martes, 26 de octubre de 2004

La pregunta está planteada aquí en estos términos. Hay más sobre la cuestión aquí también.

Pero lo que sigue no es exactamente una respuesta a esa pregunta sino algunas consideraciones en torno al asunto. De hecho la pregunta es tan antigua como el propio Cristianismo.

Creo, de todos modos, que hay que distinguir. Mucho antes de contestar la pregunta, tal vez haya que hacer algunas precisiones. Precisiones seguramente también conocidas, respecto de cosas no menos conocidas. Y eso puede resultar largo.

Cuál es la mejoría que podría pedírsele al Cristianismo.

El mero hecho de existir no sé si es bastante motivo para un juicio de residencia. En cualquier caso, si esa fuera la razón, está tan obligado a responder como lo estaría el islam o el judaísmo o el capitalismo, o el rock. Y puesto en igualdad de condición, ni siquiera tendría que contestar demasiado precisamente. Bastaría con decir que para unos puede haber resultado una mejoría y para otros no.

Pero, allí nomás comienzan las distinciones.
ver

La primera cuestión, creo, viene del nombre y de lo que está detrás del nombre. El Cristianismo se llama así por Cristo, por Jesucristo.

Entonces, la primera cuestión es acerca de Cristo. Y hay dos posibilidades: es o no es Dios. Si es, la pregunta y la respuesta serán teológicas en grado sumo, y el tratamiento de este asunto requiere de un método completamente distinto a la discusión digamos 'política' o social, para que no se vuelva apologética insulsa o alarde de ingenio iconoclasta.

Si no es Dios, la cuestión podría devenir antropología, historia de la cultura, hasta historia de las religiones, en tanto que lo que haya iniciado o inspirado eso pretenda. Y creo que, en este último caso, todo pierde considerablemente interés. O tiene el mismo interés que la pregunta acerca de si Pitágoras trajo mejoría alguna al género humano.

Ahora bien, si es Dios, habrá que ver quién es Dios. Y si Dios es eso que dicen los Evangelios -y toda la Escritura, desde el Génesis hasta el Apocalipsis- de Cristo (que es donde aparece mencionado.) Y aun si Él es eso que el propio Cristo dice de sí, de Dios, en los Evangelios.

Ya a esta altura estamos en un terreno que pertenece a la Fe (incluso escribiéndola con f minúscula, para que los agnósticos no se exasperen.)

Sin embargo, lo que en esta materia pertenece a la Fe no es la existencia de Dios, ni si Cristo es Dios, sino la afirmación de ambas cosas.

Pero si Cristo es Dios, si es el Hijo de Dios, si es el Redentor y es verdad lo que dicen de Él y lo que dice Él de sí en el Nuevo Testamento, y si es el que anunciaron los Profetas y lo que de Él se figura en el Antiguo Testamento, entonces la pregunta acerca de la mejoría que Él pudo aportarle a los hombres, está contestada allí donde Él la haya contestado. Por boca de otros, o por la propia. En la Escritura y en la subsiguiente Tradición.

Bastaría tal vez decir que Él es el Camino, la Verdad y la Vida. O decir de Él lo que Él dice de sí: Sin mí nada podéis hacer. Para lo cual habrá que especificar que 'hacer' supone 'ser redimido', en primer lugar, algo que sin Él no se puede. En cuyo caso, si por Él podemos hacer algo que necesitamos hacer, y sin Él no podemos hacerlo, ésa es la mejoría que Él aportó.

Supongamos que admitimos esto -aunque fuera concediéndolo a desgano para que la conversación continúe-, entonces habrá que advertir allí mismo que, sin admitir esto, volveríamos al punto en el que un líder social, moral, intelectual, es investigado para ver si valió la pena su empeño.

Llegado el caso de que sólo se le concediera a Jesús ser un 'líder', tanto se podría decir de Él como -en cierto pie de igualdad- de otros, que para muchos han sido tan inspiradores como Él. Y esto va desde el Che hasta Carlomagno. Desde Lutero hasta John Lennon. Por mantenernos en Occidente, es decir más o menos de este lado del Tigris y el Eufrates. Aun allí tendríamos ocasión de preguntar por Clodoveo, Constantino, Atila o Mahoma, o por Alejandro Magno, Platón o Averroes, Julio César o Ramsés II, o incluso con más razón por Abraham o Moisés.

Varios de estos nombres, desde el punto de vista histórico, pueden llamarse a sí mismos inspiradores del mundo occidental. Y con el mundo occidental -en cuanto tenga ya hoy de 'occidental' todo el entero mundo- también inspiradores del mundo tal como lo tenemos en nuestros días. Si fuera el caso de que el entero mundo tuviera mezcladas en su estado actual otras tantas influencias de otros tantos y más nombres inspiradores, desde el Ártico hasta la Antártida y desde Polinesia hasta las pampas, no habría sino que ampliar la lista de destinatarios de la pregunta.

Pero si nos centráramos en Cristo por entender que es el fundador del Cristianismo y esta religión -o incluso esta civilización o cultura- ha sacado ventajas respecto de las demás, habría que preguntarse si de hecho ha sacado ventajas y en qué sentido, si debe ser considerada aparte de las restantes religiones o si es que nos interesa personalmente por alguna razón en particular, por ejemplo porque es nuestra religión. O porque las demás no nos escuecen tanto como ésta, sea la que profesamos o la que más detestamos.

No sin motivo, los cristianos solemos tener la impresión de que se nos cuestiona de un modo distinto a como se les pregunta y pide razón a los brahamánicos o a los reducidores de cabezas del Orinoco. Solemos oír, por ejemplo, que los aztecas tienen más derecho a proclamar su credo fundado en sacrificios humanos que el derecho que tiene la oposición de los cristianos a esta práctica.

Creo que a los cristianos se nos echa en cara a la vez el ser miembros de una religión diferente a las demás y el hecho de que proclamemos esto mismo. Todo el tiempo se nos pide que demos pruebas de que somos miembros de una religión diferente. Incluso de una religión superior a las demás. Incluso, más, que justifiquemos en qué sentido pertenecemos a la verdadera religión y todavía más, a la única verdadera.

A veces, la agresividad con la que se niega al Cristianismo cualquier supremacía resulta un tortuoso e indirecto homenaje a su supremacía.

Esto nos lleva a trasladar la pregunta por la mejoría, del Fundador a la Iglesia por Él fundada. Sin embargo, lo que la Iglesia es según su naturaleza y el subsiguiente modo de obrar que haya tenido en la historia, también es materia de un análisis que no puede ignorar la teología, su método, sus fuentes y su modo de razonar.

Básicamente, la acción -y el fin- de la Iglesia fundada por Cristo (que deberíamos aquí llamar Cristianismo) es la de continuar la obra redentora en su misión primeramente sacerdotal: el gobierno de la asamblea de los fieles encomendado por el Fundador, la enseñanza de la Palabra predicada por el Fundador y la administración de la Gracia necesaria para la Redención obtenida por el Redentor que es su Fundador.

Es decir, la Iglesia, como la Virgen en su seno, debe engendrar, enseñar y alimentar a los hijos de Dios.

En este sentido, si fue intención y voluntad del Redentor, continuar la obra redentora a través de una institución, social y mística, la mejoría que la Iglesia pueda aportar a los hombres -y que haya aportado-, está en su origen y en su misma naturaleza, primeramente. Y en su acción, después, aunque inmediatamente después. Primero la elección y después la misión.

Ahora bien, en este sentido y en este punto, el Cristianismo tiene que responder una parte esencial de la pregunta. Cuando se le pregunta respecto de la mejoría, se le exige probar no sólo que el mundo es distinto después de su instauración, cosa evidente desde varios puntos de vista (desde la trivial cuenta de años que llevamos hoy y que nos remite a un episodio 'cristiano' de hace dos mil años), sino que, más fundamentalmente, se le pide que exhiba el aumento de bien en la historia del hombre y del mundo, por acción precisamente del Cristianismo.

Por cierto que hay otra distinción posible -y tal vez necesaria- respecto del Cristianismo. Porque o el Cristianismo es lo que Cristo quiso que fuera, como espíritu, modo de ver y entender todas las cosas, pero, más importante y definitorio, un modo de ser delante de Dios y delante de los hombres, o es alguna adulteración de todo esto. No parece que tuviera ningún sentido preguntarle al adulterado si es bueno o si ha aportado alguna mejoría al hombre, salvo accidental o superficialmente. Tampoco parece útil preguntarse si hay que entender al Cristianismo como una cosmovisión, como una doctrina espiritual y moral o como una práctica. Porque, tomando por separado cada una de tales cosas, el Cristianismo es irrelevante en sentido teológico, incluso en el sentido mismo de la pregunta que se le formula. Ni siquiera tomando las tres cosas juntas se alcanza a definir al Cristianismo.

Con todo, para que se llegue al tono 'cultural' que entiendo también suele haber en las preguntas sobre la mejoría que el Cristianismo aportó o no a los hombres, me parece que debe establecerse todavía una distinción más.

La Iglesia, en la historia humana, pudo, a su vez y además de su acción propia, haber puesto en marcha o haber ayudado a poner en marcha o haber inspirado la puesta en marcha de una forma social, de una civilización, que solía llamarse hasta hace un tiempo la Cristiandad.

Sin embargo, así como Cristo no es idéntico al Cristianismo -ni al Cristianismo en sí mismo y menos tal como éste sucede en la historia (es decir a la Iglesia y su existencia histórica)-, menos aún es idéntica la Iglesia -como fundación de Cristo y en su misma existencia histórica- a la civilización que el Cristianismo pudo inspirar o 'inculturar', esto es, a la Cristiandad.

Entonces se impone, creo, una nueva distinción, ahora respecto de la Cristiandad.

En este punto, suelo encontrar fastidiosa la enumeración de logros culturales de la Cristiandad o inspirados en las sociedades de hombres que formó o sobre las que influyó. No es que no haya habido tales logros. Ni que tales logros no sean objetivamente una mejoría en el modo de vida individual y social del hombre a lo largo de la historia de veinte siglos, incluso en aspectos muy importantes.

Lo que creo es que sin la razón por la cual fue posible lograr un grado determinado de civilización, el grado alcanzado en cuanto tal me parece que es irrelevante. Y su encomio me resulta irritante.

Si alguien dijera que el Cristianismo es útil porque logró generar una civilización como la Cristiandad que directa o indirectamente arribó felizmente al invento del freezer, promoviendo la ciencia y el conocimiento, creo que no está diciendo lo que el Cristianismo hizo por el hombre. Ni siquiera estaría diciendo lo que aquello que se denomina Cristiandad ha hecho por él. Si lo dijera cualquiera, igual estaría mal.

El Cristianismo no existe para promover el bienestar humano en el sentido material o cultural. No está para producir obras de arte excelso, ni siquiera para generar un estado de serenidad de espíritu que lo logre. O para darle confianza a la razón humana para que encuentre finalmente más y más fronteras a sus espaldas. Tampoco fue instaurado para promover sistemas más justos, ni justicias más perfectas en los tribunales, ni gobiernos que distribuyan riquezas o ricos que no las acumulen, ni para dar de comer a los pobres, ni para curar a los enfermos, ni para atender a los leprosos o hacer escuelas de curas o de monjas, ni universidades cristianas, ni clubes de fútbol católicos.

El Cristianismo no existe para eso. Pero lo ha hecho a lo largo de veinte siglos. Lo han hecho reyes y monjes cristianos, gobernantes y gobernados, médicos, escultores y duquesas, comerciantes, soldados y mendigos.

El Cristianismo existe para hacer cristianos. Está en la misión de los apóstoles: vayan y bauticen, y anuncien el Evangelio.

El Cristianismo y la Iglesia son la madre de cristianos, engendran en su seno cristianos. Engendrar cristianos significa distribuir la Redención 1) en la Palabra que predica la Redención (es decir en la Fe que se recibe) y 2) en la Gracia que redime, que sana y salva lo que está enfermo y caído, necesitado de Redención.

Si ser cristiano es una mejoría para el hombre y el Cristianismo y la Iglesia han engendrado cristianos, han hecho algo por esa mejoría.

Sigo pensando, con todo, que algo en las preguntas referidas a estos asuntos lleva otro camino. Más bien poniendo el acento en que, a lo largo de la historia, la Cristiandad se ha mostrado muy poco cristiana hartas veces y lejana de Cristo, otras tantas. Y opuesta a Él, otras no pocas.

También esas preguntas sobre la validez del Cristianismo suelen referirse a la infidelidad de la Iglesia misma, no ya tan sólo a las obscuridades y asquerosidades de una civilización que Ella inspiró.

Suelen referirse, entre otras muchas imputaciones, a su codicia y petulancia, a su fariseísmo o desvío. A su adulterio y a su falta de caridad, a su preferencia por el mundo, a su apetito de poder, a su apostasía, a su tortuosa forma de humildad, que esconde un satánico orgullo. Así como -aunque es curioso que con menor frecuencia- a la excluyente humanización del mensaje y de la obra redentora de Cristo.

Si a esto se refirieran las habituales preguntas sobre la validez del Cristianismo, si esas preguntas fueran detrás de respuestas de este tipo, creo, por una parte, que habría que cambiar las preguntas. Porque, una vez admitidas todas las inmundicias, hipocresías y excrecencias presentes y visibles en la Iglesia, y en la civilización que el Cristianismo pudo inspirar, todavía queda algo por afirmar: si fuera verdad que el hombre necesita redención, si fuera verdad que Cristo es Redentor, si fuera verdad que Cristo estableció una Iglesia para continuar su obra redentora, si fuera verdad que la Iglesia que estableció es esta Iglesia que conocemos y vemos a lo largo de estos veinte siglos, si fuera verdad que esta Iglesia que llamamos y profesa el Cristianismo es la misma que continuó esa obra y si fuera verdad que además generó una civilización que buscó hacer que todas las cosas fueran nuestras, nosotros de Cristo y Cristo de Dios, entonces la respuesta substancial sería la misma: sí, el Cristianismo sí trajo mejoría al hombre.

Cuánto le salió bien a la Cristiandad de aquello que puso en movimiento es algo que solamente en parte es atribuible al Cristianismo, es decir a la Iglesia fundada por Cristo. Y en nada es atribuible a Cristo, para el caso.

Él mismo estableció una primera comunidad integrada por la misma clase de hombres que se multiplicará en la historia más tarde.

Pedro, falto de Fe hasta hundirse en el mar del mundo, haciendo que por su boca hable Satanás, violento, cobarde, conservador de las tradiciones judaicas en contra de la ley de la Gracia, era la cabeza de aquel grupo elegido por Cristo. En ese conjunto militaba el evidente Judas, otro elegido, y también los apóstoles que se peleaban por ver quién se sienta cerca de Jesús o el otro que espera la restauración carnal del reino de Israel.

Así las cosas, todo ello debería imputársele ya no a la Cristiandad ni a la Iglesia y al Cristianismo, sino a la 'ineficacia' del propio Cristo, que allí no actuó a través de institución alguna, sino en persona. Y más. No alcanzó su presencia inequívoca para arrastrar al pueblo de Israel, su elección histórica, que tanto lo aclamó como acompañó su sentencia, tampoco hizo caer enceguecidos por su Gloria a los paganos, tampoco mejoró substancialmente las cosechas, ni derogó la muerte corporal, ni la codicia, ni la lascivia, ni el homicidio. Y no porque Cristo no haya actuado, o porque no haya predicado el Evangelio que debía predicar o distribuido gracias y bendiciones.

Pues lo que haya hecho Él se le puede atribuir también a la Iglesia que fundó.

La pregunta por la mejoría que trajo el Cristianismo se refiere en primer lugar a la acción de la Gracia, entonces. Y es lo mismo que preguntar si la Gracia mejoró en algo al hombre. Aun en el caso de hacer mejor la vida social.

Allí, además, habría que preguntar con qué se compara al hombre a partir del Cristianismo. Incluso qué del hombre se compara (y no hay más remedio que comparar porque lo pide la pregunta, toda vez que 'mejor' es comparativo.)

Habrá que insistir entonces en que, en primer lugar, el Cristianismo hizo un hombre nuevo. Reformó, restauró la naturaleza y el estado en que había quedado tras el pecado, algo necesario para que la creatura pudiera volver al Creador.

Después recién hay que mirar la acción del hombre -ahora con acceso a la Redención- dentro y fuera del Cristianismo, pero siempre a partir del Cristianismo.

Y si resulta evidente que el Cristianismo estableció nuevos modos de actuar, que inspiraron una mejora en el modo humano de vivir, nuevos modos de actuar individual y socialmente que se fundan en un nuevo modo de ser del hombre redimido, también es evidente que ni Cristo y menos aún el Cristianismo pueden violentar ni violentan la acción humana.

Más aún, la profecía -que es parte substancial de la Encarnación y de la acción de Dios en la historia- advierte más bien un camino recesivo en la acción humana. Esto es, pasando el tiempo -alejándose de la Encarnación y acercándose a la Parusía-, el hombre será 'menos cristiano', la sociedad de los hombres será 'menos cristiana'. Así lo dicen las figuras y profecías del Antiguo Testamento que se refieren tanto a la Primera como a la Segunda Venida de Cristo en forma superpuesta, así lo dice el Nuevo Testamento -especialmente en el Apocalipsis- y así lo dice el propio Cristo. Y aun así, la situación del hombre habría mejorado.

Esto, tal vez, puede mover a escándalo. Esto puede ser un tropiezo aun para la Fe. Pero debería considerarse muy serenamente y hasta donde se pueda quién es Dios, cuál es su 'plan' respecto de la redención del hombre, quién es el enemigo del hombre y de Dios, cómo actúa, qué le disputa a Dios, y, por fin, qué clase de ser es el hombre que Dios quiere redimir y a la vez preservar en la naturaleza que Él mismo le ha dado.

También creo que, al fin y al cabo como al propio Cristo, pero ahora con mejores oportunidades, al Cristianismo se le puede armar un proceso, amañarle testigos, falsear testimonios, para terminar condenándolo porque ha blasfemado.

Se puede hacer con la leña verde, también se puede hacer con la leña seca.