domingo, 16 de octubre de 2005

La razón

Si uno se fija, a Jesús lo mataron por una razón y por muchas.

'Tenía' que morir, por supuesto. Él lo dispuso así, más allá de lo que hicieran y pensaran los que querían matarlo. Aun entendiendo que los que buscaban matarlo estaban 'trabajando' ellos mismos para Él, sin saberlo y sin querer.

Fue Él quien eligió ese modo de redimir, y eligió cuándo. Y de algún modo eligió la razón.

No la razón de la Redención, porque esa razón es sin más el rescate de la creatura y de la creación. Sino, más bien, la razón inmediata de la condena a muerte.
Por esto el Padre me ama, porque yo doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, soy yo quien la doy de mí mismo. Tengo poder para darla y poder para volver a tomarla. Tal es el mandato que del Padre he recibido. (Jn. 10, 17-18)
Buscaron matarlo desde que nació, en realidad. Pero entonces no era el cuándo, aunque la razón por la que querían matarlo era esa misma de algún modo. Tampoco era el cuándo todas las otras veces en que buscaron matarlo por otras diversas razones. Y todo así hasta el episodio de Lázaro.

Desde entonces, alarmados por su 'peligrosidad' -y por instigación de Caifás que dictaminó y' profetizó' (Jn. 11, 47-53) que mejor era que muriera un hombre por todo el pueblo (substituyendo, de paso, al Mesías por Israel)-, resolvieron efectivamente matarlo y lo buscaban por todas partes y esperaban que subiera a Jerusalén para la fiesta de la Pascua para apresarlo, tal como hicieron.

Este caso, por ejemplo, el de la lectura de san Mateo de este domingo, no es distinto de tantas otras ocasiones. La razón para tentarlo, poder condenarlo y hacerlo morir fue si había o no que pagar impuestos a Roma. Lo tentarán inmediatamente después los saduceos con la resurrección en la que no creían y los propios fariseos acerca del mandamiento mayor y más tarde sobre cómo el Cristo podría ser hijo de David. Todo terminará con la dura y extensa acusación de Jesús contra fariseos y escribas.

Sin embargo, cuando por fin se decidieron a apresarlo, traición de Judas mediante, le preguntaron ante todo el Sanedrín:
Entonces, ¿eres tú el Hijo de Dios?
Vosotros lo decís, yo soy, les dijo.
Dijeron ellos: ¿qué necesidad tenemos de testigos? Porque nosotros mismos lo hemos oído de su boca.
Y el pontífice se rasgó las vestiduras y proclamó la 'blasfemia'. Y así lo condenaron a muerte por aclamación.

Cuando lo acusan ante Pilato dicen de Él que pervierte al pueblo, que prohíbe pagar tributo al César y que dice ser Él el Mesías rey.

Jesús acepta solamente el cargo de decirse Rey de los judíos por el que le pregunta el romano:Tú lo dices, le contesta. Y hasta le explica el origen y la naturaleza de su Reino.

El consejo de los ancianos del pueblo y los príncipes de los sacerdotes y los escribas insisten: subleva al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí. Finalmente, el propio Pilato les pregunta si debe condenar al rey de los judíos.
Nosotros tenemos una ley, y, según la ley, debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios.
Y, al fin, se enardecen sus acusadores ante Pilato:
¡Crucifícalo! Nosotros no tenemos más rey que el César.
Es decir, de un modo u otro, le echan en cara y usan muchas de las cosas en las que habían fracasado al pretender tentarlo y prenderlo. Y suman a ello sus enseñanzas y sus milagros. Pero la razón insoportable (aunque la mirásemos políticamente, mezquinamente): rey de los judíos y Mesías. Y así todavía se lo reprochan a Pilato cuando coloca la sentencia sobre la cruz: Jesús nazareno, rey de los judíos.

Sigue siendo verdad, con todo, que Jesús no se dejó matar por cualquier razón, aunque están todas en el final, todas las que molestaron y escandalizaron a los príncipes de los sacerdotes, a los escribas y fariseos durante su vida pública (y aun desde antes, desde su propio nacimiento 'peligroso'.)

Es más difícil saber las cuestiones relativas a 'su hora', al 'cuándo'.

Pero está bastante claro que quiso elegir, pudo elegir y finalmente eligió la razón, la oportunidad. Muchas veces, sabiendo que lo buscaban para matarlo, que lo buscaban para prenderlo, se retiró, se les escabulló, se apartó, se escondió. Le recuerda por fin al Sanedrín que enseñaba todos los días en las calles y en la explanada del templo y que podrían haberlo apresado, mostrándoles que lo habían prendido mañosamente.

Y, de paso, mostrándoles (y mostrándonos) que -'llegada su hora'- ellos creen que lo apresan y que, en realidad, Él se entrega. Ellos creen que tienen razones y es Él quien les da la razón. Y antes no pasa porque Él no lo quiere. Y no puede ser por otra razón, sino la que Él les da.


Creo realmente que es un asunto para mirar con más detenimiento. Parece que hay allí algo que nos dice algo acerca del modo de ser cristiano. Y de las razones para ser cristiano.