martes, 14 de junio de 2005

Eu aime you, moie cara fraulein

Un amigo me hace llegar esto.

Les diré, por lo pronto, que el sujeto es parte en esta cuestión: lleva sangre irish (y, por lo menos, de Euzkadi, además; por lo que doble parte...)

Con todo, hombre bien educado, comenta con límpido tino hiberno-eúskaro:
Lo primero que se podría decir es que haber abandonado el latín como lengua común resultará un poco caro a los europeos. También uno se podría preguntar si el idioma celta -por ejemplo- tendrá los conceptos, la estructura y el vocabulario para expresar las gansadas de los parlamentaristas de la UE. Menudo trabajo para los traductores... de buena fe. Es difícil imaginar como quedará una normativa de mercado de capitales o un debate sobre los derechos de los homosexuales expresado en lengua celta.
Lo esencial está dicho allí. No tengo nada que agregar.

Al menos, desde lo que habría que considerar un alto punto de vista político, y hasta cultural, lo esencial está dicho allí.

Pero.

Sin que me oiga mi interlocutor, tal vez podría decir que, si bien es enteramente cierto lo que apunta mi corresponsal, cada lengua que se pierde es la desaparición de una riqueza mayor que los gastos que los europeos harán en traducciones. Por supuesto que no todas las lenguas son iguales, no todas tienen el mismo valor. Todas son peculiares, es verdad, en cierto sentido son únicas. Cada una expresa una visión, una potencia perceptiva de la realidad, una creatividad, una penetración del universo. Pero también cada lengua es el testigo de cómo han entendido los hombres que la hablan el universo y todas las cosas, todas las relaciones que se anudan entre todas las cosas que existen, tal como las ve, tal como aquel que la habla se ha acostumbrado o ha aprendido a verlas, principalmente a través de su propia lengua. Y esto que resulta transparente cuando se dice de una persona en particular, no es menos verdadero respecto de las lenguas y de los pueblos que las han generado. Una lengua no es una casualidad, aunque haya miles de rastros históricos azarosos en su cuerpo, cientos de cicatrices absolutamente casuales.

Recuerdo ahora a un viejo profesor que nos enseñaba cosas de filosofía y de tanto en tanto -por amor a la filología, por formación humanística- hacía gracias con el temperamento de varias lenguas. Al llegar al alemán (lengua que hablaba perfectamente y además saboreaba), sostenía que aquellas palabras interminables de los germanos se debían a la pasión del espíritu de esa lengua por captar todos los matices posibles en relación con una cosa al nombrarla. De ello resultaba un nombre que trataba de mostar el complejo abordaje de un objeto para la mentalidad de esos hablantes.

Ejemplificaba:
-Supongamos dos palabras. Uno dice en castellano 'corbata' y está satisfecho, es suficiente. No para un alemán, que probablemente diría: "alrededordelcuelloconunnudoenlagargantahastaelombligo". O, por ejemplo, este otro caso: para ustedes, en castellano, con decir 'cochero' basta para entender. Un alemán tal vez no se conforme con tan poco y para decir lo mismo -incluso con fomas gramaticales más tensas- diga: "enelpescantesedenteelculocontemplantedelcaballo".
En fin, ¿qué necesidad hay de armar semejante Babel?

Pues, es allí donde básicamente estoy de acuerdo con el hijo de la noble Eire. Y, en particular, porque parece traslúcido que no es amor a la riqueza de la diversidad del ser expresado lo que mueve a la UE, sino, por decir lo menos, el amor a la diversidad de las riquezas...

Por eso mismo no tengo nada que agregar.

Salvo que, y vayan haciendo las cuentas, la próxima vez que alguno de los lectores de estas líneas se insolente pidiendo traducción de algo, sepa que he dado por incluídas estas páginas en el presupuesto Comunitario y que hay una tarifa en vigencia...