jueves, 4 de noviembre de 2004

Cuenta Geir Kjetsaa que Dostoyevski se fue de Moscú, en el muy caluroso verano de 1866, a terminar Crimen y Castigo a una casa de campo en Liublino, a pocos kilómetros de la capital. Allí había alquilado su cuñado un lugar y fue invitado por dos meses. Estaban sus varios sobrinos y amigos de éstos. El sombrío Dostoyevski se transforma sin embargo en un animador de los días y las noches de la temporada. Actúa, galantea, relata historias, habla con los jóvenes.
Uno de ellos, N. von Vogt, por entonces de 17 años, cuenta cómo lo vio:
Fedor Mijailovich hablaba lenta y calmosamente, con expresión concentrada -era evidente que en su cabeza había pensamientos serios-. Sus ojos pequeños y grises se hundían en los oyentes. En general, sus ojos revelaban buen humor, pero sucedía que a veces fulguraban de un modo extraño y colérico, sobre todo cuando analizaba un tema que le preocupaba profundamente. Pero no importaba de qué hablase, había algo secreto en todo lo que decía. Era como si desease hablar directamente, pero al mismo tiempo sus pensamientos anidasen en la profundidad de su alma. De tanto en tanto relataba una historia completamente fantástica, algo increíble y creaba imágenes maravillosas que sus oyentes recordaban durante mucho tiempo.
Kjetsaa completa la pintura:
Pero incluso cuando el juego y la conversación parecían más animados, de pronto Dostoyevski adquiría una expresión pensativa y se retiraba de la reunión. "Era como si algo estuviese molestándole", comentó uno de los invitados. Le había asaltado una idea y tenía que volver de prisa a Crimen y Castigo. Si después los jóvenes venían a buscarlo, se irritaba y encolerizaba, y hacía lo posble para que se fuesen. No le agradaba hablar de su trabajo, y nadie se sentía tentado a preguntarle acerca del asunto. Una criada aterrorizada informó que el escritor se paseaba por la noche hablando solo de un asesinato que proyectaba cometer.