martes, 2 de noviembre de 2004

Ya que lo mentamos, hagámosle un lugar.

En el capítulo 25 de las Crónicas del Ángel Gris, Alejandro Dolina se ocupa de una misteriosa organización de autores: los Libretistas del Mundo o sencillamente los Libretistas de Flores.

La idea, borgeana en su invención y en su dicción -como tantas otras de Dolina-, es llevar hasta las últimas consecuencias, hasta el absurdo, una idea ingeniosa.
Así los Libretistas comienzan redactando chascarrilos y guiones para cómicos y animadores. La idea se extrapola hasta que los secretos guionistas son los que en realidad están detrás de todo lo que se dice y hace, con aparente espontaneidad. Y planean, secretamente, la vida entera de algunos individuos.

Dolina despacha ejemplos. Entre ellos, éste:

El hombre que va a menos (boceto de una vida completa)

El protagonista ha nacido con una dotación formidable. es inteligente, viril y apuesto.
Sin embargo, durante toda su vida disimulará esas cualidades, tal vez por no apabullar a los demás.
Fracasará en sus estudios por fingiri desconocimiento, aun poseyendo erudición.
Renunciará a espléndidas mujeres y se casará con una verdadera bruja. retrocederá ante rivales que en realidad desprecia.
Cometerá injusticias para no sentir la soberbia de ser bondadoso. Se rodeará de amigos miserables y les hará el homenaje de parecerse a ellos.
Tendrá gustos exquisitos, pero los negará para mentir regocijo ante las cosas más despreciables.
Una noche sentirá venir la muerte y no tendrá miedo, pero gemirá como un maula.
Jamás recibirá recompensa ninguna en este mundo, y tal vez tampoco en el otro.

No me parece que sea del todo mala teología la de este cuentito. Y tal vez no sea mala teología tampoco el que ni siquiera se hubiera propuesto hacer teología, aunque esto es cosa que no creo.

Para ver espirales y más espirales borgeanas, aunque dichos con calidad (y no sólo remedo), termina el capítulo con estos laberintos:
Jamás se ha anunciado que los Libretistas abandonaran su trabajo. Por lo tanto no sería extraño que sigan escribiendo todavía.
A lo mejor, muchos de los que hoy compadrean de soberanos no hacen nada que no sea cumplir con ajenos designios.
Puede ser que esta crónica, de la que usurparé jactancias o vergüenzas, haya sido pensanda por la entidad.
Y también los comentarios de los lectores, esas desengañadas palabras que condenan mi torpeza.
Al fin de cuentas, todo, todo lo que digamos o hagamos, aun nuestro grito de rebelión contra la letra establecida, quizá no sea más que un parlamento puesto en boca de actores secundarios por los inconmovibles Libretistas de Flores.

¿Ven? ¿Y yo qué dije? Teología. Buena, mala o regular. Pero teología. Y borgeana, en parte. Aunque me parece que un poco mejor. Tal vez por eso que ha dicho varias veces:
Soy, señores, de Caseros:
lo digo con el pico,
lo defiendo con el cuero.