miércoles, 13 de octubre de 2004

El siglo XI tiene que haber sido impresionante. Europa lo olvidó, pero eso no le quita un gramo de gloria al siglo XI. Tan terrible como impresionante, en realidad. Invasiones, guerras, traiciones, papas envenenados, asesinatos. Pero también reinos, castillos, abadías, monasterios, universidades. Cruzadas. Inglaterra era un jardín. Tan devastado por toda clase de guerras civiles e invasiones, como fértil en antiguos poderíos espirituales.

En medio de ese siglo vivió 63 años Eduardo el Confesor, el rey de la isla por 24 años. Hoy es su fiesta.

¿Cómo será un tiempo en el que a los conspiradores se los destierra, mandándolos a peregrinar a Tierra Santa? ¿Cómo será que un rey distribuya un impuesto en oro mal cobrado entre los pobres del reino? No hemos conocido tiempos así.

Eduardo es el rey que repuso a Malcom en Escocia, el hijo de aquel Duncan que asesinó Macbeth. Y es el rey que mandó levantar Westminster. Se lo había mandado el papa León IX. Eduardo quería peregrinar a Roma y el consejo del reino se lo vetó, por seguridad. El papa, entonces, le cambió su voto por la construcción de una abadía dedicada a San Pedro. También curaba con sus manos, parece que especialmente a los ciegos, a quienes con agua les devolvía la vista.

Cuenta la Crónica que, cuando ya agonizaba, se reanimó por un momento y profetizó:
El Dios Todopoderoso, si no es una ilusión sino una verdadera visión lo que contemplo, me concede la fuerza de decirlo a todos los que me rodean. Veo muy próximo a mí dos monjes a quienes conocí en Normandía en mi juventud, y que sé que vivieron muy religiosamente y murieron muy cristianamente. Esos hombres me aseguran que han sido enviados con un mensaje que expresa lo siguiente: "Desde que los príncipes, duques, obispos y abades de Inglaterra no son los siervos de Dios, sino sirvientes del diablo, dentro de un año y un día Dios, consecuentemente, entregará este reino a manos de su enemigo; y esta tierra será por entero dominada por demonios".
Y eso fue Hastings, poco después, en 1066, la invasión de Guillermo el Conquistador normando, la caída del sucesor Haroldo y con ello el fin de la dinastía anglosajona.