sábado, 6 de noviembre de 2004

Sobre el sueño de Adán (I)

Pese a mi intención de poner todo junto este asunto para no alargarlo demasiado, se ve que no me es posible. De manera que habrá que ir por partes y ésta será la primera. Así las cosas, ya por la extensión del asunto, ya por el asunto mismo, ni falta hace prevenir a los lectores, ni eximirlos si acaso quisieran saltearse estas páginas.


Pues bien, qué es lo que me interesa de estas cuestiones. Creo que inicialmente es la relación entre Cristo y la Iglesia. Pero, inmediatamente después, también la relación entre los cristianos y la Iglesia, o, lo que parece lo mismo, la necesidad de la Iglesia para los hombres.

Ahora bien, esta necesidad (o relación) puede ser vista desde la orilla humana o desde la divina.

Una cosa parece ser lo que el hombre 'siente' respecto de esa necesidad. Incluso su resistencia o siquiera su perplejidad. ¿Por qué es necesario, estar en la Iglesia, entrar a la Iglesia? ¿Por qué debería ser un paso necesario? ¿Por qué esa humillación u obligación? ¿Por qué la obediencia? ¿Por qué no basta con Jesucristo? ¿Por qué confiarse a hombres, que es en definitiva con lo que nos encontramos en la Iglesia: hombres, preceptos, prácticas? Antes o después de estas preguntas hay otras tantas preguntas y otras tantas formas de argumentar, lo que podría ser entendido como una rebelión o, muchas veces también, como necesarias distinciones.

Pero, por otra parte, la cuestión tiene sin lugar a dudas un 'desarrollo' divino.

También Dios parece argumentar -bien que a su modo- acerca de la naturaleza y de la necesidad de la Iglesia. Él tiene un diseño en mente. Ha pensado un argumento, ha puesto en marcha una obra, ha concebido un drama y parece no apartarse de él. Parece tener muy clara la figura de cada una de las 'drammatis personae'. Y lo que resulta a veces más notable -y perfectamente obvio- es que sus líneas no son las que uno recita cuando habla de los mismos temas. Tal vez, la clave no menos obvia de estas cuestiones está en lo que nadie sensato e inspirado se cansa de decir: hay un misterio grande allí detrás. Y cuando de misterio se trata, hay que ir con cuidado. Y no menos reverencia.

Vayamos a lo primero. El asunto es que ya en la creación del hombre está en figura el nuevo Adán, así como en el sueño del Adán terreno y en la creación de la mujer, está el misterio de Cristo, el de su muerte y el nacimiento de la Iglesia. Voy a seguir en esto, como dije, la exposición de este tema en San Hilario que trae Jean Daniélou en Tipología Bíblica.

Tertuliano, dice Daniélou, es el primero en presentar la cuestión: "Adán ha profetizado este gran sacramento relativo a Cristo y a la Iglesia: Hoc nunc os ex ossibus meis" (esto sí ya es hueso de mis huesos) (De anima, 11; PL, II, 665 A). In somno Adae Christus generat Ecclesiam (en el sueño de Adán Cristo engendra la Iglesia).

Dice también: "Si Adán era una figura de Cristo, el sueño de Adán representaba la muerte de Cristo, que dormía en la muerte, a fin de que la Iglesia, verdadera madre de los vivientes, fuese figurada por Eva salida de la herida de su costado" (De Anima, 43; PL, 723 B).

San Hilario, dice Daniélou, presentará el sueño como el misterio adámico por excelencia: "Hay en el sueño de Adán un misterio escondido" (TM, I, 5). Del mismo modo remite a la Carta de San Pablo a los Efesios (5, 22-33) y a la presentación de Cristo como el nuevo Adán (Romanos, 5, 12-21; I Corintios, 15, 45-49). Según la visión de San Hilario, estos textos del Antiguo y Nuevo Testamento se alimentan mutuamente de sentido en la exégesis tipológica.

En el mismo sentido hablará, después de Tertuliano, Metodio de Filipo, asociando también las consecuencias del sueño de Adán a la Eucaristía, como presencia constante en la Iglesia:
"Así en particular hay que entender (lo que dice San Pablo), de la Iglesia, nacida de los huesos y del costado de Adán. Por ella el Verbo ha dejado a su Padre que está en los cielos y ha descendido 'para unirse a la esposa', y, muerto voluntariamente, ha dormido el extasis de la Pasión por ella 'a fin de hacer aparecer ante Sí a esta Iglesia gloriosa e inmaculada, después de haberla purificado en el agua bautismal' (Ef. 5, 23-27), dispuesto a recibir la semilla espiritual y dichosa que él mismo siembra y planta, resonando en las profundidades del espíritu, pero que la Iglesia, como una mujer, recibe y forma en orden a engendrar y nutrir la virtud". (Banquete de las doce vírgenes, III, 6).


"La Iglesia no podía, por otra parte, concebir y regenerar a los creyentes por el agua bautismal de la regeneración si Cristo no se hubiera anonadado por ellos, a fin de ser recibido según la recapitulación de su Pasión, como lo decía yo, muriendo de nuevo al descender de los cielos y al adherir a su esposa la Iglesia, y ofreciendo su costado para que de él brote una virtud por la que todos aquellos que han sido edificados en Él, que han sido engendrados por el agua bautismal, reciban su crecimiento de sus huesos y de su carne" (III, 8; 35-36).


Pero, como dije, son los textos de San Hilario del Tractatus Mysteriorum los que estoy siguiendo en el libro de Daniélou. Veamos ahora algunos de ellos:
"...El nombre mismo de Adán figura el nacimiento del Señor. Efectivamente, en hebreo Adán es equivalente del griego gépyra y del latín terra flamea y la Escritura acostumbra a llamar tierra a la carne del cuerpo humano. Esta carne, nacida de la Virgen por el Espíritu en el Señor, transformada en una especie nueva y extraña de sí misma, ha sido hecha conforme a la gloria espiritual, según la palabra del Apóstol: segundo Adán del cielo y: Adán celestial, porque el Adán terreno es la figura de Aquel que ha de venir. Tomamos, pues, con toda seguridad el nombre de Adán, apoyándonos sobre una tal autoridad, no sin buscar alguna prefiguración de Aquel que ha de venir" (I, 2).

Refiriéndose al somnus Adae, dice San Hilario:
"El texto dice en seguida que estando Adán dormido, Eva fue engrendrada de su costado y de su hueso: luego de despertado, sigue esta profecía: Hoc nunc os de ossibus meis, etc... Esto no me impone ningún esfuerzo pues el Apóstol, luego de referir esta misma profecía, añade: Hoc mysterium magnum est, ego autem dico in Christo et in Ecclesia (Este misterio es grande, mas yo lo digo en orden a Cristo y a la Iglesia.) Pero leemos que solamente el hueso fue sacado de Adán. Cómo es pues: carne de mi carne. Esto puede referirse a la realidad de las cosas presentes (= en sentido literal), en esta forma: puesto que el hueso extraído del costado de Adán ha sido por el Dios todopoderoso vestido de carne para formar el cuerpo de la mujer, y puesto que el hueso ha sido extraído de la carne y, de nuevo revestido de carne, ha formado un cuerpo, también la carne ha sido sacada de la carne, como el hueso sacado del hueso... Pero, por otro lado, a propósito del lazo que le tendían los judíos con respecto al repudio, el Señor muestra que aquello se había dicho más bien por Él que por Adán... Cuando, pues, el Señor, que hizo al hombre y a la mujer, dijo que el hueso era de su hueso y la carne de su carne, expresó por Adán lo que se había cumplido enteramente en el mismo Adán, respetando la realidad del hecho histórico y mostrando haberse prefigurado de Él cuanto se había realizado en otro. En efecto, puesto que el Verbo ha sido hecho carne y la Iglesia miembro de Cristo, nacida por el agua y vivificada por la sangre brotada de su costado, y puesto que por el sacramento de nuevo permanece entre nosotros en la carne en la que ha nacido el Verbo que vive antes de los siglos en cuanto es Hijo de Dios, de manera sencilla nos ha ienseñado que en Adán estaban contenidas su figura y la de su Iglesia, significando que ella ha sido significada después del sueño de su muerte, por la comunión de su carne" (I, 3).


Tan sencillo no es, cosa que también advierte Daniélou quien, además, comenta: No es el detalle histórico de la vida de Cristo lo que se prefigura; es el misterio de Cristo mismo, el vínculo misterioso que existe entre su pasión y el nacimiento de la Iglesia.

Bastarían estos textos para concluir inicialmente que -cualquiera fuere nuestra percepción de lo que es la Iglesia-, Dios ha dejado en las Sagradas Escrituras una visión diferente. La misma noción de Cuerpo Místico se enriquece con estas exégesis. Y, en consecuencia, nuestra propia relación con Cristo. Pero, todavía más, nuestra relación con Cristo a través de su Iglesia parece que cobra un sentido diferente.

Si con estas exégesis, como afirma Daniélou, estamos en el centro de la tradición eclesiástica, la visión del hombre respecto de su pertenencia a la Iglesia no puede sino necesitar un ajuste y una nueva forma de comprensión. Y también la pregunta acerca de si es necesaria la Iglesia para estar unido a Cristo.

La cuestión del agua y la sangre brotadas del costado de Cristo en la Cruz también cobra otra luz. La realidad del Bautismo y de la Eucaristía -es decir el agua que hace nacer y que es origen de la vida y la sangre que vivifica a los vivientes y los alimenta- están de este modo en la naturaleza misma de la Iglesia y figuradas en la creación del hombre teniendo como modelo mismo al Verbo Encarnado y Crucificado.

Hay que decir que Adán no es cristiano, en el sentido actual de la palabra, en el sentido en el que podría imputársele por ser parcial y acotado a una facción.

Sí lo es en otro sentido que se sigue inmediatamente de esta exégesis que exponen tanto San Pablo y San Hilario.

Pero Adán es humano. Es la cabeza de todos los hombres que han de venir. Y, según San Pablo, es la figura de Aquel que ha de venir, y que por ello mismo recapitula a toda la humanidad, será su nueva Cabeza.

Si en Adán está presente el género humano, y de su costado es engendrada Eva, madre de vivientes, y esto mismo es figura de Cristo y de la Iglesia, no habrá hombre que pueda no estar en ella si quiere estar en Él, no hay quien pueda no entrar en ella si quiere estar en Él y ser de Él, pues ella es de Él.

Por supuesto que aquí caben las distinciones y precisiones acerca del verbo estar y del verbo entrar, y es verdad que los modos de pertenencia a la Iglesia no son un asunto menor. Pero ninguna precisión logrará quitarle al agua ser el principio de la vida y a la sangre ser el alimento que vivifica.

Sin embargo, habrá que completar todavía con algunos textos más de este mismo Tratado de San Hilario, referidos ahora tanto a la Resurreción como al sentido escatológico del pasaje del Génesis (por otra lado, también fundado en San Pablo, especialmente en la carta a los Romanos y en la primera a los Corintios.)