viernes, 10 de marzo de 2006

El fin de la vida

Leonardo Castellani en Doce Parábolas Cimarronas (Bs. As., Itinerarium, 1960 (f/c), pp. 156-173) trae un Apéndice (El Arte de las Parábolas), que si no es la mejor cosa que ha escrito es una de las mejores.

Casi diría que -más allá de la impresionante síntesis del espinosísimo tema de la Belleza y el Arte-, la aplicación de esos asuntos a las Parábolas de Cristo, justifica largamente la lectura de ese ensayo.

(Recuerdo ahora que el libro estaba en casa cuando era chico. Era de mi padre. Recuerdo haberlo leído 'suelto' -es decir, mal- en mi adolescencia primera, recuerdo incluso haberlo apartado y puesto -con cierta solemnidad- entre 'mis libros'. Pero recuerdo también que el tiempo me llevó a apreciar mucho más otras obras de Castellani y a desplazar ésta al grado de 'menor'. Hasta que. Un día descubrí ese Apéndice. Ya desde antes el problema del arte y la belleza me parecían axiales y acuciantes. Pero después de leer el ensayo de Castellani, nunca más pude pensar la cuestión sino en esos términos poco más o menos.)


Cada vez que es posible, recomiendo leerlo (dije algo ya hace como un año.) Incluso sabiendo que no pocas cosas de las que dice allí Castellani pueden 'escandalizar' buenamente. Pero también llegué a la conclusión -provisoria, claro, qué otro modo...- de que aceptar o no el planteo y las conclusions traza una especie de línea, y una línea muy importante.

Por otra parte, a unos el mero hecho de que lo diga Castellani ya les parecerá suficiente motivo para acatar (sí, acatar, con la voluntad, no con el intelecto...)

Como habrá quienes, por el mero hecho de que lo diga Castellani, jamás asentirían (sí, ahora con el intelecto...)

Pero es otro tema (que también me gustaría tratar, y habría que, pero no hoy...)

Por ahora, para empezar, una brevísima muestra de algunas proposiciones.
La Belleza no es el fin del Arte: es en realidad el fin de la vida. Pero en esta vida, la Belleza cojea. Está mordida en el talón por el Universal Pecado, lleva el veneno de la antigua Sierpe (L. Bloy), desciende de Eva. En esta vida, el nombre de Dios para nosotros es Bondad, no Belleza. (165)
Después de la resurrección de la carne (¡tan largo me lo fiáis!), la Belleza será el Nombre de Dios para nosotros: La Bondad, la Indulgencia y la Misericordia no serán ya necesarias, y la verdad resplandecerá sin velos, no ya en agrietados espejos o en adivinanzas; así como una estrella no ya reflejada en charcos. Dios reinará entonces como Belleza soberana, en nuestro ser y en nuestra actividad primero de todo; porque "seremos semejantes a Él cuando Le veamos como Él es". Él es Belleza antes que Misericordia, oso decir con Platón; es misericordioso porque (y hasta donde) la Misericordia es bella. (167)
Mas en esta vida, Dios nos exige a veces el sacrificio incluso de la Belleza -parcial y finita: ídolo el más peligroso para las almas altas. (167)
"Toda esa luz tan pura puede escondernos la tiniebla divina"- dijo el Areopagita. (167)
Seremos, me imagino, grandes edificadores de catedrales góticas etéreas y sucesivas con nuestro cuerpo y nuestra alma: como si dijéramos, grandes bailarines delante del Eterno.
Dios será entonces para nosotros, literalmente la Belleza; y dejará de ser el andamiaje rudo que sostiene nuestra vida moral. Fiat. (168)