El tema -además de complicaciones y matices sin fin- tiene su antigüedad, no vayan a creer.
Las reivindicaciones de Judas, como las de Satanás, por ejemplo, no son una novedad.
No descarto que sea una convicción en algunos, aunque me parece una convicción torcida. A veces, creo, es simple falta de fe o defecto en la enseñanza de la fe. A veces es mala teología, simplemente (ni más ni menos), incluyendo mala filosofía. A veces es flojera espiritual, debilidad psicológica. Incapacidad para entender.
A veces, necesidad de que Dios no sea justo de ningún modo. Necesidad de que su misericordia no tenga nada de justa, nada de paradojal (a nuestros ojos opacos).
Pero hay de todo. Tal vez el tema excede la cuestión sentimental de que Dios es bueno y no quiere ni permite que se condenen ni Satanás ni Judas. Porque si lo hiciera, Dios no sería Amor, sino un repulsivo ser represivo. Y Dios es Amor...
Un verdadero matete de afectos desordenados, conceptos románticos (en el peor sentido de la palabra), teología de bar lácteo (que dijera Anzoátegui) y confusiones varias, hasta confusiones de 'buena voluntad'.
También están los misterios. Difíciles para la mente humana, solamente humana. Todo esto es locura y escándalo, tomado sin más. Pero más difícil puede resultar para una mente racionalista o idealista, difícil para un corazón caprichoso que necesita y quiere un Dios (un dios) a su imagen y semejanza.
Los misterios son la clave de esta cuestión. Tanto el misterio del mal, como el misterio de la 'elección de Israel'.
Es curioso, hasta cierto punto, que en torno a la 'elección de Israel' se junte tanta pasión. Dentro de y fuera de Israel, del Israel de Dios.
Y a propósito de Pasión, algo sobre esto ya había apuntado, cuando todavía no había visto la película de Gibson.
Una confirmación indirecta de la necesidad que hay de negar la misión mesiánica de Jesucristo es la propia exposición teológica que los judíos suelen hacer. No se trata sólo de lo que haya para decir acerca de la revelación y la secuente tradición que asocia al propio pueblo de Israel con el mesianismo -lo que los cristianos admitimos-, sino cuando se asocia a Israel con el Mesías mismo. Israel es el Mesías. El Cordero inmolado es Israel.
Así lo piensan, por ejemplo, cuando interpretan el capítulo 53 de Isaías como referido al propio Israel, y no a Jesús, como siervo doliente.
Otro ejemplo de esto es lo que puede verse en el caso de la expresión 'holocausto'. El término es griego y significa simplemente 'completamente quemado', refiriéndose a la víctima animal sacrificada a los dioses entre los griegos, algunas de las cuales eran comidas en parte y en parte quemadas, mientras otras eran 'completamente quemadas' una vez sacrificadas.
Una expresión que en hebreo suena de modo parecido (aw-law; ow-lah; olah) figura, por ejemplo en el Antiguo Testamento, en el Génesis (en el episodio de Abraham e Isaac), así como aparece mencionada en el Levítico, en el libro de los Números o en el segundo libro de Samuel o en los libros primero y segundo de las Crónicas, y en todos los casos siempre referida a la ofrenda de animales, especialmente de carneros o corderos -preferentemente puros-, en el altar de los sacrificios, como ofrenda a Dios para el perdón de los pecados de Israel.
El término es el que parece haber inspirado (por homofonía o reminiscencia) a quienes en las décadas de 1950 y 1960, comenzaron a popularizar esta expresión 'holocausto' como sinónimo de shoah.
En esa asociación, pues, la víctima, el cordero sacrificado, es el propio pueblo judío.
Sin embargo, entre las últimas cosas dichas al respecto, ya en relación específica entre Judas y el judaísmo, tal vez el capítulo final de Pasión intacta, una obra del cultísimo e inteligente George Steiner, sea un ejemplo algo espeluznante para un cristiano.
Con bastante furia teológica, sin que los suyos sean necesariamente los argumentos de un creyente, asocia allí Steiner lo que llama (junto a otra legión) el antisemitismo cristiano, no con la Iglesia y con la historia, sino con el propio Jesús: Judas es el pueblo judío, echado por el propio Jesús a la noche de la historia que tendría su punto culminante en la shoah, en las cámaras de gas.
Según Steiner, esto hizo Jesús cuando escenificó la expulsión, haciendo participar primero a Judas de la Última Cena, en "...el horror no resuelto de lo que algunos comentaristas han tenido la honradez de llamar 'un sacramento satánico'..."
Y agrega: "De todos los nombres de los discípulos de Jesús, sólo Judas es específicamente judío..."
Sucede entonces que Judas fue echado a
"...una noche de aislamiento y maldición de la que el pueblo judío no escaparía más. Éste es el instante crucial (en ese contexto, un término abrumador y ominoso) en que echa raíces el odio a los judíos que mora en lo más hondo del corazón del cristianismo. No sabemos nada de los motivos de Jesús para destinar a Judas a una eterna maldición. El Dios de Abraham y Moisés había elegido a los judíos como seguidores, y ahora los elige por medio de Judas, en una contraelección que hace de la exclusión un sacramento para la humillación y el castigo. Lo que aúlla la muchedumbre cristiana en las masacres de la Edad Meedia, en los progromos, es el nombre de Judas, el cargo de traición venal y deicidio. Lo que anuncia y traduce la milenaria y sangrienta calumnia sobre los judíos son los supuestos rasgos del hijo de Iscariote, su pelo rojo, su nariz 'judia', su barba partida. 'Judas tenía la bolsa' (de las monedas). Y por eso no sólo son esas treinta monedas de plata, sino la demoníaca ambigüedad del dinero mismo, lo que se les pega a los judíos como la lepra. Alcibíades (de la última cena con Sócrates) sale tambaleándose a la noche ateniense y se dirige al subsecuente y frívolo desastre. Pero un desastre personal y político. Judas sale a una eterna noche de culpa colectiva. Decir que su salida abre la puerta a la shoah no es más que la sobria verdad. La 'solución final' que propuso y llevó a cabo el nacionalsocialismo en este siglo XX es la conclusión perfectamente lógica y axiomática de la identificación de los judíos con Judas. ¿Cómo si no iba el cristianismo occidental, que nunca ha repudiado adecuadamente el terrible odio a los judíos que se halla en parte de los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles, a ocuparse de una tribu como la de Iscariote, satánica, arquetípicamente traidora, usurera? Esa oscurida máxima, esa noche dentro de la noche a la que Jesús envía a Judas después de ordenarle que 'actúe de prisa', es ya la de las cámaras de gas. ¿Quién ha traicionado a quién exactamente?"
(Dos cenas en: George Steiner, Pasión intacta, Ed. Siruela, Madrid, 1997)
Por impresionante que resulte el pasaje, estoy seguro de que no vamos a resolver ahora la cuestión.
Por lo pronto, siempre se podrá recurrir a la historia para ver si los cristianos hemos entendido rectamente el sentido del misterio judío en la historia, tanto en la historia vista sólo por los hombres, como en la historia según Dios la ve.
Porque, claro, está el misterio de por medio, además. Y los misterios, se contemplan y se rezan, en primer lugar. Y si acaso, se revelan o se cumplen y allí un poco más se entienden. Si hay fe que los reciba para verlos o entenderlos.
Con todo, en materia de revelaciones, algunas hay a propósito de esta cuestión que disuenan con estas reivindicaciones de Judas.
Por ejemplo, en el capítulo II de las visiones sobre la Pasión, Ana Catalina Emmerich se refiere a Judas.