sábado, 9 de octubre de 2004

La herida

Una herida que tengo me recuerda
el día del dolor y del oscuro
enemigo. (Me lleva esa ventaja:
tiene clavada en mí una cicatriz.)

Pero tengo algo más, que nunca olvido:
sólo es dolor, herida que no sangra,
un hueco de dolor que, restañado,
sólo es un hueco. El resto es diferente.

La mano del milagro y del aroma
me ha dejado su rastro. Cada octubre
punza mi hombro, hiende la memoria.

Y más que aquel hedor que aterra veo,
traspasando las sombras de la nada,
la nave que me lleva restaurado.

La primera gran herida de Frodo fue el 6 de octubre de 3018, en los alrededores de la Cima de los Vientos, mano a mano con el rey oscuro de los Nazgûl.

Otra mayor tendrá en marzo del año siguiente. Finalmente, la que lo convertirá en el hobbit de los nueve dedos. Pero aquella de octubre, cada octubre, le nublará la mirada, le punzará el hombro izquierdo. Le recordará, ella en primer lugar, lo vulnerable, lo caído. Le pondrá ante los ojos la indigencia de los mortales.

Sin decir lo que veía, lo miraba atentamente Gandalf, muy de cerca, la mañana del 24 de octubre, ya convaleciente Frodo en Rivendel. Y era eso lo que veía. No podía en la Tierra curarse del todo un mortal herido así. Y eso, incluso, cuando todavía las heridas peores no habían llegado. Es cierto que aquella esquirla maligna del puñal maligno fue encontrada, al fin, y extraída. Y que de las demás heridas quedarían apenas cicatrices. Pero no hirieron el cuerpo solamente.

Arwen, tal vez la primera, Gandalf también, junto con ella, verán esas heridas de Frodo, una sobre otra, como capas. Hasta llegar a su corazón. Y de allí que Frodo tenga un lugar en el viaje al Oeste, cuando comience el tiempo de los Hombres y los Elfos y otras criaturas se retiren de la Tierra Media. Finalmente, el propio Frodo entenderá todo esto, lenta y serenamente. Y, restaurado en algo más que en las heridas de afuera, está entendiendo en Otro lugar la debilidad de nuestra condición herida, aquello que a tientas -y no solos- creemos vislumbrar ahora en Arda.