lunes, 31 de octubre de 2005

Astronomía lírica

Pasó en estos días -eso dicen, al menos- que Marte estuvo inusualmente cerca de nuestro Planeta Azul.

¡Cuántas posibilidades políticas da la cuestión! ¡Unas pulidas manos ideológicas, o las de un bravío hombre en el estadio ético, cómo no harían del asunto un discurso impresionante! Y con razón.

Nada diré de lo que una mirada simbólica de veras, la de los ojos del estadio religioso, podría decir de los signos en los cielos y que esa Guerra, la que representa Marte, y ese Amor, el que representa Venus, se enfrenten y compitan en el cielo.

Tan luego.

¿Y si en vez de ese Marte y esa Venus, se miraran y se midieran el Oyarsa de Malacandra y el de Perelandra...?

Pero una pluma mejor que ésta tendría que tomar el encargo.


* * *


El caso es que volví tarde a mi cueva esta noche, buscando refugio entre los libros, la música y el mate, de otras millones de cosas menos gloriosas y más rastreras.

Mirar al cielo desde la última parte del jardín en casa, es una práctica ya religiosa para mí. Y más de noche. Está todavía lo suficientemente abierto para poder ver algunos horizontes, celestes y terrestres. Hasta más fresco es todo de noche en esa última parte que termina en la puerta de mi refugio. Desde aquí se ven muy bien los crujientes oestes de tormenta, los ceñudos nortes del calor, los amorosos sudestes de nubes ansiosas en destierro, o el frío sur impasible. Por aquí pasan para mí los signos de los días y las tardes y las noches, desde aquí sigo las estaciones del año.

Y así llegué a esa parte, arrastrando los pies del peregrino que busca posada.

En el viaje, desde el tren, ya venía viendo a Marte refulgir cercano, furioso, rojo de cercanía. Pero no fue sino hasta esta sabana breve de mi jardín que note que Marte y Venus se enfrentaban en el cielo. Y que él, viril, brillaba más que lo habitual, claro, pero brillaba un poco menos que ella, más presumida, coqueteándole ella, seduciéndolo a él, ahora que se había acercado él y se hacía ver con sus arreos de batalla en fulgor.

En mi pobre astronomía, más bien lírica, obviamente, distancias y texturas no significan nada.

Apenas me alcanzó la mirada -maravillada como de un niño que mira- para darme cuenta de que en un momento quedé parado en medio del jardín mojado y silencioso de la noche, y, mirando hacia el sudeste, resultaba en medio de ambos contendientes que peleaban y danzaban sus guerras y requiebros en el cielo sobre mí, frente a mí. Tenía uno a cada lado y yo en el medio.

Me imaginé mítico, un hombre de milenios atrás (hoy día no me lo imagino), encantando con una batalla que hablara de las cosas del suelo en el cielo.

Y de este modo pasó el día.

Estaban en el cielo y enfrentados.
El oeste de Venus y de Marte
el este oscuro. Van a mis costados
y yo sin bando y sin tomar mi parte.

Hacia el poniente, Amor, van lacerados
mis venablos de furia y a buscarte.
Y al oriente, Guerrero, van dorados
en nardos y en jazmines a endulzarte.

Brilla el furor al este de mirarte
y al oeste se apagan doblegados
mis arrestos de sangre hasta alcanzarte.

Y mientras en el cielo y enfrentados
Venus se aleja del doliente Marte,
mis corazones tiemblan desolados.