jueves, 16 de diciembre de 2004

No es solamente cuestión de simple matiz, de contar todos los pelos que hay en una cabeza.

Pero hay que reconocer que solemos ser peligrosamente binarios en nuestros dictámenes, con grave peligro para la realidad y deterioro para nuestra cabeza y nuestro corazón. Así se hace difícil hacerle justicia a la realidad de las cosas. Y ni qué decir de las personas.

Leo algunas notas sobre León Ferrari. Y dos notas de León Ferrari, todo en medio del clima de provocación y reacción que se dispara con su muestra en el Centro Recoleta, incluso en medio de otros varios episodios que no son la muestra.

Lo primero que me salta a la vista es algo que repetía un viejo y perspicaz amigo: uno suele dividir el mundo en izquierda y derecha. Pero las personas son habitualmente más que eso. Por ejemplo, están las personas torpes y las personas más inteligentes. Y más todavía: están las personas bien intencionadas y las perversas. Como están las ponderadas y las cínicas, ingenuas y las más perspicaces, las honestas y las mentirosas, como están las suspicaces y las menos conspirativas. Incluso están los más sanos psicológicamente y los más débiles o enfermos. No nos detengamos allí: las pasiones inciden en el modo de pensar, como en el modo de ser. Hay gente virtuosa y gente viciosa. Hay prudentes e imprudentes. Hay personas justas y otras resentidas. Hay cobardes y corajudos. Como hay audaces y fuertes. Hasta las características físicas y fisiológicas importan y no deben ser desdeñadas de ninguna manera.

Podría seguir, pero creo que ya está clara la idea de que un juicio que trate de hacerle justicia a las cosas, y mucho más específicamente a las personas, justicia a la que no hay por qué no acompañarla de amor, debe ver cómo se las arregla para que la realidad quede lo mejor representada posible.

Por lo pronto, un problema parece estar en poder combinar los pares (con sus matices) de modo tal que resulte la verdad más próxima posible a lo real.

Por ejemplo, puede ser que alguien sea de derecha y sea torpe para ilar dos ideas, y no sea conspirativo, y sea psicológicamente débil, y no sea resentido. Y así siguiendo.

Por supuesto que, en una arquitectura más fina, no hay que olvidar que las notas características de una persona suelen ser parte de una constelación, es decir, no se dan aisladas, se relacionan de algún modo unas con otras. Y hay que considerar también que esa constelación suele ser habitualmente más bien homogénea. Y que esa constelación se mueve con cierta lógica interna, se mueve al compás de una melodía, digamos así, con cierto orden causal interno más o menos visible que hace que algunas caracaterísticas dependan de otras.

De modo tal que se es de un modo por tal razón y esto resulta así por tal otra razón sumada a tal otra.

A ello hay que agregar la historia. No sólo lo que hemos hecho sino lo que ha pasado a nuestro alrededor, y lo que nos ha pasado, y las circunstancias en que todo esto ha ocurrido. Y aun eso debe ser considerado, pero teniendo en cuenta incluso que se recibe al modo del recipiente. De suerte tal que, dos personas frente a un mismo episodio, no reciben exactamente lo mismo, ni lo hacen del mismo modo. Ni hacen lo mismo con lo que reciben.

Todavía queda por decir que suele haber un tono dominante en nuestra personalidad. Suele haber una nota que gobierna a las otras o por lo menos se destaca respecto de las demás y las tiñe. Y que, todavía más importante, el libre albedrío tiene su parte fundamental en estos asuntos.

Estoy convencido de que, además, no es distinto el trámite para juzgar un estado de sociedad, las características de una sociedad, de una cultura, que lo que digo para el juicio que nos merezca una persona.

Al que en este punto ya hubiese llegado a la impaciencia, le digo, por un lado, que no es culpa mía que la realidad sea compleja y delicada y que, para tratar de estar a su altura, hay que obrar en consecuencia.

Pero, por otra parte, también hay que decir que no es lo mismo un juicio injusto que un juicio certero, por sintético que resulte. Podría creerse que todo juicio breve es injusto. Y no necesariamente esto tiene que ser así.

Si acaso por acuidad, por agudeza, por visión penetrante y ordenada de la realidad, y buena educación de su inteligencia y de su voluntad y cierta salud psiquica y afectiva, y estando en posesión de ciertas virtudes necesarias, alguno pudiera ver esa sinfonía de voces que cantan detrás de los actos y dichos de una persona, y pudiera ver al mismo tiempo cómo suena el resultado y qué aporta cada voz al conjunto de las voces que suenan en esa sinfonía de causas que son nuestros actos y nuestros dichos, rodeados de sus circunstancias, ese alguien, insisto, podrá ser todo lo breve que quisiere si es finalmente certero y si lo que juzga da en el blanco y él sabe por qué.

Admito que esto es difícil. Admito que es difícil encontrarse con este tipo de juicios. Y con este tipo de persona juzgando la realidad.

Pero hay que reconocer también que, en la medida en que nos alejamos de esta posibilidad, nos alejamos de la verdad. Y que lejos de la verdad la injusticia crece.

Ni por un mom,ento se ha ocurrido pensar que no nos formemos juicio de las cosas. Y menos aun que no debamos formarnos juicio de las cosas y de las personas.

Tal vez el paciente lector, a esta altura esté calculando si esto que digo es a favor o en contra de Ferrari, a favor o en contra de Bergoglio, o a favor o en contra de Caponetto, a favor o en contra de los que protestan por las protestas o de los que protestan por la muestra.

El caso es que aquí estoy diciendo lo que estoy diciendo.

Creo que cada cual haría bien en hacer su propio juicio de todo aquello.

Por ejemplo, allí tienen las dos notas de Ferrari en Página 12. No estaría mal, para empezar, tomarse el pequeño trabajo de ver si lo dicho por Ferrari coincide con la realidad (desde sus juicios genéricos, pasando por su formulación e interpretación de los dogmas y doctrinas cristianos, hasta sus citas de los textos y la interpretación de los mismos), para pasar después a completar la información en torno al propio plástico y de su obra. Y así con lo que se alcance a ver en todo ello.

Y otro tanto con el cardenal Bergoglio, y con la Iglesia argentina y con las voces que suenan desde la revista TXT hasta Cabildo. Y llegar así hasta donde cada cual pudiera llegar.

No es que no tenga yo mismo un juicio sobre la cuestión. Pero, sinceramente, no puedo dejar de ver, a la vez, lo que está pasando y el modo en que se juzga lo que está pasando. Y mi preocupación y lo que me parece más importante se inclina por esto segundo.

Incluso -y esto es más arriesgado- porque creo que no poder o no querer entender lo que pasa y la defectuosa o torcida formación de un juicio sobre qué pasa y por qué (con todas las consecuencias de ese fracaso o tergiversación), son en muy buena pedida una de las causas decisivas de lo que pasa.