sábado, 29 de abril de 2006

Ogni aceto fu vino y da dolor

Me quedé pensando en eso de que primero fue vino el vinagre.

Y en el revoltijo que son las ideas hasta que no se hacen una síntesis, un verso, una intuición o algo más claro, ese aforismo se empecina en juntarse con unos versos de Manrique (será porque lo cité hace unos días...)
Cuán presto se va el plazer
como después de acordado, da dolor...
Vaya uno a saber por qué. Me parece que en algún sentido pueden ir juntos, sí.

El dicho romanesco -y más viejo aún- no dice exactamente lo mismo que el hallazgo de Manrique, de sabor a Eclesiastés.

Y convengamos en que el asunto del placer que acordado da dolor no es asunto fácil de abrir. Hay un entendimiento casi trivial, pero verdadero también, si se entiende que todo placer es apenas un apunte del cielo; un esbozo que, por fuerte que resultare, siempre es pálido.

Medida con el hambre, cualquier felicidad es poca comida. Aquí, por cierto. En este tiempo nuestro. Pero hay algo, con todo, en esa sentencia con aires de universalidad, que no me deja del todo conforme. Tal vez no haya dicho Manrique que el placer de suyo da dolor. Como no es verdad que si bien ogni aceto fu vino, valga la inversa y ogni vino sará aceto. No. El vino puede ser placer y allí terminar, bebiéndoselo uno, y jamás llegar a acidularse. Y no dar dolor alguno, salvo de cabeza si uno empina de más.

Salvo, claro, que entendamos que el dolor no viene directamente del placer, como de su causa, sino del hambre de placer que cualquier placer no llega a colmar y que no puede colmar, pues no hay suficiente contento nunca. No aquí y en ninguna cosa. Hasta que haya. Y entonces habrá. Pero no aquí.

No pudo haber querido decir Manrique -espero- que de suyo el placer da dolor, una vez acordado. Porque eso no es verdad.

Por donde llego a la conclusión de que es hasta casi diría más prudente el romanesco que se limita a celebrar el vino, aunque en su propia insuficiencia deje de ser vino -librado a solamente si mismo-, y que no condena el vino porque en tales condiciones se vuelva aceto y mucho menos porque fatalmente habrá de volverse vinagre.

Recuerda el romanesco que el vino es bueno y no niega que en el tiempo pueda devenir ácido. Mientras Manrique enfatiza allí la insuficiencia, la mudanza y la temporalidad de los placeres, asunto derivado del tempus fugit, y emparentado con el ubi sunt? y tópicos de esta suerte. Aunque tampoco estaría tan mal entender allí una celebración algo paradojal de las alegrías.