lunes, 28 de noviembre de 2005

El espejo de los enigmas

Borges dice que
la "razón" a la que Chesterton supeditó sus imaginaciones no era precisamente la razón, sino la fe católica, o sea, un conjunto de imaginaciones hebreas supeditadas a Platón y a Aristóteles...
Este pasaje, para los pesquisas, está en la Nueva Antología Personal, en un ensayito que se intitula Sobre Chesterton.

El siguiente ensayo de la serie es el que me interesa ahora y está, creo, relacionado con el anterior.

Se llama El espejo de los enigmas. Allí, Borges se dedica a rastrear, con cierta displicencia y erudición, seis momentos, entre 1894 y 1912, en los cuales León Bloy interpretó, aplicó o desarrolló de algún modo un versículo de san Pablo, aquel de la primera carta a los Corintios (XIII, 12), que Borges transcribe en latín:
Videmus nunc per speculum in aenigmate: tunc autem facie ad faciem. Nunc cognosco ex parte: tunc autem cognoscam sicut et cognitus sum.
Según Borges, nadie como Bloy recorrió tan asombrosamente el camino que va de decir que la Sagrada Escritura tiene valor simbólico, además del literal, a pensar que la historia del universo -y en ella nuestras vidas y el más tenue detalle de nuestras vidas- tiene un valor inconjeturable, simbólico.

Al llegar a la sexta cita de Bloy, Borges refiere un texto de 1912, L'Ame de Napoléon,
libro cuyo propósito es descifrar el símbolo de Napoleón, considerado como precursor de otro héroe -hombre y simbólico también- que está oculto en el porvenir. Básteme citar dos pasajes. Uno: "Cada hombre está en la tierra para simbolizar algo que ignora y para realizar una partícula, o una montaña, de los materiales invisibles que servirán para edificar la Ciudad de Dios." Otro: "No hay en la tierra un ser humano capaz de declarar quién es, con certidumbre. Nadie sabe qué ha venido a hacer a este mundo, a qué corresponden sus actos, sus sentimientos, sus ideas, ni cuál es su nombre verdadero, su imperecedero Nombre en el registro de la Luz... La historia es un inmenso texto litúrgico donde las iotas y los puntos no valen menos que los versículos o capítulos íntegros, pero la importancia de unos y de otros es indeterminable y está profundamente escondida."

Los anteriores párrafos tal vez parecerán al lector meras gratuidades de Bloy. Que yo sepa, no se cuidó nunca de razonarlos. Yo me atrevo a juzgarlos verosímiles, y acaso inevitables dentro de la doctrina cristiana. Bloy (lo repito) no hizo otra cosa que aplicar a la Creación entera el método que los cabalistas judíos aplicaron a la Escritura. Éstos pensaron que una obra dictada por el Espíritu Santo era un texto absoluto: vale decir un texto donde la colaboración del azar es calculable en cero. Esa premisa portentosa de un libro que es un mecanismo de propósitos infinitos, les movió a permutar las palabras escriturales, a sumar el valor numérico de las letras, a tener en cuenta su forma, a observar las minúsculas y mayúsculas, a buscar acrósticos y anagramas y a otros rigores exegéticos de los que no es difícil burlarse. Su apología es que nada puede ser contingente en la obra de una inteligencia infinita. Léon Bloy postula ese carácter jeroglífico -ese carácter de escritura divina, de criptografía de los ángeles- en todos los instantes y en todos los seres del mundo. El supersticioso cree penetrar esa escritura orgánica: trece comensales articulan el símbolo de la muerte; un ópalo amarillo, el de la desgracia...

Es dudoso que el mundo tenga sentido; es más dudoso aún que tenga doble y triple sentido, observará el incrédulo. Yo entiendo que así es; pero entiendo que el mundo jeroglífico postulado por Bloy es el que más conviene a la dignidad del Dios intelectual de los teólogos.

Ningún hombre sabe quién es, afirmó Léon Bloy. Nadie como él para ilustrar esa ignorancia íntima. Se creía un católico riguroso y fue un continuador de los cabalistas, un hermano secreto de Swedenborg y de Blake: heresiarcas.


Es notable que Borges sea capaz de citar a Bloy, nombrándolo en francés: Léon.

Más allá de esta facilidad para lo exterior, de esta connaturalidad con la cáscara de las cosas, no me estoy fijando en la forma en que Borges, de dos posibilidades, elige, con cierta disciplina militante, la escéptica. Es hasta cierto punto comprensible o por lo menos frecuente. Le pasa a muchos. He visto eso entre los matemáticos, entre algunos físicos o médicos, por ejemplo. Hay una cierta relación cordial entre la crítica, la superstición racionalista y el espiritualismo espiritista y el apetito heterodoxo.

Una cierta necesidad brumosa de iluminar con un foco potente la realidad que la religión, la teología y hasta la metafísica parecería que oscurecen.

El problema es que esa "luz" que trata de desmitificar la mirada simbólica del cristianismo, por ejemplo, no alcanza para "construir" una nueva mirada. Apenas parece que sirve para intentar destruir, con incomodidad, con impaciencia iluminada y crítica, la "inocencia" del cristiano.

Y cuando con cierta condescendencia se le concede su "sospecha" simbólica, cuando se le admite al cristiano que "hay algo más", parecería necesario -con necesidad apostólica y docente- "explicarle" que esa sospecha ni le es propia, ni está en la dirección correcta.

Parecería que hay que terminar admitiendo que la criptoescritura de la realidad tiene que tener, por algún lado -y más bien al fin de cuentas- una intención malévola, ajedrecística, una estrategia de enmascaramiento, una disciplina del arcano sesgada y escondedora, una especie de burla.

Una especie de magia non sancta parece que se esconde detrás de todas las cosas, visibles e invisibles. Dios, así visto, no es del todo ajeno a este laberinto hecho para que el hombre pruebe que es capaz de no perderse. El fatum gobierna con sofisticada crueldad las ansias de felicidad, el deseo de saber.

Así parece que algunos se sienten más cómodos en este mundo. Así toleran las preguntas y las respuestas y la falta de respuestas que obliga a renunciar a las preguntas. Sólo así. Un juego donde los dados de las probabilidades estén cargados. Y se sepa que están cargados. La tarea del hombre es pulsearle a Dios sobre el tapete verde. La felicidad es hacer saltar la banca, correr el velo mañoso y engañoso. Sumar y restar letras, hacer palabras cruzadas con los momentos y los brillos falsos que nos hacen ver las cosas de un modo distinto a su vera realidad. Las doce pruebas de Hércules. El destino amargo ya estipulado y la felicidad como aceptación lúcida de que no vale la pena conocer el destino amargo estipulado. Porque no hay tal destino, ni quien lo estipule.

No soportan la idea de un final feliz. No toleran ninguna eucatástrofe.

Espejos que no reflejan nada. Enigmas solubles, pero finalmente vacíos.

Podría decirse rápidamente que eso es falta de fe. Y es probable, aunque esa explicación no hace demasiado al asunto.

Sería de una crueldad indecible suponer que Dios le retacea o le quita la fe a un hombre para que no pueda entender lo que significan -para que no pueda entender lo que simbolizan además de no entender lo que son- las flores y las montañas, una viña o un hijo.

En The Wild Knight, precisamente, Chesterton escribió su conocido
Ecclesiastes

There is one sin: to call a green leaf grey,
whereat the sun in heaven shudddereth.
There is one blasfemy: for death to pray,
for God alone knoweth the praise of death.

There is one creed: 'neath no world-terror's wing
apples forget to grow on apple-trees.
There is one thing is needful -everything-
the rest is vanity of vanities.
Es muy probable que haya algo peor que ser infiel, en el sentido teológico del término. Porque la gracia supone la naturaleza.

Como, en consecuencia, es hasta probable que muchos fieles religiosos desconozcan el sentido simbólico de todas las cosas. Incluso, y hasta cierto punto en consecuencia, desconozcan el sentido de la liturgia que contemplan y de la fe que proclaman y hasta viven.

Borges se queda muy conforme pensando que el hecho de que la Cábala cuente y mida misterios, es suficiente concesión al simbolismo que preña la realidad (la natural y la sobrenatural). Como parece que a él le parece que el simbolismo de la realidad queda cohonestado, convalidado, que es admisible, que es lo suficientemente civilizado, si lo profesan heresiarcas.

Pero eso para nada es exclusivo de Borges.

El mundo es bastante normal. Y el simbolismo es parte del mundo, es parte del lenguaje del mundo, como es parte del lenguaje con que Dios le habla a los hombres.

A Chesterton, por caso, parece molestarle que alguien niegue el color verde de una hoja verde. Mucho antes de molestarle que alguien pueda negar el símbolo y el misterio que esa "verdidad" supone. Chesterton parece seguro de que negando el verde también se negará y se niega el misterio. Porque el acento lo pone, al parecer, en 'negar'.

Dice san Pablo,
nunc cognosco ex parte: tunc autem cognoscam sicut et cognitus sum
Ahora conozco parcialmente.

Pero eso también significa que aunque vea una cosa, no veo necesariamente todo lo que significa: es decir que de ella veo aquí una parte.

Bien. Pero a pesar de eso, estoy como obligado a entender, siquiera a vislumbrar, a barruntar el todo, a través y a partir de la parte que conozco ahora. Un todo que le da sentido y explica además, hasta donde me es posible entender, la parte misma. No tenemos otro modo de saber.

Sin el símbolo mediante, eso es imposible.

En el mismo sentido hay que entender, creo, eso de que
No hay en la tierra un ser humano capaz de declarar quién es, con certidumbre. Nadie sabe qué ha venido a hacer a este mundo, a qué corresponden sus actos, sus sentimientos, sus ideas, ni cuál es su nombre verdadero, su imperecedero Nombre en el registro de la Luz...
Pero si la única forma de entender el misterio es como una trampa; si no hay modo de entender el misterio y el consecuente símbolo protector, como un rasgo de misericordia, entonces no hay modo feliz de entenderlo.

Y entonces no veremos nada.

Y entonces es comprensible que no haya felicidad alguna, porque el que nada ve, el que nada espera ver, no tiene motivo para alegrarse.