martes, 20 de julio de 2004

Un poco de política.

Está aquello que dice Aristóteles en la Política.

En el capítulo primero del primer libro, se pregunta por la causa del lenguaje en el hombre y contesta, según el objeto de su indagación que es la vida social-: el hombre habla pues necesita del lenguaje para ser el ser que es, es decir, un animal político, un ser llamado a la vida social.

Simplificando: con el lenguaje el hombre trama la vida social.

Ahora bien, se habla porque se piensa. Y aún más, no siempre se piensa 'científicamente', con rigor y método racional, de modo de obtener certeza, un juicio por naturaleza inamovible.

Mucho de lo que hablamos es simplemente una opinión, más o menos fundada, es decir, un juicio más o menos móvil.

Por eso mismo, mucho de lo que constituye ese tramado social hecho de palabras, son en realidad opiniones, que están destinadas a ser de algún modo opiniones comunes.

Es lo que, finalmente, por buen o mal nombre llamamos 'consenso', un sentir común sobre cosas comunes.

Opiniones comunes -propias de cada uno o no, no importa: una vez que las adoptamos son de alguna manera propias-, que además fundan nuevos razonamientos, que tienen por base y por base considerada probable y buena, esas mismas opiniones.

Efectivamente, son pocas las ideas exclusivas y nuevas, poquísimas las opiniones fruto de una conclusión íntima y personal.

La mayor parte de las veces, en la vida de un hombre en sociedad, 'sus' opiniones son las opiniones de la sociedad de hombres en la que vive, a veces con matices adjetivos, otras sin ninguna diferencia.

No es que que haya un sólo 'intelecto' que piense al unísono.

Ocurre que lo que suena o resulta probable, es admitido como tal. Y, en general, basta con eso para adoptar un punto de vista. Es cierto que muchas veces ese mecanismo es producto de una cierta pereza intelectual, otras veces de un cierto 'embrutecimiento'.

Pero no es cierto que ese 'sentir común', ese 'consenso', sea de por sí malo o haya que evitarlo.

(Las razones de esto último, las dejamos para otro momento.)


¿Y la política? Ah, claro...

Pues, el asunto es que, si Aristóteles tiene razón, política se hace, en muy buena medida, hablando. Porque es así como damos a entender nuestras opiniones y persuadimos a otros de que son adecuadas. Y así, persuadidos y dando por buenas nuestras opiniones, habitualmente nos prestan consenso y por eso -más algunas dotes personales, no siempre existentes o necesarias- nos siguen.

En realidad, 'conducir' se conduce primero cuando se instala en otros un punto de vista -que otros tienen por propio, finalmente- y según el cual estos otros habrán de moverse.

El político, en el más amplio sentido de la palabra, gobierna primero con la palabra, haciendo que otros adopten aquellas opiniones que o le parecen mejores o más convenientes (incluso más convenientes en el peor sentido del término...)

Ningún político o dirigente es una excepción en este sentido. Todos hacen lo mismo, aunque lo hagan de modo diverso.


Casi habría que decir que el que tiene la palabra y siembra las opiniones es quien gobierna.

Y esto porque los hombres somos de tal naturaleza -todavía- que sin eso no nos movemos. Y esto así porque somos seres que debemos hacer propia de algún modo una idea, una emoción, un afecto, una opinión, una certeza, para movernos 'humanamente'.


(Aquí se abre la peliaguda cuestión acerca del poder formal y del poder real, en cierto sentido bizantina y ambigua. No la voy a tratar ahora.)


Creo que el último análisis y examen que un conductor debe pasar es precisamente ése: ¿qué palabras definió, qué opiniones dejó establecidas, qué consensos fundaron sus palabras?