lunes, 27 de junio de 2005

Desde el alma

En estos días, el arzobispo de Buenos Aires estuvo hablando de la necesidad de devolverle el alma a la política. Dijo, por ejemplo que
hay que redescubrir la política, restituirle el alma que la partidocracia le ha quitado. No digo los partidos, sino la partidocracia, el corporativismo que le quita diversidad y le hace perder la trascendencia a los otros, el servicio a la comunidad. No hay que dejar que nos domine la partidocracia.
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Debemos apostar a la entrega personal al proyecto de un país para todos. Proyecto que, desde lo educativo, lo religioso o lo social, se torna político en el sentido más alto de la palabra: Construir la comunidad.
Habló además de una "cultura del encuentro", contra la de la "no integración" que es la de quienes "pretenden capitalizar el resentimiento, el olvido de la historia compartida, o se regodean en debilitar vínculos, manipular la memoria, comerciar con utopías de utilería".

Dijo también que
a los totalitarismos no los crean las ideas sino los pueblos que están enfermos de ambición, de insuficiencia, cuando anulan la diversidad democrática y la discusión sobre los proyectos.
Puso el ejemplo de Adolf Hitler como quien "uniformó el pensamiento y creó un totalitarismo desde la pluralidad democrática".

Y cosas así.

El discurso tiene 28 páginas, me dicen y habla sobre La Nación por construir. Utopía, pensamiento y compromiso.

Bien. Muy bien.

Todo lo que leí son frases pulidas y buriladas. Algunas sibilinas y sutiles. Algunas más o menos confusas, por tensas, haciendo llegar su sentido hasta la anfibología. Otras con extraños matices de una hermenéutica que por lo menos parece buscar cierta complacencia.

Un ejemplo de estas sensaciones que me produce el texto es esa distinción peculiar entre partidocracia y partidos.

Mi señor cardenal: en la Argentina, según la constitución nacional, la representación política la ejercen sin excepción los partidos políticos. Y no digo el poder, sino la representación política, que no es necesariamente la misma cosa. De manera que, si vamos a ver, la distinción que ha hecho gira sobre un concepto de partido político que, cuando menos, es utópico. Y no lo digo como elogio, sino como denuesto. Lo único que generan en nuestro país los partidos políticos, según las leyes que ellos mismos han hecho, y tales cuales los partidos políticos son y se los supone y se los ha concebido, es partidocracia, la que, por otra parte, stricto sensu significa: gobierno de los partidos. De modo que, si partidocracia es una descalificación, lo que descalifica son los partidos políticos y el gobierno que legalmente ejercen.

Señor, usted propone, sin saberlo tal vez, tal vez sin quererlo, un cambio bastante radical en el sistema de gobierno y de representación...

Y no que no me parezca bien. Al contrario, me parecería muy bien. Pero creo que así como no estamos del todo de acuerdo respecto de lo que está mal, creo que tampoco estamos del todo de acuerdo respecto de lo que está bien.

Mucho me temo que el arzobispo utilizó más bien palabras-talismán, de esas que se utilizan porque se sabe que producen un efecto determinado, más allá del contexto en que se usen.

Para devolverle el alma a la política, hay que pensar en devolverle el alma al hombre y a la sociedad y a aquellos ámbitos de los que salen, al final, los hombres, de los cuales algunos resultan los políticos.

Tiene razón en decir que la educación es uno de esos ámbitos, como también lo es lo religioso.

Por ello mismo, se me ha ocurrido que un buen ejemplo, por ejemplo, daría el señor arzobispo y cardenal primado de la Argentina ofreciendo a la sociedad el inequívoco servicio de una institución como la Universidad de la que es Gran Canciller.

Si eso llegara a pasar alguna vez, entenderé mejor el discurso que ha pronunciado.

Si no llegara a pasar jamás, entenderé mejor el discurso que ha pronunciado.

Como no va pasando, voy entendiendo lo que voy entendiendo.