domingo, 28 de mayo de 2006

Zambas del viento

Estaba oyendo esta tarde un poco de Atahualpa Yupanqui (Héctor Roberto Chavero Aramburu, para los que no lo conocen. Bonaerense, el hombre, de Pergamino, y del '08 -como se decía antes-; muerto en Nîmes, Francia, en el '92.)

Tengo, entre otras cosas, un disco que compré en la calle, una verdadera joya, que reproduce un concierto suyo en el Teatro Radio City de Mar del Plata, el 7 de enero de 1983.

Hay glosas antes de las interpretaciones, y afinaciones de la guitarra en vivo, sin ceremonias. A veces vale tanto la glosa como la canción. A veces apenas son pinceladas, datos sueltos, anécdotas menores, reflexiones. Todas valiosas. Se aprende mucho.

Antes de hacer en la guitarra, sin cantar, una zamba que me gusta mucho, Yupanqui dice lo que copio abajo. La letra la copio, aunque él no la canta -y es conocida-, porque su sencillez se lo merece.

Lo curioso es que la zamba pasa por ser de Oscar Valles, con música de los hermanos Cachilo y Soco (Julián y Benicio) Díaz, unos santiagueños a los que Atahualpa era tan aficionado (y así lo dice el disco, además...)

No es lo que parece decir en la glosa, linda lo mismo, claro.
Cuando una niña es muy donosa, le salen muchos festejantes.

Así pasa con algunas zambas de nuestra tierra: que es tucumana, que es salteña, que es santiagueña...

Y así anda, con un nombrecito en un lado...: Carreta volcada en Tucumán, La Amorosa en Santiago, La Lindita en Cafayate... ¿De ande será?

Los abuelos decían cuando estas zambas orejanas, sin autor, andaban por ahí de tierra en tierra, de comarca en comarca, de doma en doma, de ingenio en ingenio, en el azúcar tucumano, las llamaban 'zambas del viento'... Linda manera de bautizarlas, me parece.

Esta es una zamba del viento, del viento argentino...

La amorosa

Arden mis labios por ti
muriéndose de amor,
porque eres mi dueña,
santiagueña de mi corazón.

Temblando, vuelves a mí,
dejándome en tu adiós
tus manos pequeñas,
santiagueña de mi corazón.

Dormirán mis ojos sobre tu pelo
como en las abras el sol,
amorosa flor de mi tierra,
miel santiagueña, dulce como el mistol:
mis sueños te sueñan,
santiagueña de mi corazón.

Lloran mis ojos por ti
lágrimas de pasión,
si tú me desdeñas,
santiagueña de mi corazón.

Rezo tu nombre al partir
llamándome tu voz:
carita risueña,
santiagueña de mi corazón.