jueves, 21 de junio de 2007

Gremiales

Estaba empezando a escribir una entrada con este mismo título.

En realidad, a esa altura, apenas había escrito sólo el título.

Pensaba abrir una lunga serie sesuda y valiente acerca de cosas que reputo importantes. Me parecía buena idea hacer un listado pormenor de innúmeras cuestiones digamos gremiales. Pensé que, al fin y al cabo, no siempre hay que pretender el holgado traje de la ciencia (que me queda grande, quiero decir...); y pensé que más bien conviene ponerse la veste ceñida del tratamiento exhaustivo de lo particular.

Para mejor considerar y menear los asuntos, se me había ocurrido clasificar las cuestiones y personas en gremios, metodología harto asaz tradicional.

De allí mi pretensión fáustica de repasar las cosquillas de cada gremio posible, urgando hasta donde sea menester, en toda cosa.

Sin embargo.

En medio del camino que va de la intención a la mano, un poco flojo por el trajín de un día en el aula -y de un día en la vida-, decidí cambiar la pluma por el balón y me fui a ver el partido Gremio-Boca, por aquello de que no puede estar el arco tensado todo el tiempo y es menester la eutrapelia, aun de futbol: cosa tan significativa como la ontología, el hexámetro dactílico o las fuentes del derecho canónico, guarda la tosca...

No sé si fue buena idea.

Porque ya nunca más pude llegar más allá del título que, por raro que suene, mágicamente sirvió tanto para aquel fregado -que ya no haré- como sirve ahora para esta barrida.














La única cosa que pensé viendo lo que vi, más allá del sentimiento excluyente que es la módica alegría terrena de ver ganar a Boca, es que se confirmaba sin necesidad de confirmación lo que ya sabía: Pellegrini es un 'carlitos'.

Este ingenuo juego argentino de palabras -críptico para quien no sepa que existió aquí un 'carlitos' Pellegrini, dizque prócer-, no tiene más mérito que el de una sentencia. El ingeniero chileno se deshizo de un ladrillo que podría haberle servido: le habría sido buen vasallo de haber sido buen señor.

En fin.

No creo que vuelva a la brillante idea original de hacerme el verbistky. No creo que pueda hacer la lista de todo lo que usted siempre quiso saber sobre todas las cosas de las que nadie jamás dijo todavía una sola palabra y sobre lo que yo me animaré a decir todo de todo y todos, usque ad finem.

No. Me parece que no.

A cambio de eso -si acaso aparezcan aquí y allá cuestiones de interés particular que valgan la pena de escribirlas-, me quedaré esperando la partita finale con el Mílan (con acento en la í), en la que un amigo tiene puesto su corazón, por motivos ideológicos, creo: quiere verlo al Cavaliere Berlusconi morder la bosta de la derrota. Ojalá se le dé, claro.

Y si llega a jugar Riquelme, mejor que mejor.