martes, 27 de septiembre de 2005

Pensa'murí

Cuando era chico, desde siempre, desde que recuerdo, oía a mi madre que solía repetir una frase que para mí era enigmática. Grave, honda, misteriosa. Parecía la frase de un dios.

Todavía hoy la dice, aunque tal vez la edad le haya dado al tono con que la repite, una gravedad que antes no tenía. Propia, más que ancestral.

Nunca supe exactamente el origen de la frase. Ni siquiera estoy seguro -todavía hoy- de saber exactamente la carga que lleva.

El dicho era de su abuela, según creo, una italiana del sur con raíces en Sicilia y después en Calabria y San Severino Lucano.

Como es tradición oral -y dialecto- mejor transcribo casi la fonética.

Pensa'murí.

La usaba, aunque nunca de más, nunca demasiado. Era módica, económica. Y nunca en voz fuerte, nunca haciéndola valer; entredientes, casi, dejándola valerse por si misma. Como si fuera una receta magistral, una pócima secreta, de poder seguro, aunque insospechado. La aplicación del dictum era indefinida. Creo saber que siempre la asociaba a un comentario relacionado con la muerte, la desgracia, el dolor. Algo que en un lenguaje más ligero y menos serio habría que llamar pesimista o, lo que es peor, depresivo, deprimido.

Si alguien decía una frase terrible, honda, oscura: ah, pensa'murí...

Y nada más. Sólo eso.

Si acaso el desconsuelo, la fatiga del espíritu, la desdicha, el desengaño atroz: ah, pensa'murí...

Y sólo eso. Nada más.

Tal vez era la cerrazón, el horizonte sin salida aparente, la fatalidad, el fatum ciego, la aporía, el destino cruel, el arrancón en los afectos, en el amor, en la amistad, la desleatad: ah, pensa'murí...

Nada más y sólo eso.

Nunca era un reproche, no era una moraleja o una reconvención. Tenía el sonido y el sabor rotundo de un hecho. Era un auténtico dictum. Casi fatal, debería decir por el recuerdo que me queda.

Pero, sin embargo, siempre sonaba tan terrible como 'solar'. No era algo que ella quisiera para otro, ni algo que quisiera acaso evitar.

Era, tal vez, una 'visión', más bien. Una intuitiva visión del espíritu que mira al espíritu. Unos ojos, entornados y atentos, casi sonrientes, entrando por otros ojos y diciendo con misericordia: ah, pensa'murí...

La sola mención de la muerte era espeluznante y sin embargo parecía detener la caída libre del alma, parecía derretir la tibieza insana de la tristeza o el desconsuelo, de la desesperación.

No tenía el sonido chocante y altanero del optimismo, con ese algo de insubstancial que siempre tiene. Casi diría que la frase y su acento obraban por paradoja: cuanto más terrible y amenazante sonara, más serenidad destilaba, más calma, más luz, más paz.

Entonces era irónica también, en un sentido dulce y manso de la ironía. La ironía como una caricia, como un abrazo, como una palmada lenta sobre un hombro abatido.

Porque, además, estaba el tono. El acento dialectal, sureño, opaco y fatal, pero milenario y experto, sabio. Alegre, en suma.

La frase era alegre, al fin de cuentas. Y las más de las veces, que yo recuerde, daba alguna felicidad, algún consuelo fuerte. Hacía la alegría. O frenaba verdaderamente la caída del alma en la grisidad y el vacío.

Era más parecida al brazo que acompaña hasta la salida al desconsolado y obscuro, que el empujón que pretende animar arrebatadamente al abatido. Porque tenía una extraña y remota gentileza, en su misma dureza.

Pensa'murí...

Una traducción posible, más allá de la literal -sin la magia que roban las traducciones, claro- sería más o menos obvia:
Ah, sí, claro, piensas en morir, buscas la muerte, juegas con ella, saboreas la idea, claro...; pues, ya verás...; adelántate, apúrate, ve; quieres salirle al encuentro, apurar el trago, claro...piensas en morir, sí... ya verás; ¿esta vida no es lo suficientemente buena, verdad? ¿y piensas en morir, no?, ¿quieres morir, verdad?; pues, claro... piensas en morir, en salir, en huir, en dejar, en ya no sufrir, no tener que sufrir; piensas en no tener que pensar en que tendrás todavía algo que sufrir, que tendrás que sufrir 'esto' o aquello'; claro, sí...piensas en morir...sí, yo entiendo, claro, sigue pensando en morir...; sí, ya verás...; no te apures tanto, al fin de cuentas; no te apures, ya morirás, sí..., un día será cierto, un día morirás...

* * *

De tanto en tanto, en estos tiempos, muchas son las cosas que me traen esa frase a la mente, muchas cosas me la hacen poner por delante. Me obligan a no olvidarla. Hay tantas ocasiones. Hay tanto desconsuelo, tanto temor, tanta grisidad. Tanto sufrimiento en tantos, tanta angustia, congoja, desdicha. Tantas ocasiones de hundimiento, de obscuridad, de tropiezos que parecen infinitos. En la vida del cosmos y en la vida bajo el cielo, en esta tierra de sombras, en este valle de lágrimas. En los ojos, en la media sonrisa de muchos. En el corazón abatido, mecánico. Tantas miradas perdidas. Tantas vidas desastradas. Tanto vacío, tanta desazón, ansiedad, sed. Tanta necesidad sin ley, tanto deseo sin consuelo, tanta frustración. Tanta risa suicida. Tanta alegría lagrimeante y sangrante. Tantas ganas de apurar el trago de este mundo. Y pasar a nada o a otro, que para muchos es lo mismo. Tanto esperar sin puerto, tanto mar sin costa. Fatigas, cansancios. Y tantas más cosas. Entonces, claro, un paladeo, un saboreo de anestesia, algo que quite el dolor y la espera, la incertidumbre, el paso, el trago, una nada de horas y días y años. Algo a cualquier lugar, a ningún lado, siquiera. Algo. Lo que sea.

Sí, claro.

Pensa'murí...

* * *

En realidad, apenas si sé decirla como mi madre la decía. No sólo por el tono cantado, alegremente áspero. Sino porque ella seguramente sabe cosas que ignoro. Cuando ella la decía -cuando la dice-, a mí me parece siempre que estalla la vida alegre, otra vez: una campana, viril y suave, sonora, fuerte y mansa. Me parece un emblema de la esperanza, de la ecuanimidad. Tal vea sea ella y no la frase. Aunque yo creo -y con alguna certeza creo- que es la frase, más que otra cosa.

Pero la digo, igual. O la pienso, más bien. O pienso decirla. Pienso que la digo.

Y me la digo, también. ¿Por qué no? ¿Cómo que no?

Claro que sí.

sábado, 24 de septiembre de 2005

El mar

Te surcarán apenas las manos como quilla;
como remos de plata abrirán esas verdes
entrañas de tu entraña, remontando tu fuerza
desde el este al oeste y desde el norte al sur:

Serás surcado sólo por el aire, y la nave
-que el corazón empuja sobre tu piel de luna-
abrirá por tus venas una estela de brisas
y parirás tormentas, tú, madre de los vientos...

Y seré el navegante de tus olas de nadie,
seré quien te gobierne, y seré quien se rinda
para que tú sometas a aquel que te ha domado.

Y un día, sobre rocas, frías de ti, en la altura
de una costa sin nombre, un corazón de arena
sabrá que de surcarte ahora es playa en silencio.

jueves, 22 de septiembre de 2005

Grandeza

En sus Pensamientos, Blas Pascal habla en el capítulo III acerca de la grandeza del hombre y sus señales.
267. El estornudo absorbe todas las energías del alma, tanto como el trabajo; pero no se deducen las mismas consecuencias contra la grandeza del alma, porque es contra su voluntad. Y, aunque se le procure, no obstante es contra su voluntad; no es en vista de la cosa misma, es por otro fin; y así ésa no es una señal de debilidad en el hombre y de su servidumbre bajo esa acción.

No es vergonzoso para el hombre sucumbir bajo el dolor, y sí lo es sucumbir bajo el placer. Lo cual no proviene de que el dolor nos venga de otra parte, y de que el placer nosotros lo busquemos; porque se puede buscar el dolor y sucumbir en él adrede, sin ese género de bajeza. ¿De dónde viene entonces que sea glorioso a la razón sucumbir bajo el esfuerzo del dolor, y que le sea vergonzoso sucumbir bajo el esfuerzo del placer?

Es que no es el dolor quien nos tienta y nos atrae; somos nosotros mismos los que voluntariamente lo escogemos y queremos que nos domine, de suerte que somos dueños de la cosa, y en esto es el hombre el que sucumbe a sí mismo; pero en el placer, es el hombre quien sucumbe al placer. Ahora bien: no hay sino el dominio y el imperio que produzca la gloria y la servidumbre que produzca el deshonor.

En fin. Habrá que ver.

miércoles, 21 de septiembre de 2005

Equinoccio

¿Por qué no estaría bien celebrar el día de la primavera? No, no digo "esa" primavera granuja, o la de los adoradores de la flor y el revolcón.

Digo la otra primavera. Porque hay otra. La que en el otro hemisferio alumbró la Resurrección, por ejemplo.
América

Un silencio de ángeles corría
por las provincias de la Primavera.
Era toda la sal hecha ribera
y el misterio hecho todo especiería.

Alta la mar recóndita y sombría,
plena la luz como la luz primera,
iba sonando a gracia delantera
-¡Salve Regina!- la marinería.

Ya la tierra era tierra. Ya el morado
estandarte escribía sobre el cielo
su león y su castillo y su cuidado.

Su viento era su viento. Y en la altura
-¡Salve Regina!- al aire de su vuelo
reinaba Dios en Padre y creatura.

Ignacio Braulio Anzoátegui

martes, 20 de septiembre de 2005

Miss Hebert

En su Crítica Literaria, Leonardo Castellani tiene una serie de artículos y notas de diversas épocas sobre G. K. Chesterton.

Entre ellas, hay un pequeño capítulo que se llama Dos noticias sobre Chesterton y que corresponden a la aparición de Santo Tomás de Aquino, es decir, 1933.

Antes de la breve recensión del libro, hay una especie de miscelánea.
Retruque galante

El gran escritor inglés e ingenioso apologista G. K. Chesterton no ha perdido, con sus 70 años, su buen humor (eso nunca) ni su galantería. Cuentan los diarios ingleses que catequizando a una joven anglicana, Miss Hebert, la cual le objetaba la rareza de que Cristo eligiera por ánfora sacramental el pan y el vino y la crueldad de la Iglesia al imponer el celibato a los sacerdotes, va el gran humorista y le dirige en verso el siguiente argumento ad hóminem (o mejor dicho ad féminam):

To others and of old I would have said
That dogmas deep as questioning Christendom
Sleep in the sundering of the wine and bread
And that incarnate Christ in every crumb.

For you I find words fewer and more human
Content to say of him that guards the Shrine:
To drink this wine hast lost the Love of Woman,
Yea, even such love as yours: to drink this Wine!

Que mal traducidos (no es posible dar la enérgica concisión del inglés) quieren decir:

A otros y en antaño hubiese dicho
que dogmas hondos cual la Cristiandad
yacen en el partir del pan y el vino
y que se encarna Cristo de nuevo en cada pan.

A ti, menos palabras más humanas
me bastan: que el que sirve en ese altar
por beber de tal vino dió el amor femenino.
Sí, un amor como el tuyo, por beber vino tal.


Algunas tonteras. Puede ser un error de imprenta; en cualquier caso, Chesterton tenía más bien 60 y no 70 en esos años. En cuanto a la acentuación de las palabras latinas, Castellani usa la forma eclesiástica. Por entonces, además, dió llevaba tilde.

domingo, 18 de septiembre de 2005

Mt. 16, 1-20

Apenas si merezco, perdulario,
que me emplees, Señor: ¡y con salario!
¡Y nada menos que con un denario...!

viernes, 16 de septiembre de 2005

Hoy el diario no hablaba de ti

Y ayer tampoco, ni anteayer.

Pero Vladimir Volkoff existe lo mismo.

Y murió.

Fue el martes 14 de septiembre, en París. Un aneurisma.

Creo que es uno de los buenos escritores que nos tocaron en suerte.

Podremos seguir hablando con él. Quedan sus obras.

...y mucho más

Es una publicación turística local (año III, número 23); uno de esos folletos típicos, viste uno y viste todos: mapitas, mapas, listados, hoteles, restaurantes, avisos, articulitos de ocasión...

Muy útiles.

En la contratapa (foto de la casita de Tucumán, obviously), tiene esta maravilla marketinera (y no hay que perderse el orden del ranking de riquezas tucumanas, según estos truchimanes...):
Tucumán es naturaleza
Es aventura
Es vida nocturna
Es un gran centro comercial
Es gastronomía
Es hospitalidad
Es historia
Es cultura
Es industria
Es turismo todo el año
...y mucho más

¿Ah sí, che? ¿Mucho más? ¿Tanto así, che? Y, ¿como cuánto dirías de 'mucho más', por ejemplo...?

Zapallos filisteos.

Badulaques.

jueves, 15 de septiembre de 2005

Más del domingo a la tarde

La busqué y la encontré. Porque me acordé de una nota que apareció unos diez años atrás en una revista local que tuvo sus quince minutos de fama. Y veo ahora que en las ideas sobre la depresión del domingo, y eso mismo en el campo y en la ciudad, me repito. Por suerte.

Pero veo también cómo han cambiado las cosas en mi pueblo en estos años, porque, si no me equivoco mucho, ya es cada vez más ciudad que campo en lo que a ese asunto se refiere. Lástima.
ver

Octavo Día

Hay una experiencia que muchos dicen haber tenido. La llaman la depresión del domingo a la tarde. Acabo de oír a un escritor explicar por la radio que un poeta sirve para paliar esa depresión. Que leyendo poesía a esa hora, ese día, uno recupera el tono vital, se repone de la angustia que le provoca la semana que comienza.

Un día como de aburrimiento, una tarde como de hastío, de insatisfacción.

Pero, para muchos, el domingo es también -como lo dice la etimología de su nombre- "el día del Señor". Y la misa del domingo es el centro de ese día. He visto que a muchos les pasa compartir ambas situaciones. La tarde del día que consideran "el día del Señor" les resulta hastiante, vacía, desesperante.

Los días de la semana son siete, como creemos; en esos días Dios -según el relato del Génesis- creó todas las cosas, ángeles y hombres incluidos, y esa creación duró seis días, de 24 horas o de mil años, tanto da. El séptimo, descansó. Pero el séptimo día es el sábado, según la misma tradición que dice que Dios creó al mundo en seis días.

También para nosotros el primer día es el domingo y el séptimo es el sábado.

Pero nuestro día para la celebración, para la fiesta, para el descanso no es el sábado y sí el domingo. Nuestro Dies Domini. El "octavo día".

Esto significa, según algunos, que entendemos que todo comienza y termina en domingo, todo empieza y termina en Dios. Es el día de la Resurrección. Y nadie debería entristecerse ese día.

Es probable, casi cierto, que la depresión del domingo por la tarde sea un mal de ciudad. Un mal de cemento, un mal de vacío, un mal de media luz sobre un asfalto siempre ruidoso, que de pronto toma la forma de un silencio de piedra, un silencio que pide bullicio, fiebre, actividad, gente. Y que lo único que da y muestra a esa hora serena del atardecer, del atardecer de un día para no hacer nada útil, es ansiedad.

A muchos la caída del sol en el campo, en esa especie de suspenso vespertino, les produce melancolía. No pocos, sin motivo aparente, se largan a llorar. La inmensidad del llano, la bruma o la limpidez de una tarde cualquiera les hace vibrar quién sabe qué en el corazón. Y les viene una nostalgia de no saben qué y una ansiedad extraña que no parece tener consuelo. Y que se va con la mañana. En el campo, no hace falta que sea domingo. Es simplemente la tarde, cualquier tarde.

Mi pueblo, como la figura de Jano, tiene dos caras. Aspectos y hábitos de ciudad, aunque no de megápolis; y aspecto y hábitos de campo, aunque no de campo afuera, por cierto. Sin embargo, ya están pujando, ya están en lucha. En lo que ambas formas de ser tienen de irreductibles, mi pueblo sufre el tironeo de su aspecto de ciudad y de sus hábitos suburbanos, casi campesinos.

Todavía, personalmente -pero sé de otros- no veo que la depresión del domingo a la tarde haya echado raíces entre nosotros. Más allá de lo que digan las normas urbanas municipales, es probable que todavía no seamos una ciudad, en el nefasto contrasentido y en la paradoja enfermiza de sufrir la depresión de un día de fiesta, y sufrir porque es un día de fiesta. Cuando se instale entre nosotros la depresión del domingo a la tarde, ya seremos una ciudad.

Dios, el que resucitó un domingo, no lo permita.

miércoles, 14 de septiembre de 2005

A Tucumán, de ida y vuelta

Un viaje rápido al norte. A Tucumán.

La tierra del insigne tucumano, con quien estuve. Dediqué una mañana a visitarlo y me quedé a almorzar con él, en su casa.

Vi que se apaga, que se va yendo. Él lo sabe y lo dice. Pero lo dice de un modo que no admite réplica. Sin resentimiento ni amarguras.

Lo miraba hablar, vino de por medio, un mediodía frío, al pie de un cerro brumoso y helado, cobijados en unos sillones tibios, en una sala silenciosa de su casa de las afueras. Del otro lado de la ventana, trabajaba un viejo en un campo enfrente, unos chicos pasaban por la calle de tierra desde las chacras al colegio. Los lapachos quietos respiraban sus flores blancas, rosadas. Y amarillas, doradas, casi exuberantes.

Todo lo que decía tenía -estuviera de acuerdo con él o no- una precisión envidiable. Se puede ser preciso y oportuno a los 80 años si uno está haciendo negocios o política. Lo he visto en varios.

Pero haciendo historia, poesía o teología, es bastante más difícil. Hay una memoria y una ilación para esas cosas -creo- que es muy difícil sostener en el tiempo. Porque el que no ve, no ve. Aunque ya haya perdido la vista. Y el que ve, ve. Aunque tenga una vista de águila.

Se estará yendo, seguro que sí, pero se está yendo de un modo noble, criollo, digno. Y humilde, envidiablemente humilde y silencioso.

Hundido en su sillón, bastón en mano, abría grandes los ojos cuando yo decía cualquier cosa y se inclinaba hacia adelante, como si fuera a tomar apuntes de lo que decía. Me acordé entonces, con infinita vergüenza, de que siempre hacía eso. A cualquiera que hablara lo miraba con una atención que no tenía nada de pose. Y al final, como sin querer, como asientiendo y acordando, centraba la cuestión -todavía lo hace- de un modo sereno y callado.

Después, se recuesta otra vez en el sillón, abre los ojos, mira a través de la ventana a ningún lado y contesta.

Apenas una frase o dos. Centrales. Y hace un silencio. Y vuelve a mirar a ninguna parte (no es verdad: mira la cosa...) y vuelve a hablar, ahora más largo, un párrafo, dos, a lo sumo tres.

Y el asunto queda planteado, zanjado y concluido. Incluso cuando no queda definido, aunque solamente haya formulado claramente la pregunta.

Sonríe con una sonrisa que tarda en aparecer en los labios, que viene de los ojos, diría, primero, un rato largo, antes de 'bajar' a la boca. Y cuando llega allí es franca y entera. Real.

Se queja de desmemoriado. Y no es verdad. Le pregunto por amigos que hace tiempo no ve: "siempre me interesa tener noticias de ellos..." Y no sé cómo hace, pero las tiene y sabe cosas y les sigue el hilo a las vidas de otros, como un patriarca antiguo, que ve lejos sin moverse. Retirado pero vivo, potentemente vivo.

Me llamó la atención: no vive de recuerdos. Los recuerdos están vivos, se mezclan en la conversación y son datos no memorias de prócer, son señales, consecuencias, causas. Pero nunca recuerdos de esos que se congelan con la edad. Están vivos.

Este hombre, pensé, se nos va a morir vivo. No como otros que están muertos bastante antes de morir. Dios me dé eso.

En algún momento, empecé a sentirme mal. Me dolía la cabeza desde la mañana; por el trajín, supongo. Me apenaba no estar al ciento por ciento.

Así que, resignado, humillado, me recliné en el sillón y dejé que pasaran los silencios, y que hablara él cuando quisiera. Y por largos momentos se callaba y miraba por la ventana, del otro lado. Quién sabe cuán lejos del otro lado.

Almorzamos breve con su mujer, ágil, mimante, atenta, alegre, cómplice.

Tuve que irme a alguna hora.

Es la segunda vez que vuelvo la mirada y lo despido, pero esta vez me iba yendo yo. Una sonrisa y los ojos tan típicos de los hombres muy viejos, acuosos. Pero brillantes y atentos.

Estaba lejos de la ciudad, caminé un rato, los lapachos y sus flores doradas estaban imperdibles.

Tucumán estaba helado en estos días.

Hay una cosa que no es tristeza, ni melancolía. Con eso a cuesta, toda mi juventud, todo lo que sé de él, todo lo que enseñó y aprendí como sin querer, con eso y todo estaba dando vueltas por Tucumán, acompañada mi juventud por el insigne.

Pensé que era yo quien me iba esta vez. Y pensé que en más de un sentido eso era así: cuando muera, será él quien se esté quedando y nosotros los que nos estaremos yendo. Tal vez él está ya en algún lugar. Tal vez ya llegó. Y espera.

Sentí una especie de cansancio, de fatiga. Por lo que me queda, pensé.

Tal vez, si Dios quiere, estará en Buenos Aires el mes próximo.

Anoche, mientras trataba de dormirme en el viaje, pensé que ya no iba a mirarlo como a uno que se va. Ya no lo voy a mirar dejándolo atrás. Porque está adelante. Y hacia allá tengo que mirar. Y hacia allá tengo que ir.

martes, 13 de septiembre de 2005

Boceto (II)

Sin ponernos de acuerdo, se ve que Juan Martín ha estado pensando en cosas parecidas a los 'bocetos'. Y se le volvió poema.

Tal vez como ha vivido en París unos años, le salió en francés y me lo manda. Me parece bueno. Me dice además que revise posibles errores ortográficos. No voy a revisar nada. Mejor así.

Es raro, pero eso pasa a veces. Hay cosas que parecería que no pueden decirse de otro modo que en una lengua determinada, sea la nuestra o no, si es que acaso no son todas nuestras en la poesía, por ejemplo.

(Borges tal vez diría -no solamente él, por suerte...- que seguramente esto nos pasa porque hemos sido una piedra del Loire o una madama de las que tomaron la Bastilla en 1789. Pero dice tantas cosas de ésas Borges...)
Les Échos du Ciel

Ils chantent les anges le jour et la nuit,
psalmodiant des louanges au pied du grand trône.

Au siège du Seigneur s´inclinent, humblement,
et révérencieux, en se prosternant,
en chorale l´adorent.

Ils versent doucement les plus merveilleux
des chants flamboyants, des gammes si harmonieuses
que jamais les hommes peuvent imaginer.

L´univers entier recueille dans son sein
chacune de ces notes, des tons à milliers,
chanson éternelle, arpèges que personne
pourrait égaler.

C´est l´air qui résonne changeant toute saison
-l´automne et l´été et même l´hiver-
en parfait printemps.

Voix qui donne au monde la nouvelle splendeur
qui s´ajoute aux formes nées du Créateur.

Accords fantastiques qui se font présents
-de façon unique, spirituelle, céleste-
grâce à la musique pas encore conçue
par nous que vivons rêvant dans la terre

et sentons à peine des échos profondes
de ces mélodies qui évoquent des louanges
et la révérence perpétuelle des anges
saluant son Roi.

Pero de repente, leyendo estos buenos versos del italo-francés, se me vino al recuerdo un soneto, que ya cumplió 20 años, publicado en una revista de cultura y otras cosas serias (no sé cómo me lo aceptaron...)

Y ahora me acuerdo de que, como se ve, está compuesto 'al revés': los tercetos primero (encima, con un 'pie quebrado' del endecasílabo), los cuartetos al final.

Una extravagante herejía.
En el aire

Una orquesta de acólitos violines
y otra de celebrantes serafines
afinan a una nota.

Usan de diapasón alguna gota
que se olviden llover sobre una ignota
ciudad de los confines.

Mientras toda la música silente
gira en un aire azul de transparencia,
se discute en el suelo sobre esencia
poética, el amor y lo existente.

Y en palabras que abrevian, simplican
serafines y arcángeles tratados
que traducen violines comandados
por los hombres, que todo lo complican.

Notable cómo se cruzan los temas y las ideas, y las formas de decir. Y notable también por cuántas vías le viene el fuerte sabor platónico que destilan estas cosas, ambas.

Y lo bien que hacen en destilarlo.

Vaya a saber. Todo está en Platón, recordaría Pieper que -creo- decía Lewis.

lunes, 12 de septiembre de 2005

Breve homenaje

Y merecido, creo. A lo que tiene de homenajeable que no es poco.

Es el caso de Ignacio Braulio Anzoátegui que este año -nada menos que en la fiesta de Santiago Apóstol- habría cumplido 100.

No diré que mi simpatía por él sea irrestricta e incondicional. Nada de eso. Por ejemplo, no le gustaban nada los italianos; los inmigrantes, particularmente.

Es decir, yo no le gustaba nada.

Tampoco lo sigo con devoción inarrugable en todas sus razones y preferencias en materia política o religiosa. Ni soy un fanático de su hiperhispanofilia, ni de su voracidad de barroco. No hay que despreciar tampoco tanta preferencia. Será lo que quieran, pero un hombre que prefiere algo -aunque sea a los gritos y a los empujones- siempre es mejor que un ciudadano del mundo...

Sea.

De todos modos, cuando un hombre es lúcido y valiente, es lúcido y valiente.

Y eso me parece que merece un homenaje. Y si además sabe decir su lucidez y su valentía, mejor aún. Más merecido se lo tiene.

Creo sinceramente que nos hace falta. Que los argentinos lo necesitamos. Hace falta su talento lírico, su elegancia intelectual, su humor.

Los que traigo ahora no son ni los mejores ni los que más me gustaría. Son simplemente ejemplos, en particular de sus condensaciones geniales en aforismos.

Ya me dijo una vez el insigne tucumano que "lo que Anzóategui sabía era 'amonedar' un pensamiento..."

Decía hablando de Beatrice Portinari:
Enamorar al Dante no fue ninguna hazaña, porque él ya tenía su alma enamorada. La hazaña consistió en hacer de él un Dante, en llevarle de la mano como se lleva a un niño. En hacerle nacer dentro de ese gran Belén de estupor y de gloria que era la Cristiandad. En aparecérsele 'tutta de bianco vestita' y en resucitarle para la eternidad: que es ésa la única explicación del amor.
O de Don Juan Tenorio:
¡Pobre Don Juan Tenorio, victimario de mujeres tontas y asustadizas! Porque, más que un conquistador de ley, era un estuprador sin ley: un marica que se creía Don Juan Tenorio. Me refiero al de Zorrilla. El de Tirso era todo un loco que tenía lo que hay que tener y quizás un poco más: su desesperación de Gloria y su desesperación de Infierno. Ese algo que, desde que el mundo es mundo, mantiene en suspenso a los ángeles.

O al referirse a Sor Juana Inés de la Cruz:

Sor Juana Inés de la Cruz no está en el Cielo sólo por derecho de monja. Está allí por derecho de Belleza. (La Belleza es la artimaña de que Dios se vale para ganar a los hombres al Amor).
O al recordar a Los Siete Sabios de Grecia:
Los helenos, que algo entendían de belleza, le dieron a la sabiduría el nombre más bonito de su lengua: 'sophia'. Porque para saber es menester saber bellamente: lo demás es física nuclear y economía política o perfeccionamiento de artefactos sanitarios.
Finalmente, una ingeniosa defensa de Lope de Vega:
Lope, amador como era por exigencias de poesía, no era un mujeriego. Fueron las mujeres de su vida quienes eran loperiegas. Él no era un conquistador, sino un conquistable. Un poeta substancial -casi un desvalido necesitado de amor- a quien las mujeres se lo pasaban de mano en mano.
Y, porque no puedo no decirlo, este soneto de Poesía para 1973, su último libro de poemas, antes de morir en 1978:
En la rosa que sangra cada día

Este pequeño ser, este pequeño
ser y no ser y estarse adormecido
en un rincón cualquiera del sentido,
ausente el alma, el corazón sin dueño;

Este callado, desvelado sueño,
esta luz donde es pétalo el latido,
este, dándolo todo por perdido,
izar la vela y enfilar el leño:

Todo perdido está, todo y hallado,
todo presencia y todo lejanía,
todo allá, todo aquí y en el costado

esta herida de amor que todavía
me duele como un dardo enclavijado
en la rosa que sangra cada día.

sábado, 10 de septiembre de 2005

Domingo a la tarde

Tal vez haya que ser de por acá, de estas tierras, para entender una parte de esta canción.

Y tal vez la parte que hay que entender mejor, es la más típica de un atardecer de domingo para un peón de campo en Entre Ríos.

ver

Soledad montoyera
(Milonga entrerriana)
Miguel Martínez/Marcelino Roldán)


Veo el monte juntar sombras
mientras pesco en un ramblón.
Un domingo de los peores,
solito mi corazón...

El perro ha venido a echarse
aburrido como yo;
atado, cerca, en un limpio,
patea mi mancarrón.

Como a una vara del agua
vuela el martín pescador,
como aguaitando el momento
de pegar el zambullón.

Me dio como descontento,
vine a dar a este rincón.
Ya ni me gusta echar humo
masco el tabaco, mejor...

Uno es peón de campo, claro,
es carrero, es arador,
es tropero en ocasiones
y de a ratos domador.

Sabe trabajos de monte,
de guascas y de galpón,
sabe remediarse en todo
pero siempre anda pobrón.

Me pongo a escuchar la aves
y del vacaje, el rumor;
no me interesa el anzuelo
hay puro descarnador...

Grita porfiado el carau
y el carancho alza la voz
y sigue el protestadero,
como viejo rezongón.

Raya el aire atardecido
del bañado, el rayador;
la gallineta de lejos
manda su grito burlón.

Llamo al perro, monto el bayo...
El domingo terminó...
Mañana será otro día,
solito mi corazón.

Parecería que la universalidad debería venirle de otra parte: esa cuestión de la depresión del domingo a la tarde que tanta literatura ha dado.

No digo que no exista, de hecho no son puras imaginaciones.

Personalmente, por ejemplo, no puedo soportar la tarde-noche en la ciudad, de cualquier día, y de los fines de semana, menos todavía.

Se me hace de una tristeza y de un abandono penoso, de un vacío triste. De puro tedio, disimulado, tal vez, a veces. Y muchas veces ni siquiera.

Pero en la ciudad es una cosa y en el campo es otra muy distinta. Porque, en cierto sentido, todas las tardes del campo son tardes de domingo.

No hay melancolía igual a la del atardecer en el campo. Y, sin embargo, creo que siquiera el canto de un pájaro, un rumor, un silencio, una luz quieta, una sombra de árbol recortada en el cielo, son motivos de una felicidad que duele (como todas las verdaderas felicidades, me parece...)

Tal vez por eso, porque duele y es feliz, haya tantas gentes que le teman al atardecer campero.

En esta misma canción, me parece, (y con la milonga cantada y la guitarra de Suma Paz, que es quien la está cantando mientras escribo) hay tanta queja como celebración.

Boceto

Está en la tapa virtual de Página 12 de este sábado.

Apenas más arriba, vaya uno a saber si por ironía o simple 'casualidad', se habla de los más de 30.000 suicidios anuales en el Japón.

Entonces.

No sé si estamos hablando de religión o de política. Hay bastante teología en el dibujo de Rep. Por supuesto que él lo sabe. Aunque crea que está hablando de política. Aunque crea que es un planteo ideológico de fondo. Es existencial, después de todo. De modo que es teológico.

Confieso que eligió la palabra boceto, que me gusta. Y esa oblicuidad casi simpática de pretender que ésta vida pudiera -o debería- ser la 'vida eterna' y no la próxima, es casi de una ternura ingenua...

Ya sé que es bastante obvio, qué puedo decir. Ya lo sé. Pero las doctrinarias palabras como historicismo, inmanentismo, materialismo, nos ocultan una cosa real detrás de los sonidos vitandos: la nostalgia. El amor al Cielo, por qué no.

Por eso no estoy seguro de que no tenga razón el grito. No necesaria y exactamente lo que el grito dice. Pero sí el gesto de gritar, de levantar el puño.

Este tipo se quiere quedar acá. En el reino de este mundo, en este valle de lágrimas, en esta tierra de sombras.

Y algo de razón tiene, cómo que no.

Esa espiritualidad de evanescencias es una porquería, es cátara en el peor sentido de la palabra.

No importa si uno predica la fruición y ejerce el desprecio a lo temporal y material. Porque hay un desprecio sutil a lo temporal y material en la propia moderación, bien mirada la forma hasta cobarde de tratar a la peligrosa materia con pinzas.

O si desprecia y profesa la misma cosa.

Cualquiera de las versiones de la evanescencia es una porquería y es una impostura.

El problema no es tomar o no cerveza: el problema es que nunca se puede tomar la suficiente.

En el fondo, Rep se queja por si este mundo resultara una degustación y no un banquete. Y tiene razón.

Claro que no es exactamente un boceto en el entero sentido de la palabra.

Pero es verdad que de ningún modo somos un dibujo terminado, una obra completa. Y más verdad es que no se termina la "'Hoja' de Niggle" en el valle de este mundo sublunar.

Pero, ¡ah, la tristeza de Niggle por tener que dejar su lienzo incompleto...!

Dice con razón Santo Tomás que nuestra alma espiritual es un alma humana, no angélica. Y que requiere de la corporeidad para llegar a las cosas. Y llegar a las cosas por esa vía sensible y corpórea es lo propio de esa substancia que ella es. Y dice más: sin el cuerpo el alma no puede incorporar más conocimientos, salvo los que Dios le infunde o revela directamente, cuando está separada de la materia.

Allí están las cuestiones 75 y 89 de la Suma Teológica, el tratado De Anima o la Suma contra Gentes. Es cosa de leer y pensar.

Así que el bueno de Rep se queja con razón, aunque no supiera lo que ha llegado a decir. Porque, en cualquier caso, lo que también está diciendo es que no entiende. Y tiene razón.

Y le da una nostalgia infinita esta vida y la próxima. La temporal y la eterna.

Y se siente un boceto. Y no le gusta nada.

Y tiene razón. Si esta historia terminara en eso y así y no hubiera modo de entender otra cosa.

Porque después de todo, si hablamos ahora de política, todo el asunto es saber (y decirse y decir y obrar en consecuencia) si uno vino para quedarse, porque estamos hechos también para este mundo, fascinante, entusiasmante. La cuestión al fin es ver si, ya que uno está aquí, aquí se queda.

Y eso no es una exclusividad de Rep, ni del marxismo, ni del progresismo.

Después de todo, la derecha, las derechas, tienen la misma encrucijada: o llegaron para quedarse o no, o están para quedarse o no. Y habrá que ver qué piensan y qué dicen y qué hacen realmente al respecto.

Tertium non datur.

Porque contestar eso podría ayudar muy bien a contestar toda otra suerte de preguntas.

Por ejemplo, hacia dónde van las derechas.

Y hacia dónde vamos todos.

Sobre todo -aunque no es excluyente- cuando se habla de política.

jueves, 8 de septiembre de 2005

El monje y el iceberg. Y el perro.

En 1926, Chesterton publicó La incredulidad del Padre Brown. Uno de los relatos se titula El oráculo del perro.

El perdiguero Nox y sus aullidos, ladridos y gruñidos son la paradójica clave muda de esta historia de crimen misterioso. Y el Padre Brown debe correr el velo del misterio con la única ayuda de los signos que le aporte precisamente Nox.

Su partenaire en este acertijo será un joven petimetre Fiennes, a quien hay que explicarle todo, en particular lo obvio.

Por ejemplo, que un perro es un perro.

Y así empieza el relato:
-Sí -dijo el Padre Brown- siempre me han gustado los perros, siempre que no se deletreen al revés. (1)
El cuento vale la pena, pero no lo traigo aquí por eso.

En el final, hay una reflexión del cura respecto de lo que ha ocurrido y más todavía, respecto del modo en que Fiennes ha visto las cosas.
-Es extraño -dijo- que el perro estuviera en la historia después de todo.

-El perro hubiera podido contar casi la historia si supiera hablar -dijo el sacerdote-. De lo que me quejo al respecto es de que, puesto que él no sabe hablar, usted haya montado la historia por él, y le haya hecho hablar con la lengua de los hombres y de los ángeles. Forma parte de algo que he observado cada vez más en el mundo moderno, y que aparece en todo tipo de rumores en los periódicos y en las conversaciones; algo que es arbitrario sin tener la menor autoridad. La gente engulle con los ojos cerrados las afirmaciones no comprobadas de esto, de eso y de lo de más allá. Está ahogando todo nuestro viejo racionalismo y escepticismo; está llegando como el mar; y su nombre es superstición. -Se puso bruscamente de pie, el rostro serio con una especie de fruncimiento de ceño, y siguió hablando casi como si estuviera solo-. El primer efecto de no creer en Dios es que uno pierde el sentido común y no puede ver las cosas como son. Cualquier cosa de la que hable alguien se extiende indefinidamente como una visión en una pesadilla. Y un perro es un presagio, y un gato es un misterio, y un cerdo es una mascota, y un escarabajo es un escarabeo, que evocan todo el zoo del politeísmo de Egipto y de la antigua India; el perro Anubis y el gran Past de los ojos verdes y los sagrados toros aullantes de Basán; y retroceden hasta los dioses bestiales del principio, y escapan a los elefantes y serpientes y cocodrilos; y todo porque está usted asustado de cuatro palabras: "Él hizo al hombre".

El joven se levantó un tanto azarado, casi como si hubiera escuchado subrepticiamente un soliloquio.

Llamó al perro y abandonó la habitación con un vago pero último adiós. Aunque tuvo que llamar dos veces al perro, porque se había quedado atrás completamente inmóvil durante un momento, mirando fijamente al Padre Brown como el lobo debió de mirar a san Francisco.

(1) En inglés, dog = god.

miércoles, 7 de septiembre de 2005

El monje y el iceberg

Más de un punto en común debe tener lo que dice Chesterton en La Esfera y la Cruz, que citaba el otro día, y lo que dice Tatiana Goricheva, en otro lugar del capítulo que cité ayer:
No es cierto en modo alguno que la vida soviética esté configurada sin más por un ateísmo indiferente. Más bien está regida por un 'destino' anónimo, inhumano y lleno de celotipia. Cuando hice una encuesta entre estudiantes, no hubo nadie que respondiera que creía en Dios, mientras que muchos de ellos decían que creían en el destino. En ninguna parte del mundo se cree tanto en los presagios: uno suma números en el billete del tranvía y se traga el billete 'que da la felicidad'; mucha gente se preocupa de sus horóscopos; todo tipo de gitanas, echadoras de la buena ventura y hechiceras gozan de gran pretigio.

Y también esto se comprende perfectamente: sobre la sociedad se ha lanzado una red tupida, una red de miedo, de falta de confianza en las propias fuerzas, de imposibilidad para cambiar la vida personal. La experiencia de una cautividad interior y externa total, de un esclavizamiento absoluto, de un hallarse a oscuras y de estar acosado por doquier hacen que la gente busque refugio en el último remedio: en la magia. Quieren asegurarse la protección y la clemencia de Dios después de haberlo esclavizado. Pero son ellos mismos quienes se convierten en esclavos.

En otro tiempo muchos de mis amigos vivían también así: con esa fe temblorosa en el destino. El cristianismo los ha liberado. En el puesto de la idea del destino el cristianismo implanta la idea de la cruz. Y 'la cruz es una necedad para los que están en vías de perdición, mas para nosotros es poder de Dios', es una fuerza cristiana, dice el apóstol Pablo (1 Cor. 1, 18).

El destino priva al homber de su libertad; lo marca como un deudor perpetuo. El hombre tiene así miedo a alegrarse. Paradójicamente, la cruz lo libera al poner la responsabilidad sobre los hombros del individuo. El destino transforma al hombre en una cosa más entre las distintas cosas, en un átomo que se peude manipular.

La cruz nos habla de la infinitud del amor divino y de que el hombre hasta puede cambiar el designio de Dios: al igual que en otro tiempo Dios se compadeció de Nínive, también puede apiadarse de cada uno de nosotros. la cruz nos habla de que la oración todo lo puede. Mi conversión me devolvió de nuevo a mi infancia.

martes, 6 de septiembre de 2005

Iceberg

En 1984, Tatiana Goricheva publicó Hablar de Dios resulta peligroso. Son relatos y reflexiones acerca de su conversión y de la que, por entonces, ella estimaba una religiosidad renaciente en la Rusia que en unos años más dejaría de ser la URSS.

Es un libro interesante. Es un libro ruso, claro, Y entonces es interesante como son interesantes los libros rusos. Un poco ruso hay que ser para que a uno le resulte interesante. En cualquier caso, también es verdad que se trata de un libro dirigido a Occidente.

En un capítulo titulado El Primer Amor, hay un subtítulo: Todo un iceberg tiene que derretirse, y dice allí, hablando en realidad de la conversión a secas:
Cuando Cristo predicaba hubo de recurrir a las experiencias de los pescadores para poder llegar al alma de los hombres. Para poder penetrar en el alma del hombre moderno tiene que empezar por fundir todo un iceberg de impresiones: ha de superar y vencer la historia, la formación, la política, la banalización de la vida, el derrumbamiento de la moral, el esteticismo y la revolución... ¡Hay que ver las cosas que la humanidad ha amontonado en estos dos mil años! Y es necesario volver de nuevo al mensaje nítido y exigente de las bienaventuranzas: "¡Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios!" (Mateo 5,8).

lunes, 5 de septiembre de 2005

Amor en ruinas

En estos días, un buen amigo me ha provisto de buena música alpina y de un libro espectacular de la expedición italiana al K2, en 1954, que espera impaciente que termine con las urgencias y vaya a lo emocionante.

Entre las canciones que oigo, la primera es una historia.

Un peñasco en las colinas de San Mateo. Unas piedras negras en ruinas, los restos de un castillo, recuerdan la historia de la reina caprichosa y desamorada y del galante capitán enamorado.

Ella, con una crueldad que parece famosa solamente en la mujeres, le va poniendo tareas imposibles, para nada.

Como el amor se alimenta de esperanza, dicen los poetas-filósofos, el capitán que cuida la ciudad de Giano obedece y afronta los peligros, 'magias' y aventuras a que lo somete la pérfida regina, con tal de que él le consiga agua pura.

Hasta que, como corresponde, el tipo se cansa. Y entiende. O entiende primero y después se cansa.

Cosa que no sé. Porque no sé si en ese trance la voluntad precede a la inteligencia o la inteligencia a la voluntad.

Habrá que ver.

Mientras vamos viendo, se puede ir leyendo la letra, que no está para nada falta de sutilezas y entrecruzamientos de lo más virtuosos (en técnica lírica, digo). Además del dialecto norteño, claro, cosa que degustarán los que tengan vino, aceite de oliva o sencillamente tuco en las venas.
ver

San Matío

Co la regina de San Matio
La vole l'acqua rento'l so castelo,
Ma che la porta el capitano,
Quel che comanda la cità de Giano.

Ma'l capitano ga za l'amore,
La ze la fiola de Lilano Belo;
El se la porta nel so castelo
E l'indormenza co' le serenate.

Le serenate del capitano
Le sveja tuta la cità de Giano.
Ma la regina no' ze contenta:
La vole l'acqua de la Valle Scura.

El capitano el ga paura,
El ga paura de la Busa Fonda.
La Busa Fonda, la Busa Nera,
El capitano belo el se dispera.

El se dispera el capitano,
Quel che comanda la cità de Giano.
Ma la regina no' ze contenta:
La vole l'acqua rento l'erba menta.

Co' l'erba menta, co' l'erba amara,
La Busa Fonda la diventa ciara,
Col primo sole de la matina,
La prima onda ze de l'acqua fina.

Col primo sole, la prima onda,
Co l'acqua fina la diventa bionda
Col primo sole de la matina
El capitano trova l'acqua fina.

Col primo sole, la prima onda,
Co l'erba menta la diventa bionda,
Col primo ciaro de la matina
El capitano beve l'acqua fina.

Ma la regina no' ze contenta:
La vole l'acqua rento'l so castelo;
Che ghe la porta, col capitano,
La vol la fiola de Lilano Belo.

Lilano Belo dal campo tondo
Ga tanti fiori che profuma'l mondo,
Ma'l capitano li porta via
Così la storia 'desso ze finìa.

La ze la storia del capitano,
Quel che comanda la cità de Giano.
La ze la storia de la regina
Che la voleva tuta l'acqua fina.

Ma'l capitano la porta via,
Così la storia la ze finìa.



Hay una versión de la música aquí. Pero en realidad la fuente de esta letra y de la música (múy difícil, dicen los entendidos) y de la ejecución típica de la canción (más difícil todavía), hay que buscarla por este lado.

Este coro
I Crodaioli -tan renombrado y viajado- es hechura del autor de la letra y de la música de San Matío, el 'maestro' Bepi De Marzi.

La mona Chita tal vez no llegue a gran maestre

Si Nature dice que es así, Clarín o cualquier Clarín de acá o de cualquier parte del mundo, dirá lo mismo.

Busque el que quiera, por ejemplo, en The Times de esa fecha y allí estará.

Ahora bien, cuando se lee con atención se ve que hay una pregunta flotando, molesta, perturbadora: ¿qué diantres es lo que hace que los humanos seamos humanos y no monos?

¿Saben hasta dónde llegaron? Hasta esto: entre las ratas, los cerdos y los monos hay similitudes y diferencias genéticas. Y entre todos ellos entre ellos y por separado con el el hombre, también. Y entre el hombre y el chimpancé hay diferencias que no se sabe cómo explicar.

No parece un mal principio. Si tuviera algún final.

* * *

Y hablando de evoluciones y otras mímesis, mientras los sabios siguen enroscados en la cadena de ADN, echémosle una mirada a la promisoria masonería que crece y crece en la Argentina, incontinente y bullente de filantropía.

¡Atentos, sin amontonarse! Los que se apunten para asociarse, sepan que lo mejor es ser respetable y en lo posible -aunque la cosa viene peliaguda últimamente- no sean mujeres. Parece que una gran maestre con rouge, va a tener que esperar. Nada de sacerdotisas.

¡Qué firmeza doctrinaria, qué coraje, qué tradicionalismo!

Mirá vos qué tipos serios y consecuentes habían resultado ser estos libres y aceptados masones...

sábado, 3 de septiembre de 2005

El profesor y el monje

Después de cinco años, han repuesto las cruces en las torres de la Basílica de Nuestra Señora de Luján, la Patrona de la Argentina. Y eso aparece en los noticieros y diarios .

Me alegro por la Basílica y por muchos otros que miran la cruz y la ven. Me alegra que esté allí. Aun si nadie la viera.

Lo que no sé si entiendo es por qué eso resulta, hoy por hoy, una noticia. O sí entiendo.

Tal vez sirva esta "parábola del racionalista", un fragmento del primer capítulo de La esfera y la cruz, de G. K. Chesterton, en el que un tal profesor Lucifer, a bordo de su nave espectral, conversa con un tal padre Miguel, monje aparentemente búlgaro al que él científico pretende "educar".

-Una vez conocí a un hombre como usted, Lucifer -dijo articulando con lentitud y monotonía desesperantes-. Opinaba también...

-No existe otro hombre como yo-, gritó Lucifer con tal violencia que estremeció la nave.

-Como iba diciendo -continuó Miguel-, ese hombre opinaba también que el símbolo del cristianismo era un símbolo de barbarie y de sinrazón. Su historia es un tanto divertida. Viene a ser también una alegoría perfecta de lo qué les ocurre a los racionalistas como usted. Comenzó, por supuesto, negándose a tolerar un crucifijo en su casa, ni siquiera pintado, ni pendiente del cuello de su mujer. Decía, igual que usted, que era una forma arbitraria y fantástica, una monstruosidad, amada por ser paradójica. Después fue haciéndose cada vez más violento y excéntrico; quería derribar las cruces de los caminos, porque vivía en un país católico romano. Finalmente, en un acceso de furor trepó al campanario de la iglesia parroquial y arrancó la cruz, blandiéndola en el aire, y profiriendo atroces soliloquios, allá en lo alto, bajo las estrellas. Una tarde, todavía en verano, cuando se encaminaba a su casa por un caminito vallado, el demonio de su locura vino sobre él con esa violencia y demudación tan fuertes que trastruecan el mundo. Se había detenido un momento, fumando, delante de una empalizada interminable, cuando sus ojos se abrieron. Ninguna luz brillaba, no se movía una hoja, pero él vio, como en una mutación súbita del contorno, que la empalizada era un ejército innumerable de cruces ligadas unas a otras, de la colina al valle. Enarboló el garrote y se fue contra ellas, como contra un ejército. Y milla tras milla, en todo el camino hasta su casa, fue rompiéndolas y derribándolas. Porque aborrecía la cruz y cada empalizada era una pared de cruces. Cuando llegó a su casa estaba completamente loco. Se dejó caer en una silla, y luego se alzó de ella porque los travesaños del maderamen repetían la imagen, insufrible. Se arrojó en una cama, lo que sirvió para recordarle que la cama, igual que todas las cosas labradas por el hombre, correspondía al diseño maldito. Rompió los muebles, porque estaban hechos de cruces. Pegó fuego a la casa, porque estaba hecha de cruces. En el río lo encontraron.

Lucifer le miraba mordiéndose un labio.

-¿Es verdad esa historia?- preguntó.

-¡Oh, no! -dijo Miguel vivamente-. Es una parábola. Es la parábola de todos los racionalistas como usted. Empiezan ustedes rompiendo la cruz, y concluyen destrozando el mundo habitable. Les dejamos a ustedes diciendo que nadie debe ir a la iglesia contra su voluntad: Cuando les encontremos de nuevo estarán ustedes diciendo que nadie tiene la menor voluntad de ir a ella. Les dejamos a ustedes diciendo que no existe el lugar llamado Edén. Les encontramos diciendo que no existe el lugar llamado Irlanda. Parten ustedes odiando lo racional y llegan a odiarlo todo, porque todo es irracional, y...

jueves, 1 de septiembre de 2005

Septiembre, 2, 1973






In Memoriam J.R.R.T.










Junto al mar, más otoño que verano,
huele el viento Beren. Lúthien navega
más allá de este mar, lleva en su mano
la copa de hidromiel. Beren alega
que es tiempo ya, que el mundo ya es lejano,
que el Oeste se enciende ya y que llega
la Barca al Puerto Gris, que hay un arcano
que todo lo promete y nada niega...
El verano se aquieta reverente.
Lúthien sonríe y amorosamente
mece los robles. Y Beren suspira.
Y de este mundo pasa levemente.
Y sonríe Beren. Hacia el poniente
arde la tarde. Y Beren la mira.

Politique d'abord

De tanto en tanto, aparece.

Cada tanto, algún petimetre -de esos que se ufanan de poder decir bachwerkeverzeichnis en pulcro alemán de escuela de locución-, engola sus cuerdas de frecuencia modulada y con tono levemente voltaireano nos ilustra.

Ayer a la mañana, apareció otra vez.

Es esa tontera de que, en la lista de músicas asociadas a accidentes automovilísticos, la wagneriana Cabalgata de las Walkirias figura primera, cómoda. Después, algo de Verdi; después algunos pelajes varios de rock.

Es cansador. Y es más cansador incluso si es cierto en algún sentido.

Pero hasta un badulaque como yo percibe el sutil tonito de sobreentendido: Wagner, Walkirias... en fin, ¿me explico?

Como soy badulaque, tengo asociada visualmente la Cabalgata a la memorable escena de Apocalypse Now, por lo risible, vean lo que son las cosas.

Pero, por supuesto, entiendo. Claro que entiendo.

Demócratas sensatos y amigos de la libertad, sosegáos.

Nazis esclarecidos, tampoco se os haga el campo orégano...

Tranquilos, muchachos, tranquilos.

Después de todo Wagner es Wagner y no es toda la Ley y los Profetas.

Puestas así las cosas, lo que me interesa es que, a la hora de los consejitos civilizados y paternales (tal vez maternales, porque algunas de esas vocecitas semigraves y 'refinadas'...), lo único que se les ocurre es disociar la música del automóvil.

Sacrificando la partitura, claro. Por excitante, por pasional, por nazi (de paso, no viene mal una reafirmación de fe...)

Así es este mundo, vean. Eso somos y en eso estamos. Y no sólo en materia de música vial...

Ni por un momento se les ocurre pensar que, más allá de sus eventuales valores relativos y circunstanciados, absolutamente hablando la música es más que el automóvil. Para empezar.

Ni se les pasa por la cabeza señalar la peligrosidad del automóvil, lo dañino que es para el cuerpo.

Y para el alma.

Es que tenemos una 'cultura' de música de supermercado, con 'aroma' a desodorante de ambientes de lobby de hotel.

Especialmente en política.