domingo, 5 de septiembre de 2004

Felizmente, entre las lecturas de este domingo, están estas líneas llenas de consuelo del libro de la Sabiduría (9, 13-18):
¿Qué hombre conoce el designio de Dios? ¿Quién comprende lo que Dios quiere?
Los pensamientos de los mortales son tímidos, e inseguras las ideas que nos formamos; porque el cuerpo corruptible hace pesada el alma, y esta tienda de tierra abruma el espíritu fecundo en pensamientos.
Trabajosamente conjeturamos lo que hay sobre la tierra y con fatiga hallamos lo que está a nuestro alcance: ¿quién entonces ha podido rastrear las cosas del cielo? ¿Quién conocerá tu designio, si tú no le das Sabiduría, enviando tu Santo Espíritu desde el cielo?
Sólo así fueron rectos los caminos de los moradores de la tierra, así conocieron los hombres lo que te agrada, y gracias a la Sabiduría se salvaron.

Y me parece que es feliz la elección de este texto, porque, por lo pronto, ayuda a no desanimarse cuando nos enfrentamos al texto del evangelio de san Lucas; y más que a la primera parte (bastante dura con su 'odio' a los seres más queridos por amor a Cristo), a esta última:
Quien no lleve su cruz detrás de mi no puede ser discípulo mío.
Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?
No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo:
"Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar."
¿0 qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.
Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.

Algunos advierten la inconsecuencia aparente entre la primera y la última frase, frente a las dos parábolas del texto. Y especialmente difícil resulta la segunda parábola y su relación con la conclusión. Que a primera vista no se le ve relación por ninguna parte.

Si uno recurre a los comentadores, podrá ver que algunas de las dificultades que surgen en medio de esta obscuridad, parecen aclararse. Y de hecho, comentarios como los de san Agustín, al afirmar que Cristo no aprueba necesariamente el proceder del rey de los diez mil soldados -como ya ha reprobado al que se pusiera a construir sin previsión-, ponen la cuestión en otra perspectiva.

Otro tanto con san Gregorio, Teofilacto o san Basilio, al proponer las realidades que entienden simbolizadas detrás de la actitud del rey guerrero y su oponente, así como la de los propios números de la parábola. Hay que ir y detenerse en esos comentarios. (Los Padres, con todo, sugieren en estos casos, con cierto temor y temblor, y no siempren zanjan terminantemente... imagínese uno de ellos para abajo.)

Sin embargo, en el pasaje de san Lucas el episodio tiene un final que no está incluído en la lectura de este evangelio del domingo 23 durante el año.
Y, en realidad, no sé por qué no aparece. Pues no solamente pertenece a este texto, y de hecho cierra argumentalmente la enseñanza tan tensa y dura de Jesús, sino que hace espléndido sentido con el texto del libro de la Sabiduría.

Inmediatamente después de su conclusión a ambas parábolas (de por sí, ya bastante extraña) agrega Jesús:
Buena es la sal. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la salará? No es buena para la tierra ni para el estercolero; la arrojarán afuera. El que tenga oídos para oír, que oiga.

Hay que tener en cuenta, en primer lugar, que la sal es signo de la sabiduría, entre otras figuras.

A este respecto, comenta Teofilacto (y en el mismo sentido lo hace san Beda, ambos en la Catena Aurea de Santo Tomás de Aquino):
Como sus enseñanzas parabólicas podían tener alguna obscuridad, Nuestro Señor exhorta a sus oyentes a bien oír lo que ha dicho de la sal: El que tenga oídos para oír, que oiga, esto es que comprenda según la medida de la sabiduría que le fue dada, pues los oídos son aquí la figura de la fuerza intelectual del alma y su aptitud para asir la verdad...

Como lo que pide Jesús ha sido bastante duro y oscuro, parece enteramente prudente recordar que es menester la sal de la Sabiduría para encontrarle sentido. Que es precisamente a lo que insta el libro del antiguo testamento cuando advierte (lo mismo que Jesús, con la expresión de los oídos que oyen): ¿quién conocerá tu designio, si Tú no le das Sabiduría, enviando tu Santo Espíritu desde el cielo?