jueves, 22 de julio de 2004

Hay que ver lo que son las cosas. En mi adolescencia me gustaba este tangazo. Es verdad que estaba medio solo en mi afición. Por el tango, con unos. Y por la letra de éste, con otros.




(Está listo, sentenciaron las comadres;
y el varón, ya difunto en el presagio,
en el último momento de su pobre vida rea
dejó al mundo el testamento
de estas amargas palabras
piantadas de su rencor):
 
Esta noche para siempre terminaron mis hazañas,
un chamuyo misterioso me acorrala el corazón.
Alguien chaira en los rincones el rigor de la guadaña
y anda un algo cerca' el catre olfateándome el cajón.
Los recuerdos más fuleros me destrozan la zabeca,
una infancia sin juguetes y un pasado sin honor,
el dolor de unas cadenas que aún me queman las muñecas
y una mina que arrodilla mis arrestos de varón.
 
Yo quiero morir conmigo
sin confesión y sin Dios,
crucificao en mis penas
como abrazao a un rencor.
Nada le debo a la vida,
nada le debo al amor;
aquélla me dio amarguras,
y el amor, una traición.
 
Yo no quiero la comedia de las lágrimas sinceras,
ni palabras de consuelo ni ando en busca de un perdón.
No pretendo sacramentos, ni palabras funebreras,
me le entrego mansamente, como me entregué al botón.
Sólo a usted, mama lejana, si viviese le daría
el derecho de encenderle cuatro velas a mi adiós,
de volcar todo su pecho sobre mi hereje agonía,
de llorar sobre mis manos y pedirme el corazón.

Ahí tienen un caso, me parece, en el que probablemente un tango tenga mejor música que letra.

No porque esta letra no tenga lo suyo. ¡Lo que no me habrán dicho de estos versos impíos! ¿Se imaginan el festín que podría hacerse uno si quisiera? Desde Freud y Don Bosco (por lo de los juguetes en la infancia, más que por lo de la 'mama'), hasta San Agustín. Desde Lutero, Chaucer y Rabelais hasta Jorge Manrique o Baudelaire. Y más y más. Hay para todos los gustos.

No quiero ser esteticista, pero, como dije hace poco, ya querría que se me hubiera ocurrido aquello de:
"...Alguien chaira en los rincones el rigor de la guadaña
y anda un algo cerca' el catre olfateándome el cajón..." 
Y eso de:
"...una mina que arrodilla mis arrestos de varón..."

Y hasta el

"...Yo quiero morir conmigo..."


 
con un dejo frayluisdeleonesco (aquello del "...vivir quiero conmigo..." de la Oda, de tan opuesto sabor a estos versos de Antonio Miguel Podestá)


El resto...bueno, claro. Pero no hagamos tanto escándalo. Después de todo, lo peor no es lo que dice, sino que lo diga con ese aire tan porteño de bravata y provocación baladí. Esa impostación de la maldad, no deja de ser un poco naïf.

(Yo no sé si los porteños no somos tan inconsistentes o 'chantas' por esa cosa de imitar más a varios de esos personajes un poco patéticos de nuestra cuasi épica de compadritos de milonga o tango, en vez de calcarnos en los compadres reales, más fieros, más salvajes, más viriles...)

Al fin de cuentas, ningún hereje se llama 'hereje' a sí mismo.

Suena tan malo que pierde credibilidad.

Hasta que llegamos finalmente a "...como abrazao a un rencor...", verso que da título a la composición, que tiene ese 'como' relativizante, diluyente, benévolo...y arrepentido.

 
Ahora, la melodía...

Es tango. Esas guitarras (hay que oírlo por Gardel)...o ralentado con bandoneón (más en las estrofas que en el estribillo.)

Dicen que es mérito de Rafael Rossi, que le puso música a la letra.

Todo esto pasó en 1931, en la bohemia nocturna de redacción del diario Última hora, en Buenos Aires.  Un clásico.