miércoles, 7 de septiembre de 2005

El monje y el iceberg

Más de un punto en común debe tener lo que dice Chesterton en La Esfera y la Cruz, que citaba el otro día, y lo que dice Tatiana Goricheva, en otro lugar del capítulo que cité ayer:
No es cierto en modo alguno que la vida soviética esté configurada sin más por un ateísmo indiferente. Más bien está regida por un 'destino' anónimo, inhumano y lleno de celotipia. Cuando hice una encuesta entre estudiantes, no hubo nadie que respondiera que creía en Dios, mientras que muchos de ellos decían que creían en el destino. En ninguna parte del mundo se cree tanto en los presagios: uno suma números en el billete del tranvía y se traga el billete 'que da la felicidad'; mucha gente se preocupa de sus horóscopos; todo tipo de gitanas, echadoras de la buena ventura y hechiceras gozan de gran pretigio.

Y también esto se comprende perfectamente: sobre la sociedad se ha lanzado una red tupida, una red de miedo, de falta de confianza en las propias fuerzas, de imposibilidad para cambiar la vida personal. La experiencia de una cautividad interior y externa total, de un esclavizamiento absoluto, de un hallarse a oscuras y de estar acosado por doquier hacen que la gente busque refugio en el último remedio: en la magia. Quieren asegurarse la protección y la clemencia de Dios después de haberlo esclavizado. Pero son ellos mismos quienes se convierten en esclavos.

En otro tiempo muchos de mis amigos vivían también así: con esa fe temblorosa en el destino. El cristianismo los ha liberado. En el puesto de la idea del destino el cristianismo implanta la idea de la cruz. Y 'la cruz es una necedad para los que están en vías de perdición, mas para nosotros es poder de Dios', es una fuerza cristiana, dice el apóstol Pablo (1 Cor. 1, 18).

El destino priva al homber de su libertad; lo marca como un deudor perpetuo. El hombre tiene así miedo a alegrarse. Paradójicamente, la cruz lo libera al poner la responsabilidad sobre los hombros del individuo. El destino transforma al hombre en una cosa más entre las distintas cosas, en un átomo que se peude manipular.

La cruz nos habla de la infinitud del amor divino y de que el hombre hasta puede cambiar el designio de Dios: al igual que en otro tiempo Dios se compadeció de Nínive, también puede apiadarse de cada uno de nosotros. la cruz nos habla de que la oración todo lo puede. Mi conversión me devolvió de nuevo a mi infancia.