miércoles, 29 de septiembre de 2004

Hoy es la Fiesta de los Arcángeles San Miguel, San Gabriel y San Rafael.

Hay una noticia bastante completa y accesible aquí .

Dos cosas, nomás. Una frase de Rainer Rilke, que solía recordar un viejo amigo cuando veía las estampitas con ángeles de aspecto ambiguo y lavado, por decir lo menos: "Cada ángel es terrible". Y así ha de ser, ciertamente, por aquello que decía I. Anzoátegui recordando que las primeras palabras que pronuncia un ángel cuando se presenta a un mortal son "No temas".


Tal vez por eso mismo, más impresionante todavía me resulta recordar que sirven al hombre y lo servirán en el Cielo, según aquello que dice San Pablo en la Carta a los Hebreos (I, 10.14): "Tú, Señor, en el principio fundaste la tierra, y obra de tus manos son los cielos ; ellos perecerán, más Tú permaneces; y todos ellos envejecerán como un vestido; los arrollarás como un manto, como una capa serán mudados. Tú empero eres el mismo y tus años no se acabarán. Y, ¿a cuál de los ángeles ha dicho jamás: 'Siéntate a mi diestra hasta que Yo ponga a tus enemigos por escabel de tus pies'? ¿No son todos ellos espíritus servidores, enviados para servicio a favor de los que han de heredar la salvación?"
Tuve que comer tarde, casi a medianoche, solo. Sobre la mesa, alguna de las chiquitas había dejado carpetas, cosas del colegio. Así que me puse a hojear libros de 'primaria'.

Había un manual. Hace unos años, lo tenía por un manual discreto, porque había otros decididamente espantosos.

Tan difícil es cuando se trata de la educación de los más chicos. Hay que ver los sapos y culebras que tienen que tragarse los pobres en todos los temas, sin distinción.

No tengo ningún problema en cargarle a los medios de comunicación una responsabilidad inmensa en la decadencia. Pero ya hace tiempo que he sumado a la lista de ogros también a la educación sistemática. Porque cuando aparecen las estadísticas sobre cantidad de horas que pasan los chicos frente al televisor o consumiendo medios y la cantidad de horas que pasan en las aulas, parecería que hay que agradecer que al menos tengan cuatro horas "libres de peligros" en la escuela.

No. Nada de "a salvo". En la escuela corren riesgos similares y, algunas veces, no sé si peores. Los medios son hipnóticos, y manipuladores. Todos, sin distinción, pues todos ellos son empresas comerciales productoras y difusoras de contenidos y criterios a cambio de la mayor cantidad de dinero que puedan obtener por ello. Algo que ciertamente no hace ningún otro difusor de criterios y conocimientos y sensaciones.

Pero la escuela tiene fama de ser seria (hasta de ser "aburrida"). Y, sin embargo, con su aire de abnegación -que, por favor, la tiene ciertamente en las personas, en muchos de aquellos que por satisfacción y algunas pocas monedas, dejan la vida y la garganta-, es capaz de hacer tanto daño como el mejor corruptor de cabezas y corazones.

El manual de Estrada para los chicos de 6to. año EGB, por ejemplo. Al descuido, miro la parte de matemáticas (¿qué hago yo allí?). En varios recuadros simpáticos y muy visibles, aparecen "Los Famosos" (Pitágoras, Euclides, Hipatía, Gauss, Fibonnacci... y por supuesto Galileo y su leyenda negra).

Llego a Descartes: "¿Saben por qué los ejes cartesianos se llaman así? El nombre se debe a su creador: René Descartes, también llamado "Cartesius", quien no sólo se dedicó a las matemáticas, sino que es uno de los más importantes filósofos de la historia. Tal es así, que se lo considera uno de los padres de la Modernidad, porque creó un revolucionario método de investigación que se basaba en la duda: 'podemos dudar de todo, menos que estamos dudando', decía Descartes. Sobre este principio edificó su teoría, que se sostenía en el pensamiento y la razón."

Es de una frivolidad criminal. Casi como el elogio a Stephen Hawking, "que enseña en la universidad de Cambridge, en Estados Unidos..."

O en la parte dedicada a Historia (de la Argentina desde la Revolución de Mayo en adelante), con los lugares comunes de buenos y malos, sutilmente delineados unos y otros (hemos progresado en la sofisticación del decir...)

O en la parte de Biología, en la que, hablando de enfermedades, una autoridad parece ser un artículo del diario Clarín "La conquista bacteriana" que termina: "Los virus y las bacterias que bajaron de los barcos se encontraron con una casi nula resistencia de los sistemas inmunológicos de los nativos y contribuyeron a la conquista, mucho más que los arcabuces..."

Me dirán que por qué éste manual, si hay otros peores. Precisamente, porque se supone que éste no es como los otros.

Algún día, estos niños de 11 años, puede que lleguen finalmente a ser periodistas y habrán llegado al paraíso.

La escuela ya los preparó para que hablen de todo, con los criterios adecuados y con las palabras correctas sobre los temas importantes.

martes, 28 de septiembre de 2004

A unos 2.000 kilómetros al sur de Buenos Aires está Pico Truncado. En la parte norte de la provincia de Santa Cruz, tierra adentro, meseta adentro, a unos 80 kilómetros del mar.

Un cerro trunco que le dio nombre al pueblo. Viento, mucho. Frío, lo necesario.

Yo tengo por ese paisaje, y por el sur del país con cualquier paisaje, un afecto decididamente desordenado. Y los ángeles me premian, cada tanto, dejándome ir. Días apenas, unos pocos. Lo bastante como para dar rienda suelta a la mirada. Y no ver nada. O casi nada.

Es una zona de muy antiguos asentamientos humanos. Pero es tan exigente el ámbito que hasta uno se siente al llegar como un asentamiento humano muy antiguo, al que las civilizaciones han olvidado.

Cerca, un poco más al sur, está mi San Julián (mío por adopción, porque me gustó su ascesis de todo), vieran qué lindo puerto, qué lindas historias hay allí desde hace casi quinientos años. Como que en unos años más, no muchos, se cumplirá el quinto centenario de la primera misa celebrada en nuestro país, según dicen.

Y eso otro que ven en medio del mar son las Islas Malvinas, no sé si me explico.

Pues, por allí andaré en estos días. A veces siento como una profanación ir a dar cursos o clases por allí, ir a hablar en estos sitios, tan a propósito que parecen para el silencio.

Así como se me ocurre a veces que habría que sembrar de monasterios la Patagonia, todavía ahora.

lunes, 27 de septiembre de 2004

Es tiempo de primavera, aquí en el sur. Hagámosle un homenaje, por pequeño que fuere.


"Yo recuerdo una edad escondida entre flores:
Ha dejado en mi lengua un entrañable
sabor de paraíso."


Leopoldo Marechal, Gravitación del cielo.



Ningún lugar de la tierra
al que tuviera que ir,
tendrá el aire de estas flores
que llevo hincadas de ti.

Porque son como tus ojos,
y qué flor aroma así.
Porque tus ojos son aire,
son flores y son país.

No quiero ninguna tierra,
yo que tengo que morir,
adonde siembren mi sangre
en silencio y sin raíz.

Flor son tus ojos, terruño
adonde vale vivir;
y aun morir, si eres la tierra,
ya no se llama morir.

Que se levanten del tallo
que me sostenga feliz
dos flores como tus manos
y que me cubran el gris

que me baja por la risa,
si no me puedo reír,
con la mirada en otoño
o en invienrno, pues sin ti

no hay primavera ni verde,
no hay bosque, prado o jardín,
ni viento que endulce el alba
como amasada en jazmín.

Por eso ninguna tierra,
yo que tengo que morir,
consiento que me reciba
si tú no eres flor allí.

domingo, 26 de septiembre de 2004

A dona que eu amo e teño por señor
amostrádema, Deus, se vos én pracer for,
senón, dádema morte.
A que teño eu por lume destes ollos meus
e por que choran sempre, amostrádema, Deus,
senón, dádema morte.
Esa que Vos fecestes mellor parecer
de quantas sei, ¡ai Deus!, fácedema veer,
senón, dádema morte.
¡Ai, Deus!, que ma fecestes máis ca min amar,
mosrtrádema ú posa con ela falar,
senón, dádema morte.
Si van, por ejemplo a Poesía Juglaresca y Juglares, verán algunos datos de este segrer (el más antiguo segrer conocido de la juglaresca gallega, dice allí Menéndez Pidal).

Conocí al segrer Bernardo de Bonaval porque Amancio Prada le puso música a este cantar y descubrí a Amancio Prada en uno de los conciertos de finales del '99 con los que la televisión gallega homenajeaba al apóstol Santiago, en aquel famoso Xacobeo de aquel aniversario.

Andando por Compostela, descubrí una foto que me trajo a la memoria al gracioso juglar de la corte del rey San Fernando, a principios del siglo XIII.

Bernardo, que en su nombre y en sus versos exhibía su pueblo de origen, Bonaval, vivía acosado por otros juglares que le objetaban andar por allí con su "señor", simpática forma poética (de poesía cortesana) de nombrar a la mujer a la cual se 'servía de amor'. Ocurre que su "señor" era una prostituta y el asunto no sonaba del todo bien en la corte del rey, a quien Bernardo acompañaba -como otros juglares- en sus campañas guerreras por toda la península.

Con todo, San Fernando prefería los juglares 'españoles', antes que a los occitanos de la Provenza y su moda tan extendida. Mucho más sencillos en su modo de decir, los gallegos, sin embargo, exhiben pericia en esa especie de conceptismo -a veces endiabladamente complejo- tan propio de aquella poesía.

Y si no, vean el ejemplo de Juan del Enzina (también musicalizada por Prada), ya bastante posterior pero heredero de los mismos 'gestos' líricos.
Partísteos, mis amores,
y partió
mi plazer todo y murió.
No partió mi pensamiento,
y vino mi perdimiento.
No murió el contentamiento
que me dio
la causa que me perdió.
Partió la gloria de veros,
no el plazer de obedeceros;
mas el temor de perderos,
que creció,
todo mi bien destruyó.
Dedicatoria: inusualmente, dedico este post a Max, buen amigo, que pasa sus últimas horas en España. Atrás deja la España de estas y otras bellezas, y grandezas; que ciertamente no será la única España que deja atrás. Por eso mismo, bienvenido, para cuando ya esté entre nosotros, otra vez.

sábado, 25 de septiembre de 2004

Y él dijo: "No, padre Abraham, sino que si alguno va a ellos de entre los muertos, se arrepentirán."
Abraham le dijo: "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto."



Tiene un extraño sabor veterotestamentario esta parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro. Parece sacada de un paisaje literario anterior. Si no fuera Cristo el que la inventa, bien podría parecer de tiempos antiguos. Y muchos otros asuntos más extraños aparecen aquí, como, por ejemplo, esa comunicación entre el infierno de Epulón y el seno de Abraham de Lázaro, o ese aparente sentimiento de misericordia y hasta de arrepentimiento de Epulón, considerando la suerte futura de sus hermanos en la tierra. Y el modo de pasársela los condenados en el infierno y los cinco hermanos y los perros que lamen las heridas del pobre Lázaro. Y la propia cuestión de la pobreza -toda suerte de pobreza- presente en todos estos textos y parábolas consecutivos de estos tiempos. Está repleta de señales y de guiños, bastante complicados todos y que los Padres y exégetas miran y escrutan.

Pero hay un asunto al que si se le puede entrar, más allá de las luces que haría falta echarle a los misterios y semejanzas, cosa que no puedo yo y que ya han hecho otros, como Castellani, por caso.

A mí me parece que bien se puede hablar un poco acerca de la cuestión que plantea Epulón en el texto que arranca estas líneas.

Y creo que allí, en ese pasaje de la parábola, hay una mención respecto de un punto siempre impresionante: la conversión.

Son varios los términos que se usan en el griego del Nuevo Testamento para indicar esta actitud en el hombre. Básicamente, podrían reducirse a metánoia, y al verbo metanoéo: un cambio del corazón, cambiar el corazón.

También se usan epistréfo, apostréfo, compuestos del verbo strefo (también strepso), con preposiciones que indican distintos matices. Strepsis es el nombre griego para la conversio latina, que indica una cierta relación física con una posición y su opuesta. Como si dijéramos volverse, regresar, dar la vuelta, ir en una dirección distinta.

Epistréfo aparece junto a metanoéo en el anuncio que San Pablo hace inmediatamente después de su conversión (Hechos, 26, 20): "Primero a los de Damasco, y también en Jerusalén, y por toda la región de Judea, y a los gentiles, anuncié que se arrepintiesen (metanoéo) y se volviesen (epistréfo) a Dios".

Apostréfo, en tanto, es el verbo usado por ejemplo en Hechos 3, 26, cuando San Pedro habla al pueblo en Jerusalén: "Para vosotros en primer lugar Dios ha resucitado a su Siervo y le ha enviado a bendeciros, a fin de apartar (apostréfo) a cada uno de vosotros de vuestas iniquidades".

Metamélomai (asociado a la idea de penitencia, ascesis, mortificación), por ejemplo, es el verbo que utiliza este pasaje de San Mateo (21, 32): "Porque vino Juan a vosotros, andando en camino de justicia, y vosotros no le creísteis, mientras que los publicanos y las rameras le creyeron. Ahora bien, ni siquiera después de haber visto esto, os arrepentisteis (metamélomai), para creerle".

Respecto del propio San Juan Bautista, allí aludido, digamos que su incitación a la penitencia y a la conversión, al arrepentimiento, utiliza -como en Marcos 1, 15- nuevamente metanoéo: "El tiempo se ha cumplido y se ha acercado el reino de Dios. Arrepentíos (metanoéo) y creed en el Evangelio".

Son tantas las ocasiones en que se usan estos verbos y sustantivos que resultaría extraño pensar que no son una doctrina en sí misma: Al Reino no se ingresa sin conversión, sin arrepentimiento, sin cambio de dirección, sin metánoia.

La raíz del cristianismo es una metánoia. No se puede seguir a Cristo sin metánoia. Si no fuera así, la Redención del hombre sería baldía, innecesaria.

Y esa metánoia es un movimiento del corazón incoado por Dios mismo; si pudiera ser de otro modo, también serían innecesarias o redundantes tanto la Redención como sus cruentas manifestaciones.

En esta condición están aquellos que han recibido el bautismo en su edad temprana, como los que no, o aquellos que no se han determinado a tratar de seguir a Cristo, bautizados o no, sino hasta más tarde en sus vidas.

Una gracia grande han recibido aquellos que, derribados, en su corazón o en su camino, pusieron sus pies en otra dirección. Y desde las multitudes que cita el Evangelio, siguiendo por San Pablo y una inmensa lista de nombres, admiramos al mismo tiempo la insitencia de Dios que no quiere que ninguna oveja se pierda en el desierto, como las obras de aquellos que fueron rescatados.

Otra gracia grande han recibido aquellos a quienes les fue dada la pertenencia y la fidelidad. Y en ese sentido los veneramos. Como a la Virgen, en primer término (a quien no sentimos menos sino más, precisamente por su constante Fiat de asentimiento). O como aquellos, nacidos en pecado, redimidos por el bautismo, de quienes es fama que pelearon de punta a punta el buen combate a nuestros ojos que no alcanzan a ver demasiado, pero que al menos ven lo que ven.

Habitualmente, muchas hagiografías suelen exagerar la impecabilidad de algunos santos. Pero no hay que hacer un ejercicio irrazonable de piedad para creer que San Juan Bautista, el Evangelista, Santo Tomás de Aquino, San Juan de la Cruz o San Luis Gonzaga, por ejemplo, más allá de los pecados que se atribuían (y que Dios sabrá si tenían o no, yo no lo sé), vivieron en un estado de fidelidad ciertamente admirable e imitable, aunque no sepamos cómo imitarlos tanto.

¿Qué hombre -fuera de la Virgen- no sería admirable remontando con lo suyo la rémora del pecado que trae de origen? El hecho de que Dios lo asista y lo convoque no quiere decir que lo obligue. Algo de sí pondrá cada quien. Incluso algo de sí perfeccionado por la propia gracia que lo asiste: gratia non deficit naturam, sed perficit eam (porque la gracia no destruye la naturaleza sino que la perfecciona).

¿Qué hombre podría remontar lo suyo, si Dios no cargara su carga y no fuera la fuerza que carga su carga?

Y esto vale tanto para el jornalero de las primeras horas y para el de las postreras, para el matutino y para el vespertino. Porque después de todo, su jornal lo paga el mismo Señor.

Por cierto que los hombres solemos medir y tasar con medidas extravagantes nuestros méritos y nuestras debilidades, así como los auxilios que recibimos. Así ocurre a veces que suele tenerse por meritoria la fidelidad y por opaca una conversión, como suele tenerse por meritoria una conversión y por opaca la fidelidad.

Pero nada hay que no hayamos recibido. Ni el converso debería pensar que es mérito propio su conversión, así como el fiel no debería pensar que es mérito propio la fidelidad. Ciertamente ambos recibieron según la medida que Dios puso, a quien los jornaleros no tienen por qué preguntarle a qué hora entró a trabajar el otro y cuál es el salario que el Señor decidió pagarle a cada cual.

Para el caso, todos tenemos nuestro salario: pues, desde el mismo origen del hombre, en los diversos tiempos y de diversos modos, a ninguno el Señor dejó sin sustento, así como tuvimos a Moisés y a los profetas y a Uno que es mayor que todos los profetas.

Qué hagamos con lo que se nos haya dado, en qué gastemos nuestras riquezas, en cuánto nos gloriemos de ellas, ya es harina de otro costal. Y ya es, en todo caso, más cosa nuestra que de quien nos da para vivir. Aunque saber gastar -y cuidar y celebrar- lo que hemos recibido también es parte de nuestro salario de jornaleros, curiosamente. Fieles y conversos, conversos y fieles, están en este punto en igualdad de condiciones.

Estos versículos de San Lucas, creo, nos remiten a la cuestión de la fidelidad, y la fidelidad nos remite a la metánoia.

La fe supone aplicar nuestro oído, dice San pablo, aplicar nuestro corazón, atender a las palabras que se nos dirigen.

Epulón pide para sus hermanos -dejemos ahora otros ricos simbolismos- una conversión que los salve, siquiera entrando a jornaleros al final del día. Y Abraham responde con el núcleo del cristianismo: "Era cuestión de oír la Palabra y practicarla, esa es toda la conversión y quien lo hace, quien lo haga, entrará a la Patria y quien no lo haga, no. Y quien no esté dispuesto a esa metánoia, no querrá entrar, por más que le resuciten a un muerto".

Dios hace las cosas a su modo. Frecuentemente vemos en las Sagradas Escrituras que los episodios reales, históricos, están cargados de significados y misterios, de símbolos y figuras. Y vemos cómo son tan importantes los episodios reales como aquello que quieren significar y de lo cual son figura. Otro tanto, inversamente, creo que pasa con las parábolas, que, siendo comparaciones y figuras, apuntan a realidades dramáticas de lo humano en su relación con lo divino.

Un ejemplo de esto -entre tantos otros-, bien puede ser el del rey David y los avatares de su suerte humana hecha símbolo: Goliat, Betsabé, Absalón.

En este mismo sentido, creo, en algo la conversión y la pobreza se parecen. Ambas son a la vez que realidades, figuras del real status humano.

Todo hombre es pobre a los ojos de Dios, que viendo su indigencia va a su rescate, viéndolo caído lo levanta, viendo sus llagas las cura (y no las lame, simplemente), viendo su hambre lo sacia.

De igual modo, a los ojos de Dios, todo hombre debe caer camino a Damasco, quedar ciego, ser asistido, cambiar su nombre y volverse sobre sus pasos para ser un hombre nuevo.

Epulón parece no haber tomado debida nota de su indigencia, a pesar de su riqueza, como tampoco parece haber creído necesario cambiar los sentimientos de su corazón respecto de Lázaro, pero mucho más gravemente, respecto de sí mismo y de Dios. Así como el Hijo Pródigo sí parece que entendió, convirtiéndose, la riqueza escondida para él detrás de su indigencia.

Pero, de algún modo, en Lázaro hay algo del hijo pródigo, también, necesariamente. Como aquel hijo, Lázaro no olvidó su metánoia, su metamélomai, su apostréfo, su epistréfo: "Me levantaré, iré a la casa de mi padre y le diré...", porque sin esa metánoia, no hay pobre, no hay enfermo, no hay herido. Sin ese movimiento del corazón tampoco se puede reconocer la indigencia y, volviéndose, estirar la mano hacia lo alto, pidiendo pan. Esto mismo se esperaba aun de Epulón. A pesar de su riqueza y de haber tenido a Moisés y a los profetas -e incluso a Quien es más que todos los profetas-, riqueza y herencia que son términos al fin de cuentas intercambiables, también él era un indigente, también él tenía que convertirse, también él, como a Nicodemo, se le pedía que 'volviera a nacer'.

Hijo pródigo, publicano, el pobre Lázaro (así como sus respectivos opuestos) no son variedades literarias de lo humano, en realidad: son lo humano, siempre, a los ojos de Dios.

Sin reconocer cada uno de ellos su indigencia, su necesidad de conversión, jamás entrarían a las Bodas, al Banquete, al Reino.

viernes, 24 de septiembre de 2004

La fogata y las hormigas

Tiré al fuego un pequeño tronco podrido, sin haber visto que por dentro estaba densamente poblado de hormigas.
El tronco empezó a crepitar. De él salieron en masa las hormigas y empezaron a correr desesperadas. Corrían por arriba y se contraían quemándose en las llamas. Tomé el tronco y lo hice rodar hacia un lado. Entonces muchas de las hormigas que consiguieron salvarse corrían a la arena sobre las agujas de pino.
Pero qué cosa extraña: no se apartaban de la fogata.
Habiendo apenas sobrellevado el horror, ya daban la vuelta, rodaban y... una fuerza irresistible las atraía hacia atrás, a la Patria abandonada. Hubo muchas entre ellas que subieron por el tronquito en llamas, y agitándose sobre él, perecieron ahí mismo.

Alejandro Solyenitzin, Cuentos en Miniatura

jueves, 23 de septiembre de 2004

Misterio sobre misterio. Tanto el del hombre que nace, como el del Hombre que nace. En dos entradas sucesivas, Hernán trata estas cuestiones por vías y modos variados.

Vayan unas apostillas, entonces, sugeridas por ambos asuntos.

Porque Santo Tomás trae en diversos lugares algunas cosas que podrían echar cierta luz sobre ambas cuestiones entrelazadas. Cada una con sus respectivas derivaciones, aunque yo aquí las trate mezcladas, no por capricho o confusión, sino porque me parece que así pueden ser tratadas, pese a su aparente diversidad: la creencia de los australianos aborígenes y el Cuerpo Místico de Cristo (admito que bien podría ser un título para un abstruso trabajo erudito, antropologicista, sociologicistadelasreligiones, o cosas así...)


Parece que hace bien el que cree en el misterio de la vida. Y en la entrada de un espíritu donado por la divinidad en el vientre de la mujer que ha de concebir y dar a luz a un hombre.

San Ignacio mártir emplea un ejemplo hermosísimo. En la generación de los hombres la mujer se llama madre, aunque la mujer no da el alma racional, que procede de Dios, sino que suministra la substancia para la formación del cuerpo. Así, pues, la mujer se llama madre de todo el hombre, porque lo que de ella ha sido tomado se une al alma racional. Del mismo modo, habiendo sido tomada de la Bienaventurada Virgen la humanidad de Cristo, aquélla se llama no solamente madre del hombre, sino también de Dios, a causa de la unión (de la humanidad) a la divinidad; aun cuando de María no sea tomada la divinidad, como tampoco en los otros el alma racional es tomada de la madre.

Esto manifiesta la dignidad de María. Porque a ninguna criatura, ni hombre ni ángel, se le ha sido concedido ser padre o madre de Dios. Fue privilegio de gracia singular, no solamente ser madre del hombre, sino también Madre de Dios y por eso dice el Apocalipsis (XII, 1): Una mujer cubierta de sol, como toda llena de la divinidad.
(Comentario al Evangelio de San Mateo, capítulo I)

Sólo la carne y la sangre es de la mujer, es de lo humano. El acto de existir, no. Y el alma racional, principio formal del viviente hombre, y por tanto que hará al hombre lo que es, es creación directa de Dios, es intervención directa de la divinidad en el vientre de la mujer.

Se enhebra esta cuestión con otra característica de quien, siendo Él mismo Vida, es riquísimo en creatividad para donarla.

Al tratar sobre si fue conveniente que Cristo naciese de mujer, Santo Tomás dice que sí, entre otras razones, porque ( S. Th. III, q. 31, a.4):
1. Con ello fue ennoblecida toda la naturaleza humana; por lo cual San Agustín (dice): "la liberación del hombre debió manifestarse en uno y otro sexo; luego, puesto que convenía que Cristo tomase el sexo del hombre, que es el más noble, convenía que la liberación del sexo femenino se manifestase en haber nacido de una mujer." Mas, para que no pareciera que era despreciado el sexo femenino, fue conveniente que tomase carne de la mujer. Por eso aconseja San Agustín: "Varones, no os despreciéis a vosotros mismos; el Hijo de Dios tomó forma de varón. Mujeres, no os despreciéis a vosotras mismas; el Hijo de Dios nació de mujer".

2. De este modo se completa toda la diversidad de la generación humana; pues el primer hombre fue hecho del barro de la tierra, sin varón y sin mujer; Eva fue hecha del varón sin la mujer, mas los demás nacen de hombre y de mujer. Por consiguiente, quedaba este cuarto modo propio de Cristo, cual era el nacer de mujer, sin varón.

Todo este despliegue de "fecundidad" y modos de fecundidad en cuanto al modo de dar vida y existencia, es algo que el hombre querría poder hacer y, ciertamente, no puede. Tal vez a esto se refiera en parte la prevención anterior a la expulsión del Paraíso: "Díjose Yahvé Dios: He aquí el hombre hecho como uno de nosotros, conocedor del bien y del mal; que no vaya ahora a tender su mano al árbol de la vida, y comiendo de él viva para siempre. Y lo arrojó Yahvé Dios del jardín del Edén, a labrar la tierra de la que había sido tomado. (Gen, III, 22-23).

Ahora bien, en el caso de la Virgen María, ésta está asociada de modo inseparable al Cuerpo de su Hijo: Si se está buscando en qué Cuerpo está el Hijo (o lo que es lo mismo cuál es el Cuerpo del Hijo), no es ocioso -aunque pueda parecer que resulta una dificultad adicional- buscar lo que se pueda encontrar de la Madre en este cuerpo o en aquel. Y bien se puede, si se trata de buscar la presencia Mística del Hijo, pensar que pueda hallársela junto a la presencia Mística de la Madre.

Creo que puede entenderse que, así como en el orden corpóreo Hijo y Madre están asociados de modo inseparable en la concepción y alumbramiento, también lo están en el orden místico.
Concebir y nacer se atribuye a la persona. Luego, como la persona divina en el principio mismo de la concepción tomó naturaleza humana, se sigue que puede decirse verdaderamente que Dios fue concebido y nació de la Virgen. Mas una mujer se llama madre de alguno por haberlo concebido y engendrado, por lo cual síguese que la Bienaventurada Virgen se llama en verdad Madre de Dios. (S. Th. III, q. 31, a.4)

Esto quiere decir, creo, que allí donde esté el Cuerpo Místico del Hijo, estará también la presencia mística de su Madre. De este modo, también, la presencia de la Virgen es signo de la presencia de Jesús, tanto en el orden del cuerpo natural material, como en el del Cuerpo Místico. Esto quiere decir Domus Aurea (Casa de Oro) y Foederis Arca (Arca de la Alianza).

Es por otra parte un hecho que lo que se dice de Israel y de la Iglesia, es aplicable también a la Virgen, como cuando se llama a las tres Esposa, Arca, Puerta, y otros nombres, bien que en muchos casos de modo todavía oscuro para nosotros, como bien se ve en pasajes como el del capítulo XII del Apocalipsis, el de la mujer coronada de estrellas, que vimos antes en la cita de Santo Tomás.

Por lo menos, si llegara a resultar insuficiente este camino para discernir el verdadero Cuerpo Místico de Cristo, se sabrá siquiera que no estará el Cuerpo Místico del Hijo allí donde no esté su Madre. Porque es un hecho que Ella no haría casa ni habitación sino donde estuviera su Hijo.

Lo que ya es saber algo. Y no poco.
A éste, pues, hizo una seña Simón Pedro, y le dijo: ¿Quién es de quien habla? (Jn., XIII, 24)
En su Comentario al Evangelio de San Juan, dice Santo Tomás:
Pedro quiere saber de quién decía el Señor: Uno de vosotros me entregará (Jn, XIII, 21). Apareciendo siempre en los Evangelios como más audaz y el primero en replicar a causa del fervor de su amor, ¿por qué (Pedro) calla ahora? ¿Por qué confía a otro la pregunta? La razón es triple, según san Juan Crisóstomo: 1º) Como acababa de ser reprendido por el Señor al rehusar que le lavase los pies, temía ahora molestar al Señor. 2º) No quería Pedro que el Señor lo manifestase públicamente, de modo que los otros pudieran oírlo. Por consiguiente, como estaba separado de Cristo, incita a preguntar a Juan, que estaba más cerca de Cristo. 3º) Hay también una razón mística. Juan simboliza la vida contemplativa, y Pedro la activa. Pedro es instruído por Cristo mediante Juan; pues la vida activa es ilustrada acerca de las cosas divinas por medio de la contemplativa. María, sentada a los pies del Señor, escuchaba las palabras de éste; pero Marta estaba afanada de continuo en las haciendas de la casa. (Lc, X, 39-40).

miércoles, 22 de septiembre de 2004

Entre los viejos saboreadores de las novelas de espionaje frío, Vladimir Volkoff tiene un lugar destacado. Es cierto que los degustadores suelen preferir El Montaje.

A mí me gusta más La Reconversión (Le retournement, 1979). Menos espectacular, menos aventurera, más interior, cuenta una compleja trama de hilos que se tejen en el alma de un espía -Igor Maksimovich Popov- que se acerca a la iglesia rusa en París, adonde lo destinan como agente para vigilar los movimientos de los viejos rusos en Francia, los exiliados, algunos incluso de la época de la revolución. Allí se encontrará con una mujer, Marina, en apariencia doble agente (o triple, si contamos a la fe ortodoxa) a través de la cual el mayor ruso de la KGB espiará más que lo que le habría convenido en este mundo.

Más y más Popov tratará de entender a su enemigo, entrando a lo más hondo del alma rusa y ortodoxa. Siempre con aire, y botas, de KGB, claro.

¿En quién se produce la reconversión (le retournement)? ¿En Popov, en Marina? ¿O en el teniente Volsky (detrás del cual, transparente, está Volkoff) que no sólo es el narrador sino el que controla, desde su puesto en el servicio secreto francés, la operación contra Popov y a Marina, su informante?

Lean la novela, no se van a arrepentir.

Igor visita una iglesia en París, siguiendo a Marina. Y tiene que 'tragarse' la liturgia, la piedad, los rostros, las genuflexiones, mientras su corazón militante contesta todo lo que ve: sombras, luces, iconostasios; contesta todo lo que oye: letanías, lecturas, homilías; contesta todo el incienso que huele:

"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de pravda*, porque serán saciados."

Pero la pravda cabe en un periódico. Cada día se cambia de pravda como de calcetines. Los que se alimentan de ella son unos tontos útiles. Hay que guardar las distancias con la pravda, engordar y cebar con ella a los otros y luego dejarla atrás, como los trenes dejan atrás las estaciones...

* Pravda: uno de los modos de decir verdad, en ruso. También es el nombre del diario más fuerte de la entonces URSS y ahora de Rusia, fundado en 1912. En 1917, apareció Izvestia, el otro gran diario soviético durante el siglo XX. Izvestia quiere decir algo así como noticias. Había un chiste común, considerando la fuerte carga ideológica de los diarios, que los rusos repetían más o menos en voz baja: no hay pravda en Izvestia ni hay izvestia en Pravda. En 'occidente', aunque se festeja el chiste con autocomplacencia, la broma no funcionaría . Más púdica, o cínicamente, los diarios de estas partes del mundo apenas mencionan la palabra verdad.

martes, 21 de septiembre de 2004

En Newmaniana, una revista que hacen los Amigos de Newman en la Argentina, descubro un artículo de 1829, cuando era fellow del Oriel College. Era joven y le entra a Aristóteles y a su Poética, con envidiable libertad, que ya querría ver uno en tanta viuda de autores célebres.

Poetry, with reference to Aristotle's Poetry, se llamó el ensayo y se publicó por entonces en la London Review.

Algunos palos para el filósofo hay, no vayan a creer. Y bastante sensatos.

Y más cosas, pero para otro día.

En el final del artículo, dice Newman, hablando de la 'composición poética':
El arte de la composición es meramente accesorio para el talento poético. Sin embargo, aunque distinto del talento poético, es necesario para su exhibición. La composición poética requiere un dominio del lenguaje que es mero efecto de la práctica. El poeta es un compositor; las palabras son sus tipos, debe tenerlos a mano y con ilimitada abundancia. De allí la necesidad de una cuidadosa labor para el cumplido poeta -no para que su dicción atraiga, sino para que el lenguaje se le subordine. Estudia el arte de la composición como nosotros estudiamos la danza o la elocución: no para poder movernos o hablar según reglas, sino para que, mediante el ejercicio, nuestra voz y porte queden libres para permitirnos hacer lo que queramos con ellos. Por tanto, un talento para la composición no es una parte esencial de la poesía, aunque indispensable para su exhibición. De allí pareciera que atender al lenguaje por el lenguaje mismo no evidencia al verdadero poeta, sino al mero artista...
Pasa a Pope, a Virgilio, a Milton y Sófocles. Hasta que llega a Homero:
Finalmente, el estilo de Homero es perfecto en su género: libre, poderoso, simple, enérgico y variado; es el estilo de alguien que rapsodiza sin pensar en los juicios, en una época anterior a las tentaciones que más o menos han prevalecido entre los escritores, antes que la poesía se haya degradado en mera exhibición y que la crítica la haya estrechado, enangostado en un arte.
La Retórica no es el mayor de los trabajos de Aristóteles, ni mucho menos, pero tiene muchas líneas felices. Y útiles.

Está escrita en un tiempo -y para un tiempo- que me parece que sabía cosas de un modo distinto del nuestro. Algo que uno nota en la antigüedad, en general. El más craso racionalismo antiguo parece tener una cierta humildad -salvo quizás en el caso de los reformadores de la Atenas de Sócrates y Platón, conocidos como sofistas, genéricamente-, una humildad que no conocemos en los racionalismos más nuevos. Probablemente se trata de una ilusión óptica, pero, uno tiene la impresión de que como si dijéramos cierto cansancio por andar sobre la faz de la tierra, ha hecho que los hombres busquemos soluciones y planteos ingeniosos si son lo suficientemente extravagantes, como jugando con la mera posibilidad de que algo sea "de otro modo". A veces por odio -tal vez, cierta envidia- a la antigüedad que parecía lanzarse a la aventura con una frescura que solemos llamar ingenuidad; a veces, quizá, por presunción de novedades, como por desánimo o aburrimiento y la consecuente necesidad de soluciones espectaculares; tal vez por esa tan nuestra e inarrugable voluntad de dominio.

Hay algo con la verdad. No podemos anular nuestro apetito de saber. Y de saber la verdad. Es arduo llegar y nunca estamos seguros de haber llegado. Y llegamos a la conclusión de que no hemos llegado, no bien llegamos a algo cierto y consistente. Puede ser que eso al espíritu le deje un sabor agridulce. Cualquier parada en el camino es forzosamente breve. No hay modo de que el reposo sea duradero. No aquí. No en este lado de la existencia. Y parece que, así, compiten el apetito de saber la verdad, con el cansancio de una marcha que se nos vuelve larga.

En el libro segundo de su obra, hablando del uso conveniente de cuentos y fábulas en los discursos, Aristóteles ejemplifica con una fábula que inventó Estesícoro:
Un caballo poseía él solo un prado, y como viniera el ciervo y le estropease el pasto, queriendo vengarse del ciervo, pidió a un hombre si podría, junto con él, castigar al ciervo; respondió el hombre que si aceptaba un freno y él se montaba encima llevando unos dardos; como el caballo accediera y montara el hombre, a cambio de vengarse, se convirtió en siervo del hombre.


Estesícoro aplica esto a un caso político. Pero, como toda comparación, tiene más de una aplicación.

lunes, 20 de septiembre de 2004

El lirio de tu nombre se levanta
por el aire fatal hasta la altura
del arcángel secreto que conjura
tu equilibrio de espuma en su garganta.

De sí mismo a sí mismo va con tanta
levedad trascendiendo que la pura
ingravidez del aire se apresura
a servir de escabel para tu planta.

Y yo, aquí abajo, entre la hierba vengo
resoplando vapores como un toro
muerto de celos por la tierra parda.

Un mar de celos en las venas tengo
del nombre que te ciñe, del decoro
del aire y del arcángel que te guarda.


Creo que es el soneto que más me ha acompañado, hasta hoy.

Conozco en parte la historia lírica del autor. No por él, a quien conocí y aprecié. Era muy discreto y reservado. Me la contó su hija pocos años después de su muerte, tratando yo de juntar sus versos para publicarlos. En parte se parece a Garcilaso, por la obra intensa y breve.

Apenas 44 sonetos y unos cuantos poemas más. Todos escritos para quien fue su mujer -como éste- la que, al morir, se llevó con ella la pluma del poeta, la inspiración o las ganas de seguir escribiendo. A partir de entonces se dedicó a otra de sus aficiones, la pintura y el dibujo.

Cuanta vez he podido, como ahora, lo doy a conocer.

Hace muchos años, le mostré unos versos propios al insigne tucumano (que alguna vez mencioné), entre ellos algunos que yo entendía podían ser sonetos. Con infinita generosidad -y como entusiasmado por la vena lírica-, sin casi mediar palabra ni introito, me recitó este soneto que ahora copio, y lo hizo de memoria, porque lo tenía a flor de labios. Él lo conocía desde hacía casi cuarenta años. También yo esa tarde lo memoricé sin papel adelante, por tradición oral. Seguimos hablando de poesía y lo que aprendí con el tiempo, creo que en su mayor parte me lo enseñó aquel insigne tucumano a la luz de estos catorce versos. La tarde pasaba, y de unos cuadernitos Gloria de 24 páginas, escritos con birome verde, me leía sus propios sonetos y poemas. Infinita delicadeza y sabiduría la del tucumano insigne, que apenas si decía algo de mis versos. Ni falta que hacía.

Con los años, en la casa de un amigo que vino a resultar, por matrimonio, sobrino político del autor de este soneto, me encontré con él. Conversamos cálidamente. En un momento, apareció la poesía en la charla. Y le recité su propio soneto. "Ah, pero ahora tiene otra versión... hace años que no oía ésa, ¿podés repetirla?" Lo hice. "Es mejor que la actual, me parece que lo voy a volver a su estado original..." Y sentí como si hubiera estado guardando un tesoro mucho más valioso que lo que ya me parecía.

Al tiempo, nos volvimos a ver en el mismo lugar, en un almuerzo. Me trajo de regalo una carpeta con su obra poética, que alguna mano desalmada retuvo cuando se la presté y nunca me devolvió. Mucho después, la hija del poeta reparó la falta con creces y obtuve una copia de todos sus originales.

Todo lo cual es uno de los nombres que la felicidad tiene para mí en esta tierra de sombras.

El poeta se llama Augusto Falciola. Y es una de las pruebas irrefutables para mí de que Dios tiene buen gusto cuando elige amigos.

domingo, 19 de septiembre de 2004

Adiós a la Cruz del Sur

Ya ves: menos que un soplo de viento en el desierto
es al cabo la vida humana.
Una pizca de polvo se alza, gira, se pierde
y se disipa, seca y vana.

Mira el cielo: una cruz al sur y otra al norte.
Dondequiera que el hombre huya
ve en el fondo del cielo cuatro clavos de oro,
helado horror, postrer refugio.

Y, llenando un vacío grande infinitamente,
sólo Tú, ingenio de suplicio,
de lo infinitamente pequeño y palpitante
haces crecer un eterno edificio.

Joan Sales

I. Viniste de mañana

Viniste de mañana. Se inclinaba
la madreselva a lo largo del muro.
capilla adentro, ¡qué azul la mirada
que lanzó el aire puro!

Me postré, como el viejo
porlvo de Cafarnaum en Su camino.
Y temblé, como hierba y como espiga,
al soplo de su tínica de lino.

II. La noche

La ciudad de la Noche se descorre, tranquila.
Luces, plazas azules. Es silencio y cristal.
Dirías que vigila,
desde arriba, la paz
de este valle que aroma con el viento y la lluvia
de septiembre. A lo lejos se oyen vagos relinchos.
¿Alucón de la sombra, o sube en su carroza
el Tiempo, con su barba de bosques y de grillos?

Se hizo rumor de aguas el silencio. La Noche
nos vigila y nos piensa.
¡Oh Rey desconocido que nos diste un palacio
de temor, de belleza!

Marià Manent


Estas son las traducciones de los poemas catalanes. Finalmente.
En realidad, en lo que suenan, y la poesía es música también, en parte traduttore traditore!
Alguna vez habrá que hacer una especie de elogio de las riquezas, porque se puede, en algún sentido. No el elogio culpable del católico liberal, tratando de servir a dos señores, o el elogio capitalista de las bondades infinitas de las inversiones para la vida de la tierra y del cielo, o el elogio oblicuo del progresista, con ese aire de que envidia el dinero que tienen otros y que él usaría mucho mejor.

Pero no será hoy.

Hay una cuestión simple, pero impresionante, en la posesión y la búsqueda de posesión de bienes, así como en la 'competencia' entre Dios y los bienes de este mundo, también las riquezas de dinero. Y de eso parece hay que tratar.

Lo descubro leyendo un libro de meditaciones para cada día que armó un dominico, Fr. Mézard, op, entresacando textos de toda la obra de Santo Tomás y siguiendo el año litúrgico (en la versión vieja del año litúrgico, porque es anterior a 1950). En Buenos Aires, lo publicó Emecé, en 1948. No sé si hay edición nueva, pero debería haberla. Todavía se lo ve por ahí. Si lo encuentran, no se lo pierdan (a mí me lo regaló un amigo, hace unos diez años).

En el breve y discreto prólogo dice Fr. Mézard: "No deben buscarse aquí, ciertamente, las meditaciones que tantas veces se publican para uso de los fieles, meditaciones enteramente acabadas, muy solícitas en indicar, a veces con excesiva prolijidad, no solamente las ideas para la inteligencia, sino también los afectos para el corazón y hasta los propósitos prácticos que deben sacarse, de suerte que apenas queda al que medita nada que hacer ni investigar.
Aquí, sin duda, sólo las ideas se presentan al espíritu, ideas breves, en estilo elevado, claras, firmes, pero ¡cuán llenas y fecundas, cuán saturadas de piedad y de verdadero amor de Dios!"


Un ejemplo de espiritualidad dominicana, que, si no lo leyera aquí, ya lo había visto en acto en varios amigos dominicanos, que no sé cómo se las ingenian para hacer teología cordial pero viril, exigente al espíritu pero no seca, tan completamente distinta a cierta otra teología y espiritualidad de manual piadoso (incluso de manual de teología) que tanto se ha enseñado.

Otros dos aciertos de este librito. En el tiempo durante el año, sigue las vías purgativa, iluminativa y unitiva.
Por otra parte, el Prefacio comienza diciendo: "Todo este libro, tanto en los conceptos como en las mismas palabras, salvo unas pocas que se hallarán en la meditación de la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María, es, en verdad, obra del piadosísimo Doctor Angélico, Santo Tomás de Aquino." Tanto, que el libro se llama Meditaciones y lleva por autor al propio Santo Tomás.

Por eso. Mejor me callo y vamos al asunto.

En la meditación del día 29 de julio, se comenta el texto de san Lucas, X, 41-42, aquel de la visita de Jesús a la casa de Marta y María, y aquel del 'reproche' a Marta, 'porque una sola cosa es necesaria'. Entre otros textos de Santo Tomás, el recopilador anota estos:
Debemos buscar una sola cosa: en verdad una sola es necesaria. (Luc, X, 42)
Estando Marta muy afanada en muchas cosas, quiso el Señor atraerla a una sola. La perfección del hombre consiste en que su corazón se ligue a una sola, ya que cuanta mayor unidad haya en él tanto más semejante es a Dios, que es verdaderamente uno. Una sola cosa he pedido al Señor. (Psal. XXVI, 4) Pero en contra de esto padece el que busca las riquezas o las cosas del mundo, pues se llena de muchos deseos, y su corazón es arrastrado a cosas diversas.
(In I Tim., VI)

Por eso también el Espíritu Santo realizó la purificación de la Bienaventurada Virgen, como preprándola para la concepción de Cristo; esa purificación no fue de alguna impureza de culpa o concupiscencia, sino que consistió en reconcentrar más profundamente su alma en una sola cosa, y en separarla de la multitud.
(S. Th., III, q. XXVII, a. 3 ad 3)

Ese uno, al cual se adhiere el hombre por la caridad, es Dios. En esto consiste la perfección del hombre: en unirse a Dios por la caridad. El alma puede unirse perfectamente a Dios de dos modos: refiriendo actualmente a Dios todas sus acciones y conociéndolo en la forma en que es cognoscible, lo cual se verifica en el cielo.
Pero la adhesión en esta vida en que estamos es doble: una necesaria para la salvación, a la cual todos están obligados, es decir, que nadie debe aplicar su corazón a lo que es contra Dios, sino que habitualmente debe referir a Él toda la vida. Acerca de este modo dice el Señor: Amarás al Señor tu Dios, etc. (Matth., XXII, 37.) La otra es de supererogación, cuando alguno se une a Dios más allá del estado común a todos, lo cual se verifica apartando el corazón de las cosas temporales, y así se acerca más a la patria celestial, porque cuanto más se debilita la ambición, tanto más crece la caridad.
(In Phil., III)

Santo Tomás, comenta en este último texto, la carta de San Pablo a los filipenses, es el capítulo 3, 9-14, de muy fuerte sabor. Tanto, que el comentario de Mons. Straubinger, en su edición del Nuevo Testamento, hasta con cierto humor áspero, dice: "Bien vemos en esto que la Sagrada Escritura no enseña a ser capitalista, poseedor de virtudes, sino a ser eterno mendigo, pues en esto se complace Dios cuando ve 'la nada de su sierva', como María (Luc., 1, 48). por eso la Biblia suele tener tan poca acogida, porque no nos ofrece como 'la satisfacción del deber cumplido' ni esas otras fórmulas con que el mundo alienta nuestro orgullo so capa de virtud..."

sábado, 18 de septiembre de 2004

Para quien no conozca a John Henry Newman, tal vez sus dificultades no le digan demasiado. Y quien lo conozca, ya las conoce.

Pasar del anglicanismo al catolicismo es siempre una complicación. Ser converso a mediados del siglo XIX en Inglaterra ya es haberse metido en un problema. Nació en 1801 y murió en 1890 y, en el medio del camino de su vida, exactamente en 1845, ingresa a la Iglesia Católica. Creo que se trata del converso más notable del siglo XIX, no solamente en Inglaterra. Lo curioso en un hombre tan afable, de reconocida inteligencia y ciencia, es que tuviera tantos enemigos y que todo le costara tanto y que buena parte de sus principales intuiciones e iniciativas quedaran truncas o malversadas o arrumbadas. O quizá no tan curioso. De hecho, tuvo tantos amigos como enemigos en ambas iglesias. Sorprende al mismo tiempo su coraje y su determinación. De hecho, aunque no estuvo nunca solo en su accidentado peregrinaje espiritual y cultural, da la impresión de que junto a él no había nadie.

Su obra es inmensa en variedad y en calidad, y su esfuerzo por producir una verdadera primavera en la fe y en la cultura inglesa y, una vez convertido, en el catolicismo no solamente inglés, parece una tarea sobrehumana.

No hay modo de evitar el penoso pensamiento de que ha sido un hombre desaprovechado. Y que, por lo mismo que impresionan su potencia y originalidad, corre siempre el riesgo de ser aprovechado frívolamente. Los designios divinos son difíciles de entender para los hombres, ciertamente. Pero si con Newman nos hubiera sido enviado un profeta, en primer lugar fue tratado como los del Antiguo Testamento. En segundo lugar, no es al profeta al que se ha destratado.

Entre muchos otros, el caso de la Universidad de Dublín, entre 1853 y 1858, es un episodio más pero muy significativo. Lo convoca el arzobispo de Armagh, el primado de Irlanda, para formar una universidad. Newman acude y pone en la tarea toda su experiencia oxfordiana, sus estudios, su concepción arquitectónica, delinea el papel de la excelencia académica, el puesto de la teología como formación primordial, hace lugar al laicado en el cuerpo de profesores y en la administración (lo que le niegan). Pensaba en una universidad, no en un seminario. Pensaba en una universidad, no en una escuela de negocios embadurnada con una fina capa de agua bendita. Trabajó -batalló- casi siete años, mientras el mismo que lo había llamado boicoteaba en Roma su nombramiento de obispo y le dificultaba todo lo que podía su tarea en Irlanda. Sospechaban de él porque era inglés, porque era de Oxford, porque era converso, porque quería poner laicos -incluso laicos irlandeses jóvenes- en vez de sacerdotes, porque quería que dieran clases otros ingleses conversos, porque quería traer alumnos ingleses y norteamericanos (nunca lo dejaron), porque quería que los estudiantes estudiaran de todo, que estudiaran bien y que estudiaran mucho. Allí está su Idea de una Universidad (1852.1859), para enterarse de qué trataba este asunto, por ambas partes, especialmente viendo las cosas que se veía obligado a explicar y a defender.

Dice uno de sus biógrafos: "cuando finalmente vio que todo iba a ser un asunto irlandés y clerical... renunció en 1858".

viernes, 17 de septiembre de 2004

1931. Consuelo Suncín de Sandoval, joven y viuda, conoce a Antoine de Saint-Exupéry. Fue en Buenos Aires. Al poco tiempo se casaron en Francia, en primavera. Lo demás, y aun esto, es historia conocida. Cruzando la obra del aviador, los testimonios sobre su vida, sus biografías, cartas y demás testimonios, incluídos los de la propia Consuelo, todo dice que Consuelo es la famosa rosa de El Principito.

En realidad, no habría mucho problema en que así fuera. No es la primera vez que pasa.

Inclusive, mirando los modos de ser de ambos, de Consuelo y de Antoine -Tonio, para ella-, mirando su vida juntos (es un decir lo de juntos, ... y lo de vida), no hay mucho que decir respecto de cuánto puede cierto tipo de amor. Por ejemplo, a la hora de que quien es más ponga tanto a los pies de quien es menos.

No niego que Consuelo fuera bonita y atractiva en más de un sentido. Es probable que haya sido una mujer con arrestos intelectuales y estéticos. Algo de todo eso tiene que estar en la raíz de la palabra Musa que le asigna el propio "Saintex".

El libro La rosa que cautivó al Principito, escrito hace un par de años por una salvadoreña, parienta y ahijada de Consuelo -que nació cuando ésta estuvo en El Salvador, allá por 1972-, parece (porque no lo leí) que se ocupa de la intimidad de Consuelo, su infancia, amores, aventuras y otras peculiaridades. Básicamente -de allí el título- hace de Consuelo la mujer que inspiró mucho de lo que después sería inmensamente famoso en la pluma de Saint-Exupéry, particularmente, el revés de la trama de la coprotagonista de El Principito: la rosa. Y, más allá de que podría tratarse de una obra algo ñoña o "rosa", parece que bien puede sacar partido de algo que el propio autor no se ocupó de ocultar, ni en la obra, ni en la vida. Esto es, lo mucho que quería a esta mujer, más allá de sus merecimientos, que seguramente los tuvo en algún sentido. Y más allá de sus defectos, que el propio Saintex -no solamente amigos y conocidos- se ha encargado de poner en negro sobre blanco.

Es misterioso el amor. Por supuesto que nadie sabía en aquellos años que van desde 1931 a 1943, que es cuando aparece El Principito, la enormidad que significaría ese aparentemente ingenuo cuento para niños, que hasta se da el lujo de tener un final infeliz y cuasi suicida (aun tomando el final como una metáfora). Con la rosa de espléndida partenaire.

Pero.

He mirado esta foto largamente. Muy largamente. No cómo si fuera un detective que trata de buscar qué produjo el asesinato. Simplemente la miré y la miré, hasta ver si podía lograr que se convirtieran los personajes en seres vivientes, respirantes, móviles. Con deseos y frustraciones, con algo en el corazón y en la mirada, con contradicciones y lealtades, con infidelidades y absurdos. En seres humanos. A pesar de esas bocas tan cerradas de ambos, imaginé los diálogos vivos, los apasionamientos enfurecidos, los caprichos, los requiebros. Traté de olvidarme, y no, al mismo tiempo, de las frases de poster del pobre pequeño príncipe (culpa de los que hacen posters, no del hombrecito, claro...). Traté de ver, en la foto, de dónde venía tanta palabra justa, tanta palabra tan sentida (tan a propósito para un poster, incluso), de dónde venía tanta serena sabiduría, tanta sencillez. Quise olvidarme, a propósito, de los retazos de información que tenía de Consuelo. Pero después me dije, mirándola en esta foto, que era tramposo mi procedimiento. En realidad, al fin, traté de verla como la veía Tonio, que tenía bastante más que retazos de información sobre ella. Y llegué a dos o tres conclusiones, provisionales, claro, porque no estoy del todo seguro de entender de qué trata este asunto.

Sí parece cierto que es raro el amor humano. Quiero decir, el amor humano tan humano.
Entremos al viernes por el amor, después de todo de allí toma su nombre el día.
Presencia

Esta carne mortal que cada día
Se desmorona de su arquitectura,
Este dolido corazón que apura
Gota a gota su cáliz de agonía,
Este temor de amarte, esta armonía
De callar y callar, esta ternura
De saberte mujer y criatura
Y renunciarte y esconderte mía,
Todo me dio el Amor; la paz, la gloria,
El Sol, las flores y la compañera
Presencia de tu piel y tu memoria;
Todo: la luz, la lluvia, y de repente
Tu voz y tu silencio y tu manera
De sonreír y de quedarte ausente.


No me quieras nunca

No me quieras nunca
Como te he querido.
Mira que es muy triste
Llorar sin motivo
Y esperar el sueño,
Remoto y contigo,
Y al final de todo
Darlo por perdido.
Mira que es muy triste
Decirte al oído:
No me quieras nunca
Como te he querido.


Quizá todo ocurriera el mismo día

Callar y más callar y, desvelado,
Recordar lo que he sido y que no he sido:
Lo que quise soñar medio dormido
Para que fuera así medio soñado.
Rescatar lo olvidado y no olvidado
Y jugar al recuerdo y al olvido
Y cortar una flor como al descuido
O como si estuviera enamorado.
Todo es igual. Quizá la misma cosa
Dicha con un lenguaje diferente
Que saben sólo el pájaro y la rosa.
Quizá todo ocurriera el mismo día:
El ayer y el mañana y el presente,
La esperanza, el laurel y la agonía.


Tres poemas (entiendo que por amor) de Ignacio Braulio Anzoátegui (1905-1978).
Credo del Incrédulo

CREO en la Nada Todoproductora
d'onde salió el Cielo y la Tierra.
Y en el Hómo Sapiens su único Hijo Rey y Señor,
que fue concebido por Evolución de la Mónera y el Mono.
Nació de la Santa Materia
Bregó bajo el negror de la Edad Media.
Fue inquisionado, muerto achicharrado
cayó en la Miseria,
inventó la Ciencia
Ha llegado a la era de la Democracia y la Inteligencia.
Y desde allí va a instalar en el mundo el Paraíso Terrestre.
Creo en el libre Pensante,
la Civilización de la Máquina,
la Confraternidad Humana,
la Inexistencia del pecado,
el Progreso Inevitable,
la Rehabilitación de la carne
y la Vida Confortable. Amén.


Leonardo Castellani (en Las Ideas de mi Tío el Cura, 1984)
Creo que con buena intención, fue publicado acá . Pero con poco cuidado, cosa que hasta cierto punto es todo un signo también, especialmente por el lugar del que se trata. Y esto lo confirman algunos 'disparates' en la presentación del autor. Por lo menos, liviandad. Aunque buena intención liviana, digamos.

jueves, 16 de septiembre de 2004

Mac Ian y Turnbull tratan de batirse. Ya se sabe, es La Esfera y la Cruz, de Chesterton.

Al montañés escocés católico, recién llegado a Londres, lo ofendió un panfleto contra la Virgen María que había publicado el escocés ateo y que tenía expuesto en la vidriera de El Ateísta, su periódico, a la vera de la catedral de San Pablo.

Desde entonces tratan de batirse, porque ambos creen que vale la pena, y nadie los deja. Literalmente nadie. Porque nadie entiende que haya que batirse. Por nada. Y menos por eso.

Entre tantos 'nadie', aparece, en el capítulo V, un discípulo de Tolstoy y Shaw. Un gordo pacifista que insiste en tratar de impedir el duelo.

Ni siquiera Turnbull, y mucho menos Mac Ian, lo soportan más, ni a él ni a sus discursos sobre el amor y la paz y el principio superior y la no violencia. De modo que, finalmente, y entre ambos, logran ahuyentarlo.

Pero Mac Ian cree que ha sido un ángel. Una aparición que le permitió ver de un trazo lo que podría haber sido de ambos:
- ¡Y qué! Ése hombre era un ángel -dijo Mac Ian.

- No sabía yo que fuesen tan triste cosa -respondió Turnbull.

- Sabemos que los diablos citan a veces la Escritura y falsifican el bien -replicó el místico-. ¿Por qué los ángeles no han de mostrarnos alguna vez el negro abismo en cuyo borde estamos? Si ese hombre no hubiese intentado contenernos... yo acaso... acaso me hubiese contenido.

- Ya entiendo lo que usted dice -contestó Turnbull ásperamente.

- Pero ese hombre vino -prorrumpió Mac Ian- y mi alma me dijo: abandona el combate, y te convertirás en algo como Eso. Abandona juramentos y dogmas, y los principios sólidos, y te irás pareciendo a Eso. Aprenderás también una filosofía turbia y falsa. Te aficionarás a esa ciénaga de moral cobarde y rastrera, y vendrás a pensar que un golpe es malo porque hace daño, no porque humilla. Vendrás a pensar que dar muerte es malo porque es violento, no porque es injusto. ¡Oh blasfemo del bien, hace unas horas creí que le amaba a usted! Pero ahora ya no hay que temer por mí. He oído la palabra amor pronunciada con su entonación, y sé exactamente lo que significa. ¡En guardia!

Las espadas se buscaron y se oyó el ludir formidable, animado del odio y la energía antiguos; y se atacaron una vez y otra. De nuevo, el corazón de cada uno vino a ser el imán que atraía a una espada loca...
El martes 14, el Corriere della Sera publica en la sección Cultura un artículo sobre una investigación que los editores italianos han hecho acerca de, en realidad, la cantidad de libros que venden.

Por supuesto que la cosa aparece con el ropaje de una preocupación política y cultural: Dalla domanda di lettura alla domanda di cultura. Así se llama la publicación que contiene la investigación que hizo la AIE (Associazione italiana editori).

Ivan Cecchini, el director de la AIE, dice: "Meno scrittori, meno scienziati, meno storici, meno cittadini consapevoli, visto que la lettura é una attivitá strettamente correlata con lo sviluppo economico e democratico di un Paese". Todo esto porque los italianos se sienten entre las cenicientas de Europa en materia de lectores (compradores de libros, debe leerse aquí), apenas por encima de Bélgica, Irlanda o España a los que, según la nota, siguen Grecia y Portugal, que suenan allí como los tullidos de Europa.

Como en los primeros puestos están los países nórdicos o germánicos (Suecia, Dinamarca, Finlandia, Inglaterra, Alemania), Cecchini suelta su tesis: "Si legge di più del nord Europa per via del protestantesimo che ha portato la cultura del libro, attaverso la Bibbia, nelle case". Le pican al itálico las cifras de Francia. Por eso la autora del artículo aclara: "Fatto sta che anche al sud Europa, i 'cugini' francesi, non protestanti, ci battono con un 44,3 per cento di lettori". Y como Italia tiene un modesto 42 por ciento de lectores, por debajo de la media europea...

Enseguida aclara Cecchini: "con le ipotesi potremmo scrivere pagine e pagine". (Para qué, digo yo, escribir páginas y páginas sobre semejante bobada, será para que lo lean i nordici... in Svezia, si total los tanos no leen, es decir no compran.)

Parece una típica publinota. Ademanes preocupados, gestos de pariente en la sala de espera de una terapia intensiva, que terminan en un altruista: pase por la caja que allí le cobran...

Está, es verdad, en la línea de Sartori y de algunos otros batalladores de la postmodernidad: menos televisión, más lectura, mejor democracia: volvamos a la ilustrada modernidad.

No sé si da para tanto la discusión del asunto.

De modo que, conclusión: hay que leer más (comprando más libros) para tener más cultura; hay que tener más cultura para ser más desarrollados y democráticos; hay que ser como los nórdicos y germánicos que son más desarrollados económicamente y más democráticos porque leen más porque son protestantes y tuvieron las Biblias en sus casas.

Me dan ganas de mandarlo al Centro Cultural a que encuentre su Marca País, y se deje de llorar...

(¿O vendrá de ahí?)
Invitación a contemplar la luna

Tú que has visto las lunas literarias
que por las hojas de los libros ruedan,
ven a ver esta luna. Es una simple
luna de la naturaleza.
No digas se parece, no hagas una
metáfora, aunque sea
la justa, la inhallable, la que nunca
visitó el corazón de los poetas.
No cuelgues de su disco claro y puro
ningún cintajo literario. Sueña
que por primera vez abres los ojos
a una noche de luna y la contemplas.
Era joven Conrado Nalé Roxlo cuando escribió este poema que publicó después en su libro El grillo. Tan despojado ese estilo suyo, y tan cordial al mismo tiempo.

Tan parecido a aquello que decía Simone Weil, hace poco. Y en la misma línea de aquellas cosas que dice Chesterton, cuando quiere que veamos las cosas por primera vez, alguna vez.

miércoles, 15 de septiembre de 2004

Días atrás, esperando nacer comentó acerca de cierta retórica imbécil y de una expresión de la oración oficial del Congreso Eucarístico.

Cosas de la vida, al poco tiempo cayó en mi mano un folleto. Lujoso, en términos gráficos. Papel satinado, de más de 200 gramos, 21 x 59 centímetros, desplegable, troquelado en 6 cuerpos, doble faz, cuatro colores. Un boletín septiembre-octubre que pregona las actividades del Centro Cultural UCA de la Universidad Católica Argentina. Actividades de las previsiblemente llamadas culturales, con una políticamente correcta cuota de la llamada solidaridad social.

Cuando lo leí con cierto detenimiento, por alguna razón no pude sino asociarlo con lo que, sin extrañeza ni alegría, anotaba Hernán en su página. Confieso, además, que redacté tres veces esto. Una vez me lo borró un virus. Mejor (para mí, sobre todo). La segunda vez, fue por oficio. Ésa la borré yo. De cualquier modo, si alguien tiene demasiado interés en estos asuntos, que se consiga el folletín y, por las suyas, le pase el peine fino.

Por mi parte, me detuve en dos pequeñas entradas del boletín, no por menores menos significativas.

Encuentro y exposición de pintores
Cada país tiene la responsabilidad de mostrarse ante el mundo. El arte, la cultura y las costumbres de una nación se combinan con negocios potenciales y estrategias de marketing internacional, generando el concepto de "Marca País".
En noviembre, el Centro Cultural UCA y la Secretaría de Turismo de la Nación organizarán un Encuentro de Pintores bajo esta temática, con el objetivo de que los artistas convocados plasmen el concepto de nuestra Marca País en sus obras. Los frutos de este encuentro integrarán la Exposición itinerante "Marca País".

Servicio a empresas
Pensando en las empresas que buscan ofrecer un valor agregado a sus empleados, el Centro Cultural UCA ofrece cursos y talleres para capacitarse profesionalmente y desarrollarse en el plano personal. Los cursos pueden dictarse tanto en las instalaciones de la empresa como en el Centro Cultural.

Turismo Cultural
Oratoria Empresarial
Mercado de Arte
Negociación
Apreciación de Arte
Taller de Redacción
Fotografía
Sponsoreo y actividades en conjunto con empresas

Cuando leí la primera notita, les aseguro que inmediatamente me acordé de un párrafo de Cicerón, que me gusta citar.

No somos más numerosos que los Hispanos, ni somos más fuertes que los Galos, no somos más astutos que los Fenicios, ni mejores en las artes que los Griegos, ni tampoco que los Ítalos y los Latinos en cuanto al sentido innato del suelo natural, pero sí superamos a todos los pueblos y a todas las naciones por la 'pietas', por la 'religio' y por una 'sapientia' que consiste en que nosotros tenemos la evidencia profunda de que todo está regido y gobernado por el numen de los dioses.

Sentí una nostalgia infinita -y una envidia inmensa- del siglo I antes de Cristo. Me imaginé, al mismo tiempo, el razonamiento que hay que hacer para llegar a Marca País. El clima espiritual e intelectual que hay que respirar para que a alguien se le ocurra que un Centro Cultural de la Universidad Católica Argentina tiene que ofrecer semejante muestra de tilinguería.

Pero, como la segunda notita del boletín pegaba maravillosamente con la primera, al fin sentí casi toda la nostalgia del mundo. Toda la soledad del mundo. No sé si la mía, pero también.

Sentí toda la soledad del mundo. Me imaginé la que podría haber sentido un pagano del siglo II dC, o un hombre del siglo VIII.

Imaginé que hubiera ido a las puertas de la nueva fe que empezaba a hacerse cultura, civilización, a buscar sapientia, pietas y religio (ya un poco lejanas en su recuerdo, pero vivas por varios otros lados) y que le hubieran dicho que la asistencia social que el Centro Cultural puede ofrecerle, si tiene deseos de desarrollarse en el plano personal, incluye un menú de lo más monono y útil.

No me digan, por favor, algo que ya sé. No me muestren un almanaque de este año y una colección de libros de Paul Johnson, Bertand Russell, Karl Popper o la nueva Constitución de la Unión Europea. No me lean un artículo de Mariano Grondona, de Fernando Savater o de Michel Foucault o de quién sé yo qué obispo, cardenal o superlaico optimista. Ya sé qué año es y dónde estoy. Y por eso mismo, creo tener una idea vaga de este mundo en el que vivo y de los hombres de este mundo. Después de todo, qué embromar, uno es uno de ellos.

Nada más imaginé un hombre que hubiera pasado las invasiones de los bárbaros, que hubiera visto la caída del imperio, la disolución lenta de una cultura que, así como el agua filtra las piedras, se estuviera mezclando con la Buena Noticia y los nuevos modos de ser en sociedad que traían los nuevos tiempos. Imaginé un eremita, un anacoreta, un hombre solo en la selva de soledades de aquellos siglos primeros, rodeado de riquezas que podrían salvarle la vida -la vida que más importa-, un hombre buscando la verdad. Como si dijéramos San Antonio el Abad, San Agustín y tantos otros como ellos en aquellos siglos.

Imaginemos, por qué no, una multitud de hombres de espíritu sediento y hambriento, que se agolparan a las puertas de Alcuino de York, ya muriendo el siglo VIII. Llegan a las oficinas del monje erudito. Aquel que, junto con otros en esos tiempos, recogió pietas, religio y sapientia de todas partes que pudo, y con ellas trazó e hizo la Europa universitaria y buena parte de la Europa a secas.

Y ahí la imaginación se dispara y empieza la nostalgia infinita. Y la sensación de baldío y soledad en el páramo del espíritu. (Claro que en ese páramo o en cualquier otro, el Espíritu sopla donde quiere...)

Esta es la última escena. Antes de que la pantalla funda a negro y aparezcan los títulos, se lo ve a Alcuino junto a los muros de Aquisgrán (ya remodelado y muy parecido al Embankment o a Puerto Madero). Debajo del blazer azul, se le adivinan unos tiradores con motivos búlgaros. Agita animadamente un plateado celular en su mano. Mientras tanto, sin dejar de mirar cada tanto la notebook que tiene sobre una mesita de fórmica, barbilampiño, contento de sí mismo, animoso frente a un futuro de bienestar y solidaridad entre los hombres, le explica a una turba de anacoretas, soldados, labradores, artesanos y reyes -que sin saberlo se disponen a ser la naciente civilización fundada sobre tradiciones venerables y sobre la Buena Nueva- cómo aprovechar las ventajas comparativas, las diferencias étnicas, y cómo utilizar el arte, la ciencia, la Fe y otros materiales fungibles, para construir la "Marca Imperio".

En el fondo del cuadro, se lo ve a Carlomagno, florida la barba blanca, discutiendo acaloradamente con el secretario Económico-financiero de los francos, cómo darle valor agregado a sus empresas guerreras, mientras una germánica rubiecita con trenzas del departamento de Marketing del Frankreich, le acerca una carpeta cuyo rótulo reza: Workshop: Los valores que nos identifican como pueblo.

martes, 14 de septiembre de 2004

Algo más de Voces que te han cantado, todavía en catalán (y todavía sin traducción...):
Has vingut de matí

Has vingut de matí, quan s'inclinava
el lligabosc florit a ran del mur,
Capella endins, quina mirada blava
m'ha donat el cel pur!

M'he ajupit com l'antiga
pols de Cafarnaüm, pel Seu camí;
he tremolat com l'herba i com l'espiga
al vent d'aquella túnica de llí.

Los versos son de Marià Manent, la primera parte de una composición que se llama Mysterium Fidei. La tercera y última parte es ésta:
La nit

La ciutat de la Nit s'obre, tranquilla,
amb llums i places blaves. És silenci i cristall.
Diríeu que ens vigila
damunt aquesta vall
que es féu més olorosa amb el vent i la pluja
de setembre. Lluny, vagues, ara es senten renills.
És el dúgol en l'ombra o bé en carrossa puja
el temps que duu una barba de boscos i de grills?

El silenci es fa so d'aigües. La nit suau
ens vigila i ens pensa.
Oh Rei inconegut, que ens feres un palau
de beutat, de temença!

lunes, 13 de septiembre de 2004

Encuentro en unos trabajos de una argentina doctora en letras, uno en el que comenta un artículo de Albert Camus (L'artiste en prision, 1952) sobre Oscar Wilde y específicamente sobre De Profundis y la Balada de la Cárcel de Reading.

Entre otras cosas, dice el francés con perspicacia que la primera de estas obras es "la confesión de un hombre que declara haberse equivocado, y no tanto acerca de la vida, sino acerca del arte, del que habría querido hacer su vida exclusiva".

La autora aclara que confesión está aquí usada con el sentido que tenía para los primeros cristianos: una declaración pública de su fe.

Para hacer más comprensible el artículo, traduce algunos pasaje de De Profundis, y entre varios, estos dos:
Recuerdo, durante mi primer término en Oxford, haber leído en el Renacimiento de Pater... cómo Dante coloca bajo, en el infierno, a los que voluntariamente vivieron en la tristeza; y haber ido a la biblioteca del colegio y llegado al pasaje de la Divina Comedia en que, debajo del pantano lúgubre, yacen aquellos que fueron 'sombríos en el aire dulce', diciendo por siempre jamás a través de suspiros:
Tristi fummo
nel aer dolce che dal sol s'allegra.
(...)
Sabía que la Iglesia condenaba la acedia, pero la idea en conjunto me parecía fantástica, justo el tipo de pecado -imaginaba- que hubiera inventado un sacerdote que no conocía nada sobre la vida real. Ni podía entender cómo Dante, quien dice que: 'la pena vuelve a casarnos con Dios', pudo haber sido tan duro con los que fueron enamorados de la melancolía, si es que tal existía. No tenía idea que algún día esto se habría de convertir en una de las mayores tentaciones de mi vida.
Hace años me topé con un librito de poesía religiosa, que cada tanto vuelvo a repasar. No sé nada de la autora, Paulina Crusat (ya sé que podría buscarla en la biblioteca de Babel, pero no se me da la gana...)

Me gustó de entrada el título: Voces que te han cantado.

La autora recopila una serie de poemas de asunto religioso -cristianos- en varios idiomas, con sus respectivas traducciones.

Hay un capítulo para la Poesía catalana. Algunas cosas gustan más que otras, y algunas no gustan. Pero, en todas, la lengua catalana suena tan a propósito para la poesía, que podría pensarse que debería usársela para eso y para nada más.

Con un epígrafe de Venancio Fortunato: O Crux, ave, spes unica! (alguna vez habrá que hablar de este poeta medieval tan afamado) está este poema de Joan Sales, tomado del Diari d'un moribund:
Adéu a la Creu del Sud

I ja ho veus: menys que un buf de vent en un desert
és a la fi la vida humana.
Una mica de pols que s'alça, gira, es perd
i es dissipa, resseca i vana.

Guaita el cel: una creu al sud i una altra al nord.
Onsevulgui que l´home fugi,
veu aparèixer al fons del cel quatre claus d'or,
horror glaçat, últim refugi.

Omplint una buidor infinitament gran,
sols Tu, màquina de suplici,
de l'infinitament petit i palpitant
fas créixer un etern edifici.

Sin ansiedades. No hace falta traducirlo... todavía. Creo que bien se puede dejar que los sonidos drenen. Incluso hasta sin saber la pronunciación exacta.

domingo, 12 de septiembre de 2004

El fariseísmo de los publicanos. Eso sí que es un asunto complicado. O tal vez, en realidad, sea bastante sencillo de entender.

La palabra importante es fariseísmo. Jesús vio en los fariseos algo opuesto al Reino. Íntimamente opuesto, radicalmente opuesto.

Es una apropiación. Una apropiación indebida. Una certeza indebida.

Sin embargo, sabemos que Dios ama las certezas. Porque la certeza es la actitud de conformidad interior más acorde con el ser de las cosas (Y vosotros, ¿quién decís que soy?, y ante la respuesta taxativa de Pedro, Jesús se alegra infinitamente.) En rigor, Dios ama las seguridades también.

Pero seguridad y humildad no pueden ser opuestas por definición en el orden humano. Cuanta más honda seguridad tuviera un creyente en sus creencias, diríamos que más fe tiene. Y si obrara de acuerdo con esa seguridad hasta las últimas consecuencias, probablemente lo llamaríamos mártir, llegado el caso.

Aun esa seguridad subjetiva en el juicio sobre las cosas, que llamamos certeza, es buena. Pero tiene que ser una seguridad de conformidad con lo que las cosas son, de modo que es inseparable de la humildad. Porque un corazón limpio, como lo llama Jesús -y toda la Escritura- no solamente es un corazón veraz respecto de lo que es en una materia determinada, o en cuanto a un asunto tal o cual. La limpidez del corazón, parece ser, supone un primer acto -primero en orden de excelencia- que es el reconocimiento piadoso de la distancia entre aquello que no puede no ser y aquello que bien podría no haber sido.

Es una especie de presupuesto de cualquier mirada humana y aun angélica. Por eso la oración por antonomasia -Padre Nuestro, que estás en el cielo...- comienza con esas palabras.

Por alguna extraña razón, pocas veces asociamos a Dios con algo potente, necesario, causal, cuando hablamos con Él íntimamente, en la oración interior, en nuestro diálogo personal con Dios.

"Él nos hizo y a Él pertenecemos", "Oye Israel, el Señor es tu Dios, el Único", son ese tipo de expresiones que solemos encontrar en las Sagradas Escrituras y que muchas veces tomamos como hipérboles propias del exaltado espíritu oriental de los redactores, una expecie de exageración metafórica, que inmediatamente tenemos necesidad de morigerar con "Dios es amor".

Por alguna razón, solemos atraer a Dios a nuestra esfera, hacerlo más próximo, más comprensible. Como si entendiéramos exactamente qué es ser Amor. Como si ser Amor lo hiciera más comprensivo que ser el Único, o Todopoderoso. Y solemos para ello usar del amor, incluso de su cualidad de Dios amante. Dios es amor significa muchas veces Dios es bueno, es más o menos como nosotros y nos entiende y nos perdona porque es como nosotros. No es distante como podría serlo un Dios causal y poderoso (porque terriblemente poderoso significaría algo así como terriblemente malo, frío), es próximo como puede serlo un amigo que nos quiere, un par, alguien ante quien no debemos postrarnos.

Sin embargo, eso tiene el hijo pródigo de religioso. Debe volver, una vez que ha probado la distancia entre su padre y él. Y en la distancia ha visto la magnitud de su pecado. Y, precisamente, la distancia es el signo de la distancia. La magnitud de la ofensa está en relación directa con la magnitud del ofendido: "pequé contra el Cielo y contra tí".

La percepción de esa distancia es la humildad. La contracara del poder terrible de Dios es que somos terrenos. Y no es un juego de palabras. Aterrarse es abajarse, hasta el nivel de la tierra que pisan los pies del padre.

Como llamamos terror al miedo, creemos que terrible debe ser por fuerza algo malo.

Pero Dios es terrible y no es malo.

La sola presencia de Dios nos aterra, como cayeron en tierra Pedro, Santiago y Juan en el Monte Tabor. Así se aterra y cae en tierra el hijo infiel.

Y así el publicano, que no se atreve a levantar los ojos al cielo, postrado en tierra su primer acto es mantenerse a distancia, dice san Lucas: la piedad, el reconocimiento de la distancia entre Dios y él. Eso no le impide comenzar su oración con Dios mío,..., y el posesivo no es apropiación indebida, sino más bien signo de pertenencia de la creatura al Creador.

Otro tanto el hijo pródigo, que, primero en su soliloquio interior como después en sus primeras palabras, usa el vocativo de la piedad por antonomasia: Padre, he pecado contra el Cielo y contra tí.

Creo que bien podemos asociar al hijo bueno con el fariseo que reza de pie, agradeciendo a Dios no ser como ese publicano pecador, aterrado detrás de él, que no cumple la ley. Así como podemos asociar al hijo pródigo con el publicano.

Pero bastaría con que el publicano intercambiara con el fariseo el contenido de su oración: Dios mío, soy un pecador, pero te agradezco no ser como ese fariseo...

En el mismo acto se habría vuelto farisaico.

Como si el hijo pródigo le hubiera dicho a su padre: Padre, he pecado contra el cielo y contra tí, pero al menos no soy como ese hijo mayor tuyo que cumple todo pero ahora te reclama por tu magnanimidad y misericordia...

El no haberlo dicho ninguno de ambos, permite que las parábolas procedan y sirvan al propósito de Jesús. Ni el hijo pródigo habría sido recibido con fiesta por el amor del padre que se alegra de la vuelta de su hijo, ni el publicano habría sido justificado, lo que es lo mismo.

Entretanto, creo que los oyentes de estas parábolas debemos cuidarnos de nuestra autosatisfacción por no ser farisaicos o celosos. Por no ser fariseos o hijos mayores. Porque esa satisfacción no mira a Dios, mira hacia nosotros.

Es tan importante lo que hace Dios con el publicano y el padre con su hijo, como lo que el publicano y el hijo hacen con Dios y con su padre.

Tanto la parábola del fariseo y el publicano, como la del hijo pródigo, muestran sin duda la misericordia divina, esto es, la proximidad a la que se acerca Dios, hasta dónde nos eleva por amor, cuánto es capaz de hacer para justificarnos y agasajarnos y lo que se alegra Él con esto. Pero, al mismo tiempo, muestran la piedad humana, la necesidad de reconocimiento de la distancia.

El reconocimiento de esa distancia, pero una distancia que nos separa de alguien que no nos pertenece (aunque está a nuestro entero servicio), es lo que hace de la parábola del hijo pródigo un ejemplo de humildad al mismo tiempo que de misericordia.

Ocurre que el hijo mayor también se encuentra a la distancia. Vuelve del campo a la casa de su padre.

La presencia del hijo mayor podría pensarse que es innecesaria en la parábola, porque el asunto es entre el padre bueno y el hijo alocado. Pero no lo es. No solamente porque este personaje del hijo bueno pone de relieve el amor del padre, en comparación con el fariseismo de su hijo mayor. También destaca la humildad del hijo pródigo. Y nos advierte, creo, de paso, sobre el peligro de que un publicano tan fácilmente se vuelva fariseo.

sábado, 11 de septiembre de 2004

Un paseo por el campo de la provincia de Buenos Aires: Luján, San Antonio de Areco, Zárate, Capilla del Señor.

Un día frío, con un sol que no alcanza a calentar pero que viene entusiasmando al verde de todas las cosas que empiezan a verdear. Hasta florecen ateridos los ciruelos, algún manznao tempranero, las coronas de novia. Y, empezando a verdear, se encuentran de buenas a primeras con estos días de viento frío y con madrugadas de escarcha y de heladas. Es invierno, después de todo.

Al final de la tarde, ya volviendo al pago, di un rodeo por caminos de tierra y visité a un amigo que vive en medio del campo.

Me regaló su último libro publicado: Fe y Cultura. Una aproximación histórica al problema. Conocía desde hace años el texto porque dimos juntos un curso y esa fue su parte. Muy buen trabajo. Leyó bien la patrística, de la que es devoto. Y leyó más cosas. Y al parecer las digirió.

Repasando el libro, ya en casa, encontré varias citas en distintos capítulos que hilvano ahora porque ponen a contraluz un tema siempre difícil: la belleza.

Y otros asuntos, vecinos del mismo problema: ¿cuánta cultura necesita un santo?; si se tiene fe, ¿para qué hace falta saber cosas de este mundo (si es que acaso hay verdaderamente algo que sea sólo de este mundo)? Y más pregunta de ésas...

El día de frío soleado, la primavera agazapada. Me parece que es la misma cosa.

Primavera del cielo, llama Leopoldo Marechal al Cielo. Pero los hombres no estamos en la primavera todavía. Por más sol que haya en este invierno, por más verdor que se nos muestre en las cosas.

La belleza, el mundo, la sabiduría de este mundo y otra mayor, se mezclan en este invierno de este tiempo de mundo que vivimos y se nos hace la ilusión a veces de que ya estamos en primavera. En la primavera de otro mundo. O en la de éste.

Y sin embargo, todo lo que ha de crecer y fructificar, ya empieza a verdear. Pero todavía es invierno. Pero ya verdea.
ver
"La belleza que es el objeto del arte, tiene que ver con la Verdad y con el Bien ontológicos, que son dos nombres de Dios; y cuya búsqueda no es peligrosa, al contrario; pero la Belleza es el resplandor desos trascendentales, a través o por medio de las cosas sensibles; y el hombre está demasiado apegado a lo sensible, y sus sentidos están desordenados: "concupiscencia" llaman los teólogos no solamente al desequilibrio más notorio con respecto a la lujuria, sino con respecto a todas las cosas creadas, incluido el propio "YO"."

Leonardo Castellani, Doce parábolas cimarrronas

"El arte tiene una ventana abierta al infinito y en su mesa el resabio del paraíso terrestre; y por eso es grande y a la vez peligroso. En su casa es donde Dios y el diablo libran las más hondas batallas. Santa Catalina de Siena, prendada por el de su tiempo, lo estimó ministro de la contemplación; León Bloy, furioso por la corrupción del nuestro, lo creyó un parásito de la antigua serpiente."

Leonardo Castellani, Arte y Escolástica, Criterio, 1931

"Si es virtud propia del árbol cargarse de frutos de estación, no obsta que se produzca el adorno de las hojas que se agitan en las ramas; así también para el alma el fruto esencial es la Verdad, y sin embargo, no es nada desagradable que se revista de sapiencia profana como de hojas que ofrecen reparo al fruto y lo adornan convenientemente."

San Basilio, Discurso a los jóvenes, capítulo III, 2

"El gusto inmoderado por la forma conduce a desórdenes monstruosos nunca vistos. Absorbidas por la pasión feroz de lo bello, de lo gracioso, de lo bonito, de lo pintoresco, pues hay grados, las nociones de lo verdadero y de lo justo desaparecen. La pasión frenética por el arte es un cáncer que todo lo devora; y, como la ausencia neta de lo justo y lo verdadero en arte equivale a la ausencia del arte, he aquí que el hombre entero se hace humo."

Charles Baudelaire, El arte romántico

"Una carencia de cultura llena de santidad sólo es útil para el mismo santo. Si éste quiere ejercer influencia profunda sobre los demás le será necesaria una santidad cultivada y docta."

San Jerónimo, Epístola 52 a Paulino.


Y sí, se ve que hay que pensar en esto. Un viaje por el campo, a fines del invierno, sirve.

Pero no alcanza.
Rueda y tizón

Con una chispa se encendió y el fuego
se le subió a los ojos por el vino
y la voz le salió como en un juego.

Con relumbrones de un tizón de pino
la voz brilló en el vino enceguecida
buscando su color y su camino.

Y se le hizo oración amanecida,
letánica, chispeante o rumorosa,
del cielo y de la tierra suspendida.

La voz se le crispó creciendo umbrosa
con resplandor de soledad y peña
sonando en la capilla silenciosa

de la rueda que escucha, mira y sueña;
de la ronda que ronda en los porrones
convocados por fuerza de una seña.

Y huérfanos de luces y salones,
nadie atiende otra cosa sino al canto
buscando acomodarse en los rincones

de campo, cielo y fuego; mientras tanto,
la voz como las brasas ya se apaga
y deja espasmos de alegría y llanto.

Y queda como el rastro de una llaga.

viernes, 10 de septiembre de 2004

Hoy es la fiesta de San Nicolás de Tolentino.

Murió a principios del siglo XIV, alrededor de los 60 años, cuarenta de los cuales pasó en la orden de san Agustín.

Su vida está llena de milagros y maravillas, tantos que llega a parecer increíble, y podría resultarle fantasiosa a más de uno si no fuera que casi todos los santorales dicen lo mismo de él. Después de su muerte, no es menos impresionante y milagroso.

Entre otras cosas, se le apareció a Santa Rita de Cassia, junto con San Agustín y San Juan Bautista, de quien la santa era muy devota, para 'llevarla' al convento agustino donde profesaría toda su vida la patrona de los imposibles.

Es curioso -y una pena- lo poco conocido que es entre muchos. Probablemente, porque su homónimo de Myra, el 'famoso' San Nicolás de las fiestas navideñas del norte, se lleva todos los aplausos...

Lo cierto es que este día es de varios recuerdos cruzados para mí. Por lo pronto, mi abuelo materno, Nicolás -que era un gran hombre-, cumpliría 109 años. Por su parte, uno de mis hijos, Nicolás (por su bisabuelo lleva el nombre, así que hoy es su santo), tendrá que saludar a su padrino de bautismo, que cumple 49 años precisamente hoy.