viernes, 3 de septiembre de 2004

Debe ser que hay días en los que uno piensa por las dudas, como para que la máquina de la razón no se oxide, o como si hiciera la plancha sobre un mar de aceite.

O debe ser que a veces uno se abandona a jugar con ideas flotantes, como si se jugara con algo entre las manos distraídamente, algo peligroso que debe tratarse con cuidado y que uno manipula con desgano, la mirada perdida, echado en un sillón, fláccidas las piernas estiradas, casi disolviéndose, derramándose.

Hay que reconocer que algunas de esas veces, de andar recorriendo la nada, arrastrando los pies de la existencia por los pasillos vacíos y en penumbras de la mente, uno puede darse una vuelta por el abismo y asomarse a honduras que albergan formas que no conviene despertar, como el Balrog de Moria.

Siquiera el Balrog de Moria, feo y malo como es, es un existente.

Pero hay otras cosas que pueden despertarse.
El vacío, la probabilidad, la incertidumbre bien pueden ser, además de monstruos, modos del desarraigo, al fin de cuentas.

Para algunos, y para muchos en ciertos casos, el ejercicio de jugar con el tiempo y la existencia tiene su encanto.

Es cierto también, como diría San Agustín, que de todos los tiempos el pasado ya no es, el presente es una juntura entre éste y el futuro y el mismo futuro todavía no es.

Pero me parece que el ejercicio suele hacerse mirando los tiempos como si fueran sólidos de distintas consistencias, algunos más maleables que otros.

En el presente, por ejemplo, batallan la posibilidad, la probabilidad y el "plan". Y repasar las opciones del presente en el presente y "desde" el presente, no parece un ejercicio del todo insano o enfermante. Hay un riesgo en lo que está siendo y eso, es verdad, parece que justifica repasar las variables.

El gesto parece más natural todavía cuando uno tiende la mirada distraídamente hacia el futuro, lo haga uno con la avidez de la expectativa, lo haga con la firmeza sufrida de la esperanza.

Pero, cuando se mira hacia el pasado la cosa cambia.

Hay un desplante audaz en la probabilidad proyectada hacia el pasado.

Lo que es, tiene en el presente una contundencia existencial difícil de esquivar.

No así en el futuro. Pero la misma inconsistencia existencial de lo que no es ahora, nos empuja a que se la exijamos, desde el presente, para cuando sea. O, más aún, para que sea. Y así manipulamos mentalmente lo posible, lo probable, lo que habrá de ser.

Pero el pasado es difícil de mover. Y trasladar la probabilidad al pasado supone un cierto desprecio. Es cuando el juego se vuelve destructor.

La inmovilidad de lo sido, de lo hecho, de lo acontecido, de lo sucedido, se vuelve de una solidez tal que no podemos disolverlo a voluntad.

Los hombres no podemos desarraigar "para atrás". No nos es dado no haber sido. No haber hecho.

Que yo sepa, a este respecto, está solamente el caso de la Gracia como algo que puede intervenir eficazmente en la substancia del pasado.

Particularmente clara aparece la expresión de movilidad del pasado en el caso del Salmo 50, el famoso Miserere de David.

Que es un caso de Esperanza, al mismo tiempo. De esperanza hacia atrás tanto como hacia adelante.

Pero, claro, esto no es algo que los hombres podamos hacer solos con el pasado. Ni con el futuro, si vamos al caso.

Podremos reinterpretar nuestro pasado hasta encontrar una versión que nos deje en paz. Podemos volverlo en nuestra imaginación anodino y probable, quitándole la carga existencial, para que sea leve y evanescente. Y hasta llegar a convencernos de que no ha sido, de que no hemos sido.

Pero eso no nos libra de la solidez pétrea que adquiere lo que venimos siendo en continuidad desde el pasado, a medida que somos.

Salvo cuando nos topamos con la Gracia.

Tras su adulterio con Betsabé, David le pide a Dios:
Rocíame, pues, con hisopo, y seré limpio;
lávame Tú y quedaré más blanco que la nieve.

No está hablando del futuro, pese al tiempo de los verbos que usa. Se refiere al pasado. Lo que estaba hecho se deshace. Lo sido ya no será. Pero ya no será algo que ha sido.

Todo este Salmo 50 es un ejemplo de intervención en el pasado. De dinamismo del pasado. Un dinamismo insopechado para algo tan inmóvil.

Puede pasarnos, por ejemplo, que nuestras experiencias vividas no hayan sido entendidas. Hasta que al fin se las entiende y dejan de tener esa carga con que las hemos revestido durante tiempo, por haberlas cubierto de una máscara que las ha desfigurado.

Cubiertos con esa máscara, lo que hemos creído ser, lo que hemos vivido, pudieron haber pesado en nuestro existir de un modo insoportable. Habremos cargado así con un peso irreal. Al quitar la máscara nuestra existencia y nuestros actos se muestran tales cuales son. Pero no hemos tocado, en ese caso, la cosa misma sino su cosmética. Es el caso opuesto al de David, si se quiere, porque la máscara ha ocultado una existencia que recién las cosas recuperan cuando les quitamos la máscara.

Pero el caso de David es diferente. Confía en que Dios hará que ya no exista aquello que existió realmente:
Aparta tu rostro de mis pecados,
y borra mis culpas.


Pero para llegar a esa súplica hay que tener una noción muy firme de que lo que ha sido no puede hacerse como que no ha sido. Y viceversa: lo que no ha sido no puede hacerse como que ha sido.

¿Qué borraríamos si no hay nada grabado? Pero, a la vez, ¿qué leeríamos si no hay nada escrito?

Si David hubiera apelado a los estados superpuestos, habría un David que no ha pecado y podría refugiarse allí. Como habría un David que no ha sido, Y entonces no necesitaría siquiera refugio.


¿Cómo llegué hasta aquí?

Creo que por culpa de Borges, la cuántica y quién sabe qué más.

Y eso porque me topé con unos sonetos de Borges y recordé un trabajo de un matemático que trae a cuento el gusto del escritor por las matemáticas y la física y la información que Borges parecía tener sobre estos asuntos.

Y como una cosa lleva a la otra y se recibe al modo del recipiente y así...
ver

Los enigmas

Yo que soy el que ahora está cantando
seré mañana el misterioso, el muerto,
el morador de un mágico y desierto
orbe sin antes ni después ni cuándo.
Así afirma la mística. Me creo
indigno del Infierno o de la Gloria,
pero nada predigo. Nuestra historia
cambia como las formas de Proteo.
¿Qué errante laberinto, qué blancura
ciega de resplandor será mi suerte,
cuando me entregue el fin de esta aventura
la curiosa experiencia de la muerte?
Quiero beber su cristalino Olvido,
ser para siempre; pero no haber sido.

(de El otro, el mismo)

Lo perdido

¿Dónde estará mi vida, la que pudo
haber sido y no fue, la venturosa
o la de triste horror, esa otra cosa
que pudo ser la espada o el escudo
y que no fue? ¿Donde estará el perdido
antepasado persa o el noruego,
dónde el azar de no quedarme ciego,
dónde el ancla y el mar, dónde el olvido
de ser quien soy? ¿Dónde estará la pura
noche que al rudo labrador confía
el iletrado y laborioso día,
según lo quiere la literatura?
Pienso también en esa compañera
que me esperaba, y que tal vez me espera.

(de El oro de los tigres)

Vaya a saberse por qué, me vino entonces a la mente el gato de Schrödinger , aquel experimento con el que parece que el austríaco trataba de refutar los estados superpuestos, y otras cosas que los físicos y matemáticos entenderán mejor que yo, y que les sirven incluso hasta para comentar historietas con cierta gracia.

Lo que es a mí, todos estos galimatías me distrajeron de docenas de otras cosas que todavía están sobre mi escritorio, inmóviles como el pasado, esperando mi dinamismo.

Y eso no me hace ninguna gracia.