miércoles, 1 de junio de 2005

Amarás al Electrón, tu Dios, con todo tu corazón

Como lo conservo para dar algunas de mis clases sobre Tópica, sé que la primera vez que me fijé en este tipo de artículos fue por un suelto breve en el diario La Nación, en 1980. Visto ahora, de veras tenía una forma bastante rudimentaria. Me encontré de nuevo con los amóres electroquímicos en una revista Escala, de Aeroméxico, volando del DF a Guadalajara, creo que en 1999. Más de lo mismo encontré en el Corriere della Sera, en su edición en Buenos Aires, por casualidad una vez que lo compré para ver los triunfos del Parma en la Gazzetta dello Sport, en el 2003. Estaba también en un ejemplar de la edición gratuita de La Razón el año pasado.

De modo que, espigando en mi estadística personal muy incompleta, unas cuantas veces en 25 años. Siempre lo mismo. Siempre el amor, siempre la química, siempre la electricidad, siempre lo mismo.

Y las oportunidades de encontrar otros ejemplos que seguramente me perdí, antes, durante o después de 1980. Y las que me estaré perdiendo en este mismo momento. Y otros más intentos mucho más "serios" que estas divulgaciones periodísticas, intentos como para congresos internacionales, digamos, o para revista neurofisiológica, o psicológica. Y yo aquí, paveando, y todos ellos seguramente andan triscando la hierba tierna por el mundo.

La fuente, esta vez, es un solemne comentario en la sección sobre Salud de The New York Times de ayer. La traducción de Clarín es muy pobre, pero, como muestra, alcanza.

En estos 25 años, no noto mayores variaciones. La dopamina, la feniletilamina, serotonina, y otras ricas substancias, siguen más o menos a la cabeza del ranking químico-amatorio. Cada vez, también es verdad, se complica más la cuestión -ya Descartes sabía lo difícil que es encontrar el asiento glandular del alma- y se agregan resultados y exhibiciones de destrezas que, por supuesto, no había antes. El empecinamiento y la curiosidad no menguan. ¿Dónde atiende el amor, la pasión amorosa? ¿En qué parte, en qué lugar del cerebro?

Pero el mecanicismo y el materialismo se afianza y se insolenta, por su parte, cada vez más.

El atletismo científico, puro y duro, es importante. Como importante es incluso pasarle el peine fino al atletismo científico puro y duro. Pero es verdad que una cabeza más neuroeléctrica, más parabólica, más orgánica e inorgánica, más ecuacional que la mía, tendrá que vérselas con eso.

No tengo que explicar que no soy un científico, ni en el mejor ni en el peor sentido. A mí, apenas, me toca encontrarme con el mismo personaje -seráfico emperador de laboratorios- cuando ya se quitó el guardapolvo impoluto, cuando anda en jeans y remera por allí. Y con lo que salga de allí, de los laboratorios en el mejor de los casos, sea de buena fe o no. Los argumentos, las informaciones, los datos se me presentan -y los encuentro- cuando ya han ganado la calle, y porque han ganado la calle, en forma de artículos de interés general (¿?) y de 'documentos especiales', en forma de nota de color, o de espacios-vacíos-que-hay-que-ver-con-qué-llenamos.

Pero, donde fuere y como fuere que se presentaren, está claro que como 'esas cosas' vienen de la "ciencia", y como nos enteramos de ellas porque vienen en los "diarios" y los medios en general, los hombres tendemos a darles un por completo inmerecido crédito cuasi religioso.

Las reales experiencias personales son absolutamente distintas. Lo que piensan y sienten los hombres cuando aman, lo que cada cual sabe y se sabe de sus amores y del amor -o incluso del Amor-, es infinitamente más serio que una beatificada cadena de ADN o una implacablemente desmitificadora resonancia magnética.

Pero, eso no importa. El hombre común está dispuesto -en apariencia, al menos- a inmolar la conciencia en el altar que le ofrecen, y parece que lo hace a condición de que el altar sea de mármol y tenga tubos de ensayos, o que la propuesta de inmolación aparezca en letras de molde o en Discovery.

Por lo menos la conciencia, digo, en lo que tiene de voz interior que nos dice, por ejemplo, cuando estamos diciendo algo que no es.

Ya nos es bastante difícil y alto el amor humano -ni hablar del Amor divino, su analogado primero.

Nos metemos con el sarcasmo, con el humor o la ira. Le entramos con alegría a los asteroides, los dinosaurios y los sexos. Nos animamos a la moral o al sueño. Vamos detrás del velo de la vida.

¿Por qué no el amor? Si después de todo, Dios es Amor.