lunes, 4 de julio de 2005

La era de hielo

Lo más notable es el frío, claro.

Si uno baja de cierto paralelo -por ejemplo del de 36º... y no les digo nada cuando anda por el de 52º(el mismo de las Islas Malvinas, para el caso)-, el frío es no nada más un tema de conversación.

Fui a dar -hoy por ejemplo, mi último día al sur del paralelo 36- con el día más frío del año en Comodoro Rivadavia (sensación térmica máxima de -5º- y andaban todos tiritando con el viento sudoeste (ustedes no sé si saben lo que es el sudoeste por acá...); pero se puede esperar para la estadística, porque recién empieza el invierno.

Sin embargo, el frío no es lo más notable, una vez que se advierte que están las gentes y las historias de gentes de estas latitudes.

Sobre todo en aquellos parajes en los que no hay gente y donde parece claro que no podría haber. Y si acaso pudiera haberlas, parajes en los que no debería haberlas.

No hay modo de explicar por qué hay gente en ciertos lugares. No hay modo de entender la supervivencia en ciertas tierras literalmente heladas, donde el polvo de greda es hielo lustroso y brillante con la greda allá en el fondo, debajo del hielo.

Y encima de esas tierras fileteadas por el viento gélido, matas ralas. Y entre las matas ralas y ateridas, gente. No tiene explicación. Y cualquier explicación que ellos dan suena por completo inverosímil, hasta que finalmente no dan ninguna explicación más y simplemente viven allí.

Nada más que eso: viven allí. Y no quieren vivir en ningún otro lugar.

Uno asocia la naturalidad y la normalidad de la vida humana a ciertos paisajes posibles, a cierta temperatura humana. Por encima de eso, por debajo de eso, exageradamente, extremosamente por encima o por debajo de eso, las vidas humanas se vuelven irreales, imposibles, fantasmagóricas. Y más aún si esas situaciones excepcionales se prolongan (y ya el verbo prolongar, delata mi extranjería, porque para ellos no se prolonga nada, simplemente es...)

Tengo por estas gentes y por estos paisajes un afecto que ni yo mismo puedo justificarme del todo. Es verdad que uno ama así ciertas cosas -ciertas personas- y no se ocupa de buscar o de pretender justificación alguna.

Pero no es que me vea amando estos parajes. Veo estos parajes. Sé que me son tan entrañables como inexplicables. Y más los recorro, más me lo son.

Algunas historias me llevo, que ya veré de contar.