sábado, 15 de octubre de 2005

Hijo y hermano

El Padre Castellani le tenía grande devoción a Santa Teresa, y a otros tantos que habían sufrido, probablemente en razón de que identificaba su propio sufrimiento con los suyos.

Pero con Teresa la Grande tenía una afición tan fraterna como filial.

En sus penosas aventuras europeas de fines de los '40, escribió mucha obra en verso. Hay varias en ocasión de y para Teresa de Ávila. Tienen sabor a oraciones (están, precisamente, en una compilación en verso de sus dolores de esos años, entre 1946 y 1951, que se llama El Libro de las Oraciones.)

Este soneto, escrito en Roma el 15 de abril de 1947, es uno de los que le dedicó:
Soneto CDIX

Tenemos algo en que nos parecemos
¡oh, mi hermanastra! ¡Cómo te gustaba
trabajar con la tinta, y rehusaba
tu corazón el trato con los memos!

Bien diferente soy de tus extremos
de amor y genio... Pero, ¡cómo odiaba
tu pecho puro al que lo destrozaba
fariseísmo y desbordado demos!

Ámame, pues, por los comunes rasgos
y los extraños borra y vuelve tuyos
en el crisol de la oración pasiva.

No ambiciono más altos mayorazgos...
Planta en mi campo, en mi abrojal de yuyos,
un lirio oculto que se lance arriba...

Unos días después, el 5 de mayo (fechándolo en Roma como 'destierro'), escribió este otro que tiene en cifras varias doctrinas de la santa:
Soneto CDXVI
"La paciencia, todo lo alcanza". Santa Teresa.
"Tener que hacer absurdos por fuerza, no es obediencia, es paciencia". San Ignacio.

Santa Paciencia es una grande santa
que la confunden los de poca ciencia
con la santa obediencia
que es una fruta y ella es una planta.

En tierra ahonda su raíz y aguanta;
se abreva en el hondón de la conciencia;
su raíz es la paz; de paz, paciencia...
Gemir parece al huracán y canta.

Santa paciencia espera. Sabe que la
realidad, su hermana, es volvedora;
ante el error se inmoviliza y vela
girando lentamente hacia la aurora...

La aromatiza el hacha y la revela
la endurece la seca y la nïela
y la muerte, magnífica, la enflora.

A principios de ese año, todavía en Génova, terminó de escribir una Oración a Santa Teresa, en siete partes, que había comenzado el 7 de diciembre de 1946, en Buenos Aires, al partir para Europa.

La quinta parte, del 16 de enero de 1947, dice:
Hasta el alcázar de Nuestra Señora,
Oh Teresa, encamina mi destino;
si hay fosos y un dragón en el camino
condúceme lo mismo, conductora.

Sin saber lo que es, mi alma lo añora
sin poder definirlo, lo adivino
y un algo en mí lo anuncia, como el trino
del ruiseñor, que hace nacer la aurora.

Madre de Dios, pretendo el no ordinario
favor de entrar en su lilial ambiente
y hablar contigo sin intermediario...
y magnéticamente

como un cirio en el alto lampadario,
como una flor al fuego del santuario,
como un pobre tizón del incensario
volverme aroma paulatinamente...