domingo, 2 de octubre de 2005

De dichos, dichas y desdichas

Pensaba en estos días en esas frases, en esos dichos y sentencias. Y se me vinieron como en tropel muchísimas, en malón, a pasto.

No eran pocas las cosas que sonaban en mi casa en mi infancia y juventud. Los inmigrantes generalmente traen pocas cosas en los baúles. Pero no tan pocas que olviden lo que traen además de los baúles. Cosas que no caben en los baúles.

Hay un verdadero catálogo de dichos y refranes, moralejas de anécdotas y cuentos, a veces eran apenas interjecciones, el final de una historia. Y es verdad que muchas eran para mí un sonido, apenas, un sonido lleno de resonancias y lo que se quiera. Pero no necesariamente significaban algo que yo pudiera entender. Muchas eran sin duda mitades de frases cuya otra mitad nunca supe, con orígenes misteriosos, y hasta con sentidos, por debajo del sentido habitual, que era cosa para iniciados. Y está bien que así sea. Porque las tradiciones de este tipo -no sé si acaso todas las tradiciones- no vienen con un 'manual para el usuario'. Son tradiciones, no tratados acerca de la tradición. El hombre que las profesa sabe. Y si no sabe, sabe lo mismo. Al menos sabe lo que dice el tópico y cómo se aplica. Y cuando no lo sabe exactamente, al menos sabe decirlo.

Cuántas cosas sé de esas frases. Nada. Pienso si acaso sabré lo más importante. Y ahora que lo veo, me parece que no. Es verdad que de algún modo -de un modo tradicional, por cierto- me pertenecen, son mías. Y entonces a mí me suenan de un modo. Me vuelvo, soy, un eslabón cualquiera -por eso mismo- en la tradición que las mueve hacia adelante. Pero a veces las miro y las oigo como algo de otros. Después de todo, sea lo que fuere que signifique, soy argentino. Y esos dichos no lo son.

Muchas veces he pensado que -a ellos, a los portadores que llevaron tan lejos sus palabras y sus tonos- esas breves cláusulas, esas pequeñas sentencias tuvieron que haberles sonado a tierra, a montaña, a nieve, a bosque o a mar, a tierra seca o llovida, a olores propios, a colores propios, a un frío en el aire, a un calor de verano, a un día de niebla cerrada, a un viento suave bajo algún árbol. Una tormenta golpeando postigos centenarios. A descanso en medio del trabajo, a día de fiesta, a fragua, a arado, a heno. Seguro vienen con algún aroma, con lágrimas, con alguna imagen, una cara, una situación.Tienen que haberles sonado a sangre, a comida, a vino, a un sabor del agua, a una mesa, una sopa humeante, el perfume de las naranjas y los olivares, albahaca, cordero, arroz, pan, castañas.

Algún amor dejaron en aquellas tierras, por ejemplo. Algún amor de esos que no es posible olvidar, imposible no llevar, imposible no tener consigo sin tenerlo consigo. Y tal vez, sin que les quedara otra cosa que una imagen borrosa y desvanecida hasta hacerse transparente, solamente les quedó el dicho que alguna vez dijeron. O les dijeron.

Y todas esas palabras formularias y en apariencia anquilosadas, mecánicas, inmediatas, tuvieron que volverse -o mostraron que estaban- vivas, sabrosas. Más incluso cuando ya no había un oído que oyera lo mismo que se estaba diciendo y en cambio hubiera otro que mayormente oyera la fórmula nada más que como fórmula y sonido (casi siempre mi oído, por ejemplo).

Tuvieron que haberles avivado una nostalgia infinita. Nadie es tan de cualquier lugar que no sea de algún lugar. Y en las formas con las que dice las cosas, el modo como se refiere a las cosas, siempre es un poco de alguna parte. Nadie es tan de todos y de cualquiera que no sea de alguien o de algunos en especial.

Tutto il mondo é un paese, decía mi abuelo paterno. Todo el mundo es como un pueblito, aunque no sea el mismo pueblito. Una especie de globalización al revés. En todas partes se cuecen habas. Lo peculiar no alcanza a ahogar lo universal. Y lo universal se vuelve potente en lo peculiar. Tal vez apenas si lo viste, si lo adorna. Pero por cierto que lo signa. Y eso peculiar es la riqueza de alguna parte, de algunas gentes. Y uno lo lleva incorporado, a fuego, a cualquier parte que vaya. Porque está lo peculiar, al fin de cuentas. Y no se pierde ni se diluye nunca del todo; por más que se aleje uno de la fuente, mana lo mismo y lleva su sabor.

Por suerte, pienso. Por lo que tiene de inefable, especialmente. Porque es bueno que no se pueda decir todo. Es bueno que lleve uno cosas que no se pueden decir, que no puede decir. Cosas que aunque se digan y se oigan, no se oyen porque no se pueden decir.