viernes, 17 de septiembre de 2004

Entremos al viernes por el amor, después de todo de allí toma su nombre el día.
Presencia

Esta carne mortal que cada día
Se desmorona de su arquitectura,
Este dolido corazón que apura
Gota a gota su cáliz de agonía,
Este temor de amarte, esta armonía
De callar y callar, esta ternura
De saberte mujer y criatura
Y renunciarte y esconderte mía,
Todo me dio el Amor; la paz, la gloria,
El Sol, las flores y la compañera
Presencia de tu piel y tu memoria;
Todo: la luz, la lluvia, y de repente
Tu voz y tu silencio y tu manera
De sonreír y de quedarte ausente.


No me quieras nunca

No me quieras nunca
Como te he querido.
Mira que es muy triste
Llorar sin motivo
Y esperar el sueño,
Remoto y contigo,
Y al final de todo
Darlo por perdido.
Mira que es muy triste
Decirte al oído:
No me quieras nunca
Como te he querido.


Quizá todo ocurriera el mismo día

Callar y más callar y, desvelado,
Recordar lo que he sido y que no he sido:
Lo que quise soñar medio dormido
Para que fuera así medio soñado.
Rescatar lo olvidado y no olvidado
Y jugar al recuerdo y al olvido
Y cortar una flor como al descuido
O como si estuviera enamorado.
Todo es igual. Quizá la misma cosa
Dicha con un lenguaje diferente
Que saben sólo el pájaro y la rosa.
Quizá todo ocurriera el mismo día:
El ayer y el mañana y el presente,
La esperanza, el laurel y la agonía.


Tres poemas (entiendo que por amor) de Ignacio Braulio Anzoátegui (1905-1978).