con cualquier pasión es decir que nos abatimos con ella, desde adentro), mientras el día se descalabra y se entenebrece o la noche relampaguea y se vuelve ruidosa, pensamos en el fin. Cuando la pasión y el miedo, el fragor y el vértigo arrecian, el plano parece inclinado, catastrófico, en desguace. Final.

Y entonces, aunque quedemos temblorosos y algo humillados, pasa el meteoro y salimos a la luz, amainan las nubes, se silencia la noche y vuelve a oscurecerse, se queda quieto el día y recupera algo de su luz. Y nos hacemos a la idea de que esta tormenta del tiempo no volverá. Por lo menos ésta no volverá, aunque haya otras. Pero otras pasarán como pasó ésta.

Con todo, mientras el agua cae, y el relámpago se distancia del trueno, y el agua se cansa finalmente de caer, mientras espero el fin de la tormenta de verano (sin ganas de empezar nada ni de terminar nada mientras todavía sopla el viento y llueve y truena), no puedo evitar pensar que alguna tormenta será la última, verdaderamente. Y que no sé cuál será ésa. Sólo que será.

Al fin y al cabo, a los que nos gustan las tormentas -y aun las muy fuertes y estrafalarias-, nos gustan sabiendo que habrán de pasar, incluso pensando en que habrá otra, que no será ésta, porque ésta habrá de terminar.

Bienaventurado sería esperando siempre algo detrás de la tormenta. Aun algo que viniera entre tormentas, pero que no fuera la tormenta, algo que no llegara sino después de la tormenta y que sí es el fin. Y que es bueno.

La esperanza está en eso. Es eso.

Y mirando esta tormenta me doy cuenta de que creo que el Bien, lo Bueno, está del otro lado de la tormenta, como podría estarlo del otro lado de cualquier otra cosa: del otro lado de la montaña, del otro lado del mar, del otro lado del tiempo de este mundo. Del otro lado.

Puedo incluso alegrarme, entretanto, mirando lo bueno que tenga una tormenta, una montaña, el mar, el tiempo, cualquier cosa de este lado. Disfrutarlo y gozarlo. A condición, creo, de saber que lo que espero, lo que quiero, está del otro lado de ellos, en realidad. Aun ellos mismos, pero del otro lado.

Porque cualquier cosa de este lado: el mar, la montaña, el tiempo de este mundo y las tormentas, son, además, el límite. Y que así como la tormenta, la montaña, el mar, el tiempo, pueden llevarme al otro lado, pasando a través de cualquiera de ellos, cuando ellos ya hayan pasado, también pueden impedirme pasar. Al otro lado. Al Otro Lado.

lunes, 13 de diciembre de 2004

Conocí en estos días una historia. Un sucedido, de esos que parecería que entran a la anécdota ya con algo de leyenda incorporada. Y que pueden volverse un cuento incluso antes de llegar a ser crónica. Con madera de mito, diría. Como si hubieran nacido más para emblema que para hecho real.

Cuando eso pasa, cuando las cosas nacen así de literarias, plantadas en plena vida -y aun con la fuerza de lo realmente vital-, es cuando frecuentemente va alguien y le dice a uno que es una buena historia para escribir un cuento, una novela, un libro.

En primer lugar, hay algo de natural en esa pretensión de ver retratado lo real. Pero no sé por qué haya quienes prefieran la foto del bosque al bosque o que piensen en una foto cuando ven un bosque. Por qué lloran en las películas y no lloran cuando alguien les cuenta una vida real.

Claro que, ya puestos a trasladar la vida al papel, tampoco sé por qué a casi nadie se le ocurre un poema. Algo en verso, algo lírico. Con la terrible potencia de sugestión que puede dar la poesía, con la sugerencia dramática con la que es capaz de acercarnos a las cosas tal y como han sido o son, con el halo hasta inquietante con que puede recubrir y develar un hecho, algo que, creo, solamente la poesía lírica sabe velar y exhibir a la vez.

Por supuesto, no lo digo necesariamente de estos versos, en particular, sino de la lírica en substancia.

I


El verano pasa
y el otoño llega.
La sierra florece
y el campo verdea.

Y todas las tardes
sale a caminar.

Anochece claro,
las sombras se agrisan,
la torcaz arrulla
y los teros gritan.

Y sola se pierde,
feliz de llorar.

Un zorzal se queja
y un sauce que gime
tristezas de arroyo,
de silencio y sal.

Camina y el surco
la lleva hasta el mar


II

Mira que las nubes
dibujan tus señas,
tintos de ciruelo
tus ojos sin par.

Mira que mis manos
desgranan espigas
que llenan el aire
de sol y de pan.

Mira que no oigo
tus pasos de dueño,
tu voz de tormenta,
la lluvia al cantar...

Dime, mientras ando,
háblame enseguida,
porque voy perdida
por playas sin mar:

Amor de mi vida,
¿me puedo casar?


III


Detrás de la sierra
ya llega el invierno,
y las sombras crecen
y tirita el fresno.

Las sendas sin huellas
resecas están.

Un velo de novia
como bruma tibia
le cubre el silencio,
también la sonrisa.

Y va por la nave
camino al altar.

Un badajo canta,
una voz que vibra,
lágrimas sin duelo
la novia suspira.

Las manos apenas
si pueden rezar.


IV

Mira que mis labios
tiemblan como arroyos
bajo el sauce suave
de tus ojos bellos.

Mira que mi talle
como caña leve
cimbra con la brisa
de tus ojos bellos.

Mira que azahares
perfuman la noche
y son como el aire
de tus ojos bellos

Dime si mis labios,
dime si mi talle,
dime si mis noches
te puedo robar:

Amor de mi vida
¿me puedo casar?



V

Ya pasa el invierno,
ya el campo verdea,
la sierra florece
y ya ruge el mar.

Silencio en el alba
que camina sola
por las huellas secas
bajo un cielo en paz.

Silencio de arena
del mar ronco y grave,
borgoña en silencio
la tarde se va.

Silencio en las noches
bajo las estrellas
con pan en silencio
y silencio en paz.

sábado, 11 de diciembre de 2004

Y en algún momento se callaron, al fin, las voces que discutían a los gritos sin parar, en el tren. Y, como se callaron, algo pude pensar. Siquiera apenas para enhebrar preguntas y más preguntas.

Creo que hay que decirlo del modo más breve posible: ¿es verdad que vivimos en una civilización cristiana?

¿Qué parte de la civilización en la que vivimos es cristiana?

¿La cultura, los libros con los que estudian mis hijos en un colegio de monjas, la ONU, el arte, las leyes de los parlamentos, la enseñanza oficial, la política, la música, los discursos políticos, el Parque de la Costa, las películas de cine, los videojuegos, los juegos de preguntas y respuestas en la televisióin, la poesía, el sistema operativo de Windows, la homilía de mi párroco, el premio Nobel, el Dalai Lama, la playa de Punta Mogotes?

¿León Giecco, el ministerio de Economía, las Flores de Bach, los editoriales de los diarios, Berlusconi, Homero Simpson, Stephen Hawking, la central de trabajadores, los nombres de las calles, Dick Cheney, las revistas de actualidad, el ministerio de Educación, la revista Newsweek, Mirtha Legrand, Beckham, las campanas de las iglesias sonando al unísono el Angelus a las 12, The Times, la banca Morgan, los miles de millones de niños que rezan antes de acostarse, la Pepsi, los piqueteros, el diario Infobae, Madonna, la fábrica Renault, la ingeniería genética, Daniel Scioli, la publicidad, Oliver Stone, los deportes grupales o individuales, la Oreja de Van Gogh, el diario Clarín, Ronaldinho, la Sociedad Rural, las Spice Girls, el cura Farinello, Lady Di, el centro de esquí de Las Leñas, Sean Lennon, Microsoft, las murgas de carnaval, la torre del BankBoston en Retiro, ESPN, el congreso de la lengua española, la ley de divorcio, los planes del Promin en la provincia de Buenos Aires, Tinelli, la cadena Antena 3, los recitales de Charly García, las declaraciones del Tolo Gallego, Almodóvar, la Suprema Corte, la Scala de Milán?

(No, no pienso hacer la lista completa...)

¿Cuáles de todas las cosas que nos rodean cada día, que se levantan con nosotros y se acuestan con nosotros a la noche?

¿Qué parte de las Iglesias y credos y cultos y sectas son la parte cristiana de nuestra civilización?

¿Qué parte de la Iglesia católica es la parte cristiana de nuestra civilización?

¿Tenemos una civilización?

Perdón. Vuelvo a preguntar: ¿que parte de la civilización en la que vivimos es cristiana? O pregunto al revés: ¿en qué, en dónde, está la inspiración cristiana de la civilización cristiana que vivimos y en la que vivimos?

Lo voy a preguntar de otro modo: ¿cuál es la parte de nuestra de nuestra civilización de todos los días, durante años de nuestra vida, que se siente ofendida en su cristianismo por una manifestación anticristiana?

Lo voy a preguntar de otro modo: ¿hay alguna, hay algunas, de las cosas que nos rodean todos los días, cosas que los cristianos o no cristianos pensamos y hacemos todos los días siguiendo la corriente de nuestra civilización, cosas civiles o eclesiásticas, profanas o del ámbito sagrado -cosas que incluso pensamos, profesamos y hacemos siguiendo los dictados de lo que decimos cristiano en nuestra civilización-, que ofenda al cristianismo, que hiera al cristianismo, que contradiga o niegue al cristianismo?

Una ofensa, una negación, una contradicción es una ofensa, una negación, una contradicción. Siempre. No se disuelve una de ellas porque esté rodeada de muchas de ellas. Por más que haya millones alrededor, cada ofensa es una ofensa, cada contradicicón es una contradicción, cada negación es una negación.

¿Alguien me podría ayudar, siquiera podría acompañarme, a hacer la lista lo más completa posible -también jerárquicamente completa, además- de ofensores y ofendidos, a hacer una lista de ofensas? ¿A hacer el boceto, el identikit de nuestra civilización y ver cuánto tiene de cristiana y de ofendida por las ofensas anticristianas?

¿Es lo mismo una ofensa al cristianismo, a Cristo, su Madre, su Iglesia, que una ofensa a nuestra civilización cristiana? ¿Ofende a Cristo, a su Madre, a su Iglesia, al cristianismo de nuestra civilización?

La mitad me va a acusar de minimalista, la otra mitad de maximalista y la otra mitad de cosas peores. Me van a decir que al final de una lista más o menos completa no queda nada, o casi nada, en pie. Mala suerte. Pero igual prefiero hacer la lista. Por lo menos para saber de qué estoy hablando cuando hablo de la fe ofendida de la mayoría del pueblo argentino.

Quiero saber más temprano que tarde si no es un argumento de conveniencia el sedicente cristianismo de la sociedad -de conveniencia para los amigos de los palos o para los amigos de las velas-; quiero saber qué quedaría de nuestras carnes si hiciéramos un ayuno por cada ofensa de nuestra civilización al cristianismo.

No vaya a ser cosa que, al final, hablar del cristianismo ofendido de la mayoría del pueblo argentino resulte una ofensa al cristianismo.

No será la primera vez que los Sumos Sacerdotes se rasguen las vestiduras por las blasfemias, y se cubran las cabezas con cenizas de penitencia, mientras piden la ejecución de Cristo.

No será la primera vez que los liberadores de Israel, prefieran vivir ellos y que muera el Libertador.

Y no será la primera vez que el pueblo siga a los sacerdotes de Israel, o celebre la guerra civil contra Roma, aunque no entre al Pretorio porque quiere celebrar la Pascua sin contaminarse.

Veré qué resulta.

Pero sé que todavía me falta hablar del sexo y todos sus arrabales. Tal vez con otro viaje en tren....

jueves, 9 de diciembre de 2004

No importa dónde esté. No importa en qué esté. En qué ocupación, en qué estado de alma, de cosas.

Donde sea, cuando sea, como sea, vuelvo cada vez la mirada al Tepeyac, a la tilma llena de rosas de Juan Diego, a la Señora de Guadalupe.

Y el corazón llora de emoción silenciosamente como los ojos lloraron la primera vez que la vi, como la primera vez que me quedé mirando México entero desde la capillita de Juan Diego, allá en lo alto del Tepeyac.

No sé si es muy duro mi corazón, pero tendría que haberlo sido para no enamorarme de aquella Señora, si no me hubiera arrodillado ante el indiecito (no era santo entonces), si no admirara inmensamente la fe de ese pueblo.

Hoy es la fiesta de San Juan Diego. Enamorado, Dios hace cosas que solamente hacen los enamorados.


Que no se me enoje ni se me ofenda, con los elogios y requiebros, mi mexicana Señora de Zapopan, Virgen morena, tan bonita, tan socorrida y milagrosa.
Milenarismos, reinos de mil años, vidas de mil años, años como días. Flor de lío tenemos los hombres con las cuentas de más de dos ceros.

Hasta que no se llega al mil, parecería que no se está en la ansiada dimensión indeterminada. Y ¡qué escozor de plenitud parece que se tiene en la indeterminación disponible! Que venga de donde viniere: ciencia, política, cultura.

Milenarizarse, en este sentido, es divinizarse. Vaya uno a saber por qué. Pero si nos dicen 999, todavía nos hace la impresión de que estuviéramos del lado humano de la existencia.

Ahora bien, cuando llegamos a 1.000...¡ah, el 1.000!

Y como no hay mentiras absolutas, como no podemos crear de la nada, seguramente algo hay en ese mil que encierra la cifra de algo. Alguna cifra tiene esa cifra. Y no es solamente hipérbole fantástica o literatura oriental, o matemática febril y alucinada. Pero qué tenga, ya es otro costal y otra harina, sin duda. ocupados como estamos en alcanzarla, ni siquiera sabemos qué significa en realidad, más que la figura de la plenitud y la reyecía. Si acaso quisiéramos más entender, que saltar las vallas del 999...

Alcanzar el mil es vencer a la muerte.

Redenciones tiene la ciencia, hermanos, para alcanzar el engranaje íntimo del tiempo y las raíces de la existencia. Y fascina a los espíritus inquietos la manipulación del tiempo imaginando -con imaginación algo burguesa, digamos la verdad- una tierra que no sólo mane leche, miel, sino donde no existan las clepsidras. Porque librarnos del tiempo es librarnos de la corrupción y de la muerte. Y de algo mayor que todo eso, seguramente.

En lo que me atañe, yo no tengo sesenta años ahora, de modo que tal vez me escabulla de estas bendiciones de los mesías de guardapolvo blanco.

Y con suerte y buena estrella, tal vez reciba cuando sea oportuno aquello que Tolkien llamaba "el don de Ilúvatar a los hombres".

Me gusta el final de Rodrigo, lo que de él dice Jorge Manrique:
Assí con tal entender,
todos sentidos umanos
conservados,
çercado de su muger,
de sus fijos y hermanos
y criados,
dió el alma a quien gela dió,
el cual la ponga en el çielo
en su gloria,
y aunque la vida murió
nos dexo harto consuelo
su memoria.


El Árbol de la Vida también estaba plantado en el Paraíso. Y Dios sabía que, como el de la Ciencia del Bien y del Mal, nos era apetecible. Y cuánto más querríamos uno después de haber pasado por el otro.

Comimos del fruto del segundo y vino la muerte. Con nostalgia parece que hace ya tiempo vamos por el primero.

Y pensar que, antes de expulsarnos del Paraíso, Dios advirtió esto mismo, por lo que esa advertencia estuvo también en la causa del destierro.

Nostalgias milenarias, proyectos de indeterminación. Pasión desordenada por las figuras, desdeñando las realidades detrás de las figuras.

Somos tan previsibles...

miércoles, 8 de diciembre de 2004

Era costumbre en la revista de Castellani publicar epigramas, además de poemas, obras de teatro y relatos. Así, en el último número de Jauja había un simpático anagrama latino.

El recuadro en el que está, trae una aclaración al final que explica que no es epigrama sino anagrama o hierograma, y dice, a su vez, traduciéndolo:
En el tiempo en que se disputaba en la "Schola" la Inmaculada Concepción, un escolar halló que las letras de la Salutación Angélica daban el dogma de la Purísima:

"Ave María, llena eres de gracia, el Señor es contigo"

"Madre de Dios fui, por tanto Inmaculada"
Entonces, el anagrama de:
Ave Maria gratia plena Dominus tecum
(así comienza el Ave Maria en latín, además) resulta:
Deipara inventa sum ergo Inmaculata

Un anagrama es la transformación de una palabra o frase en otra, trasponiendo sus letras.
Celebro el ingenio del escolar erudito que halló la correspondencia, de la que no creo que yo fuera capaz ni que me dieran todo el tiempo del mundo.
Con todo, una sola observación haría al pretérito perfecto (inventa sum) del hallazgo. Ese fui no me gusta, qué puedo hacer, lo prefiero en presente, aunque entiendo que es exigencia del régimen 'anagramático'.
Pero, de hecho, en el Ave Maria no hay otro tiempo sino presente y futuro.

Nota: Ya me pasó alguna otra vez aquí. La cabeza está mirando una cosa y el ojo otra. Por eso corregí recién (madrugada del 9) un error de tipeo doble, pues dos veces escribí sunt y era sum (así está en el original). Con peninsular acuidad, Luis observó el error que habría invalidado el anagrama. Así las cosas, no hay defecto de letras en el original de la revista. Ahora bien, el cambio de tercera plural a primera singular no invalida mi observación, pues seguimos en el pretérito perfecto, que probablemente era lo que estaba mirando la cabeza.

martes, 7 de diciembre de 2004

Además de todo lo demás, había un poemita de Luis Cané en el librito que me regalaron ayer.

Está repleto de cosas ese poemita, hasta dolinesco es si se quiere. Aunque hay descripciones así desde Pérez Galdós y Unamuno, hasta los tangos del '30 o del '40, creo de todos modos que es casi exclusivo para argentinos (y, casi casi, no porteños abstenerse.)

Claro que hay que tener un poco de imaginación, buena memoria o algunos años para entenderlo, además. Y no sólo porque evoca tiempos viejos.

Elogio un poco cursi de las novias del barrio de Flores

El que tenga el corazón
gastado en falsos amores
búsquese una novia en Flores
y hallará su salvación.

Es fama que son sencillas
y alcanzan todas buen fin,
aunque abusan del carmín
que se dan en las mejillas.

Con modo pueril y tierno
piden promesas formales,
y como ellas son leales
ofrecen amor eterno.

Mejor que bajo cerrojos
con su mirada tendida
nos guardan toda la vida
en la cárcel de sus ojos.

Cuando empiezan a soñar
-ya en la edad de los juguetes-,
las atraen los cadetes
del Colegio Militar.

Después tienen la ilusión
de principescos amados,
mas se casan con empleados
del Banco de la Nación.

Son hermanitas menores
de las estrellas del cielo;
nada al dolor da consuelo
de sus ojos soñadores.

Cada una en su corazón
guarda memoria secreta
de algún martes de retreta
en la Plaza Pueyrredón.

En sus almas puras arde,
cual un cirio en un altar,
el recuerdo familiar
de "La rosas de la tarde".

Para embellecer la vida
de las calles ciudadanas,
vienen todas las semanas
a lucirse por Florida.

Cuando piden la merced
de apurar su matrimonio
colocan a San Antonio
vuelto contra la pared.

Más que con recias razones
de intransigente porfía,
con versos de antología
se ablandan sus corazones.

No tienen la pretensión
de las chicas de Belgrano:
son profesoras de piano
o de corte y confección.

lunes, 6 de diciembre de 2004

Resulta que entre miríadas de voces de vendedores, hay un vendedor de tijeras en el tren, amigo de mi amigo el vendedor de libros.

Yo quería viajar silencioso, con tres o cuatro ideas para armar rondando en el magín, o mirar por la ventanilla, o dormitar, o apenas un poquito de un comentario de la Divina Comedia.

Pero me encontré con mi amigo (que me regaló un librito de los que venía vendiendo, como hace siempre), y él se encontró con el vendedor de tijeras. La voz ronca, los ojos por momentos perdidos, bastante nervio.

Como venía con mucho atraso, la 'formación' circuló 'rápido' (así, con esa concordancia suena la frase por los parlantes de estación), de modo que la conversación que se armó -y para lo cual ambos dejaron de vender-, si en algún momento devino densa, pudo haber sido más larga y no lo fue. Yo ni abrí la boca en todo ese tiempo.

Nuestro buen tijeretero me expuso, con elocuencia mercantil callejera, el menú completo. Tengan en cuenta que a la sazón nuestro muchacho frisa los 35 y terminó sólo la primaria.

Para mi asombro, pronunciaba con soltura (y regular solvencia) Marx, José Ingenieros (¡!), el Che, Oppenheimer, Grondona, aparato sindical, capitalismo morboso, crueldad consumista, peligrosa decadencia del libro, ocaso de la lectura, la trampa digital, analfabetismo tecnológico, postración cultural, traición neoliberal, filosofía punk; infame, racista y esclavista código de Vélez Sarsfield, la grandeza del Martín Fierro, y muchos otros tópicos de la crítica sociológica y cultural, alimentados a lecturas voraces y desordenadas. Y más y más.

En rigor, todo lo que puede decirse de estos asuntos en no más de 20 minutos de soliloquio entusiasta, asocialistizado y mediático-alfabetizado, por qué no.

Lee diarios, libros y revistas, "no consume mucho canal 9" (dixit), no es "apocalíptico" -"porque tengo hijos, me gusta la vida, me gusta vivir"-, pero se da cuenta de que las cosas están mal, porque, sostiene, "hay mucha esclavitud todavía", y eso es porque "las cosas siguen igual que en 1813, si no peor". Y cree que todos son cómplices, de un modo u otro.

Se tiene por rebelde, por eso se tatuó los brazos. Prefiere vender en los colectivos que en el tren, porque "es mejor la moneda". No cree en nadie y en nada. Total que repasó en mis barbas atosigadas casi doscientos años de historia argentina (mi amigo el vendedor de libros no sabía cómo pararlo...) Y a pesar del sesgo ideológico, no todos eran disparates. Era un desconocido para mí. No sabía nada de él. Ni dónde se educó, quién le enseñó, dónde vive. Era nadie. Era cualquiera. Lo que Kierkegaard podría llamar "mi hermano, un hombre".

Como todo concluye al fin, y nada puede escapar, tuvo su final el tijeretero al llegar a Palermo, adonde -más por comodidad para seguir vendiendo que por necesidad- se bajaron ambos. Sin coda, sin remate, así nomás.

Yo seguí hasta el final. Tratando de acomodar los papeles que el tijeretero había desordenado en torbellino.

Así las cosas, en los últimos cinco minutos de trayecto vertiginoso, y vaya uno a saber por cuáles veredas que me obligó a recorrer el tijeretero, me hallé preguntándome por qué razón Mons. Bergoglio había emitido una llamada pastoral a la penitencia y a la oración por la muestra de la Recoleta (y no es que no sepa qué materia hay en esta materia.).

Me preguntaba por qué una "específica" llamada escrita a la penitencia y a la oración por "esta" ofensa específica. Qué tiene ésta cuestión que amerite una cruzada anunciada -de lo que sea: palos o velas-, que no tengan otras cosas que hay, que pasan, que son. Y no de ahora. Insisto: si se trata de una blasfemia y de un agravio, sé lo que significan las palabras blasfemia y agravio. ¿O será como dice el ojo de lince del mangrullo religioso de La Nación, que en ésta van también las otras?

A veces hay que ser cuidadoso al despertar las voces que tiene algo que decir...

"Mejor alguna vez que nunca", me decía una voz grave y severa; "pura política, como siempre", me decía otra voz arenosa y cínica. "Siempre hay que orar...", "sí, pero vigilar también...", "paz y bien", "defendamos la fe", "es el corazón, no la sociedad", "sí, pero también la sociedad..."

Y así decenas de voces melífluas o cabreadas, exaltadas o pías, franciscanas o cátaras, militares y militantes, pacifistas y pacíficas; inquisidores y anarquistas; voces agnósticas incluso, apologéticas y mordaces. Hablaban todas juntas, tratando de proponer, disponer, imponer, trasponer y componer. Cada cual quería hacer algo con sus puntos de vista, sus decálogos, sus mandamientos comentados y anotados. Veía yo caerse los tomos de esta mitad de la biblioteca y como en una danza sincrónica, caían desde los estantes enfrentados iguales cantidades de papel.

Pero yo quería ver por qué esta vez, por qué con esta muestra en la Recoleta.

Al fin, y mientras la batahola se hacía infinita, trataba de ver la cuestión, perdida la mirada en los bosques pasando raudos a mi derecha y los rieles calcinados de diciembre abajo a mi izquierda.

Más gritos y aullidos, más monocordias, concordias, discordias y polifonías. Hasta que, para ver si me dejaban pensar un poco, dije: "Pero ¿me quieren decir qué es esta gritería, qué es esa histeria, qué les pasa, señores, qué les pasa...? ¿Por qué cada cual no hace lo que mejor le inspire y se dejan de hacer proselitismo de vendedores ambulantes? No entiendo. ¿Qué están diciendo? ¿Que si Juana de Arco está bien canonizada, Teresita de Lisieux está mal canonizada? ¿O están diciendo que si se canoniza a Maximiliano Kolbe, no hay que canonizar al rey Luis?"

Peor. Mejor me hubiera callado la boca: más voces y más gritos.

"Basta, señores, se terminó; basta de gritos: silencio, caballeros -no me quedó más remedio: tuve que levantar la voz. No me dejan pensar".

Y se callaron, sí. Pero, ya estaba en Retiro y de nuevo caminando entre las gentes volvieron los vendedores ambulantes: chipá, anteojos, diarios, facturas, relojes, flores, pilas, loterías. Ideas. Posiciones.

sábado, 4 de diciembre de 2004

Mas anque alí dorme
vive en min desperto.

Rosalía de Castro

En mis manos levanto una tormenta...
Miguel Hernández



Por doradas acequias de silencio,
tintas de voces brunas acalladas,
corre el amor serrano, agudo, lento,
fecundando las briznas y las gramas.

Sutil y transparente, amor acuoso,
fino, rielante, acibarado, vivo,
como lluvia de roble, piel de un olmo
tiritando de auroras y rocío.

Canta y susurra, viento desalado,
no gime ni desanda las veredas.
Arrecia como un déspota en las manos,
tirano que deshoja lo que acecha.

Me dijo que tremante ascienda un día,
huérfano, ausente de los manantiales,
que busque las fontanas escondidas
del olvido de sí de los andantes.

Y en hordas verdeantes, bajo lunas
bordadas de jazmines como sombras,
acato sus dictados, siembro puras
y celestes palabras en las horas.

viernes, 3 de diciembre de 2004

Mientras estamos en este valle, va con nosotros la perplejidad del alma que desea y ama creaturas, cosas, personas: se deleita en ellas y a la vez de ellas no le vienen al final sino insatisfacción, desengaño.

Allí están las cosas, allí lo que amamos y nos deleita en este mundo, allí la belleza de lo que nos deleita en este mundo. Pero, fue el alma a las cosas y las cosas no le respondieron aquello que el alma les reclamaba ni le dieron satisfacción y aun le quitaron al alma la paz y el sosiego.

Amamos creaturas porque somos creaturas. Pero somos creaturas también porque amamos creaturas.

Cuando miramos algo que nos agrada, que nos place, que nos imanta y nos lleva, de algún modo nos hacemos aquello que miramos. Eso es conocer y eso es amar. Hacerse otro en cuanto otro. Así es como nos hacemos aquello que conocemos y amamos. Ser el otro, ser lo otro. Salir de sí. Éxtasis. Y eso sin dejar de ser quienes somos.

Pero eso no es todo lo que nos pasa. El desengaño sobreviene porque llegados a ellas, llegadas las cosas a nosotros, queda el alma insatisfecha. Con todo ese desengaño es, paradojalmente, una respuesta afirmativa de las cosas. Cuando nos niegan toda expectativa o el placer y el sabor que les pedimos, cuando no basta con poseerlas y que ellas nos posean para alcanzar lo que nos sacie, ellas están afirmando con una negación: no somos nosotras.

De estas cosas habla Leopodo Marechal en su Descenso y Ascenso del Alma por la Belleza. Allí se propone comentar un espléndido texto de San Isidoro de Sevilla:
Por la belleza de las cosas creadas nos da Dios a entender su belleza increada que no puede circunscribirse, para que vuelva el hombre a Dios por los mismos vestigios que lo apartaron de Él; en modo tal que, al que por amar la belleza de la criatura se hubiese privado de la forma del Creador, le sirva la misma belleza terrenal para elevarse otra vez a la hermosura divina.
Parafraseando a San Agustín, en parte, Marechal lo dice así:
Oigo que se me llama, y pienso que todo llamado viene de un llamador. Me digo entonces que por la naturaleza del llamado es dable conocer la naturaleza del que llama.
Si la que yo escucho es una vocación o llamado de amor, Amado es el nombre del que me llama; si es de amor infinito, Infinito es el nombre del Amado.
Si mi vocación amorosa tiende a la posesión del Bien único, infinito y eterno, Bondad es el nombre del que me llama.
Si el bien es alabado como hermoso, Hermosura es el nombre del que me llama.
Si la Hermosura es el esplendor de lo verdadero, Verdad es el nombre del que me llama.
Si esa verdad es el principio de todo lo creado, Principio es el nombre del que me llama.
Si reconozco ahora mi destino "final" en la posesión perpetua del Bien así alabado y así conocido, Fin es el nombre del que me llama.
Y como todos esos nombres asignados a mi llamador sólo convienen a la divinidad, Dios es el nombre del que me llama".
Y más adelante:
...las cosas nos llaman con la voz de su hermosura, y ese llamado trae la intención de un bien...
Y también:
Y las criaturas dicen al que sabe oírlas:
- Somos el llamado, pero no somos el que llama...
- Somos bellas, pero no somos la Hermosura que nos creó Hermosas...
- Somos verdaderas, pero no somos la Verdad que nos creó veraces...
- Somos buenas, pero no somos el Bien que así nos creó...
Ahora bien, asumimos la forma de aquello que amamos, como nos hacemos aquello que conocemos. Recuerda Marechal a San Agustín que dice: "Si amas tierra, tierra eres; si cielo, cielo eres; si a Dios; Dios eres".

Y agrega Marechal:
...la criatura le ofrece un bien relativo, y el alma reposa en él sólo un instante; porque no hay proporción entre su sed y el agua que le brinda, y porque bien conoce la sed cuándo el agua no alcanza. Y lo que no le da un amor lo busca en otro; y el alma está como dividida en la multiplicidad de sus amores, con lo cual malogra su vocación de la Unidad; y corre de un amor a otro, y se desasosiega tras ellos, con lo cual malogra su vocación de la paz o el reposo.
Parece que hasta que no amemos de cierto modo, las cosas no nos darán ni el placer ni la felicidad ni los misterios que encierran. Nada nos dará la plenitud, el placer, la felicidad y los misterios que cualquier ser sea capaz de dar, si no lo conocemos con una clase conocimiento y si no lo amamos con una clase de amor.

Amamos creaturas porque somos creaturas. Es decir amamos y conocemos primero aquello que está en nuestro rango, en nuestro escalón. Vemos primero a los seres creados porque somos nosotros mismos seres de ese tipo.

Pero también somos creaturas porque amamos creaturas. Es decir que amamos creaturas sin pensar en que son creaturas, sin ver en ellas su creaturidad, creaturidad que es a la vez la llamada misma del Llamador.

Somos aquello que amamos. Pero también hacemos a lo que amamos tal como somos. Tal como es nuestro amor, así nos hace. Y tal como es nuestro amor, así hace aquello que amamos.

Es un movimiento recíproco y reflejo. Si vamos a las cosas creadas como a realidades huérfanas e incausadas, nos hacemos huérfanos e incausados. Si vamos a ellas como huérfanos e incausados, hacemos de ellas realidades huérfanas e incausadas.

La decepción ante las creaturas viene no sólo de su natural limitación y de la nuestra propia para darnos infinita agua para una sed infinita, sino también, y quizás más inmeditamente, de verlas y pretender su jugo y su sabor sin considerar que, en tanto han sido creadas, tienen su Unidad en un Principio y su Multiplicidad en un Orden, Orden que nos remite otra vez a su Principio.

Allí entonces el descenso y el posterior ascenso del alma por la belleza de todas las cosas. Parece que esto es lo que dice San Isidoro que Dios quiso.

Las creaturas ciertamente son ocasión de placer y gozo para nosotros. Pero guardan un arcano que es la fuente del verdadero placer y el verdadero gozo que pueden darnos.

No solamente podemos equivocarnos pidiéndoles a ellas lo que no pueden darnos porque son la llamada y no el Llamador. Podemos equivocarnos también no entendiendo cuándo y en qué condiciones ellas pueden dar lo que tienen para darnos, por no atender en ellas la llamada del Llamador.

Algo especial tiene la belleza de las cosas respecto de nuestro conocimiento de Dios y de nuestro amor a Dios. En el amor a las cosas y a la belleza de las cosas y al conocimiento de las cosas, está a la vez buena parte de nuestro peligro y perdición, así como de nuestra riesgosa salvación.

Es ciertamente una ascesis tremenda. Así de tremenda y misteriosa se nos aparece la ascesis de ese gozo sin gozo, ese paladeo sin sabor, esa fruición sin placer, yendo detrás de aquello que el alma verdaderamente busca con más deseo que ningún otro deseo.

Una ascesis tremenda de nuestro deseo y de nuestro apetito frente a las cosas y a la belleza de las cosas. Y esto, hasta que descubrimos en ellas y en su belleza la llamada del Llamador. Y con la llamada, el amor al Llamador, porque hemos descubierto en la belleza de las cosas algo del Amor del Llamador.

Y recién allí el gozo por la belleza de las cosas.

Pero hay que llegar hasta allí, hasta ese Conocimiento y ese Amor.

Creo, que dicho de la belleza de las creaturas y para todo lo que hay aquí abajo, aunque Marechal no lo dice, así podría entenderse también aquello de que primero es el Reino de Dios y su Justicia y lo demás se nos dará por añadidura. Eso que buscamos en las cosas, eso que primero se nos aparece en ellas y que tanto nos atrae, que tanto nos deleita y enamora, y que la Escritura llama lo demás, eso también es la añadidura.

Una añadidura que creo que está dicha también en aquella otra advertencia respecto de que ni ojo vio ni oído oyó lo que Dios tiene preparado para aquellos que lo aman.

Pero es claro que la condición es el Amor, esa clase de Amor que no es nuestro, y que sin embargo es para nosotros.

No sólo ascesis tremenda, sino Misterio tremendo y tremendo Amor es esto.

jueves, 2 de diciembre de 2004

Tengo una suerte increíble, no vayan a creer. ¿Quién se puede dar el lujo de zambullirse -más de 30º de térmica- a las 5 de la tarde en el hirviente carricoche flojo de amortiguadores y salir cansinamente -corbata al cuello- a tomar examen, como comparsa, en una mesa de cosas semióticas para una carrera de Comercialización, en una sede universitaria de pueblito conurbano?

¿Saben ustedes que en buena parte de nuestra América se llama Mercadotecnia (marketing) a esa abominable técnica de la Comercialización? ¿Y que hay pedazos de barbilampiños y acelularados/as que se arrodillan a sus pies como si se tratara de una vera carrera universitaria? No, ¡qué van a saber! Si ustedes ni pecado original deben tener...

Que Dios te ayude, muchacho, y allí voy. Que sean menos de tres, por favor. Y ahí viene la buena suerte: eran apenas dos. Una cifra angustiosamente digerible.

Ah, pero falta que desfilen De Saussure, Horkheimer, Adorno, Kafka, Habermas, Walter Benjamin, la entera Escuela de Birmingham, el Media Research of America, Roland Barthes, Umberto Eco y la mar en coche. Se me escapó Beatriz Sarlo por un pelo y casi me salvo de las escuelas argentinas (¿?) de semiótica. Las frases cruzan el aire, como granadas de fósforo. Me pongo a cubierto como el capitán que rescata al soldado Ryan en la batalla del puente.

¿No me creen? Entonces atájense este penalty, cobardes: "Estamos en un examen de Comunicación. Pero en esta instancia no tenemos que comunicarnos, sino metacomunicarnos. Es decir, ver la instancia de la comunicación..."

O a ver si pueden con este out goal, mentecatos: "El texto construye un emisor y un receptor virtual, con lo que se vuelve el efecto de sentido que emana del texto..."

Ah, se rinden, ¿no?. Y eso era nada más que el copetín...

Listo. Saludo a la tribuna desde el círculo central y me voy a los vestuarios.

Pero, ¿a que no adivinan? Vuelto a casa ya, ginebra con agua en mano y remolino de niños en la cabeza, que quieren confraternizar con su padre y piden caramelos y mimos, me entrego a un match vidrioso en Porto Alegre, cuyo empate hace pasar a la final de la Sudamericana al Boca Juniors de mis amores parcos. Y los "procesos de semiotización" se vuelven el recuerdo borroso de un sueño que no sé si he tenido en realidad.

Acecha el enemigo, sin embargo. El varón de casi 15, boquense módico, con su voz fluctuante de adolescente en pleno ejercicio de sus funciones, me espeta un: "Fue un partido táctico, papá..."

Y se va a regar el maíz, ya en plena noche, con la misma solvencia con la que un middlewest hubiera dictaminado en Nüremberg.

Doble ración de ginebra Llave con agua. Me lo merezco, digan si no es verdad. Fue un día harto peligroso.

miércoles, 1 de diciembre de 2004

- A ver, a ver, a ver... tranquilos todos. No terminó el año todavía, señores. Esos dos que están ahí atrás, por favor... ¡gente grande! Parece mentira que estén por recibirse...

Si no terminan de molestar, van a tener que sacar una hoja y listo...

Iba a hablarles hoy del barco abortero (Ay, Ulises, Ulises, ¿le diste el bote a las sirenas, al final, calzonudo?) o de la cintita del sida en el portal de Google. Pero, hace calor y ustedes están muy dispersos para temas serios...

A ver. Tengo una idea: hagamos un test y juguemos a las adivinanzas, después de todo ya casi se terminan las clases y vimos casi todo el programa...

Usteden van y leen este reportaje y lo leen con atención. Es corto.

Para motivarlos, acá va un adelanto:

-En uno de sus libros, "El vendrá", consagrado al mesianismo, usted decía que el siglo XXI sería religioso o no sería. Si cambiamos "religioso" por "integrista", no pudo haber estado más acertado...

-Porque el hombre siente la necesidad de darle un sentido a su vida. ¿Qué significa en nuestras sociedades la libertad? La libertad es tener el derecho de cambiar de vida. Y quien dice "derecho a cambiar la vida" dice "reversibilidad", es decir, "precariedad". Muy poca gente se da cuenta de que el otro nombre de la libertad es precariedad. Cuando decimos que nuestras sociedades producen empresas precarias, trabajo precario, parejas precarias, objetos precarios, sin saberlo, nos estamos refiriendo a un aspecto estructurante del valor dominante en nuestro modo de vida: la libertad implica precariedad. Como reacción a esa precariedad, ya que ninguna sociedad puede durar sin dar sentido al esfuerzo, hay una búsqueda a largo término. Esa búsqueda se orienta hacia las dictaduras, hacia las sectas, hacia lo religioso o hacia una verdadera agenda democrática de largo plazo. La gran dificultad de hoy es cómo encontrar un verdadero proyecto de largo plazo que le dé sentido a la democracia y a la sociedad laica. Ese proyecto de largo plazo es la constitución de un planeta unido con un gobierno mundial, donde cada uno tenga su sitio y tenga los medios para realizar su sueño.

Muy bien, entonces, una vez que lean todo -dije "todo", jovencito; no, señor, no puede leer un resumen nada más...: lea todo-; leen todo y se ponen a buscar quién o quiénes se esconden detrás del pseudónimo Jacques Attali.

La única pista que les voy a dar es que es una obra maestra del contraespionaje. Y una cosa más. Les cuento algo que casi nadie sabe. Resulta que, después de probar de todo, parece que al final hubo una infiltración de reaccionarios que fueron mechando frases inventadas por ellos en los libros, discursos, reportajes, declaraciones del campo progresista para desprestigiarlo. Un plan artero, muy bien armado...

Ustedes tienen que descubrir qué frases no son realmente progresistas y quiénes las dijeron en realidad, atribuyéndoselas a los progesistas, para hacerlos quedar mal. Cuidado, porque el reportaje está muy bien hecho.

- No, Rodríguez, no se haga el gracioso: ni puede ir al baño ahora y tampoco se puede copiar nada ni de Kant ni de Teilhard. Y siga así que lo mando a leer las obras completas de Donoso Cortés...

- Giordano, ¿me hace el favor de guardar los Protocolos de los Sabios de Sión...? ¿Cómo va a sacar un machete, así, adelante mío?

- ¿Qué hace, Sowalski? Pero, por favor, ¿qué está haciendo? ¿Qué dije yo de El hombre que fue Jueves y de Los Endemoniados? ¿Qué dije? ¿Usted quiere que lo mande a hablar con el mediador escolar? ¿O quiere otra semana de trabajo comunitario?

Señores, a ver si nos entendemos. Es un trabajo personal, con lo que hayan aprendido y entendido ustedes. Nada de Benson, ni Soloviev, ni mucho menos de Pieper, Castellani y esas cosas. Guarden todo eso y dejen la hoja y el texto arriba del banco.

Tienen hasta que toque el timbre, pónganse a trabajar. Cuando salen me entregan lo que hicieron, y la nota es para el trimestre, les aviso.

- No, Guevara, no pueden hacerlo en grupo. Es individual.

Basta: Trabajen.

martes, 30 de noviembre de 2004

"Basta de aniversarios,
basta de días..."

Son unos versitos de Castellani. Y me vienen bien, porque en el almanaque dice que hoy hace un año que escribí las primeras líneas en este lugar.

Nada de nada, entonces. Se podría hacer una entrada para decir que no voy a hacer una entrada sobre la primera entrada, al estilo del Prólogo de Cervantes. Pero no soy Cervantes y el Ingenioso Hidalgo ya está de lo más escrito y publicado.

De modo que,

"Basta de aniversarios,
basta de días..."

¿Un discursete de agradecimiento a los pacientes lectores? Nada. Ni eso.

"Ni un párrafo de gracias...", diría Primo de Rivera.

El amable y paciente lector no querrá discursetes de "gracias" ni conmemoraciones. Tal vez -no digo que seguro sea así-, algunos quieran que afine la puntería aquí y otros por allá. Que diga esto o que ya no repita aquello. O que no afine nada y calle de una vez. Pero el paciente y amable lector seguro que no quiere ni retribuciones ni actos conmemorativos. ¿A qué darle entonces?

El paciente y amable lector quiere, de eso sí estoy seguro, que si voy a decir algo diga lo que estoy diciendo porque me parece que hay que decirlo y que lo que diga sea lo que tengo para decir. Y querrá que calle lo que no digo, en iguales circunstancias, por las mismas razones.

Porque estoy seguro de que, casi sin pensarlo, el lector sagaz sabe que no quiere un Frankenstein armado de pedacitos de inteligencias y voluntades ajenas. No, señores, el amable lector busca hacer todos los esfuerzos que están a su alcance para no ser un adulón o un atrabiliario y para portarse como Dios manda.

¿Cómo querría el lector buscarse un espejo de sí mismo? ¿Para qué querría eso? No, el lector no es un Narciso de ninguna especie, ni un tragaldabas que come por comer. Se contenta más con lo que haya en el plato y con su fundado paladar para dictaminar si le place -hasta donde sepa y pueda- el banquete o si le sobra sal o si le resulta insípido. Y con probar presas que no sabía o saltearse las que sí o regustarlas. Y hasta con irse de buenas a primeras a buscar posada a donde le venga mejor el yantar.

No existe otra suerte de lector, estoy seguro. ¿Y quién querría otra clase de lector? ¿Para qué querría alguien un lector que no tuviera el coraje viril de hacer lo que le parece que tiene que hacer? No me gustaría a mí ser otra clase de lector que éste que digo.

El lector sabe de sobra que no está allí leyéndose sus cosas para hacer número.

Así que, mire: Diga usted, amable lector, lo que le parezca que está bien decir y calle lo que le dicte la prudencia. Y espere con serenidad que otro tanto habrá de hacer un servidor, mientras le dé el caletre.

Y ya que no estamos diciendo ni feliz aniversario ni muy gentil de su parte, sigo de camino. Que hacia allí voy.

lunes, 29 de noviembre de 2004

La revista Jauja cerró con el número 36, salía mensualmente. En el último Directorial, el de diciembre de 1969, Castellani -tenía por entonces 70 años, murió en 1981- hace un rejunte de razones. Nerviosas razones, como es su estilo. La cultura del día, la política del día, la historia del día, la Iglesia del día, la Argentina del día. Y sin embargo, no suena a actualidad, a actualismo. Un paisaje que más o menos uno reconoce porque estamos en medio de él. Pero visto de modo distinto. No sé si hoy por hoy la tarea de quien piensa por los demás -por lo menos para los demás- no tendría que ser ver lo que todos están mirando. Y decir lo que va viendo. Y casi nada más.

Castellani habla de las razones por las que ya no saldrá la revista, con cierta melancolía y bastante sal. También habla de lo que somos. Poca y no del todo buena educación, poca Iglesia y poca inteligencia en la Iglesia y en la sociedad y en la política, no mucha gente buena en esos lares y alguna gente buena y no poca gente inteligente en todas partes. Pero, eso es también parte del problema, en cualquier parte y desparramada.
Por lo tanto, lo que hay alomás es semilla; y por tanto tendrá que obrar como semilla, lentamente y por almácigos; y el resultado irlo a esperar a la Chacarita.
Estoy de acuerdo. Varias veces Castellani se ve como periodista. Y parece un acto de falsa humildad. Me parece que es un acto de lucidez y un programa intelectual de un intelectual, que es lo que era y no de un hombre de acción. ¿Cómo se le da a alguien un libro a leer, por ejemplo, si quien lo da sabe que quien lo recibe todavía debe aprender vocales y consonantes, si acaso sabe lo que son? Parece que el tipo que sabe cosas, no solamente sabe, socráticamente, que todavía no sabe lo que hay para saber. Parecería que el tipo que sabe, sabe que los demás saben algunas cosas y sabe que los demás no saben. Y tiene que tenerlo en cuenta y no volverse loco por eso. Ni amargarse demasiado la vida, ni sentirse fáusticamente condenado a la excelencia.

Me pregunto si alguna vez se entendió que en la última parte (la mitad) de su vida -desde que lo vio o desde que pareció entenderlo de un modo que no sé por dónde le vino-, Castellani no podía dejar de ver la historia a la vez con pasión actual y con pasión 'parusíaca'. Creo que no. Creo que se le endilgaba sin más el mote talismánico de apocalíptico. Y listo.

Me recuerda esto la poca advertencia de la mayoría de los que predican los domingos en misa. Ayer estaba mandado leer un fragmento del protoapocalipsis del capítulo 24 de San Mateo. Nos pone la liturgia frente a esto con cierta obviedad: hay que estar preparado: Él Viene. Está su pasaje paralelo en San Lucas, apenas más breve, pero en cualquiera de ambos todo el discurso hace sentido al hablar de la Segunda Venida paralelamente con la destrucción de Jerusalén. Pero siempre con la paradojal alegría porque los signos anuncian la Venida.

Y, entonces, corre una especie de pavor por las voces y los gestos de la mayoría de los predicadores que no saben cómo pedir disculpas por semejantes textos, y se llenan de alegorías y piedades vacilantes. Me da la impresión de que con eso lo único que consiguen es marcar como a fuego el temor a la Venida Segunda. Y no solamente temor, que al fin y al cabo..., sino que llegan a quitarle todo vestigio de alegría al Acontecimiento, alegría hija y vecina de la Esperanza.

Parecería hasta cosa de falta de coraje personal, ni siquiera digo de coraje intelectual o instrucción teológica. Tanta advertencia sobre no predicar que el tiempo termina alguna vez, tanta insistencia en usar el adjetivo apocalíptico para lo nefasto y evitable. Ni siquiera advierten por qué la liturgia pone unos textos como éstos al comienzo del Adviento, como puerta de preparación a la Navidad, la Primera Venida. Dónde está la Buena Noticia.

Cuando vean que todas estas cosas pasen: Levanten la cabeza, alégrense... Nos las arreglamos para que esto parezca humor negro.

Por cierto que en muchos, de distinta laya, hay un vértigo hacia la calamidad, un paladeo del desastre, una complacencia en que se verifique la catástrofe. Por supuesto que hay ese espíritu de "cuanto peor, mejor". Un modo sutil de la desesperanza, vestido de esperanza...de la calamidad, con la excusa de que es signo del final feliz.

Pero si bien es cierto que eso es una renguera muy grave del corazón, no creo que sea cierto que los doctores de la ley lo adviertan necesariamente por esa razón. Porque si esa fuera la razón hablarían los amonestadores menos de la calamidad y más de la alegría de la Venida. Y de la Venida ni hablan. Ni quieren que se hable.

En su último directorial de Jauja, Castellani sí habla:
Yo a los demás no sé decirles lo que hacer; y a mí mismo, lo que dijo el Papa el día de Garibladi (habla de Pablo VI): "... el arte del periodista: la difusión clara y valiente de las ideas". Pero se guardó en el buche el confesar que si hubiese seguido ese consejo cuando escribía en "La Voce del Pópolo" de Brescia, jamás hubiese llegado a ser Papa.

Yo por lo menos no llegué a Deán, como mi tío el cura. Pero eso ahora ya poco importa; y a mí personalmente, nada. Yo voy a morir mañana.

Cuando yo era chico, un Tuttaventi protestante le vendió a mi madre un magnífico libro telarroja, titulares en oro, llamado "El Rey que Viene". Yo lo pasé de cruz a tabla no sé cuántas veces al libro, porque tenía figuritas; y me quedó grado en las entretelas ese título: "El Rey que Viene" hasta hoy día. Nunca lo pude olvidar.

Ahora a los 70 sí que viene de veras (inevitable) el Rey que viene a salvar, el Rey que viene a remediar, el Rey que viene a resucitar. O la Reina, mejor dicho. Es la muerte; y lo que detrás della ocurre -si Dios nos pilla confesados.

Como un petrel que sobre la erizada
superficie del mar plúmbea y movida
volando sin cesar toda la vida
y con las olas por precaria almueada.
La su indígena playa ya olvidada
toda esperanza de volver perdida
así boga mi alma mal dormida
sobre una eterna soledad salada.
Sólo un oscuro instinto la encamina
Un increíble esfuerzo la sostiene
Un fuego la alimenta y determina
el aire la mantiene
Hacia el bajel azul de un Rey que viene
Hacia un sueño de amor paraselene
y una ignota golconda diamantina.
L.C.C.P.

"Paraselene" ¿qué es eso? Y... será algo de navegación espacial.

Hay otros montones de cosas que decir, pero tengo pereza.

Indudable la revista contribuía a mantenerme alegre; pero... quizás ya no es más tiempo de andar alegre, yo por lo menos.

No le faltan travieso humor a estas útimas líneas, sobre todo para fustigar a la propia musa, un tanto huesuda de flaca, en los versos, especialmente.

Me parece que del Erjómenos, de El Que Viene, hay que hablar. Es el modo de ver la historia para un cristiano. No solamente la historia histórica, los movimientos masivos y espectaculares de la humanidad. También la historia personal, la propia.

Nos cuesta tanto aplicar nuestro sentimiento ante el Pesebre a la Segunda Venida. Nos cuesta tanto aplicar el amor tierno a la Segunda Venida. ¿Cuándo ese tierno y amoroso Niño se volvió el refulgente y sombrío Vengador que llega al Final con su caballería de Ángeles flamígeros? Nos los explican con las figuras del Novio, del Amado. Y no hay caso. Hasta a veces parece que preferimos que nos lo digan sin otra figura más que con la del Señor severo, con el imprevisto Ladrón nocturno. Porque así sí parecería que entendemos que el final tiene que ser un desastre. Un desastre 'apocalíptico'. Y, sin embargo...

No hay modo de que pongamos la palabra Amor en medio -y antes, y durante, y al final- de rayos y centellas, de torrentes y sangre, de maremotos y valles repletos de guerreros. Y, sin embargo...

Nos profetizan la llegada del Novio y el Banquete de la Boda con la Amada del Cordero y de algún modo nos las arreglamos para que suene a luto y velorio. Y, sin embargo...

Tenemos de la Gloria un concepto tan gris y cadavérico. Y, sin embargo, el Libro de la Revelación dice al final:
Yo, Jesús, envié a un ángel para testificaros estas cosas sobre las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella brillante de la mañana. Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que escucha diga: Ven. Y el que tenga sed, venga, y el que quiera tome gratis el agua de la vida.