miércoles, 6 de julio de 2005

Mirando por la ventanilla

Me desvelé. Mientras iba de camino de no sé dónde hasta no me acuerdo qué pueblo, afuera, tras el vidrio empañado, brillaba la noche helada.

No me acuerdo por qué, me puse a pensar, por ejemplo, qué signo usaría un cristiano si no tuviera la cruz como signo.

Supongamos que de todos los signos posibles, la cruz no lo fuera ni existiera o a nadie se le ocurriera que pudiera ser el signo -o un signo- del cristianismo.

En el ejercicio, lo primero era la composición de lugar: no hay ícono alguno todavía, no hay emblema.

Después, es el turno de imaginar signos e imaginar los caminos de la mente y del corazón que llevan a cada uno de esos signos. La justificación, la explicación histórica, teológica, 'casual'. Por qué éste o aquel, cuándo, cómo. Qué significa, de qué salió, de dónde se tomó.

Decenas de formas y motivos fueron desfilando. Lo curioso es que todos daban una fe en algo o en mucho distinta a ésta que conozco con el nombre de cristianismo.

No creo que haya hecho trampa, no estaba imaginando signos que modelaran por su propia existencia una fe distinta, una religión distorsionada. Hubiera sido bastante tramposo imaginar un signo sabiendo que eso contamina la fuente de donde surgió, o contamina lo que tendría que significar. No. No serviría hecho así. La cuestión estaba más bien en ver por qué de todos los signos a los que el cristianismo puede recurrir, la cruz lleva ventaja.

Por ejemplo, y para el caso, pensé en una zarza ardiente, en una hogaza de pan, en un paloma y hasta en un cáliz o un clavo...

Después, derivé hacia la cuestión de si verdaderamente era la cruz el signo del cristianismo. Y eso me llevó otro buen trecho...

Después, bastante después, me dormí.