miércoles, 10 de agosto de 2005

Impaciencia

Mientras, y aun cuando, este señor Saramago se empeña en considerarse un aguijón en las nalgas de las religiones, humildemente diré que estoy convencido que de que el señor Saramago no representa ningún problema para Dios. Por lo menos, ningún problema que Dios no pueda finalmente, es decir, al final, resolver.

Por algún motivo, el señor Saramago espera castigos religiosos que no estoy para nada seguro de que hayan de caer sobre él. Ni porque tenga los merecimientos que él cree tener para ser de ese modo castigado por las hordas creyentes, ni porque haya quien esté en condiciones de propinárselos.

No creo, en absoluto, que el señor Saramago sea, finalmente, una especie de mártir laico de la irreligiosidad y que vaya a rendírsele el culto correspondiente.

Creo sí que, más allá de la dicción arenosa con que formule su grito de batalla, el señor Saramago postula lo que otros muchos han postulado antes que él y hasta con más ingenio, si se me permite la irreverencia Nobel:
El mal es un misterio y no me deja creer en Dios con toda tranquilidad, el hombre hace el mal y eso no sé cómo pega con la existencia de Dios, si es verdad que lo hizo a su imagen y semejanza.

Y parvas de asuntos de este tono existencial o programático, filosófico, moral o cotidiano.

Incluso, el señor Saramago dice algo que yo mismo me atrevería a decir: las religiones suelen ser la maza con la que se puede muy bien abollar la fe en Dios.

Y aún algo más (ahora en tono más personal):
Mire usted, amigo Saramago, también yo quiero que Dios me revele los secretos y misterios de galaxias y estrellas, de sus planes creadores y de su 'aventura humana'; también yo quiero una audiencia a solas con Él y que me dé las explicaciones del caso y disuelva las molestas perplejidades y los apabullantes "non senses" de la entera existencia cósmica...

Claro que sí.

Pero, ¿sabe una cosa, señor Saramago? Allí en ese rincón hay una artefacto colorado, que da números y turnos. Hágame el bien: saque un número y espere su turno. Hace milenios que estamos haciendo la fila para recibir las explicaciones que usted está pidiendo a los gritos, tan a los gritos y con cierta petulancia, si me disculpa la adjetivancia...

Mire, señor, yo sé que van a venir los que le digan no sé qué cosas de utopías y progresismos, de conservadores y derechas o izquierdas o centros.

Nada de eso, ni los oiga. No les crea.

Aquí hay mujeres embarazadas por soldados invasores, madres que han perdido a sus hijos pequeños, viudas jóvenes, señores con una pierna menos por mala praxis, niñas violadas, deficientes mentales, locos babeantes, niños abandonados, leprosos, amantes engañados, trabajadores esclavizados, inocentes condenados a la horca...

En fin, ¿qué le digo? Quien más quien menos, aquí estamos todos.

Así que hágame la caridad, ¿quiere? Retire su número y espere que lo llamen.

Porque es cierto que va lento, admito.

Pero que lo llaman, lo llaman.