lunes, 6 de septiembre de 2004

Dimas y Gestas. El buen ladrón y el otro.

Es uno de esos episodios a los que vuelvo una y otra vez. Está tan lleno de misterios. Me pareció siempre tan impresionante que Cristo tuviera tiempo para hacer parábolas vivas en esos últimos minutos, que no se olvidara de nada, que no dejara cabos sueltos, que no dejara de mostrar su creatividad artística para hablarle a los hombres.

Hasta -y mucho más desde- que lo leí en las Visiones de Ana Catalina Emmerich. En realidad, ella se refiere a estos dos hombres ya en la Huida a Egipto. Allí ve cómo la Sagrada Familia llega a un lugar inhóspito antes de cruzar el desierto. Cuevas de ladrones y asesinos.

Una encumbrada familia de ladrones les da albergue. La mujer de la casa atiende y da de comer a los Viajeros y ella y su marido -jefe de los ladrones- se fijan con admiración en el Niño. La Virgen baña a Jesús, para refrescarlo y asearlo. Y en la misma agua, la mujer acepta bañar a su hijo de unos tres años, leproso. Apenas lavado, se cura completamente. La Virgen le pidió a la mujer que cavara una cisterna en la roca y la llenara con el agua de aquellos baños, de modo que la virtud de aquella agua se trasmitiera a la cisterna.

Dimas, aquel niño curado, es el buen ladrón en el Calvario y el primer mortal en volver a ver a su Redentor, según dice la vidente alemana.
También, aparece en este episodio el hijo de otro ladrón que buscaba matar a la Sagrada Familia en aquellas cuevas: Gestas o Gesmas, como lo llama Ana Catalina, siguiendo en parte una tradición antiquísima que recoge los nombres de ambos ladrones.
Varios de estos pasajes -que no están en el evangelio de san Mateo- aparecen en otros evangelios y relatos apócrifos.

Pero la relación entre el niño curado y el buen ladrón no está en los apócrifos. Sí, en cambio, la trae con detalles Ana Catalina.

Vine a dar ayer con un estudio de Manuel Alvar sobre dos poemas hagiográficos. Uno de esos poemas es un conocido poema juglaresco medieval, probablemente del siglo XII: el Libro de la infancia y muerte de Jesús, composición de un autor anónimo supuestamente castellano a la que se conoce por su impropio título en catalán con el nombre de Lo Libre dels Tres Reys D'Orient (llamando a los Magos Reyes, cosa que también hace Ana Catalina, apartándose al parecer de la tradición canónica).

En el Libro (que no es tal sino un poema de 242 versos irregulares, de gran ternura y concisión), aparece efectivamente la historia de la Huida, los ladrones padres de ambos niños, la curación del hijo del ladrón bueno (de edad pareja a la de Jesús), y la presencia de los tres (Jesús, Dimas y Gestas) en el Calvario.

El académico Alvar dice que:
Al parecer el desarrollo novelesco de la historia de los dos hijos de los ladrones es una invención del Libro. Con esta aguda creación, el ciclo que narra el poema se ha cerrado: la historia de los bandoleros sirvió para mostrar la bondad de María y para que la Virgen tomara bajo su encomienda al niño curado, pero sirvió -también- para dar sentido, dentro de la vida de Cristo, y no sólo en su muerte, a la presencia de los dos ladrones en el Calvario. Al mismo tiempo, la invención de identificar a Dimas con el niño tullido da sentido coherente a todos los hechos narrados.

No hay en el estudio de Alvar (1965-1967) ninguna mención a las Visiones de Ana Catalina, entre las 'secuelas' de la invención del Libro.
Ahora bien, o Ana Catalina conocía de algún modo esa invención, siquiera bajo la forma de leyenda o relato popular y la incluyó en sus relatos (lo que podría resentir en algo la validez de las visiones; o, lo que sería gozosamente inquietante, su visión de las historias personales de Dimas y Gestas se corresponde con los hechos reales, pues lo que está viendo es lo que en realidad pasó. En cuyo caso, y por lo pronto, nuestro anónimo poeta juglaresco no inventó nada. De ningún modo sería posible (y que me disculpen los que se dedican al cálculo de probabilidades) que fuera una invención y una visión al mismo tiempo.

Lo que es a mí, no me amarga la vida que el juglar que compuso el Libro no haya inventado nada y que sí en cambio haya recogido una tradición para él conocida y que nosotros, y otros antes que nosotros, hayamos perdido. Al contrario. Nada me alegraría tanto. Por lo que tiene de consistente y sorprendente, en primer lugar. Pero también como la comprobación flagrante de nuestra infantil e ignorante petulancia frente a los arcanos y las tradiciones. Y si fuera el caso que una humilde monjita alemana apenas alfabeta del siglo XVIII, supiera, viéndolo, algo que conocían por tradición los juglares del siglo XII, más me alegraría. Como en realidad me alegra.