martes, 8 de febrero de 2005

Anduve al norte de aquí, por Tepic, capital del estado de Nayarit.

Hay varias historias de ese viaje que alguna vez si acaso contaré. Algunas son historia política y social.

Pero, por ahora, una de ésas cosas tan típicas a las que uno se acostumbra en estas tierras.

En una iglesia bastante vieja en el centro de la ciudad, que no es muy grande, hay una reja que da paso a una especie de navecita al aire libre.

Allí, en medio de esa nave o capillita está la cruz de zacate.

Zacate es pasto. Y efectivamente lo que hay allí es una milagrosa cruz de pasto (el brazo mayor es de una hierba o yuyo como si dijéramos manzanilla), pastos de dos texturas y colores, perfectamente trazada y simétrica, todo alrededor lo que hay es tierra con un musgo impoluto lo que muestra que el lugar no es hollado por pie humano de quien pudiera carpir o cuidar.

Nadie ha sembrado, nadie riega ni cuida. Simplemente crece así en forma de nítida cruz de zacate.

Y así está desde por lo menos 1619, aunque otras fuentes dicen que ya estaba desde los primeros tiempos de la evangelización, allá por 1540. El que descubrió el milagro fue un mozo de mulas, o mejor dicho las mulas, que eran las que no querían, ni por pienso, pararse sobre aquel terreno. Viendo por qué, así lo advirtió el mozo que fue quien dio la novedad al pueblo.

A quien le importe el dato, hacia el sur de Nayarit, cerca de Vallarta, está la ciudad de Compostela, tierra adentro.

Tuvo como primer designio ser la capital de la Nueva Galicia, pero el clima no gustó al primer obispo, por caluroso y húmedo, de allí que propuso correr la fundación hacia un valle más benigno, en Jalisco, adonde fundaron con el tiempo la nueva capital.

Oyendo a los nayaritas, creo que Compostela suspira todavía ese desdén.