lunes, 7 de noviembre de 2005

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En el capítulo VI de la Poética, hablando de la tragedia, o poesía dramática, y sus partes (el mito, los caracteres, la elocución o dicción, la manera de pensar o ideología, el espectáculo y el canto), Aristóteles se refiere a la imitación y al mito y parece explicar allí, de algún modo y en parte, de dónde le viene a la poesía cierta naturaleza universal, algo que retomará capítulos más adelante, además del 9, que ya cité.
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Pero lo más importante de todo es la ordenación de los hechos. Porque la tragedia es imitación, no tanto de los hombres sino de los hechos y la vida, y de la ventura y desventura; y la felicidad consiste en una acción, así como el fin de la vida es una especie de acción y no calidad; es decir, una manera de obrar y no una manera de ser.

Por consiguiente, las costumbres califican a los hombres y por ellas son de una manera u otra, pero por las acciones son dichosos o desdichados. Por ello, los personajes no hacen la representación para imitar las costumbres, sino que se valen de las costumbres para el retrato de las acciones. De suerte que los hechos y el mito son el fin de la tragedia (y no hay duda de que el fin es lo más principal en todas las cosas), pues ciertamente sin acción no puede haber tragedia; mas sin pintar las costumbres puede muy bien haberla, dado que las tragedias de la mayor parte de los modernos no las expresan. En suma, a muchos poetas ha sucedido lo mismo que entre los pintores le ocurre a Zeuxis respecto de Polignoto: que éste copia con primor los afectos, cuando las pinturas de aquél no expresan ningún rasgo moral o psíquico.

De este modo, aunque alguno acomode discursos morales, cláusulas y sentencias bien torneadas, no por eso habrá satisfecho a lo que exige de suyo la tragedia; pues mucho mejor tragedia será la que usa menos de estas cosas y se atiene al mito y ordenación de los sucesos.

Por otra parte, las principales cosas con que la tragedia recrea el ánimo son partes del mito, las peripecias y anagnórisis. Prueba de lo mismo es que los que se meten a poetas, antes aciertan a perfeccionar el estilo y caracterizar los sujetos, que no a ordenar bien los hechos, como se ve en los poetas antiguos casi todos.

Es, pues, el mito lo supremo y casi el alma de la tragedia, y en segundo lugar entran las costumbres. Eso mismo ocurre en la pintura; porque si uno pintase con bellísimos colores cargando la mano, no agradaría tanto como el que hiciese un buen retrato con solo unos pocos trazos; y ya se dijo que la tragedia es la imitación de una acción, y es en función de tal acción ante todo que imita a los hombres que actúan. La tercera cosa es el dictamen del pensamiento, esto es, el saber decir lo que hay y cuadra al asunto, y poder formular lo que es lícito y adecuado; lo cual en materia de discursos es propio del saber político o de la retórica; de allí que los antiguos poetas dramáticos pintaran a las personas razonando en tono político, y los modernos en estilo retórico.

En cuanto a las costumbres, el carácter es el que declara cuál sea la intención del que habla en las cosas en que no se trasluce, qué quiere o no quiere. Por falta de esto algunos discursos no guardan el carácter. Pero el dictamen es sobre cosas en que uno decide cómo es, o cómo no es, lo que se trata, o lo confirma en general.

La cuarta de las partes que hay que considerar es la dicción y el estilo. Repito, conforme a lo ya insinuado, que la dicción es la expresión del pensamiento por medio de las palabras, lo que tiene igual fuerza en verso que en prosa.

Por lo demás, la quinta, que es el canto, es de las partes adicionales la que causa más placer. El espectáculo es, sin duda, de gran recreo a la vista, pero el más extraño al arte y menos propio de la poética, puesto que la tragedia tiene su mérito aun fuera del espectáculo y de los farsantes. Además que, en cuanto al aparato de la escena es obra más bien del arte del maquinista, que no de los poetas.