Al final de cuentas, Monseñor Baseotto es un hombre con suerte.
Como quiera que haya sido, y después de todo, hay que elogiar al gobierno argentino y a la claque progresista. Por su mesura y ponderación, por hasta cierta fineza en el trato de las cosas religiosas y sagradas.
No tienen esa cosa nórdica y a veces tan protestante de ser implacables y terriblemente serios cuando se trata de aplicar la ley.
Para cuando la homosexualidad sea obligatoria, todas estas escaramuzas serán apenas un recuerdo, ni siquiera un antecedente.
Seguramente -aunque adivinen por dónde-, esto está relacionado con los "hijos de...1789", con los "valores de la Francia" (dígase 'la frons', que queda bomba), que decía a boca llena mesié Yirac...