miércoles, 22 de diciembre de 2004

Entonces, mientras se prepara el mate o huele el cafecito, uno se hace cargo del ternero humanado, y, antes de llegar a la ducha o a las tostadas, ya está listo para pasar a los pinos marcianos.

Por las dudas, antes de salir de casa, darse una vueltecita por las implicaciones capitalistas de la genética, que no deja de ser una perspectiva inusual, y le da un aire de los más serio y preocupado al toqueteo del software vital.

Guay con los desvíos, eso sí.

Si se tienta pensando en cosas exóticas como el Padre y el Hijo, serénese y no cambie de tema. Siempre está a punto de fundamentalismo (horresco referens) el que mire para arriba cuando está mirando para abajo.

Si quiere, ya con la mochila al hombro y mientras traquetea cansinamente hacia el pan nuestro de cada día, puede oír las trompetas asépticas, inocentes, los aplicados destellos desinteresados de la mirada técnica de un técnico que silabea la vida, como si un niño estuviera aprendiendo gozosamente a hablar para poder, en breve, escribir la novela que más le guste.

Después de todo, ¿no dice ya el primer capítulo del Génesis que los hombres debemos hacer eso o algo muy parecido?