viernes, 11 de noviembre de 2005

Consuelo

En Dulcinea y otros poemas, Ignacio Braulio Anzoátegui trae estos
Tercetos en la manera de amor de Garcilaso

Ojos dorados fueron los que un día
Guardar quisieron generosamente
El triste amor de la mirada mía.

Hombros de mármol fueron en mi frente
Almohada entonces donde repartía
Las claridades de la gloria ausente.

Calor de paz me adelantó en su mano
Y entre sus brazos me asaltó el destino
De encadename en el amor tirano.

(Calor de paz y halago mortecino,
Cansado amor y corazón lejano...
Sólo queda un temblor en el camino).

Hombros sus hombros que soñara tanto,
Ojos sus ojos que me dieron vida,
Brazos que sostuvieron mi quebranto.

Pues bien.

Que no tenga yo que decir aquello de que "mi mediocridad solamente me permite verle los defectos..."

Porque en realidad los tercetos me parecen muy logrados. Y el sentimiento detrás de las palabras se me hace genuino y hasta conmovedor, en especial en lo que creo que tiene de ambivalencia entre la resignación y la serenidad.

Es más que probable que el amor -el amor humano, o diré humanísimo- haga esto cuando un amante de pronto advierte, entre sorprendido y liberado, que un consuelo es el consuelo de un desconsuelo.

Eso no lo sé. O no lo recuerdo, al menos.

Sin embargo, estoy completamente convencido de que después de un rato de conversar amablemente con Braulio, tendría que poder convencerlo de que piense mejor el asunto.

Tendría que poder persuadirlo de que 'Almohada' es prosaísmo, es inadvertencia lírica.

Aunque no creo que fuera tan difícil.

Entiendo, creo que entiendo, cómo es que
(Calor de paz y halago mortecino,
Cansado amor y corazón lejano...
Sólo queda un temblor en el camino).
Y que al calor de esa paz, con el cansado amor y un corazón lejano, en medio de ese temblor, se le tuviera que haber pasado.

Hay cosas -y el consuelo de un desconsuelo es una de ellas- que son capaces de obnubilar un poco el alma, en medio de cierta paz, de cierta tibieza convaleciente.

Lo más probable, entonces y con más razón, es que el consuelo (el apetito de consuelo, la alegría algo opaca y ocre de un consuelo) haya obnubilado apenas un segundo, con un parpadeo de nada, la pluma.

A todos nos pasa.