jueves, 19 de mayo de 2005

Cortocircuitos

Días de trabajos y fatigas son éstos. Variados, a las corridas. Aunque no todos los trabajos y fatigas son antipáticos.

Ayer, sin ir más lejos, hubo que dedicarle seis horas a los fuegos fatuos de la electricidad: un pequeño incendio obligó a cambiar cables y a investigar esas venas negras y secretas que son los caños embutidos en la pared.

Mientras trajinaba con las cintas pasacables, se me ocurrió pensar que bastante parecidos a eso son los esfuerzos por saber algo, por conocer la historia, por entender algún tema. O la dificultad a tientas siempre por conocer realmente a una persona, tramada, como las paredes, de insondables caños embutidos (negros, a veces, también), invisibles a nuestros ojos que apenas si recorren la superficie.

Por supuesto, tres horas 'eléctricas' fueron de trabajos personales y más o menos imperitos y otras tres (cuando finalmente llegó la caballería) ayudando al electricista. Su conversación es simpática y curiosa. Es hombre joven, manso, sencillo pero lleno de misteriosas inquietudes. Antes de irse, por ejemplo, me pidió Platero y yo de Juan Ramón Jiménez (´para sacarle una fotocopia, por que no se consigue...')

Su mujer estudia extrañas ciencias del espíritu en un dudoso instituto metafísico.

Vino con un amigo que lo asistía. Un hombre de campo, trabaja de mensual, haciendo de todo un poco en un establecimiento no muy grande de unas 500 hectáreas. Del sur de Buenos Aires. Muy gaucho, joven, de familia de 14 hermanos, pacífico, colaborante. Con esa dicción única del hombre de campo. Le pregunté qué tareas hacía: "Cuando hay que darle de comer a los chanchos, se le da de comer a los chanchos. Cuando hay que podar, se poda. Cuando hay que apartar, se aparta. Cuando hay que alambrar, se alambra. Cuando hay que atender a los animales, se atiende a los animales..."

Y así siguió en una paciente enumeración de sus trabajos, con un ritmo y una cadencia que si no hubiera sido sorpresiva y hasta cierto punto artística -con arte espontáneo y no deliberado-, habría sido exasperante.

Entretanto, todo mezclado, hubo que ocuparse de presentaciones de libros, artículos, clases. Iba pensando, además de toda esta maraña, en la pila de páginas que estoy leyendo y en la todavía mayor cantidad que me queda por leer. Especialmente, en la relectura de los temas que le han ocupado la mayoría de sus escritos a Benedicto XVI: la Iglesia, el Concilio Vaticano II...

Una muestra de estas cosas que me veo obligado a repasar, una cualquiera pero no menos significativa, es un trabajo del entonces cardenal a propósito del aniversario de la Comisión Bíblica.

Demasiadas cosas.

Incluso, tal vez, demasiadas cosas para un 'medio' como éste. Porque me he puesto a pensar desde hace un tiempo si un 'blog' no se parece más a una radio que a un cuaderno o a un libro. Si no tiene que tener más bien el tono, el tempo y el ritmo de una radio y de programa de radio, que de literatura. Y si de hecho no lo tiene. Sometiendo los temas y lo que haya que decir de un tema a su formato. Con su exigida animación, brevedad, tecnología...

No tendría nada de particularmente perverso. Hacer radio es hacer radio.

Pero, precisamente, hacer radio es radio.

Todavía no lo sé, pero es probable que sea así. Y si supiere finalmente que sí, lo más probable es que deje de hacer 'radio'...