domingo, 19 de septiembre de 2004

Alguna vez habrá que hacer una especie de elogio de las riquezas, porque se puede, en algún sentido. No el elogio culpable del católico liberal, tratando de servir a dos señores, o el elogio capitalista de las bondades infinitas de las inversiones para la vida de la tierra y del cielo, o el elogio oblicuo del progresista, con ese aire de que envidia el dinero que tienen otros y que él usaría mucho mejor.

Pero no será hoy.

Hay una cuestión simple, pero impresionante, en la posesión y la búsqueda de posesión de bienes, así como en la 'competencia' entre Dios y los bienes de este mundo, también las riquezas de dinero. Y de eso parece hay que tratar.

Lo descubro leyendo un libro de meditaciones para cada día que armó un dominico, Fr. Mézard, op, entresacando textos de toda la obra de Santo Tomás y siguiendo el año litúrgico (en la versión vieja del año litúrgico, porque es anterior a 1950). En Buenos Aires, lo publicó Emecé, en 1948. No sé si hay edición nueva, pero debería haberla. Todavía se lo ve por ahí. Si lo encuentran, no se lo pierdan (a mí me lo regaló un amigo, hace unos diez años).

En el breve y discreto prólogo dice Fr. Mézard: "No deben buscarse aquí, ciertamente, las meditaciones que tantas veces se publican para uso de los fieles, meditaciones enteramente acabadas, muy solícitas en indicar, a veces con excesiva prolijidad, no solamente las ideas para la inteligencia, sino también los afectos para el corazón y hasta los propósitos prácticos que deben sacarse, de suerte que apenas queda al que medita nada que hacer ni investigar.
Aquí, sin duda, sólo las ideas se presentan al espíritu, ideas breves, en estilo elevado, claras, firmes, pero ¡cuán llenas y fecundas, cuán saturadas de piedad y de verdadero amor de Dios!"


Un ejemplo de espiritualidad dominicana, que, si no lo leyera aquí, ya lo había visto en acto en varios amigos dominicanos, que no sé cómo se las ingenian para hacer teología cordial pero viril, exigente al espíritu pero no seca, tan completamente distinta a cierta otra teología y espiritualidad de manual piadoso (incluso de manual de teología) que tanto se ha enseñado.

Otros dos aciertos de este librito. En el tiempo durante el año, sigue las vías purgativa, iluminativa y unitiva.
Por otra parte, el Prefacio comienza diciendo: "Todo este libro, tanto en los conceptos como en las mismas palabras, salvo unas pocas que se hallarán en la meditación de la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María, es, en verdad, obra del piadosísimo Doctor Angélico, Santo Tomás de Aquino." Tanto, que el libro se llama Meditaciones y lleva por autor al propio Santo Tomás.

Por eso. Mejor me callo y vamos al asunto.

En la meditación del día 29 de julio, se comenta el texto de san Lucas, X, 41-42, aquel de la visita de Jesús a la casa de Marta y María, y aquel del 'reproche' a Marta, 'porque una sola cosa es necesaria'. Entre otros textos de Santo Tomás, el recopilador anota estos:
Debemos buscar una sola cosa: en verdad una sola es necesaria. (Luc, X, 42)
Estando Marta muy afanada en muchas cosas, quiso el Señor atraerla a una sola. La perfección del hombre consiste en que su corazón se ligue a una sola, ya que cuanta mayor unidad haya en él tanto más semejante es a Dios, que es verdaderamente uno. Una sola cosa he pedido al Señor. (Psal. XXVI, 4) Pero en contra de esto padece el que busca las riquezas o las cosas del mundo, pues se llena de muchos deseos, y su corazón es arrastrado a cosas diversas.
(In I Tim., VI)

Por eso también el Espíritu Santo realizó la purificación de la Bienaventurada Virgen, como preprándola para la concepción de Cristo; esa purificación no fue de alguna impureza de culpa o concupiscencia, sino que consistió en reconcentrar más profundamente su alma en una sola cosa, y en separarla de la multitud.
(S. Th., III, q. XXVII, a. 3 ad 3)

Ese uno, al cual se adhiere el hombre por la caridad, es Dios. En esto consiste la perfección del hombre: en unirse a Dios por la caridad. El alma puede unirse perfectamente a Dios de dos modos: refiriendo actualmente a Dios todas sus acciones y conociéndolo en la forma en que es cognoscible, lo cual se verifica en el cielo.
Pero la adhesión en esta vida en que estamos es doble: una necesaria para la salvación, a la cual todos están obligados, es decir, que nadie debe aplicar su corazón a lo que es contra Dios, sino que habitualmente debe referir a Él toda la vida. Acerca de este modo dice el Señor: Amarás al Señor tu Dios, etc. (Matth., XXII, 37.) La otra es de supererogación, cuando alguno se une a Dios más allá del estado común a todos, lo cual se verifica apartando el corazón de las cosas temporales, y así se acerca más a la patria celestial, porque cuanto más se debilita la ambición, tanto más crece la caridad.
(In Phil., III)

Santo Tomás, comenta en este último texto, la carta de San Pablo a los filipenses, es el capítulo 3, 9-14, de muy fuerte sabor. Tanto, que el comentario de Mons. Straubinger, en su edición del Nuevo Testamento, hasta con cierto humor áspero, dice: "Bien vemos en esto que la Sagrada Escritura no enseña a ser capitalista, poseedor de virtudes, sino a ser eterno mendigo, pues en esto se complace Dios cuando ve 'la nada de su sierva', como María (Luc., 1, 48). por eso la Biblia suele tener tan poca acogida, porque no nos ofrece como 'la satisfacción del deber cumplido' ni esas otras fórmulas con que el mundo alienta nuestro orgullo so capa de virtud..."