martes, 31 de mayo de 2005

Humo en tus ojos

Si uno es gordo, el otro también.

Si uno es desprolijo y anda siempre despeinado, el otro, también.

Pero solamente uno de los dos tiene con qué escribir este poema que leerán más abajo, al niño no nacido.

Tal vez solamente uno de los dos pudo haberlo escrito, incluso antes de casarse. Y da la casualidad de que lo escribió el que no iba a poder tener hijos que acunar y el que tenía todos los niños para jugar, cuidar y mimar.
By the Babe Unborn

If trees were tall and grasses short,
As in some crazy tale,
If here and there a sea were blue
Beyond the breaking pale,
If a fixed fire hung in the air
To warm me one day through,
If deep green hair grew on great hills,
I know what I should do.
In dark I lie; dreaming that there
Are great eyes cold or kind,
And twisted streets and silent doors,
And living men behind.
Let storm clouds come: better an hour,
And leave to weep and fight,
Than all the ages I have ruled
The empires of the night.
I think that if they gave me leave
Within the world to stand,
I would be good through all the day
I spent in fairyland.
They should not hear a word from me
Of selfishness or scorn,
If only I could find the door,
If only I were born.

(A las apuradas, una traducción prestada, algo dura y literal, levemente retocada -como para que se entienda el sentido, apenas-, diría:)
Por el niño no nacido

Si los árboles fueran altos y los pastos cortos
como en un cuento alocado,
si aquí y allá el mar fuera azul
más allá del límite rompiente.

Si un fuego fijo pendiera en el aire
para entibiarme un día entero,
si mechones verde oscuro crecieran sobre las grandes colinas:
yo sé qué haría.

En lo oscuro yazgo soñando
que hay grandes ojos fríos o amables
y calles serpenteantes y puertas silenciosas,
y hombres vivos detrás.

Dejen que vengan nubes de tormenta: mejor una hora
-y permiso de berrear y pelear-
que todas las edades que he regido
los imperios de la noche.

Pienso que si me dieran permiso
de estar en el mundo,
yo sería bueno durante todo el día
que pasara en el país de las hadas.

De mí no oirían una palabra
de egoísmo o desprecio,
si tan sólo pudiera encontrar la puerta,
si tan sólo naciera.
Me parece que en una de ésas, hasta yo podría darme una idea de cómo resolver el acertijo ingenuo.

Pero, así y todo, podría pasar que algún marciano viniera de pronto, de Malacandra al Planeta Silencioso, y no supiera quién es quién, o cuál de los dos es el que tiene en realidad la sublime preocupación por la salud pública. Supongamos, digo...

Pongámosle, incluso, que no tuviera idea de a quién recurren los hombres cuando se procuran la salud y que el marciano curioso quisiera saber si buscan a un matasanos o a un poeta.

Entonces, si al pobre alienígena no le queda otra cosa mejor, y de buenazo que es no se le ocurre nada sobre, por ejemplo, el niño por nacer, la repartija de condones, píldoras o espirales u otras filantrópicas campañas salutíferas, yo le diría que al menos preste atención al detallito malévolo del perverso, pernicioso cigarro. Que ahí está toda la verdad, toda la ley y los profetas...

En una de ésas, se da cuenta de quién es quién.

Que un gordo es un gordo y otro gordo es otro gordo...

De mi parte -mientras me fumo los últimos Caporal del día- como desagravio al bueno de Gilbert Keith Chesterton, por partida doble afrentado, vayan estos versos chilenos, que en las pampas canta el Dúo Coplanacu y en la Tierra de Conejos, Joan Manuel Serrat:

El Cigarrito

Voy a hacerme un cigarrito,
acaso encuentro tabaco
y si no hallo de'onde saco
lo más cierto es que no pito.

Ay, ay, ay, me querís
Ay, ay, ay, me querís
ay, ay, ay...

Voy a hacerme un cigarrito
con mi bolsa tabaquera,
lo fumo y boto la cola
y recójala el que quiera.

Ay, ay, ay, me querís
Ay, ay, ay, me querís
ay, ay, ay, ay...

Cuando amanezco con frío
prendo un cigarro de a vara
y me caliento la cara
con el cigarro encendido.

Voy a hacerme un cigarrito...