domingo, 23 de octubre de 2005

El cristianismo de la historia

Si uno lo piensa un poco, no es cosa de sorprender. Pero el hecho es que me sorprendió.

El joven sacerdote norteño tiene, como todos sus hermanos en religión, un modo peculiar de celebrar la misa. Por supuesto que también levanta el 'ustedes' y otras modalidades coloquiales, no como uso lingüístico, sino como bandera de liberación.

La palabra -liberación, claro- apareció también en la consagración, como motivo genérico en lugar de la redención o del más específico 'pecado'. Nada muy nuevo.

Y cosas así.

La homilía tuvo su momento. El tema fue más bien la ley. Pero de algún modo derivó intensamente en un análisis de lo que llamaría el constantinismo en la historia de la Iglesia y del mundo.

La tesis estaba bien urdida y era interesante, aunque -insisto- no nueva y, hasta donde entiendo, sesgada.

Los cristianos 'necesitan' (deben buscar, deben preferir), más bien la marginalidad y la exclusión, e incluso la persecución y el martirio. No deben esperar y pretender estar arriba, sino abajo. No estar en el centro, sino en la periferia, no ser la cáscara, sino ser -en ese sentido- lo de adentro. No debe importarles fundar una civilización que les haga más fácil ser cristiano. Deben aspirar a la dificultad, a deshacerse del mundo que los rodea, deben prescindir de él. No tienen que proponerse conquistarlo como se hizo en otras épocas, ni gobernarlo.

De este modo, con esta actitud, el cristiano puede producir en la historia los frutos que se esperarían de él.

La palabra clave es 'frutos', pero 'historia' no le va en saga. Llegó la aplicación obligada hasta el día de hoy, día de votaciones y comicios y escrutinios en el país. Y arriesgó una pragmática cristiana ante la vida cívica, paradojal, si bien se mira. Al cristiano no debe importarle el resultado de las elecciones, ni siquiera quién gobierna.

Tiene una historia aparte, propia, tiene su ley. Y a ella se ajusta y por ella se mide su 'eficacia'. Esa ley es el amor, que quedó sin definir, por lo menos en el discurso racional, aunque flotaba junto a la palabra 'compromiso' con un sentido difuso pero inclinado a la versión social del compromiso y el amor.

No estoy seguro de que la estricta línea argumental sea fácil de ubicar teológica y hasta políticamente. Estoy seguro de que no era un comento ni exegético o teológico. Ni siquiera espiritual. Seguro no era político ni sociológico, puro, estricto.

Para quien tuviera memoria, la actitud era la de los '70. No el lenguaje ni el punto de vista ni las secuelas prácticas.

Es verdad que todas las voces que usaba el celebrante están ya redefinidas y esto hace que cualquier resistencia a un tipo de lenguaje o concepción de la fe y de la vida religiosa, sea poco menos que inexistente. Es verdad también que las misas aglutinan en general públicos homogéneos: hay misas para todos los gustos. O casi todos. En general, y parafraseando a Lewis, me parece que no hay casi 'misas...y nada más', 'meras misas'.

Pero, más allá de esto, diría que la actitud de nuestro celebrante tenía bastante de postmoderna, si eso significa que la exposición suponía un pensamiento blando, sin rigidez, y en consecuencia sin definición tajante o excluyente; pero, además, sin habilitar ninguna confrontación. Una especie de libertad de pensamiento que no admite discusión y que por lo mismo se vuelve, en los hechos, un hecho.

Extraña me resultó la exposición. Desapegada, desprendida, en apariencia. Prescindente. Como si dijera erasmista, o utopista.

El cristiano por afuera y por abajo de este mundo. Por adentro y por afuera, a la vez, aunque en sentidos opuestos.

Por supuesto que la idea tiene tantas definiciones como se quiera. Incluso contradictorias.

Es tan verdadera en su formulación (sin pedirle definición a ninguna de las palabras y de los conceptos que se usan en ella), que es peligrosísimo darle la razón.

Hasta el ofertorio.

Como una especie de prueba de que no es una mera misa, los libros de cantos parroquiales de esta misa parroquial, son suplantados, a los efectos de esta misa, por otros libros de cantos que trae el celebrante o la organización de esta misa de este celebrante.

El 178 acompañaba las ofrendas.

ver

Es joven el que espera,
el que sabe caminar,
el que lucha por el reino
sin volver la vista atrás.

El que da su mano al otro,
el que sabe transformar,
el que es pan para los pobres
defendiendo la verdad.

Quiero ser pan,
para el hombre ser el pan,
de mi pueblo y construir
el escándalo de compartir. (Bis)

Es joven el que arriesga,
el que sabe caminar,
el que siempre se pregunta
sin volver la vista atrás.

El que sabe hacer historia,
el que sabe transformar,
el que es voz de los pequeños
defendiendo la verdad.


Alguna pista me llevé de este cantito, fervoroso, rasgueadísimo, ritmoso.

Pero no llegué a hacerme una idea mejor de todo esto hasta que no leí el 179.

ver

Amasar con cariño mi tierra,
aceptando el fracaso parcial,
entregar a la historia mi barro
hecho cántaro pleno y total.

Lo que siento tapera en mi vida
para Dios es etapa, tal vez,
provisorio proyecto de barro
que cachorro algún día ha de ser.

En sus manos mi greda se afina,
se hace pasta capaz de moldear.
Va creciendo despacio por dentro.
Va dejando proyectos detrás.

Cha', que es duro creer en la historia
y aceptar los proyectos de Dios,
esperar en silencio su fuego,
el que Él para mí destinó.

Desde el fuego final de la muerte,
hecho cántaro regresaré,
en vasija, silencio y servicio,
para el pueblo que habrá de nacer.

Creí entender allí que, por lo menos, la cuestión que antes tenía un fraseo épico y revolucionario, armado y como si dijéramos anticapitalista, se ha vuelto como si dijéramos lírica, y difusa (no porque sean sinónimos...) Y que se había afinado bastante la precisión acerca de para qué existe el cristianismo.

Entonces tuve que pensar, toda de nuevo, la homilía.

Y en eso estoy.