martes, 12 de abril de 2005

Entre las salutaciones pascuales que recibí, sindudamente la más rara fue ésta que me mandó un ahijado y sobrino. No sé de dónde la sacó -no puedo preguntarle, está lejos-, ni tuve tiempo de recurrir al auxilio de la ignorancia, i.e., Google.
¿A quién has escarnecido y ultrajado?
¿Contra quién elevaste la voz
y alzaste, insolente, los ojos?
2Reyes 19, 22

Estaba escrito, estaba.

El flaco, que la mangiaba lunga, se mandó igual. Minga de puntas y bufosos, ni matungos alzanes; sólo un burro, el filo de su lengua y los muchachos.

Compadreando al poder de los morlacos, les da el pique del lugar que usurpan.

Con su yunta, se hace eterno en una cena donde la traición lo encana, y sin gambeta se planta ante el destino ya junado.

Viste, la fama es puro cuento. La gilada, que ayer lo alzó en gloria, hoy se engrupe en juez y lo condena.

El flaco, que no tranza. No hay gayola ni fianza.

El cadalso.

Allá va coronado y sin rendirse. Lo engrampan al madero y no afloja ni amurado. Todavía, de guapo y como broche, un arrebato de su espada nos perdona la ignoracia.

Lluvia y truenos.

Sotovoce (por las dudas) algún chabón que se arrepiente.

Felices Pascuas.

No sé qué pensar exactamente. Por una parte, en un arranque de ecumenismo orre, me cae simpática. Le falta, ni más ni menos, la divinidad, claro; y claro que está escorada a babor. Y no le falta el toque liberador, también concedo.

Pero tiene un dejo, tiene una cierta ternura. Impostando al compadrito, algo tiene de llanto y de lamento, hasta de esperanza. Por supuesto, el arrebato bronco del gotan de fondo se hace muy a propósito para cierto resentimiento.

Mal de porteños, sí. No sé si el tango tiene lugar para el cristianismo. Eso no lo sé. Porque parece que cuanto más tango es, menos fe necesita; y cuando más fe proclama, menos tanguero es. No sé.

Pero ahí está.