jueves, 12 de mayo de 2005

Los Dragones


Las vastas y sulfúricas criaturas

que redoblan sus alas en las nubes
y arden las copas verdes de los árboles:
se ocultaron en una cueva negra,
una cueva sin tiempo y esperando
salir para asolarnos pestilentes.
Las garras en el oro y en los ojos
hedor de muerte y un bilioso efluvio.
Y son así realmente, son lo malo
(hueco siniestro en esta edad brillante.)
Por eso ya no existen, pues parece
que algún hechizo las borró de pronto
para ponernos la conciencia nueva
de que no hay nada malo. Ni dragones.



En realidad, este soneto pertenece a la Temporada Otoñal de Sonetos (V), pues vine a saber que mi buen amigo lo incluyó en la selección que comenta en sus conferencias. Pero un módico rastro de pudor impide que milite bajo ese título. Así que mejor se las arregle solo...