martes, 4 de abril de 2006

Primero lo segundo

Un revolucionario lo que menos necesita es un motivo para hacer la revolución. Por definición, la revolución es, siempre. Por lo menos por definición revolucionaria.

Mayo de 1968 es ese emblema, o por lo menos pretendió serlo. Y así quedó escrito en las paredes francesas. Mayo fue la ocasión revolucionaria, no el motivo ni mucho menos la revolución misma. Y fue una ocasión, ni siquiera la única en aquellos años de la postguerra (porque sin la postguerra, ese mayo muy probablemente sería un mes del año como siempre fue y no el nombre sagrado para el utopista y para el revolucionario de los últimos 40 años..., aunque si no hubiera sido mayo podría haber sido junio o agosto...)

Motivo para el jaleo podía ser cualquiera. Pero había algunas cosas propias de Francia (y otras que Francia importó: el Vietnam norteamericano, los negros discriminados en las universidades yanquis, por ejemplo...)

Francia quería ser moderna en el mismo sentido en que el mundo pintaba querer ser moderno a comienzos de los '60 y se sentía demasiado campesina. De Gaulle soñaba ya con una Europa unida, de la mano de la mismísima Alemania de Adenauer. Aires de postguerra pletóricos de deseos de consumo y bienestar, de industrialización, de ciencia aplicada, de olvido de la guerra.

Había mucho por hacer.

Entretanto, las universidades estaban abarrotadas, los profesores -muchos de poco calado- agolpándose en cátedras mal pagas, jóvenes ebrios de nuevas cosas y aburridos de las viejas -y un poco bastante ya de las nuevas- vagando por las aulas de las facultades viendo de encontrar algo que pudiera darle un sentido a sus vidas que ya empezaban a nadar en un mundo sin épica y sin lírica. Buscaban tal vez un sentido que les dijera que no tenían por qué obedecer ya más, que les dijera que podían ser creativos y libres, no importa qué quisiera decir eso. Algo que les dijera por qué el mundo parecía asqueroso y ellos no. No querían ser engranajes industrializados, no querían reformas de planes de estudios que modernizaran las carreras y los adiestraran para tecnificar la vida y producir más. Y otras muchas cosas no querían. La civilización industrial tenía pilotes que querían demoler. Pero había cimientos más viejos y más irritantes que la civilización industrial que querían destruir, todavía más que los primeros.

Bien.

La educación tenía que cambiar si era preciso producir más y mejor, no habría buenos empleos (en fin, estamos hablando de 'esos' buenos empleos...) sin planes de estudios modernos.

Pero estaba también que el trabajo no era moneda corriente (y había poca moneda corriente...)

Si Francia quería crecer había que hacer algunos cambios y algunos sacrificios.

Aunque la situación pintara próspera, Francia tenía que ponerse a tono, más rápido, más vigorosamente.

Los chicos hicieron punta por las suyas, molestos y divertidos a la vez. También el mundo sindical estaba inquieto por las suyas y en pie de guerra, y bastante menos divertido.

Amor libre, crítica cultural y aumento de sueldos: flor de programa...

Después vino lo que ya se conoce. El programa no anduvo. Pero sí hubo aumento de sueldos. Y crítica cultural (las nuevas humanidades) y amor libre.

Pero.

Allí estaba De Gaulle. Y antes. Y un poco después.

No llegó a durar un mes el jaleo. Ese jaleo. El de las calles y el de los adoquines. Hubo otro jaleo que allí se mostró (no que naciera allí) y que todavía dura. Y no fue solamente el jaleo de los estudiantes.

En muy buena medida, Francia fue lo que fue después, por el resultado de aquellos días. Y Europa llegó a ser lo que es, en buena medida también por lo mismo.

No solamente porque, a pesar de su derrota posterior, De Gaulle parecería haberles ganado la pulseada a los revoltosos y logrado -como él diría- que los estudiantes estudiaran y los trabajadores trabajaran. Hizo una Francia distinta. Y hubo también una Europa que surgió de lo que había debajo de los adoquines que asfaltó.

También, y esto cuenta, porque esos días hicieron que un largo menú de ideas ganaran la calle y las cabezas y ya no se fueran de allí. No importa la sensación que tengan los viejos hoy chicos de entonces. En más de un sentido importante -ya lo dije alguna vez- ganaron. No el sillón del Elíseo, pero sí las cabezas de los que se sientan en el sillón del Elíseo. Y en muchos si no en todos los otros sillones que hay en Occidente (que ya no es Occidente...)

La Francia que legó De Gaulle está hecha también de lo que estaba escrito en los graffiti de los muros de Nanterre y la Sorbona.

Francia se modernizó y prosperó.

Y De Gaulle legó una Francia que casi 40 años después vuelve a tener estudiantes en las calles porque no quieren contratos basura, ni ser engranajes del neoliberalismo y del capitalismo salvaje y peones del productivismo consumista y...

En fin, más o menos lo mismo, aunque más o menos distinto.

* * *

Así que, tal vez, Ollanta Humala esté pensando en algún aspecto de De Gaulle que le cae más simpático y que no imagino bien cuál sea.

Tal vez cierto enfrentamiento con los Estados Unidos en materias tan disímiles como el patrón oro o irse un rato de la OTAN. Cierto exacerbamiento nacional en asuntos que eran más coyunturales que estructurales, en algunos de los cuales tuvo una actitud digamos que basculante, como Argelia, por ejemplo. No sé. No se me ocurre por dónde, mirando la historia de punta a punta de los últimos 50 años, De Gaulle haya hecho algo tan definitorio que pudiera catapultarlo al grado de referencia en la larga marcha contra el neoliberalismo (y por qué no liberalismo a secas, no sé...)

Esos nacionalismos, y por cierto que las derechas, no lo han hecho. Y no lo harán.

Y se ve casi con claridad que las múltiples izquierdas no lo hicieron. Y no lo harán.

* * *

¿Y Ollanta Humala?

No sé. Por lo que se ve, ya resulte de izquierda o de derecha, y según lo que dice, puede que quiera hacer algo parecido a lo que De Gaulle en Francia.