martes, 7 de septiembre de 2004

En uno de sus Cancioneros Aprócrifos, Antonio Machado recopila obras de "doce poetas que pudieron existir".

Entre ellos, aparece un tal Antonio Machado:
Nació en Sevilla en 1895. Fue profesor en Soria, Baeza, Segovia y Teruel. Murió en fecha no precisada. Algunos lo han confundido con el célebre poeta del mismo nombre, autor de Soledades, Campos de Castilla, etc.

Nunca un amor sin venda ni aventura;
huye del triste amor, de amor pacato
que espera del amor prenda segura
sin locura de amor, ¡el insensato!
Ese que el pecho esquiva al niño ciego,
y blasfema del fuego de la vida,
quiere ceniza que le guarde el fuego
de una brasa pensada y no encendida.
Y ceniza hallará, no de su llama,
cuando descubra el torpe desvarío
que pedía sin flor fruto a la rama.
Con negra llave el aposento frío
de su cuarto abrirá. Oh, desierta cama
y turbio espejo. ¡Y corazón vacío!

Este tema del que pretende vivir sin amor, sin amor loco, sin locura de amor, con los frutos sin la flor, al calor del fuego sin el fuego y sólo con las cenizas del fuego, es un asunto que muchos poetas españoles de todas las épocas han tratado. Y con razón. Porque es una cuestión vitalmente atractiva e intelectualmente fascinante: la percepción, siquiera oscura, de que el amor es tan arduo como necesario y la visión espantable de que, como burla a la arduidad -y en realidad a la necesidad-, haya quienes, blasfemando del fuego de la vida, quieren que la ceniza les guarde el fuego. En más de un sentido, el famoso Don Juan de Tirso de Molina, es un tipo de este tipo.

Pero no debemos aplicar todo esto, creo, simplemente a eso que habitualmente llamamos "amor", aquí representado por el niño ciego (=Cupido). Tampoco debemos dejarnos engañar, pensando que detrás de estas cifras hay filosofículas vitalistas que proponen vivir y no pensar tanto y todo eso (aunque, que lo hay, lo hay...)
Porque es mucho más vasto el campo que sugieren estos versos. Creo que es aplicable a toda situación en la que haya quienes quieran el gusto de vivir, el gusto de todas las cosas buenas y aun el gusto de sufrir, sin vivir, sin las cosas buenas, sin sufrir. Hay una infinidad de derivaciones, me parece. Alguna vez le oí decir a Perón que "para hacer tortilla, hay que romper los huevos", lo que no sólo no sería una mala síntesis, sino que alcanza para mostrar el valor de los riesgos.

Con todo, tanto le llama la atención este arquetipo a los españoles que, el propio Machado, no el apócrifo sino el célebre poeta del mismo nombre, publicó en Nuevas Canciones una variante del soneto de su homónimo apócrifo:
Huye del triste amor, de amor pacato,
sin peligro, sin venda ni aventura,
que espera del amor prenda segura,
porque en amor locura es lo sensato.
Ese que el pecho esquiva al niño ciego,
y blasfemó del fuego de la vida,
de una brasa pensada y no encendida,
quiere ceniza que le guarde el fuego.
Y ceniza hallará, no de su llama,
cuando descubra el torpe desvarío
que pedía, sin flor, fruto a la rama.
Con negra llave el aposento frío
de su tiempo abrirá. ¡Desierta cama,
y turbio espejo y corazón vacío!

Por supuesto que se nota, además, que el apócrifo no es el célebre, cosa que sabría el célebre y no el apócrifo.