martes, 28 de junio de 2005

San Julián

Unos días al sur.

A la tierra sin monasterios que debería estar sembrada de monasterios.

Hacia allá voy esta semana, otra vez. Pero esta vez en pleno invierno.

Nunca estuve tan al sur en pleno invierno. Espero que no defraude el bajo cero. Me dicen que nieva cada tanto en estos días, y anuncian que está nevando un poco.

No tengo por la nieve esa fascinación de luna de miel, esa diversión de viaje de egresados, esa melancolía de abuelito de Heidi.

En realidad, de las nevadas me gusta el silencio de la nieve cuando cae. No recuerdo haber visto u oído movimiento más silencioso.

Otra vez a San Julián, en Santa Cruz, y, esta vez, un poco más al sur, parece. Allá en aquella bahía de flamencos, en esa distancia de nada y nada por donde uno mire, voy a estar unos días.

Para mí siempre es un regalo.

Ahora, es cierto que hablando de política, educación y religión, hablando de servicio y de integración, sé que voy a un lugar en el que no suelo encontrar mucho de todo eso.

Mi fijación de que debería estar sembrada de monasterios, se conforma bastante bien con mucho menos.

He allí una idea que me gustaría proponerle al Gran Canciller de la Universidad Católica, por si no se le hubiera ocurrido.

Pero cualquiera puede entender que proclamar el servicio en el desierto helado y barrido por el viento, sobre un acantilado frente al mar vacío en una costa vacía, tiene muchísimo menos encanto que hacerlo en Rivadavia y San Martín, frente a la Plaza de Mayo.

O en Puerto Madero.