jueves, 4 de mayo de 2006

Ñata

Algún día habrá que hablar del trabajo enorme que hizo Juan Alfonso Carrizo. Una obra que la literatura argentina tarda en reconocer. Y los argentinos nos demoramos en conocer. Es más fácil el homenaje "seguro" a los consagrados. Uno no yerra casi nunca o nunca. Y encima queda bien.

Desde principios del siglo pasado, Carrizo anduvo caminando el Norte. Primero en sus vacaciones de maestro pobre en Buenos Aires, claro, y después con dedicación mayor. Al fin, las investigaciones de este grandote gordo y moreno catucho (no es despreciativo decirlo en Catamarca, sí en Salta o en Tucumán..., y no les cuento en La Rioja), fueron a parar a sabrosos Cancioneros de las provincias del Noroeste.

En mis años, recuerdo que el insigne tucumano hablaba de él con un respeto que asustaba.

Estoy leyendo unos trabajos sueltos y en varios aparecen sus aventuras y recopilaciones.

Me hizo gracia este relato de una recorrida suya por Salta, del brazo de Juan Carlos Dávalos. Cuentan que no faltaba a baile y reunión donde se cantara "hasta el punto que llegaron a tomarlo ingenuamente por un 'inspector de parrandas'."
Cuando entraba a los bailes -cuenta Carrizo- pedía a los organizadores y guitarreros que hicieran bailar 'gatos con relaciones' para copiar los versos que se decían en esa oportunidad, yo mismo echaba mis relaciones; recuerdo que una vez, en Cafayate, me tocó bailar un 'gato' con una ñata muy bonita y se me ocurrió para mi daño, decirle:

Debajo de su nariz
Se acuesta a dormir la boca,
No puede agarrar el sueño,
por que la sombra es muy poca.

Causó hilaridad mi ocurrencia, pero la muchacha no era lerda y se vengó muy bien, pues me replicó:

De Tolombón hi venío,
En un caballo lobuno,
Hi visto animales gordos,
Pero como Vd. ninguno.

Yo pesaba entonces ciento treinta kilos, lo que era una monstruosidad, y opté por callarme.